Partida Rol por web

Nueva York, lunes 16 de noviembre de 2037, 10.00.

Una vez el trío se marchó quedaron los dos solos en la sala de espera, junto a la mujer de bellas facciones, el hombre y la niña. 

La pequeña les había echado un vistazo al entrar, pero no debían haberle parecido especialmente interesantes pues enseguida había vuelto a mirar hacia los cubos, que ahora estaba ordenando en un círculo irregular con uno verde en el centro. 

Fue la mujer la que intervino, mostrando una bonita sonrisa. 

—No parecéis de por aquí —dijo, con clara intención de romper el hielo y socializar—. Soy Malena. ¿Estáis de paso? 

Cassandra siguió avanzando sin decir nada, seguía mirando a su alrededor atenta a todo, guardando en su memoria aquello que le parecía relevante. Entró en la consulta mirando a las personas que había y aguardó hasta que Morgana les dijo que tenían que esperar allí. Asintió y se despidió de los tres con un "Hasta luego".

La buscadora vio alejarse al grupo y cuando desaparecieron de la vista miró alrededor de nuevo, buscó el rincón apartado que toda sala que se precie debe tener, y se dirigió a él para sentarse en compañía de sus pensamientos. Pero parecía que ese no era el plan para el momento en el que estaba, una voz agradable llegó a sus oídos y se forzó a mirar de vuelta con un atisbo de sonrisa.

En otras circunstancias hubiese dejado que fuese otro quien contestase, pero estaba en compañía de Robin, alguien tan dado a los silencios como ella misma, y como desde su "elección" se había propuesto ser mas abierta se lanzó al ruedo.

-Encantada Malena, yo soy Cass. -le respondió ampliando la sonrisa -Somos de un poco más allá, pero algunos son un culto inquieto y vienen a menudo. -no quiso decir nada concreto pues en realidad no estaba segura de qué hacían exactamente sus compañeros cuando venían, tampoco quería ponerse a hablar de Nick, ni presentar a Robin otorgándose un papel de mando que para nada sentía -Cada uno ha venido por un motivo diferente, el mío es obvio: una revisión.

Intentó sonar distendida, tenía que acostumbrarse a dejar su tono oscuro y conspiranoico para cuando se hallaba en Conector.

Viendo que su cable tendido hacia la conversación parecía surtir efecto la joven recolocó su postura, encarándose hacia Cass para seguir hablando.

—La tipa dura esa debe ser alguien importante o una enchufada o algo —comentó, refiriéndose sin duda a Morgana y haciendo un gesto con la cabeza hacia la puerta por la que los otros tres se habían marchado hacía poco—, porque es raro que Nicolás os atienda hoy. Si fuese una urgencia grave, con sangre y eso, todavía. Pero si no sólo atiende a gente de fuera de La Comunidad los sábados.

Luego repasó con la mirada a Robin, como buscando sangre, algún dedo rebanado o algún motivo que lo hubiese mandado al médico. 

—¿Y tú? ¿Estás enfermo? Me encanta tu pelo, por cierto.

Cuando la chica mencionó a Morgana, con la descripción que hizo de ella, hizo que la sonrisa de Cassandra se ensanchase sin darse cuenta.

-Ella viene cada semana para ayudar, -dijo como si eso justificase la actitud resuelta de la ex militar -y me "pidió cita" con el doctor para hoy.

Se encogió de hombros no queriendo hablar más de ello, la buscadora no sabía el detalle de que había un día para atender a quien no perteneciese a La Comunidad. Se sintió mal, ya sentía que le estaba quitando el sitio a alguien que de verdad necesitaba esa visita, con lo que saber que encima se estaba colando en un día que no le tocaba no la ayudó.

Robin alargó los ojos hacia le chica cuando le preguntó por su salud. 

Podría estar peor. Valoró para decidir que no estaba enfermo pero ahondó poco en ese pensamiento al escuchar el elogio a su pelo. 

Aquella afirmación tan a quema ropa le descolocó y le obligó a pasarse una mano a contra pelo a tocar de su cien como si cupiera la posibilidad de que ese gesto pasara desapercibido en una especie de picor atendida mientras intentaba adivinar a tientas que tenía qué le pudiera gustar a alguien.

— A mi también me gusta tu pelo —fue lo único que se le acudió decir para salirse de esa extraña situación—. No estoy enfermo, he venido para saber si puedo aprender algo nuevo.

— ¿Y tu? —preguntó curioso escapando las pupilas por el físico de la joven— Te ves muy bien. La verdad, espero que no sea de dentro. Suele ser lo peor.

La mujer enarcó levemente las cejas, como si las palabras de Cass reafirmasen el enchufismo al que había aludido ella. Después dedicó una bonita sonrisa a Robin cuando le devolvió el elogio a su pelo. 

—Gracias.

El chico siguió hablando y al explicar su motivo para estar allí sus labios se mostraron debidamente impresionados dibujando una pequeña «o». 

—No estoy enferma —aclaró—, pero he tenido un retraso.

Su boca se frunció en un mohín de disgusto y una levísima arruga de preocupación apareció en el espacio entre sus cejas. Después, sacudió la cabeza, como si ese tema no fuese realmente interesante y prefiriese centrarse en lo que había dicho él.

—¿Eres aprendiz de médico? —preguntó, moviéndose un poco en el asiento para enfocarse hacia Robin—. Nicolás es el mejor, no me extraña que quieras aprender de él. 

En ese momento los cubos de la pequeña se desparramaron por el asiento y la niña se echó a reír. La mirada del hombre que estaba con ella se suavizó al mirarla, pero no tardó en recuperar su pose vigilante. Malena, por su parte, apenas dedicó una mirada de soslayo hacia la cría antes de volver a mirar a los viajeros del Morris.

El pelirrojo contestó a la bella muchacha con mucha más soltura que la de la buscadora y lanzó de vuelta la pregunta que ella había formulado, el motivo de la visita de Malena llamó la atención de Cass. Otra embarazada. Parecía que últimamente les rondaban, aunque en esta ocasión la chica no parecía muy ilusionada con ello.

Cassandra se calló sus pensamientos, dejó que Robin socializase con la joven mientras ella prefirió mimetizarse con el entorno. Se sentó estratégicamente para ver sin ser vista, se caló un poco más la capucha y guardó las manos en los amplios bolsillos -Una total pérdida de tiempo, es lo que va a ser esto- pensó mientras agudizada los sentidos por si se equivocaba.

La respuesta de la chica pintó las mejillas de Robin a juego con el frío de la mañana y su mirada se hundió en el suelo temiendo haberse metido demasiado en el terreno de lo personal sin ni siquiera olerselo.

— Lo siento —dijo casi interrogativo, como si le preguntase a la propia chica si aquella era la reacción adecuada—.

La siguiente pregunta hizo que Robin se sintiera perdonado y aún con la tez sonrojada asintió ligeramente ampliando un poco más el gesto en la última cabezada para volver a mirar a la joven.

— Supongo que los médicos no dejamos nunca de ser aprendices —reflexionó— Y a mi aún me queda mucho qué descubrir —añadió la modestia al oírse a sí mismo—.

— Espero que lo tuyo vaya como tu necesites que sea —le deseó procurando no decir ni bien ni mal ni meter los deseos de la chica por en medio, era mejor dejarlo a la racionalidad.

Fue entonces cuando buscó auxilio en Cassandra con la mirada para escapar de ahí.

— Oye, ¿y yo paso contigo?

La expresión avergonzada de Robin hizo la joven soltase una carcajada. Su risa era como el tintineo de la plata, limpia y argentina y la niña se giró para mirarla y reír con ella, contagiada.

Malena negó con la cabeza, divertida, antes de responder a los buenos deseos del pelirrojo.

—Gracias. —Aún tenía la risa prendida en la comisura de los labios y en los bordes de los ojos—. Si tengo suerte, no será nada. Y suelo tenerla —agregó, con la confianza de quien vive acompañada de una buena estrella—. Espero que lo tuyo vaya bien también. 

Luego siguió la mirada de Robin hacia Cassandra, esperando la respuesta de ésta con la curiosidad que da el aburrimiento de la espera. Al otro lado de la cortina las voces sonaron un poco más altas. Parecía que se estaban despidiendo.

La buscadora no perdió detalle de la conversación que se desarrolló entre los otros jóvenes, sus ojos miraban la escena a través de la cortina que su flequillo le ofrecía y no se movió ni intervino hasta que fue nuevamente interpelada directamente.

-Claro, así puedes hacer una clase práctica. -dijo mirando al pecoso con un atisbo de sonrisa.

Había ligereza en su tono aunque no era así como se sentía, por más que no le importaba que el pelirrojo estuviese presente no creía estar preparada para contestar con sinceridad a un extraño sobre ciertos temas y todavía no había pensado qué decir cuando inevitablemente surgieran.

Robin asintió con una sonrisa perdida al deseo devuelto de Malena.

Y aunque no creyó prestar mucha atención a la afirmación de suerte de esa chica, su historial de vida puso el mal sabor de la envidia en el bajo de su lengua y contribuyó a cerrar conversación con esa chica entornando ligeramente su espalda para dirigirse solo a Cass.

No quiso estudiar demasiado los ojos de su amiga tras su respuesta, a él no le hubiese gustado que lo hicieran, pero frotó las pestañas de la buscadora con una mirada fugaz de preocupación.

Si iba a seguir adelante con la visita, a lo mejor había algo más allá de las visiones que preocuparse a Cass y él ni se había dado cuenta.

Imitó, por inercia, el amago de sonrisa de Cass y se adentró en la comodidad del silencio que ella siempre le ofrecía.

Y el silencio se extendió por la estancia, tan sólo roto por algún bostezo de puro aburrimiento por parte de Malena y la risa de la niña, que sonaba de tanto en cuando. La cortina se abrió y de ella salió un hombre con la muñeca vendada que se marchó sin más despedida que un gesto de cabeza hacia los que esperaban.

Malena se puso en pie y pasó a la consulta, dejando atrás a los dos viajeros del Morris, al hombre y la niña. Desde el interior llegó entonces el timbre de su voz, pero no se escuchaba lo suficiente para entender qué decía.

De repente la niña se puso en pie y tiró de la manga del hombre, enseñándole uno de los cubos de madera. Él negó con la cabeza y ella frunció un poquito el ceño. Por un momento pareció que iba a volver a sentarse en el suelo, pero en lugar de eso giró sobre sí misma y se fue directa hacia Cass, con el brazo extendido y los ojos muy abiertos, ofreciéndole el cubo a ella. 

—¿Juegas con mí? —le preguntó, estirando una sonrisa. No hablaba muy bien, tal vez no era el inglés su lengua materna—. ¿Escondes? 

El hombre se había tensado en el mismo instante en que la cría se había alejado de su lado. No se había puesto en pie para ir tras ella, pero su mirada no se separaba de ella y sus labios se apretaron en una fina línea cuando la pequeña se dirigió a los viajeros.

Cassandra se acomodó en el silencio, era su mejor entorno, en el que se encontraba más a gusto, así estuvo hasta que hubo movimiento en la consulta y sus ojos se desviaron para ver quien salía y a quién le tocaba. Dedicó un cabeceo general hacia la zona, destinado tanto al hombre que se marchaba como a la chica que entraba, y volvió a su contemplación de la nada.

Los movimientos de la niña estaban en su visión periférica, como información general que no es importante. Allí, en un lado, a buen recaudo, al menos hasta que se escaparon de esa zona de confort y se acercó demasiado. Sin apartar los ojos de la nada la atención de la buscadora se desvió hacia la pequeña y su supuesto padre, apretó los dientes y el cuerpo se le tensó cuando la vocecita aguda se dirigió a ella. ¿Dónde estaba Trish cuando verdaderamente se la necesitaba?

Tenía dos opciones, al menos según su parecer eran sólo dos las viables, quedar como una borde o intentar pulir sus dotes de comunicación y empatía. Dada su nueva posición en el Morris se decidió por la segunda.

-Claro -respondió dulcificando los rasgos de su cara mientras se giraba hacia la pequeña amenaza.

Elevó los ojos un momento hacia el adulto en espera de algún signo que le dijera si podía continuar o no, de poder seguir le diría a la niña que cerrase los ojos y buscaría un lugar no muy bueno para esconder el cubo, la primera búsqueda no debía ser eterna. Si por el contrario el hombre demostrase que no quería que jugase con ella se inventaría alguna excusa, al fin y al cabo estaban en el médico.

Desde luego al hombre no parecía hacerle ninguna gracia que la pequeña interactuase con los dos visitantes. Se le notaba tenso y contemplaba la escena con ojos vigilantes. Sin embargo, tampoco hizo ningún gesto para oponerse a que Cass jugase con ella. 

—¡Bien!

La sonrisa de la niña se hizo enorme al escuchar que aceptaba. Dejó el cubo en la mano de la buscadora y se tapó la cara con las dos manos. Sus deditos abiertos no cubrían del todo sus ojos, pero los tenía cerrados con fuerza. Y en esa postura esperó tres segundos antes de hablar otra vez con impaciencia.

—¿Avisas? ¿Cuando está?

Una sonrisa sincera se escapó de los labios de Cass cuando vio las manitas intentando cubrir los ojos, se quedó un momento en esa tierna contemplación y pensó que quizás no fuese tan malo traer niños a ese mundo desalmado, que quizás ellos podrían volver a cambiarlo.

La infantil voz la sacó de ese ensimismamiento.

-Yo te aviso, -contestó en voz baja -pero no abras los ojos...

Se levantó con su silencio habitual, se alejó varias sillas y se agachó para poner el cubo detrás de una de las patas, luego volvió a su sitio y mientras se sentaba habló de nuevo.

-Ya está -dijo mirando a la niña.

Si se abstraía lo suficiente podía recordar como era su vida cuando Trish tenía esa edad y jugaban juntas bajo el ala protectora de sus padres...

Robin siguió a Cass con la mirada y una mano amiga de silencio mientras ella se alejaba para esconder el cubo.

Aprovecho ese momento para observarla moverse atento a cualquier dolor o cambio de equilibrio que pudiera echar por tierra la teoría de que las visiones traían los mareos a la buscadora. Saliendo tan solo de su estado de médico para poner los ojos en blanco al ver el escondite que su amiga elegía para el cubo.

«¿En serio? Esto va a ser rápido»

La niña asintió cuando Cass le pidió que no abriese los ojos e incluso los apretó con más fuerza en respuesta. Contenía la impaciencia moviendo el peso de una pierna a la otra con pequeños botecitos, hasta que la voz de la buscadora sonó de nuevo, dándole el pistoletazo de salida. 

La miró primero a ella, con ojos inquisitivos, y luego a Robin, pero su siguiente paso fue mirar alrededor y ahí el verde del cubo resaltaba con claridad entre todo el gris de la sala de espera. Soltó una carcajada en cuanto lo descubrió. Con una sonrisa triunfal la pequeña corrió hasta el cubo y lo cogió levantando la mano como si fuese un trofeo. Volvió a corretear hacia ellos y se lo ofreció de nuevo.

—Otra vez —pidió, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Sí? —Miró esta vez también a Robin—. ¿Juegas con mí también?

El hombre no se había movido de su lugar, pero sí que parecía haber perdido parte de su tensión. Seguía vigilante, sin perder ojo de la interacción con la niña, pero su ceño se había relajado un tanto.

Cuando la niña encontró el cubo, a Robin se le escapó una sonrisa de medio lado, chuleando de haber acertado lo rápido que sería el encuentro aunque no quiso llevar ese logro personal al exterior.

Y todo atisbo de jactancia se esfumó cuando la pequeña le quiso meter en el embolado. Negó con la cabeza rozando una súplica de piedad.

- Ella lo hace mejor. Pero te animo desde aquí.

Como Cassandra había previsto la primera búsqueda fue rápida, sonrió cuando la niña volvió contenta con su trofeo y enseñó la mano para que le dejase el cubo. Miró alrededor buscando un escondite mejor mientras la pequeña intentaba tentar al pelirrojo, estuvo a punto de decirle que si ya se había cansado de ella que buscaba sustituto, pero recordó que sólo era una cría y recibir atención debía ser lo mejor de su mundo.

-Pues ya puedes ir sacando los pompones. -dijo mirando a Robin con una ceja alzada, entonces recordó la de veces que ella había estado en la posición del pecoso mientras otros interactuaban y le guiñó un ojo dejando aquella pulla de lado, al fin se giró hacia la pequeña de nuevo -Esta vez mientras esperas con los ojos cerrados, tienes que cantarme una canción.

Esperó a que Mariana asintiera y comenzase a cantar, entonces se movería hasta los otros cubos olvidados y ocultaría el verde entre ellos para que no se viese. Lo único malo de su plan era que tendría que acercarse demasiado al hombre, que como era previsible no quitaba los ojos de la que suponía su hija, sólo esperaba no tener que hablar con él.

La pequeña se quedó mirando a Robin con expectación, como si no entendiese bien si lo que decía era que iba a jugar o que no. Tal vez era por la forma sutil en que el pelirrojo la había rechazado, o quizás porque no comprendía todas las palabras en inglés. En cualquier caso, pareció olvidarse de eso en cuanto la buscadora pronunció la palabra «canción», como si aquellas dos sílabas fueran una suerte de sortilegio mágico capaz de atraer su atención de inmediato. 

Con una sonrisa que dejaba ver unos dientes pequeños y blancos volvió a apretar los ojos y a taparlos con los deditos. Y mientras tanto empezó a cantar una canción infantil en español mientras su cuerpo oscilaba de una pierna a la otra siguiendo el ritmo. Ni Cass ni Robin entendían ni una palabra de lo que decía, pero era un soniquete que se repetía una y otra vez, cambiando algunas palabras y rimas, y la cría parecía completamente entregada a la interpretación. 

El hombre frunció un poco el ceño al notar que Cass se acercaba a él. Quizás pensó que iba a hablarle, pues la buscadora pudo notar cómo se tensaba su cuello, pero cuando dejó el cubo entre los otros y se apartó, la arruga de su frente se diluyó.

La canción terminó y la niña dio un salto con los pies juntos acompañando el final del último verso. Abrió los ojos directamente sin esperar a que se lo indicasen, pensando quizás que sólo debía tenerlos cerrados mientras cantaba, y sus ojos inquisitivos se fueron directos hacia Cass. 

Esa vez el cubo no estaba a la vista y no pudo descubrirlo cuando su mirada se paseó por la sala de espera. Frunció los labios en un mohín y se entregó a la tarea de buscarlo con determinación, mirando detrás de cada pata de cada silla en primer lugar y también detrás de los pies de todos los presentes. 

Aún estaba buscando cuando la cortina se corrió y por ella apareció Malena. La chica se despidió con una sonrisa de los dos viajeros y se fue rápido, evitando abiertamente mirar a la niña, como si eso de tener hijos fuese algo contagioso y ella población de riesgo. 

El hombre le dijo algo a la pequeña en español. Tenía la voz grave y algo áspera. La niña le respondió también en español con un tono plañidero y no hacía falta entender el idioma para saber que no quería entrar hasta que terminase el juego que tenía entre manos con Cass. El hombre resopló mirando hacia arriba y pareció ceder, pero su dedo índice se alzó, marcando un uno como condición. Tras eso, la pequeña asintió con la cabeza y empezó a buscar más rápido, con cara de concentración. Miró tras la espalda de él y entonces se fue de vuelta hacia Robin, señalando con un dedo su espalda. 

—¿Tienes? ¿Detrás? A ver —exigió con su vocecilla, apremiándolo con la mirada.