Partida Rol por web

Perry remontaba el camino de vuelta al castillo algo más atento a lo que le rodeaba. Sus tripas se habían ocupado de recordarle que era la hora de comer. Respondió al saludo de Cassius con un leve y casi imperceptible gesto con la cabeza. 

Será pesado.

Se sorprendió un poco al ver allí a Mircea. Entre eso y su estado de ánimo actual, no se entretuvo mucho allí, aunque saludo a los Huffles con cortesía.

- Buenos días chicos. - Dijo cuando aún le quedaba un trecho por llegar a su altura, pero sin pararse.-¿Todo bien?- Caminaba acercándose poco a poco.- Yo me muero de hambre.- Se frotó el estómago con la mano mientras daba un paso tras otro. Cuando rebasó a los tejones se giró para caminar un rato marcha atrás y no ser un desconsiderado.- A ver si nos vemos luego Mircea. No se me olvida que tenemos cosas pendientes.- Sonrió al chico de pálida piel. Antes de conocer a las gemelas y de que él conociera a Ed tenía que arreglar un asuntillo algo peliagudo.

-Hola Perry... - saludó Oliver al Ravenclaw, con una media sonrisa. No pasaba por alto el hecho de que Perry parecia más serio, mas distante que el año anterior y no podia evitar pensar que se debía al episodio de la clase de duelo. En cualquier caso, intentó ser amable y cordial con él. Todo el mundo tenia dias buenos y malos, aunque ultimamente parecía que más de uno y más de dos sólo tenian de estos últimos.

Y, acto seguido se giró hacia Cassius, encogiendose de hombros, cuando habló del "zarandeo"- Si te parece te doy un besito en la frente... - bromeo, riendo, antes de asentir a su propuesta- Y me parece genial lo de mañana. Así nos quitamos la chusta de trabajo de enmedio. Paso de estar toda la semana dándole vueltas.... - y rio, ante la broma de los viales de tinta y los flammáte- Vaaale, me parece bien. Pero no has dicho nada de Morfetiums, ¿no? - bromeo, riendo, antes de darle una palmada en el hombro, despidiendolo- Venga tio, luego nos vemos. Dale recuerdos a Gwen. - añadio, con una media sonrisa, alzando una mano tambien para despedir a Perry- Hasta otra, Perry...

Y, acto seguido, se volvio hacia Mircea, alzando ambas cejas con las manos metidas en los bolsillos- Bueno.. ¿Vamos tirando para el comedor nosotros tambien? Me muero de hambre... -y, sin mas dilacion, comenzo a caminar en direccion al castillo, esperando a que su amigo lo siguiera.

Mircea encogió los hombros a la pregunta de Cassius. La verdad que no sabía como se despertaban los huffies entre sí, pero visto lo visto, se alegraba de ser siempre el primero en pie por la mañana y evitar así el dulce despertar de Oliver...

Yo iré esta tarde y me parece que Oliver también, dijo haciendo referencia a la biblioteca. Su amigo no podría escaquearse así como así. ¿Cuantas veces habría repetido el pequeño tejón que cuando daba su palabra, la cumplía? Le había prometido acompañarle por la tarde, así que no dejaría que se olvidara. ¿Chusta de trabajo?, pensó mirando a Oliver, desistiendo de tratar de llevarle a la biblioteca dos días seguidos. Y mañana yo también estaré. Aunque tendría que hacer hueco entre tantas optativas...

Fue entonces cuando Cassius hizo aquella broma que no le sentó bien a Mircea. Apretó la mandíbula y prefirió no contestar, pues no sabía si aquello era una provocación o un comentario sin mala intención. Siendo un viperinilor quien la profería, lo más probable es que fuera lo primero.

Hasta luego, despidió finalmente a Cassius.

Buenos días, Perry, saludó al şoim. Estaré en la biblioteca después de clase, le informó. En el mes que llevaban en la escuela, apenas se le había cruzado más que en las clases en las que coincidían. Nos vemos, se despidió de él.

Sí, vamos, contestó a Oliver. Se llevó las manos a la cabeza y tiró de los bordes del sombrero para colocárselo mejor. Creo que por una vez yo también me muero de hambre, comentó soltando una ligera risa, al repetir el recurso usado por Perry y Oliver.

Mircea llegó a las orillas del Lago Negro. La luna aún se veía brillante en el cielo plagado de estrellas, aunque el color rojizo de la alborada anunciaba un nuevo día, que sería muy largo y duro.

Usaría el giratiempos. Ya llevaba todo el mes anterior recogiéndolo del despacho del director cada jueves por la noche y devolviéndolo a las 24 horas, aunque para él el día acabase teniendo en realidad 30horas. Si pudiera alargar cada día de esa forma, nunca se lamentaría del poco tiempo que tenía... Aunque quizás era bueno no poder usarlo a su antojo. Los sábados se levantaba más cansado de lo normal. El cuerpo humano no estaba habituado a la extensión en un 25% del día ordinario y menos para alguien que dormía y comía tan poco como el rumano.

Artifficus, recitó. Y su ropa de clase desapareció, viéndose sustituida por lo que en moda muggle se conocía como vestimenta de pornit. Con el hechizo, también el sombrero desapareció, dejándole tan solo con unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta. Guardó la varita en el elástico de los shorts y arrancó.

Llevaba poco tiempo corriendo por las mañanas, pero necesitaba hacer ejercicio si quería ser capaz de aguantar los días tan largos y sus horarios tan extremos.

Cuando hubo acabado su ejercicio matutino, el sol ya había perdido su vergüenza y asomaba por encima de los árboles más bajos. Aquella mañana fresca de principios de Octubre parecía revelar que el otoño llegaría pronto.

Mircea se metió en el lago, sudado y se quitó la ropa cuando ya estaba oculto bajo las aguas. Se lavó bien, pelo incluido, antes de volver a ponerse la ropa mojada y salir del lago. Artifficus, volvió a conjurar. Las ropas mojadas desaparecieron llevándose casi toda la humedad de su cuerpo con ellas y el uniforme del colegio, la capa y el sombrero volvieron a aparecer.

Guardó su varita, se quitó el sombrero y se alborotó el pelo que se le pegaba a la cabeza como un casco. Sacó una manzana y un plátano del sombrero mientras se dirigía a la primera clase. Había decidido que esta vez iría primero a la asignatura de curación antes de hacer uso del giratiempos.

Comió por el camino. Tendría que pensar en incrementar su consumo de alimentos si no quería acabar en los huesos, más de lo que ya estaba...

Eli creía que no tendría demasiado problema con su trabajo. Primero, porque le gustaba la gente del agua y averiguar cosas sobre ellas. Segundo, porque le estaba dedicando tiempo. Y esa era la razón por la que estaba allí. La profesora les habló de que en el lago habían sirenas, así que dedujo que el hábitat de éstas en otros lugares tendría unas condiciones similares a las de ese lago. Al menos para las sirenas de esa misma especie.

Así que se permitió unos minutos para dar una vuelta por la zona y tocar el agua del lago, para saber cosas sobre su forma y temperatura. investigó por la zona para conocer más cosas sobre el lugar que acogía a esos seres que tanta curiosidad despertaban en ella. Aportar esos datos le daría algo de profundidad a su redacción, intentando por tanto no perderse detalle. Cuanto más aprendiera sobre ello mejor.

Lincoln llegó y solo vio a una persona a lo lejos, venía bastante cabreado con el mundo así que ni se acercó a ella, la miró un par de veces por si le miraba a él para igual, poder acercarse y hablar pero no, se quedó mirando el lago y tras dejar la mochila en el suelo y quitarse la túnica.

Empezó a caminar alejandose de la mochila hacia el lago y cogiendo una piedra apretó la mano con fuerza y cabreado pensando en Asterope y en la bronca que acababan de tener lanzó la piedra contra el lago -Malditos Huffies...- Dijo en voz baja -No sirven para otra cosa que para estorbar...- Estaba cabreado con el colegio entero, pero sabía que parte de la culpa había sido suya y tras pasar mucho rato caminando hasta el Lago y por él empezó a calmarse, un poco, pues el enfado por el Agottatem de Asterope seguía ahí.

Tras pasar un buen rato en el Lago desahogándose, cogió la mochila y la túnica, y con calma se la colocó, miró por última vez a la niña de Gryffindor y se fue hacia el comedor a picar algo para no ir con hambre a duelo.

Elisabeth apenas se percató del chico de primero, que también parecía estar preocupado en sus propios asuntos. Ella siguió escribiendo su redacción hasta que vio que era tarde. Su pasión por las sirenas le había hecho perder la noción del tiempo.

Casi corriendo recogió sus papeles y se fue al comedor. Tenía mucha hambre, por primera vez en mucho tiempo.

Sentado cruzado de piernas al final del embarcadero, Mircea se encontraba con el sombrero puesto. Miraba al horizonte, donde algunos puntitos se movían en el ajetreo matinal de un sábado en Hogsmeade. Era mediados de Octubre y las mañanas comenzaban a traer el frescor y aroma atrasado del estío, procedente del bosque prohibido.

Arropado en una túnica que había visto tiempos mejores, mantenía un termo junto a dos tazas a un lado.

Era agradable tener la mañana libre y ser consciente que no tenía porqué dedicarla a estudiar, pues a diferencia del curso pasado, llevaba todo al día.

Bajó por los terrenos y casi hasta saltó en los peldaños de piedra que daban al embarcadero para encontrar a Mircea allí sentado, donde ella se solía sentar.

-He traído fruta y tostadas-dijo a modo de saludo, andando por la madera hasta Mircea.

La voz de Daphne le hizo girar la cabeza para verla llegar. No pudo evitar que a su mente llegara el pasaje de un libro que había leído hace poco, con algunos de los nombres cambiados, que rezaba así:

Como el sol que se alza sobre la tierra reparte ubérrimo a todos los rayos de su luz, así también Daphne, como levantándose en sincronía con la celeste luminaria, aparecía con el surgir del sol ante el castillo mágico e iluminaba a cuantos se presentaban ante su semblante con la relampagueante luz de su virtud.

Casi tan pálida como él, los pocos rayos de sol que atravesaban las cuajadas nubes arrancaban destellos dorados de sus húmedos cabellos.

Mircea sonrió con timidez a la chica. Genial, Daphne, ya sabía yo que me había olvidado de algo, saludó a su amiga guardando la fruta que él mismo había cogido en los bolsillos de su túnica.

Durante el tiempo que había estado allí, no había estado seguro de si la chica llegaría. Tras las últimas semanas no se habría sorprendido si hubiera acabado desayunando solo. Pero al verla allí con él, como si todo volviera a ser como el año pasado, sintió que todo había vuelto a su lugar.

Cuando los de primero acaben sus clases de vuelo, Oliver y yo nos acercaremos. Va a ayudarme con los ejercicios de vuelo, dijo a su amiga. Sabía que Daphne había mostrado grandes aptitudes el año pasado. Se alegraba que la chica hubiera conseguido aquello. Parece ser que el profesor Krum le ha dado permiso para montar un equipo de Quidditch con alumnos de segundo, comentó haciendo una mueca.

Hala ¿sí? Creía que no estábamos preparados...- y con eso quería decir que no todos profesaban el mismo amor por despegarse del suelo. Abrió la servilleta extendiéndola con cuidado sobre los muslos y se dedicó a pelar una naranja dejando la monda al lado contrario en el que se encontraba Mircea para llevarla luego y tirarla en el Castillo.

¿Te vas a apuntar?- enarcó las cejas

Pues aunque haya recuperado el gusto por el vuelo, no me apetece lo más mínimo, volvió a hacer un mohín con la boca. Pero no creo que Oliver vaya a darme mucha elección...

¿Chocolate o té?, preguntó a su amiga, mientras él mismo se servía del termo agua caliente en una de las tazas y metía un sobre de hierbas.

-Lo que tú vayas a tomarte- respondió dejando el último trozo de monda enroscado junto al resto hasta crear una pequeña rosa de cáscaras de naranja.

Awww

-¿No quieres? Yo me apuntaría, pero tengo que ir a la biblioteca- suspiró- es una pena que no haga las pruebas el domingo que es más fácil que la gente pueda apuntarse. - alzó la mirada hacia Mircea y sonrió- a tus hermanas les va a encantar. Y a mí también, que iré a veros a los partidos.

Sirvió en silencio otra taza para Daphne, mientras ella dedicaba toda su atención a la naranja.

Escogió un melocotón, que pasó por la tela de su túnica para limpiarla, como si de una manzana se tratara.

No va a hacer pruebas hoy. La verdad que ni siquiera sé qué pretende hacer ni a quien va a decírselo. Había decidido que si Oliver quería montarse el equipo, debería ser él quien se lo trabajase. Su amigo era bastante malo organizándose, así que quizás aquello le servía para madurar.

Creo que el equipo saldría ganando contigo jugando y conmigo animando, sonrió tímidamente.

Tras sacar las bolsitas de té, tomó un sorbito. Demasiado amargo... Se quitó el sombrero, metió una mano y sacó una cuchara pequeña con azúcar. Echó un poco en cada una de las tazas. Volvió a guardar la cuchara dentro del sombrero antes de volver a ponérselo. Mejor..., decidió tras volver a probar el brebaje.

Sentado en el embarcadero, había visto el primer vuelo de los Ravenclaw y Hufflepuff. No pudo evitar sacudir la cabeza a la vez que suspiraba cuando vio a Erzsébet dedicarse a hacer piruetas y trucos mientras que Orsolya decidía ir a lo seguro y volaba bajo. Ambas eran capaces de lo mismo, bien lo sabía él, y además eran mucho mejores.

Cuando ya ninguno de los pequeños estaba en el aire, Mircea se marchó de allí antes de que la orilla empezara a llenarse de alumnos aprovechando la hora libre.

Procedentes del campo de Quidditch donde habían estado dando clase de vuelo, las gemelas llegaron corriendo. El lago estaría para ellas solas, bueno, para ellas y sus acompañantes de fechorías.

Sus miradas se dirigieron primero a las barcas abandonadas cerca de la cabaña clausurada, después a la lejanía abarcando el lago y finalmente se miraron una a la otra, sonriendo abiertamente con la cantidad de cosas que había por hacer. ¡Pero primero a lo que habían venido!

Dejando las dos mochilillas y la escoba encima de una roca aplanada de granito, se descalzaron. Erzsébet se quitó sus calcetines hasta las rodillas y Orsolya se dedicó a tirar de sus medias hasta que consiguió sacárselas.

Quien encuentre el primer ciempiés que avise a los demás, anunció Erzsébet según se acercaba a la orilla y empezaba a darle la vuelta a las piedras que encontraba.

Orsolya decidió empezar a buscar por debajo del embarcadero de madera. Que desde su inicio hasta su entrada en el agua, tenía algunos huecos por los que una niña pequeña podía meterse.

Allí estaba, en el lago buscando unos insectos con múltiples patas y veneno que posiblemente afectara al cuerpo humano. En realidad, en los libros aparecería cualquier información útil sobre ellos, incluso más de lo que podrían aprender viéndolos directamente. Pero las gemelas lo habían convertido en una pequeña aventura, que comenzaba con ver quien los encontraba alguien.

"Genial, ahora tengo que ponerme a cuatro patas" pensó el alumno, aunque acabó agachándose igualmente, sin saber muy bien por qué.

Decidió probar suerte en un terreno de tierra rocosa cerca del agua, la principal ventaja de esos bichos era pasar inadvertidos y ese era un buen lugar para esconderse. Estuvo un tiempo agachado, buscando, hasta que le pareció ver una especie de olas en la tierra, como si algo se desplazara por ella.

Tragó saliva y pensó unos instantes antes de meter la mano. Seguro que más de uno pensaría que era un cobarde, puede que lo fuera... porque reconocía que lo del veneno le daba cierto respeto. Aún así pensó que se burlarían de él si se enteraba de que lo había dudado antes de actuar. Casi dio un respingo al ver a dos de esas criaturas trepar hacia el exterior al notar el movimiento de su brazo pero su fuerza de voluntad le impidió hacerlo. Al contrario, y a su pesar, consiguió coger a uno, aunque lo dejó cerca del suelo enseguida una vez lo hubo mostrado.

-Creo que aquí hay unos cuantos- dijo alejándose un poco del hueco entre las piedras y el suelo.

Asterope llegó al lago con la cabeza llena de palabras mezcladas y sin sentido. Como en uno de esos juegos de frases desordenadas. Para poder hablar, tendría primero que recolocarlas en su sitio. Y estaba tan nerviosa que no sería nada fácil. Ya había desistido en intentar taparse el roto que tenía en la rodilla. Era un caso perdido y estaba demasiado ocupada como para ir mirándose las piernas y bajándose la falda.

Su amigo no estaba aún, lo cual le alivió porque así le daba más tiempo para pensar. Distinguió a lo lejos unas túnicas amarillas. Ya se le había olvidado que las gemelas iban a estar ahí; y, al parecer, no eran las únicas. Perfecto. Justo lo que necesitaba, que la principal razón del enfado de Linc esté a nuestro lado. Pensó que, en cuanto llegara, podrían alejarse un poco de ellos, para evitar añadir más leña al fuego.

Estaban afanados buscando los ciempiés bajo las piedras y por la tierra. Miró a los lados: Linc no aparecía por ninguna parte. ¿Se atrevería a acercarse a saludarlos? ¡Qué demonios! ¿Por qué no iba a hacerlo? Él ya sabía que los Hufflepuff le caían bien, así que no sería ninguna sorpresa. A menos que piense que lo he citado aquí para estar todos juntos, nosotros con los tejones. Igual se cree que voy a hacerle una intervención de esas para que se lleve bien con ellos... Bah, en cuanto lo vea, voy con él y se lo explico. Además, les había prometido a las Padurearu un saludo.

Decidió entonces ir hacia la orilla donde estaban. Recordó el amarillo chillón en cuanto se fijó en Erzsébet y le salió una risita mientras se acercaba. Esa risita, sin embargo, se desvaneció en cuanto vio a dos ciempiés monstruosos. ¡Y luego Matthew cogía uno con la mano como si nada! Con el susto, estuvo a punto de gritarle que eran venenosos y que tuviera cuidado, pero se contuvo. Se paró un segundo y, en cuanto hubo respirado, siguió.

-¡Hola! -Saludó a todos los presentes. Incluso a Max, con quien apenas había hablado y que siempre tenía cara de pocos amigos-. ¿Qué? ¿Con el trabajo de Criaturas Mágicas? –Se mantuvo un poco lejos de los ciempiés-. Yo he estado con él en la biblioteca, pero no he conseguido nada útil.

Contenta por sentir el agua fría en sus pies, con pequeños peces mordiendo las puntas de sus dedos, Erzsébet canturreaba mientras seguía dando vueltas a las piedras. No estaba teniendo mucha suerte.

Orsolya salió de debajo de la pasarela que se interna en el lago con unas cuantas telarañas enredadas en su trenza y con unos cuantos insectos correteando por debajo de su ropa. Se rascaba con furia mientras maldecía con tono infantil su mala suerte por no encontrar lo que buscaba.

El aviso de Matthew hizo que ambas alzaran la cabeza en el aire, como si de lemures se tratasen. Corriendo llegaron hasta el chico, a la vez que Asterope se unía a la comitiva.

Hola Sirope, saludó Erzsébet. ¡Hemos tenido suerte!, anunció contenta al ver como su compañero cogía un ciempiés y lo volvía a dejar en el suelo. Los libros están muy bien, pero nada como el trabajo de campo. Al fin y al cabo, ¿quién descubría el tesoro, el que encontraba el mapa o el que lo seguía?

¡Genial Mat!, felicitó Orsolya según se acercaba al agujero de donde había sacado el magnifico ejemplar. Hola Astro, saludó a su vez a Asterope. Sacó el segundo ciempiés y lo depositó al lado del primero.

Veamos. Realmente no conocemos la escala de venenos. Si es cierto que cuanto más grandes , más mortales. ¿Pero como de peligrosos tienen estos?, empezó a decir Orsolya según se arrodillaba frente a los dos insectos. No eran demasiado grandes. Quizás las criaturas del lago también protegían las orillas y solo dejaban que las criaturas menos nocivas estuvieran al alcance de los alumnos. Encogiendo los hombros cogió uno de aquellos ciempiés monstruosos. Acarició su espalda desde la cabeza, pasando por todos sus anillos hasta el final. Después le dio la vuelta, dejó que se enroscara alrededor de su brazo. Contó las patas reales, las patas falsas, el número de ojos y cualquier pequeño detalle que pudiera apreciar a simple vista.

Erzsébet corrió hasta las mochilillas y sacó sus utensilios de escritura. Se quitó la túnica y la puso en el suelo, donde se dedicó a tomar apuntes de todo lo que Orsolya iba descubriendo.

Aún con su cuidado y si habilidad, el ciempiés estuvo a punto de morder a Orsolya un par de veces, pero cada vez conseguía evitar sus mandíbulas. Era un bicho bastante lento. ¿Como era posible que soñaran con ellos y los trataran como monturas que eran capaces de atravesar los mares moviendo frenéticamente sus miles de patas?

Se me está ocurriendo..., dijo la pequeña mientras seguía manipulando el bicho y estaba tentada de agenciarse con el segundo que se arrastraba enfrente suyo.

¡Que nos los quedemos!, terminó Erzsébet. Pero, ¿no crees que Brândusha y Viorica se los comeran?, preguntó.

Nahh, no te preocupes. Son unas señoronas, quizás jueguen con ellos, pero no se los comeran, ya verás. Después Orsolya miró a Matthew. Los encontraste tú, ¿te quedas con uno?, sonrió al chico. No la importaba seguir buscando más especímenes.