Partida Rol por web

Derviche bebió las cuatro jarras de grog y no recuerda nada más después de aquello. Lo último que le viene a la mente es que empezaba a hablar con Manta. ¿Se habrá aprovechado de ella, él o alguien? Negó con la cabeza, pero el dolor era tanto, que se tuvo que parar unos momentos para mantener el equilibrio. Nadie sería tan estúpido, para hacer algo así.

Salio de la tienda de los heridos, se fue a lavar, como era su costumbre y metió completamente la cabeza en el barril con agua fría. No le vino nada mal, ya que despejó enseguida. Ese día tenía que estar manteniendo reposo, para curar completamente, y que mejor que un agudo dolor de cabeza para mantenerla quieta.

Con las primeras luces del alba, el tagliano se levantó con algo de cansancio en el cuerpo. A pesar de que no estuvo mucho tiempo en la fiesta tras el juramento de los nuevos reclutas, el entrenamiento que había estado realizando le dejaba agotado. Algo que agradecía. Así no pensaba mucho en su situación.

Sin embargo, el tanto entrenar le había dejado de lado dos puntos: uno era ver a su caballo, Recio, y el otro era practicar con su "nueva" montura, familiarizarse con ella. Es por ello que Sicofante se encaminó al establo para realizar ambas acciones.

Dentro de la tienda, Rastrojo se vuelve a girar. En el otro lado de la tienda, aquel al que daba las espaldas hasta hace poco, está el arco de Vieja Gloria. El arma le recuerda a Grajo. Escucha el resoplar de su propia respiración durante varios minutos. El mestizo se está empezando a romper la cabeza con el tema. No era algo que quisiese recordar. Pero mientras tuviese ese arco en reposo, su mente se iría hacia amargos recuerdos. Es la muerte de Grajo la que remueve conciencias y no la de Vieja Gloria. A ese anciano le había llegado la hora. Pero Grajo era un niño, solo un niño. Murió pronto. Su fin dejó una cicatriz más amarga en Rastrojo.

Buf... Dicen que no es bueno estar tanto tiempo ocioso... En seguida se te va la cabeza y te vuelves loco. Mi ex-maestro Caratótem debió ser un vago redomado de joven. No como yo.

Y así fue cómo hablando solo como otro loco, se convenció para ponerse a entrenar con el arco. Lo primero que necesitaba eran flechas. Le dolía en el alma, más que la muerte de Grajo, tener que desprenderse de sus monedas para comprar un puñado de palos con punta. Por eso avanzaba entre las tiendas de los comerciantes dubitativo. Aún estaba a tiempo de echarse atrás. Podría quedarse con sus platas y ser feliz para siempre, o por lo menos el concepto que el amargado de Rastrojo concebía como felicidad.

Ehm... Hola, mercader. ¿Cuánto...? Nah, olvídalo. ¿Cuánto cuesta una flecha? Bueno, me refiero a un puñado de flechas. Me temo que necesitaré más de una.

Pipo, tras vaguear un buen rato, termina de centrarse. Recuerda dónde está, quién (cree él que...) es y qué tenía planeado.

Así que se dedica a su particular entrenamiento no demasiadas horas del día, pero de manera muy intensa. Las víctimas de su "entrenamiento": varios arbolillos jóvenes, un trozo de prado y un cañaveral.

Arrrrg, arf, arf... Grrrrrrraaaaaah... AAAAAH AAAAAAAAH AH... ah ah ah...

De vez en cuando se escuchan los ruidos que produce su particular método. Tras el entrenamiento, contempla pensativo la leña que ha juntado, y la traslada cerca de la hoguera, donde se cocina. Así que dice: Pipo tiene hambre. Y se pone a hacer la sopa para la comida del medio día.

Un día más y el sol volvía a asomar por el horizonte. Una constante más de las que tanto les gustaban a la gente y que les hacían aborrecer lo extraño, lo imprevisible y lo diferente. Si un día no amaneciera o el sol no se pusiera gritarían horrorizados y no serían pocos los que se apresurarían a poner poner fin a sus vidas por miedo a lo desconocían, en vez de disfrutar de una escena tan atípica.

Usando la mano como visera contemplé durante un rato el firmamento en el que colgaba aquella dorada constante, hasta que una de sus compañeras vino a sumarse a la escena. Esa compañera no era otra que la voz de Teniente haciendo de pregonero y anunciando que una nueva reunión se había convocado. Otra constante… Seguramente fuera cierto que poco después de dejar Taglios el famoso vino que tantos añoraban se acabó para la Compañía, pero todavía había costumbres del lejano sur que perduraban. Una de ellas era la comedia que reunión tras reunión escenificaban los mandos en su tienda.

Con la sonrisa ya preparada para lo que escucharía dentro de aquel montículo de tela relleno de vejestorios con ideas rocambolescas, entré dentro.

Manta despertó al alba, como siempre. Su cuerpo se había acostumbrado finalmente a hacerlo, a pesar de habérselas arreglado para evitarlo durante mucho tiempo. Le dolía la cabeza. No era un dolor fuerte, pero era tan inusual que se sentía confundido. Al final no había conseguido escapar de la celebración, y se había bebido las cuatro jarras de grog. Por suerte, se encontraba casi perfectamente, a diferencia de algunos de los soldados que empezaban a ponerse en pie, especialmente uno que había amanecido tirado frente a la tienda de una de las prostitutas, y se encontraba ahora doblado sobre sí mismo, escupiendo la cena y el grog de la noche anterior.

De nuevo, tocaba mañana de entrenamiento, así que no tenía sentido lavarse. Se rascó las legañas de los ojos y paseó unos minutos para despejarse, hasta que Lengua Negra convocó a todos a formar.

Campaña no bebió mucho la noche anterior, a pesar de que el grog gratis era de las cosas que más le gustaban, le había cogido el gustillo en las últimas celebraciones de las victorias de la Compañía. Estaba triste, como bien había dicho su tío, aunque ya no lo estaba tanto como lo había estado antes. Se había resignado a su nueva situación, aunque seguía dándole vueltas a todo lo ocurrido.

Sin embargo, gracias a eso precisamente, al día siguiente se despertó razonablemente bien. Estaba algo cansado, los últimos días se había entregado al entrenamiento más duro que se le había ocurrido para tratar de mantener la cabeza ocupada y no lamentarse más. Eso le había ayudado a hacerse a su nueva arma, nunca antes había combatido con una alabarda ni nada parecido pero había podido comprobar que, en sus manos, bien sería capaz de partir un hombre en dos. No era ningún secreto, tampoco era un arma que pudiera ocultarse, Divisora le había regalado su arma, y a pesar de no conocer bien sus motivos, estaba decidido a emplearla para masacrar al enemigo, honrando así a su predecesora.

- Ponzoña pasa a la Tienda de Mando.

- Poco después le sigue Serpiente.

- Matagatos sale de la Tienda de Mando.

- Lengua Negra, Ponzoña, y los tres Sargentos salen de la Tienda de Mando.

El Sargento Virote va hacia su Pelotón y les ordena disponerse a partir de inmediato.

La Sargento Falce camina hacia la zona de acampada de los Exploradores y se sienta junto al fuego.

-Debo regresar a mi pelotón y parece que Serpiente va a permanecer en la Tienda algo más de tiempo. Te contaré cuanto se ha dicho y después, tú mismo puedes transmitírselo a mi primo o decirle que acuda a donde entrenamos los Campamenteros para decírselo yo mismo.

Durante un par de minutos, Lengua Negra mantuvo una breve conversación con el Hiena, tras los cuales se marchó.

Lo que fuera había empezado. Las órdenes habían sido claras, habían llamado a los responsables de los diferentes pelotones, así como a los Magos, a la Tienda de Mando. Eso sólo quería decir una cosa...

Para Khadesa quería decir que había llegado el momento de coordinar acciones, y luchar de nuevo. El breve paréntesis había acabado, los heridos habían tenido un descanso, apenas un suspiro, pero era todo lo que habría. Y ahora...

¿Cuál es mi papel ahora...?

Pipo termina de hacer el resopón del medio día. Ha limpiado su escudilla con arena fina, así como las perolas que le sirven para hacer la comida. El resultado de sus esfuerzos no está ni mal ni bien: es un potaje espeso y sustancioso, tiene restos de lo que sobró de varias comidas anteriores, lo que descarta una obra de arte de la cocina. Sin embargo, no está mal combinado.

Después de comer algo él mismo, y de dejar la olla llena para quien quiera servirse, se dirige a la zona de acampada de los exploradores y espera a lo que tenga que decir la sargento Falce.

Sino finalizó su entrenamiento tan subitamente como había comenzado. Su último tajo dejó la cimitarra incrustada unos centímetros en la madera. Resopló al hacer un esfuerzo para arrancarla y envainó de nuevo su arma.

Se dirigió hacia uno de los cubos de agua y se limpió gran parte del sudor y suciedad que cubrían su cuerpo. Luego agarró su escudilla y recogió algo de comida dispuesto a reponer fuerzas.

Con pasos cansados se dirigió a la zona de los exploradores mientras se llevaba cucharadas a la boca. Se dejó caer en el suelo junto a Pipo y observó también atentamente a la sargento Falce en silencio.

Presentía que próximamente tendrían órdenes de ataque.

Tras unas pocas horas, el entrenamiento de Attar llegó a su fin. Había sido un entrenamiento bastante ligero, así que el guerrero no se encontraba demasiado cansado. Aquellos que había visto entrar en la tienda de mandos empezaban a salir. Seguramente, pronto habría nuevas órdenes. Tras asearse un poco y revisar el estado de su equipo, el mestizo se acercó, con intención de escuchar lo que se tuviera que decir cuando salieran todos. 

Sabandija había entrenado toda la mañana con el pelotón de los Campamenteros y su estómago rugía pro algo de comida. Cogío su escudilla y tomó una ración del ptaje que había preparado Pipo. Lo devoró en un santiamén, para luego proceder a lavarse un poco y acicalarse el cabello, polvoriento por los entrenamientos. Al finalizar se retiró discretamente a una zona algo más apartada, ensimismado en sus pensamientos.

TRANSCURRE UNA HORA.

- El Pelotón de Arqueros se despide y se marcha hacia el Este, acompañados de los Magos Escupeculebras y Caratótem.