Al ver lo lentamente que Charlotte empezaba a hablar entendí que se estaba conteniendo. Le pegaba poco, y eso quería decir justamente que le importaba mucho. La escuché atentamente, intentando ver cómo darle otro punto de vista, pero cuando más hablaba ella más difícil de convencer parecía. Quise intervenir justo cuando acabó de hablar de Elizabeth, pero antes de que lo hiciera ella volvió a hablar y decidí no interrumpir. Sin embargo poco después me arrepentí, al ver cómo se sobresaltaba.
—No puede —aseguré con rotundidad—. Puede gustarle, no lo sé, pero eso sería porque él sabe ser encantador. Pero Alice nunca nos traicionaría sabiendo que peligran nuestras vidas. Ni a ti, ni a ninguno de nosotros. Es una persona buena y generosa, tanto tú como yo lo sabemos. Y si dejas que Riddle te haga dudar, le estarás dejando ganar un poco.
Tomé aire entonces. Era difícil saber qué decir en una situación tan entre hermanas. Las había visto en su casa, conocía a sus padres... Pero aún así yo no era parte de ellas, y lo que Charlotte me pedía era que asegurase algo de lo que ella era quien más segura tenía que estar. Aunque ahora más me valía a mí estarlo por los dos. ¿Cuál era la otra opción? ¿Pensar que si una Battletower dudaba de la otra sería porque había motivos? No. Si creía en algo, era en la lealtad.
—No creo que Dumbledore eligiera a Elizabeth por ser amiga de Dracons. Creo que nos escogió a cada uno por motivos racionales más allá de eso. A lo mejor lo de Dracons son los motivos de ella para ayudarnos, pero él tuvo que ver algo más. Como sus visiones, por ejemplo. O su posición. Sea como sea tenemos que elegir si confiar en ella o no. Creo que se equivocaba en lo que dijo... Pero vio lo que vio. Y si se lo hubiera callado, Alan y yo no tendríamos ninguna oportunidad.
Tomando asiento, Dumbledore junta las manos sobre el escritorio.
—Por favor, siéntate.
Se queda mirando el mueble de madera, evitando el contacto visual, meditabundo. Un silencio incomodo se instaura entre vosotros, prolongándose sin un fin aparente. Fawkes no se encuentra allí para añadir algo de color y sonido; hoy ni siquiera está encendida la chimenea para poder contribuir con un chisporroteo. Todo cuanto oyes es el sonido de tu propia respiración mientras él permanece inmóvil como una estatua.
—Dime, ¿cuanto tiempo llevas citándote con Riddle? —dice lentamente.
Lo sabe. No tienes ninguna duda de que no se refiere a reunirte con él para sacarle información. En su voz hay un deje de tristeza intenso que revive un recuerdo, uno sucedido en este mismo despacho no hace tanto. Una acusación a su persona, una que el admitió y tú defendiste. Ese mismo dolor puede verse en sus ojos cuando finalmente alza la cabeza.
La rotundidad de las palabras de Ingo era reconfortante. No bastaba para eliminar mis temores, pero era de agradecer otro punto de vista en medio de esta locura. En especial porque las cosas, lejos de solucionarse, parecían complicarse más y más. Observé a Ingo mientras hablaba. ¿Por qué Alice no podía haberse fijado en él? Quizás no podía medirse con Riddle en belleza e inteligencia, pero tenía muchas otras cualidades y lo más importante, no torturaba ni amenazaba a la gente. Y tenía una sonrisa preciosa. Espera, ¿¡de donde había venido aquello!?
—Gracias Ingo, me has ayudado mucho. Hablamos más tarde, ¿de acuerdo? Creo que voy a buscar a Alice, no creo que esté muy bien después de lo que ha pasado ahí adentro. ¡Adiós!
Salí corriendo. En verdad sabía que había sido muy grosera, pero aquel pensamiento no había sido nada propio de mí. Necesitaba aire fresco y encontrar la manera de despejar mi mente antes de que dijese o hiciese algo estúpido.
Si no fuese algo totalmente inapropiado para una señorita sin duda habría arrastrado los pies hasta llegar a la silla, como un crío que sabe que le espera un castigo y no quiere recibirlo. Me senté y esa silla que había ocupado muchas veces en el despacho de mi mentor se me antojó enorme de repente, como si yo fuese tan pequeña que pudiera perderme en ella.
Empecé a morderme una pequeña piel del labio inferior. El silencio parecía tensar el mismo aire y las ausencias de Fawkes y del fuego le daban al lugar un aire frío que me estremecía. Segundo tras segundo intentaba convencerme mentalmente para hablar, pero no encontraba la fuerza en mi garganta para hacerlo. Mis ojos se clavaron en la madera de la mesa, como si el estudio de cada una de sus vetas fuese lo más interesante del mundo, aunque en realidad ni siquiera las estaba viendo.
Y cuando el profesor habló fue todavía peor. Cada una de sus palabras cayó sobre mí como una losa. Contuve el aire por un instante, sintiéndome pillada en falta y levanté los ojos de golpe. Se me humedecieron al ver su mirada. No sólo había fracasado con mis compañeros, también le había decepcionado.
Durante algunos segundos no fui capaz de decir nada, pero después, poco a poco, conseguí calmar mi garganta lo suficiente como para dejar salir mi voz.
—Desde el día después del partido —respondí, sosteniendo una mano con la otra porque estaba segura de que me empezarían a temblar si no—. Fui para sacarle información, como acordamos, pero él me besó y... y... —«Y todo el mundo desapareció y sólo estaban sus labios y fue precioso y sé que me ama», querría decir, pero tragué saliva despacio, segura de que el profesor Dumbledore no lo entendería. Aparté la mirada antes de seguir hablando—. Tengo sentimientos hacia él, profesor, pero le juro que no le he contado nada. No he hecho absolutamente nada que pueda perjudicar a la misión, de verdad. No soy ninguna traidora —dije, recordando las duras palabras de Elizabeth.
Algo se revolvió en mis tripas al pensar en la discusión de un rato antes. Aquello había sido tan injusto... Y sólo de pensar que mi mentor, el hombre al que tanto admiraba, podía creer de mí esas cosas que la Slytherin había dicho, me daban ganas de llorar, gritar y correr, todo al mismo tiempo. Solté mis manos y mis dedos buscaron el colgante de Tom para acariciarlo con las puntas, cogiendo fuerzas de lo que creía saber con certeza absoluta que ambos sentíamos. No era justo que nadie intentase comprendernos.
—Sé lo que Elizabeth piensa —Apreté los puños y fruncí el ceño—. Lo que dice. Pero se equivoca. Se equivoca, profesor. Ella no entiende nada de lo que ve, se cree vidente y está ciega del todo. He fracasado en lo que me pidió —reconocí con voz quebrada—, no he sido capaz de unirlos en un grupo y ahora estamos más separados que nunca por mi culpa... Pero no soy ninguna traidora. Pero profesor —dije entonces, buscando de nuevo sus ojos con una leve pátina de determinación cubriendo los míos—, creo que To~... el señor Riddle no me utiliza. Creo que de verdad le gusto... Creo que me quiere. Quizá él sólo necesita comprensión. Su vida ha debido ser muy triste, pero tal vez, si sólo me permitiese tratar de llegar a él de verdad, yo podría... Tal vez podría encontrar otra forma de resolver todo esto. —Tomé aire despacio antes de repetir lo importante—. Tom me quiere.
Me hice entonces consciente de lo que yo misma había dicho en voz alta, de cómo había mostrado mis sentimientos ante el profesor y me sentí asustada. Volví a pegar pequeños tirones con los dientes de esa piel suelta de mi labio antes de reunir fuerzas para hacer una pregunta en un susurro lleno de pesar.
—¿Me va a pedir que deje de verlo?
Asentí con seriedad cuando Charlotte me dio las gracias. No creía merecerlas y las tomé más como una formalidad, pero también como algo bueno: al menos me había escuchado. Pedir que hiciera las paces con Elizabeth quizá fuera demasiado, pero a lo mejor no se tomaba tan a malas todo lo que dijera.
Acto seguido la vi despedirse y estuve a punto de hablar, pero antes de que pudiera ella se marchó corriendo.
—Pero... —empecé a replicar, sin saber muy bien qué había pasado. Nos habíamos comprometido a no ir por ahí solos, y aunque yo me sabía en peligro me preocupaba más lo de ella. Sin embargo la seguí sólo unos pasos antes de desistir. Aún estaba agotado.
Con un suspiro me planteé hacia dónde dirigirme. ¿Teníamos cosas que hacer? Sí. Y también mucho que planear. Pero mientras no fuéramos capaces de ponernos de acuerdo iba a ser complicado.
Al final opté por lo más sencillo: la Sala Común.
Puedes ver como sus ojos se abren más y más ante el repentino estallido de información. Cuando terminas de hablar los cierra por un instante y al volver a abrirlos puedes apreciar una chispa de preocupación.
—No —dice con voz pausada—, no lo haré.
Se inclina un poco hacia adelante. Puedes ver como junta las manos, incómodo.
—Cuando Fawkes regresó a mí estaba bastante alterado, así que volví del Ministerio tan rápido como pude. Hablaremos de eso más tarde, pero quiero que sepas que no he hablado con la señorita Deacon. Ahora, sobre lo que me has contado...
Hace una breve pausa y finalmente sonríe. Es muy leve, pero ahí está.
—Sé que no eres una traidora. Desde que te pedí ayuda has manejado este asunto con presteza y más gracia de la que podía imaginar. Si alguien ha fallado he sido yo. La carga que llevas es producto de mis errores y debería haber juzgado mejor cuán pesada podía resultar para ti. Alice, de verdad me siento orgulloso de ti.
Camina hacia ti y posa las manos sobre tus hombros. No hay atisbo de reproche o engaño en sus gestos.
—Confío en ti. Tienes la mente mucho más clara que yo a tu edad y no es decir poco —su sonrisa se ensancha—. Haz lo que creas que debes hacer. No veo en Tom ningún signo para pensar que ha cambiado, pero quizás tú seas la clave. El amor es una magia muy poderosa. Quizás tengas razón. Confío en ti, Alice —repite con firmeza—. Sé que harás lo correcto al final. Igual que hice yo —añade sin darse cuenta.
Todo el temor y la preocupación que se arremolinaban en mi estómago mientras esperaba que mi mentor respondiera se tornaron en alivio cuando habló por fin. Respiré hondo, haciéndome consciente en ese momento de que había estado conteniendo el aliento y bajé la mirada de nuevo hacia la mesa cuando mencionó a Elizabeth. El asunto de la Slytherin dolía, aunque la confianza que me manifestaba el profesor era como un bálsamo para ese escozor.
—Muchas gracias por confiar en mí, profesor —dije con vehemencia—. Significa muchísimo para mí, se lo aseguro. Sé que no he conseguido unir a mis compañeros en un grupo, al menos no a todos... Pero nunca haría nada que pudiera perjudicar a ninguno de ellos, o a usted, o a la misión que nos ha encomendado.
Suspiré y tan aliviada me sentía que hasta una pequeña sonrisa se deslizó en mis labios como respuesta a la suya. El vaivén de emociones que había sido aquel día todavía no se había apaciguado, pero al menos en ese momento tenía la esperanza de que todo podía salir bien al final. Si contaba con la confianza de mi mentor me sentía mucho más capaz de enfrentarme a lo que se presentase.
—Elizabeth tuvo una de esas... visiones —comencé a explicar entonces, frunciendo mis labios en una pequeña mueca—. Y estoy segura de que la malinterpretó, al menos en parte. Ella vió que... —Me detuve en seco al darme cuenta de que mis dedos de nuevo habían vuelto a acariciar la serpiente que colgaba de mi cuello. Una vez apaciguadas las emociones la parte más racional de mi mente tomaba el control que solía tener y las dudas que suscitaba aquel adorno acicateaban mi seguridad.
—Oh, espere —pedí, llevando ambas manos a la nuca para soltar la cadenita de mi cuello y llevarla delante de mis ojos—. Tom me regaló este colgante. No me había dado tiempo de examinarlo todavía, pero... Tal vez deberíamos hacerlo, ¿no? —pregunté, alzando la mirada desde la joya hasta los ojos del profesor.
El interés de Dumbledore es inmediato. Con cuidado toma el colgante en la palma de la mano y lo examina con curiosidad. Inclinando un poco la cabeza saca su varita y empieza a murmurar varios hechizos, hasta llegar a media docena. Salvo uno todos los demás te suenan y uno es el famoso Specialis revelio. Tras aquella batería de pruebas en las que el cristal ha cambiado de color, brillado o simplemente ha permanecido inerte, Dumbledore levanta la cabeza.
—No veo nada por lo que preocuparse. Sin embargo me gustaría conservarlo un día o dos más, para realizarle otras pruebas con más detenimiento, sí me das tu permiso. Hablaré con Elizabeth en cuanto la vea. Y antes de que lo olvide, el director me ha comunicado tu castigo. Quiere que limpies la plata de la sala de los trofeos esta noche.
Doy casi por supuesto que le dejas el colgante a Dumbledore, pero no quiero hacer nada sin tu consentimiento. Si accedes el sacará un anillo y lo transformará en una copia exacta del colgante para guardar las apariencias.
Mis ojos brillaron recuperando mi natural curiosidad en cuanto el profesor Dumbledore comenzó a recitar hechizos. Me fijaba en cuáles eran y me sentí orgullosa de mí misma porque me sonasen casi todos. Aunque precisamente me intrigó más aquel que no lo hacía. No me perdí ninguno de los cambios en el colgante y, cuando terminó, levanté la mirada yo también.
Asentí con la cabeza de inmediato a su petición, pero no llegué a decirlo de palabra antes de que mencionase a Elizabeth. Sólo con escuchar su nombre el brillo en mis ojos se apagó y suspiré entre dientes. Pero las malas noticias no habían terminado porque llegaba también el castigo para esa noche. Ah, con la de cosas que tenía que hacer. Tenía que estudiar y hacer trabajos para varias asignaturas y el de Defensa para las Artes Oscuras y tenía que investigar sobre las visiones y cómo cambiarlas y tratar de ver a Tom y pasar un rato con Charlotte y...
—¿El castigo por lo del señor Black? —pregunté, al tiempo que enrojecían mis mejillas. ¿El profesor sabría ya lo que me había pasado con el celador?—. ¿O por lo de hoy con Agnus...?
Tomé aire. Si no lo sabía sin duda sería mejor que se enterase por mí.
—Es que antes cuando nos reunimos y Elizabeth tuvo la visión en la que Ingo y Alan morían y me dijo todas esas cosas horribles —Mi rostro se puso granate al recordar lo que la Slytherin me había llamado— y me acusó de ser una traidora, sacaron las varitas y fue terrible. Charlotte se enfadó también conmigo, aunque lo arreglamos un poco después y cuando salía para reunirme con Tom... el señor Riddle... Estaba muy afectada y entonces Agnus me agarró del hombro y no me dejaba salir. Me hacía daño y yo necesitaba escapar y... ya no pude más y perdí la cabeza. Me arrepiento muchísimo, profesor, pero le di una patada en la pierna y salí corriendo. Y él me dijo que no iba a quedar eso así, así que supongo que tendré algún castigo por eso también... —Bajé la mirada, contrita—. Aunque creo que mañana debería buscarlo para disculparme con él.
Hice una pausa y me llevé las palmas de las manos a las mejillas, intentando atenuar el calor que desprendían.
—Pero claro que puede quedarse el colgante para analizarlo. Aunque si Tom ve que no lo llevo podría parecerle raro y... —Detuve mis palabras al ver cómo el anillo del profesor cambiaba de forma hasta resultar idéntico al regalo de Tom—... Oh, vaya. Está genial así. Gracias, profesor.
El profesor ha escuchado todos los puntos de tu explicación sin alterarse, asintiendo de vez en cuando. Sin embargo no puede evitar alzar una ceja al oír tu incidente con el celador.
—Sí, sería lo mejor. Me temo que tu castigo transcurre con él y si conozco bien a Agnus no dudará en aprovecharse de la situación —suspira y luego sonríe—. Trataré de aplacarlo un poco si tengo tiempo, pero antes será mejor que hable con la señorita Deacon sobre lo ocurrido. Alice, quiero que sepas que no permitiré que eso ocurra, no mientras siga aquí —su rostro muestra una férrea determinación—. Ahora trata de descansar un poco. No puedo imaginar lo duro que ha debido ser tu día. Si necesitas cualquier cosa ya sabes donde encontrarme.
Hablaré con la señorita Deacon de inmediato. Creeme Alice, no permitiré que nada de eso ocurra mientras este aquí, en hogwarts. Me gustaría discutir con eli los detalles de su visión. Veo que has tenido un día duro. Ve a descansar un poco. Y recuerda; a las 8 en la sala de trofeos. Veré que puedo hacer respecto a tu otro castigo, aunque sí conozco bien a X, aprovechará esta noche para desquitarse y quizás olvide lo ocurrido.
Me puse el colgante de nuevo en el cuello y fruncí los labios en un pequeño mohín al escuchar que mi castigo sería con Agnus, pero no protesté. Me lo merecía por lo que había hecho por la tarde, así que intentaría llevarlo lo mejor posible. Me puse en pie cuando el profesor Dumbledore me despidió, pero antes de marcharme lo miré con admiración.
—Gracias por todo, profesor —dije con vehemencia, asintiendo con la cabeza—. Por ser tan comprensivo y confiar en mí y... todo. Haré lo que sea para que evitar que a Ingo y Alan les pase algo malo.
Y dicho eso, me di la vuelta para salir del despacho y ponerme rumbo a la biblioteca. No sabía si Tom estaría todavía allí, pero si tenía que cumplir el castigo esa noche, tendría que hacer deberes antes y con un poco de suerte podría empezar a investigar sobre las videncias y profecías. Ese tema nunca me había llamado la atención pero necesitaba saber cómo cambiar el destino.