Partida Rol por web

¡Estaba tan contenta!

Esa mañana se levantó pronto, abrió las ventanas y respiró el fresco oxígeno del exterior. Su mirada cruzaba el cielo; su mente, despejada de acontecimientos pasados. El día, no importaba si lo era, tenía aroma a domingo.

Se presentó en casa del señor Vane con dos paquetes en las manos. Entregó el primero, unas pastas de té, que fueron servidas con la bebida. Constance se interesó por la salud del doctor y le comunicó que la anterior noche, tras dejarle en su casa, se dirigió al despacho del doctor Ragostin, pero lo halló cerrado y no había nadie en su interior. Tras una breve pero agradable conversación, Mortimer se retiró a su despacho, dando espacio a las dos jóvenes.

La fotógrafa sonrió ampliamente. Siempre se alegraba de ver a Evie, aunque las circunstancias fuesen ahora muy distintas a las de antaño. 

-¿Te apetece salir al jardín? -propuso, entusiasmada-. ¡Hace un día espléndido! 

La muchacha se había alegrado al ver aparecer a su amiga con aquellos paquetes en sus manos. No tardó en ofrecerse a cogérselos y cuando comprobó el contenido del primero de ellos se apresuró a preparar un té para acompañar las pastas. Mientras el doctor Vane era informado por la fotógrafa de su infructuosa visita al despacho del Doctor Ragostin, el sonido de la tetera en su punto rompió la tranquilidad del momento, el salón pronto se inundó del inconfundible aroma del té recién preparado y Evie sirvió, en las tazas de porcelana ribeteadas con una fina línea dorada, el cobrizo líquido, dejando un poco de leche caliente por si alguno quisiera mezclarlo.

El doctor Vane negó la taza y se despidió tras informar de que se encontraba bien y quitándole importancia al hecho de no encontrar al señor Ragostin en su despacho. Ya era un hombre mayor y se podía tomar licencias. 

Cuando ambas mujeres se quedaron solas, Evie mostró su afecto. Se acerco a Constance y le dio un afectuoso abrazo. 

—¡Qué alegría verte, Constance! —dijo con tono afable—. Claro, me encantaría. 

Tomó las tazas de té para sacarlas a la mesita del jardín junto al plato con las pastas que había traído. 

—¿Qué tal se encuentra tu padre? ¿Ha encontrado, por fin, un momento de descanso?

Cuando Evie se ofreció a coger los paquetes, encontró que Constance le tendía amablemente uno de ellos, mientras el otro le era sutilmente retirado, con una mirada enigmática y una sonrisa cómplice.

Correspondió con calidez a su amiga, brindándole también un sentido abrazo, acorde al sincero afecto que las unía.

-Deja que te ayude -se ofreció amablemente, pero Evie se había adelantado ya y salía hacia el jardín. Podría coger la tetera y la leche, pensó, pero hacerlo era privar al doctor Vane de un posible cambio de opinión.

Constance la siguió y tomó asiento junto a la mesita, dejando cuidadosamente el paquete a un lado. Luego la miró, sin poder ocultar cierta preocupación cuando se interesó por su padre.

-Todavía no -suspiró, dejando caer los hombros-, pero pretendo buscarle un ayudante. Creo que aceptará -dijo convencida. Tampoco es que le quedase otro remedio al pobre hombre-. Esta misma tarde hablaré con Jonathan y le pediré ayuda -se quedó pensativa un instante. La noche del accidente sintió la urgente necesidad de verle, de contarle lo ocurrido y refugiarse en su consuelo. Ahora, sin embargo, esa necesidad se había desvanecido. Se encontraba fuerte, serena-. Tenía previsto hacerlo anteayer, pero... -le miró dándose cuenta de que probablemente el señor Vane no le habría explicado nada. Constance se lo contaría, pero antes quería saber cómo estaba ella.

-¿Y tú? ¿Qué tal te encuentras? -aguardó con una esperanzada sonrisa, cogiendo sus manos entre las suyas. Se preguntaba si su familia habría ido a visitarla o si tal vez se habrían encontrado en algún otro lugar. En cualquier caso, sería una buena noticia que mantuviesen el contacto.