Partida Rol por web

London by Night: Crimson Nights

[Prólogo] Closed Eyes (Constance Gallagher)

Cargando editor
30/03/2019, 15:25
Narrador

31 de Agosto de 1888

El día había amanecido movido, si bien hoy se te habían pegado algo las sábanas, habías llegado a escuchar los rumores, de la gente por la calle, de que un nuevo asesinato se había producido en las calles abarrotadas del distrito de Whitechapel. No hacía falta estar al dia de los acontecimientos. El caso de las prostitutas asesinadas era la comidilla de todos los periódicos londinenses. Si el rumor resultaba ser cierto, sería ya el tercer asesinato, de lo que llevamos de año, de prostitutas en Whitechapel. No era un distrito muy recomendable para pasear, no sólo estaba algo alejado, si no que, con la cantidad de delitos que se estaban dando... lo mejor era evitarlo. Por mucho sentido aventurero que tengas, correr un peligro absurdo no entraba en los planes de nadie. 

El negocio familiar iba viento en popa, no faltaban los muertos, y por los rumores... no iban a faltar en una larga temporada. Londres estaba sobrepoblándose cada día más, y la única forma que tenían los inmigrantes de encontrar un techo en el que descansar, era buscar un hueco en las hacinadas propiedades dispuestas para ellos. Las llamadas casas de huéspedes. Todo el mundo sabía que eran un foco de enfermedades de todo tipo. La sífilis estaba matando a todos aquellos que no tenían el dinero necesario para tratarse, y aunque pudiesen tratarse, no era seguro que sobreviviesen. Por ello, el negocio que se encargaba de la muerte era tan beneficioso. Al fin y al cabo... todo el mundo muere y los que quedan atrás desean algo digno para los restos mortales. Pero no todo iban a ser buenas noticias, más trabajo significaba más horas invertidas, y la necesidad de invertir esas horas hacía que el tiempo que disfrutábais tú, y tu padre juntos, hubiera menguado hasta desaparecer. Los paseos a caballo, los juegos de espadas de madera... todo eso quedaba atrás, en un bonito recuerdo. 

Tu afición a las artes lo habías traducido en pasión por la fotogragía, y por continuar al lado de tu padre, te habías iniciado en la moda del momento. La foto de despedida de la familia a sus seres queridos. Un último recuerdo con el perpetuar el recuerdo. Una actividad macabra, sin duda, pero que se había extendido por todo Londres sin ningún tipo de remedio. En un principio te había costado empezar, aún había gente que se extrañaba mucho cuando te veía entrar para hacer la foto. No dejaba de ser un mundo de hombres, pero el trato que dispensabas, y el resultado de la propioa foto, acababa por hablar por ti. Casi siempre acababas por ser recomendada. 

Hoy era un día especial, a tu padre se le amontonaba el trabajo y todo apuntaba a que iba a ser un largo fin de semana. Al llegar a ver a tu padre, pudiste verlo especialmente cansado. Probablemente se había tirado toda la noche embalsamando para que pudiera darle tiempo a hacerlo a los próximos cadáveres. Con un resoplido cansado te da los buenos días. 

-Buenos días, hija. -Te sonríe, sin poder ocultar el cansancio que le atenaza. -Hoy tienes que hacer varias fotos. Te he dejado las direcciones en la mesilla de entrada. 

Era todo lo que te decía, por el momento, antes de volver a preparar el cuerpo en el que estaba trabajando. 

Cargando editor
31/03/2019, 01:20
Constance Gallagher

Constance entró en la cocina, cogió una manzana verde y le dio un buen mordisco. Estaba ácida y refrescante. De un salto se sentó sobre la encimera y desde allí miró a través de las ventanas. La gente era un ir y venir al igual que los rumores del último crimen en las calles de Whitechapel. Pensó en aquellas pobres mujeres, sorprendidas y atacadas por un asesino despiadado que todavía no había sido atrapado. Era realmente espeluznante. Le gustaba leer acerca de historias oscuras y llenas de misterio, pero en las novelas, no en el periódico. 

Fue a saludar a su padre y al verlo, frunció el ceño. Estaba agotado, y conociéndole, no iba a tomarse un momento de descanso. -Buenos días, padre -saludó con una agradable sonrisa- ¿cómo se encuentra esta mañana? Se le ve cansado -apresuró a responder ella misma por si a él se le ocurría suavizar lo evidente.

Seguro que no habría comido nada. Constance dio la vuelta a la manzana y le ofreció el lado liso, acercándoselo para que le diese un bocado, a no ser que él hiciese un gesto de inapetencia. Él volvió al trabajo y no hicieron falta tres segundos para que la joven tomase una determinación. Ya no se trataba del tiempo de ocio que no tenían, sino de la salud de su padre. Si continuaba a ese ritmo, Walter enfermaría.

-Padre, creo que en vista de la enorme cantidad de trabajo, deberíamos contratar a una persona que nos ayude, aunque sea por un tiempo -planteó como una sugerencia cuando en realidad era una decisión-. Si usted conoce a alguien de confianza iré a buscarle, si no, esta misma tarde me acercaré al periódico a poner un anuncio. ¿Un mes le parece bien? Si hiciese falta más tiempo, siempre podríamos alargarlo.

Era muy posible que recibiese una negativa, pero Constance contaba con dos factores a favor: su insistencia, y la falta de descanso de su padre, que abatiría en él cualquier ánimo de discutir.

Besó su mejilla y se dirigió a la entrada para revisar la lista y a las direcciones. Esperaba que no hubiese muchos “plumas blancas”, así llamaba ella a los encargos cuando el fallecido era un niño, pues en estos casos el blanco no solo era el color que vestía el ataúd, también blancas eran las plumas que adornaban las carrozas fúnebres y los caballos que tiraban de ellas.

Preparó todo cuanto necesitaba y fue a despedirse primero de Emily, su madre, tomándose un momento para transmitirle la preocupación por la salud de su padre. Seguro que ella prepararía un buen desayuno y conseguiría apartarle del trabajo, aunque fuese por escasos minutos. La abrazó y luego fue a despedirse de él. Estaba lista para salir, con el cabello recogido y la ropa oscura como manda la ocasión.

Cargando editor
03/04/2019, 01:09
Narrador

Agradecido, muerde la manzana que le ofreces mientras sigue con lo que tiene entre manos. El trabajo al que se dedicaba era bastante solitario y poco agradecido, pero en estos últimos momentos nadie trataba con más respeto, los restos mortales, que tu padre. Pocas veces levantaba la vista de su trabajo mientras hablaba, pero escucharte decir que necesitaba contratar a alguien más para ayudar en el trabajo consiguió que centrara su atención en ti. Fruciendo el ceño, y poniendo un gesto de incredulidad, se encogió de hombros, tardando unos segundos en contestarte. Segundos que parecieron horas. 

-No se, hija. -Vuelve a centrar la vista en el cadáver. -Coger un aprendiz... ahora... tardaría más en explicarle cómo hacer las cosas que hacerlas yo mismo. -Se seca el sudor con el antebrazo antes de continuar. Tu beso en su mejilla pareció quitarle las ganas de seguir con este tema en particular. -Bueno... lo discutiremos más tarde, señorita. Ve anda, ve.

Tras despacharte, recoges las direcciones y el material necesario y sales por la puerta dispuesta a hacer tu trabajo. Son tres paradas, aunque un poco distantes entre sí. Va a ser un día largo, cargar con todo, montar y desmontar, llegar al nuevo destino y empezar otra vez... teniendo en cuenta que el duelo de las personas les hace ser más lentas y menos decididas, probablemente tengas que invertir gran parte del día, por no decir el día entero. Afortunadamente, el transporte en la ciudad es lo suficientemente bueno como para no tener que preocuparte. La primera de las casas que visitas se encuentra en Mayfair, una familia de zapateros que ha tenido la suerte de hacer fortuna. El padre de la familia murió de un ataque al corazón mientras estaba trabajando, dejando cuatro hijos y una viuda. Todos quieren salir en la foto, lo que te retrasa en consideración. La viuda poco puede hacer por contener las lágrimas, pero no quiere aparecer abatida en la foto. Tras varios intentos, con toda la paciencia y el control del mundo, consigues un par de instantáneas prometedoras. Para cuando abandonas la vivienda, tu estómago te indica que has dejado atrás la hora de comer. Una pequeña parada para comprar algo con lo que llenar el vacío, y otra vez en marcha. 

La segunda casa es el hogar de una familia más humilde. El trabajador de una de las minas de carbon, ha enviudado y se queda al cargo de seis hijos. Al menos, en estal foto sólo quiere salir el marido, los niños observan, desde una distancia prudencial, la particular imagen de una persona posando el cuerpo inerte de su madre. Con todo el silencio del mundo, y el cuidado, haces la foto, y recoges con tranquilidad, pese a que son cerca de las cinco y media de la tarde, te encaminas hacia la parte noble de la ciudad. El propietario de una de las navieras más importantes del reino ha muerto, sin familia conocida. La riqueza de este hombre acabará en las arcas reales, o eso es lo que debería pasar, al no tener ningún tipo de herederos. Andas hasta el quicio de la puerta y llamas, solemnente . Tras unos segundos, uno de los mayordomos abre la puerta. Te mira de arriba a abajo, sorprendido de encontrarse a una mujer al otro lado, obviamente esperaba a alguien diferente. Con el ceño fruncido, dibujando un alínea recta en sus labios, estira la cabeza y mira hacia los lados, como si esperase encontrar a otra persona. Al no ver a a nadie más, este te mira, de arriba a abajo, manteniendo un silencio incómodo entre ambos. Finalmente lo rompe, proyectndo cierto cansancio.

-Buenas tardes, señorita. -No oculta cierto desdén sus palabras. -¿Qué se le ofrece?

Cargando editor
05/04/2019, 20:36
Constance Gallagher

Su padre tenía razón. Comprendía su pereza en enseñar a un aprendiz, más cuando debía exprimir el tiempo para acabar el trabajo en hora, pero él no se había negado a su propuesta, lo cual decía dos cosas. La primera, que estaba receptivo. La segunda, que era consciente de lo agotado que estaba.

La fotógrafa no añadió nada más, pero al salir por la puerta ya tenía su plan elaborado. Walter no podría negarse con argumentos. A Constance le preocupaba su salud, pero a él su trabajo. Si bien era cierto que un ayudante, en un principio retrasa, también lo es el hecho, de que un hombre invalidado por enfermedad, no puede avanzar tarea alguna en absoluto. Pero esto no bastaba para convencerle, solo le daba la razón en ese momento. Pensaba abordarle con el trabajo hecho, aunque su padre podría enfadarse, claro estaba. Cuando acabase la jornada iría a ver a Jonathan y le pediría ayuda. Tal vez él conociese a alguien de la universidad, algún alumno ágil de mente y manos, dispuesto a aprender o adquirir experiencia. ¿Un médico forense, tal vez? Lo hablaría con su amigo. Luego invitaría a ambos a casa, aunque solo entrarían al comedor, pues debía ser su padre quien eligiese salir a conocerle o no, y ya puestos, Jonathan podría hacerle un reconocimiento médico para determinar el estado de su salud. Constance sonrió, satisfecha con su plan. Haría cualquier cosa por el bienestar de su padre.

Tres visitas. Parecía un número asequible, pero como ya había comprobado en otras ocasiones, nunca es posible determinar el tiempo que se tarda en acabar cada trabajo. 

El primer difunto dejaba un vacío en los corazones de su viuda e hijos, y por suerte para ellos, la vida económicamente solucionada. Las lágrimas de la mujer y el hecho de que todos los hijos quisieran salir en la fotografía, reflejaban que era un hombre querido y que su vida dejaba en ellos la huella de un buen recuerdo.

La segunda familia había perdido esposa y madre. Contrastaba la actitud de los niños con los de la casa anterior, pero a Constance todo le parecía natural. Cada cual reacciona de un modo distinto y ella no era quién para juzgar eso.  La situación aquí era más dramática en tanto al futuro de los chiquillos, seis nada menos, pues si bien el zapatero del primer encargo dejaba a su familia con estabilidad económica, estos niños habían crecido humildes y a falta de madre...

Mejor era no pensar, o no hacerlo e ese momento al menos. Era inevitable no absorber parte del dolor pero era importante distanciarse, por más frío que esto pudiese parecer, y luego, dejarlo ir, olvidarlo. Era el único modo de salir adelante. Constance recordaba las primeras visitas que había realizado acompañando a su padre, cuando todavía no realizaba fotografías. Él había creído conveniente que ella supiese de primera mano dónde se metía y que tomase por sí misma la decisión. Mentiría si dijese que no derramó lágrimas o que los ojos no se enrojecieron en más de una ocasión. Tampoco sería cierto decir que no pasó noches en vela, pensando en esas pobres familias que habían perdido un ser querido. Hicieron falta muchos pañuelos, pero sin saber muy bien cómo, llegó el día en que lo consiguió. 

"Ronald Francis Bane" -leyó. Alzó la vista. Se hallaba en la parte noble de la ciudad. Propietario de una importante naviera, todas sus riquezas engrandarían las arcas de quienes no necesitaban más. Cuánto bien haría esta herencia en niños como los que acabo de visitar. Cogió una gran bocanada de aire y lo soltó con lentitud.

Caminó hacia la casa del difunto señor Bane. El día estaba resultando ser bastante largo y aún tenía que hablar con Jonathan, eso era algo imperativo. Dio tres golpes secos y precisos en la puerta y se retiró dando un paso atrás. No tardó en aparecer un mayordomo, primero sorprendido, luego disgustado, a juzgar por su ceño fruncido. Tenía los labios apretados en una línea recta que recordó a la joven el aspecto de una boca bien cosida. Constance se mantenía inmóvil, frente a él, tranquila cual lluvia fina cayendo sobre la hierba, dando espacio y tiempo al hombre que exageraba el gesto manifestando su disconformidad. Sus ojos en los del mayordomo, no manifestaban malestar o preocupación y es que no era la primera vez que la fotógrafa vivía una situación así. No conseguiría incomodarla, pues al verle, ella tenía la certeza que un día u otro, de tener suerte, aquel hombre como tantos otros antes que él, mejor o peor vestidos, acabaría en una de las cajas de su padre.

-Buenas tardes, señor -respondió imperturbable-. Soy Constance Gallagher. Vengo a realizar las fotografías encargadas por el señor Bane.

Cargando editor
07/04/2019, 19:19
Narrador

El mayordomo te mira, fijamente durante unos segundos, sin mover su gesto ni un ápice. La sequedad y la parquedad de sus palabras te indican que lo que puede estar pensando de que sea una mujer la que se vaya a encargar de realizar el último deseo del señor de la casa. Termina levantando las cejas, letamente, cambiando el semblante de una seriedad incrédula, a la sorpresa exasperante, pero no dice nada. Se limita a parpadear mientras se hace a un lado, permitiéndote el paso al interior, sujetando la puerta. Mantiene las manos a la espalda, como dicta el protocolo, pero te imaginas que estaría mucho más solícito si hubieras sido un hombre. No te cabe la menor duda. 

-En fin. Por aquí, sígame. -Dice, levantando un brazo con el que te invita a seguirle por los pasillos de la gran casa. -El señor Bane estaba interesado en que... su trabajo... sea enviado a la Royal Society. No reparará en gastos... -Se queda callado unos segundos, como pensando. -No iba a reparar a gastos. -Matiza. -Quería un marco de oro y marfíl, que el blanco hueso contraste con el oro de las esquinas y la parte media de cuadro. -Gira la cabeza para mirarte. -¿Podrá hacerse cargo de los detalles?

Caminas hasta el dormitorio principal de la casa, que se encuentra en el segundo piso. En la cama, se encuentra el difunto, un hombre mayor, con un impecable corte de pelo, así como una barba poblada y cuidada. Habiéndose dejado sin cortar las patillas y el bigote, que ha decorado levantanto los extremos hasta que ambor forman un semicírculo hacia el interior. Esta vestido con ropa de gala militar, incluso tiene varias condecoraciones que no sabes lo que significa. En una mesa, un sable y un arcabuz completan lo que debe de ser el atrezzo para las fotos. Nada más entrar ves a un par de mozos, bien vestidos, esperando en la habitación. Se ponen un poco nerviosos cuando se abre la puerta. 

-Muy bien, señorita Gallagher. Tómese su sitempo. -Señala hacia los mozos. -Estos son John y Clark. Le ayudarán en todo lo que necesite para desempeñar su trabajo. No dude en llamar si necesita algo. 

Acto seguido, cierra la puerta y te da la intimidad que puedas necesitar. Los chicos te miran nerviosos, esperando para cumplir el cometido que tengan que realizar. Aunque no se mueven, se nota que cambian el peso de una pierna a otra, esperando tus indicaciones. 

Notas de juego

Tira una Percepción + Alerta dif6

Cargando editor
17/04/2019, 20:05
Constance Gallagher

Constance aguardó tranquila dando tiempo al mayordomo a asimilar la “terrible” situación. Cuando éste se hizo a un lado permitiéndole el paso, la joven hizo un cortés gesto de cabeza y entró en la casa. Caminó tras él por los pasillos. Había esbozado una leve sonrisa cuando escuchó al hombre decir “en fin”, aunque él no podía verlo al quedar Constance a su espalda. Si se sorprende usted de ver una mujer, espere a ver el resultado del trabajo. Haré un magnífico retrato y eso sí le va a impresionar.

La Royal Society. ¡La Royal Society! Los ojos de la joven relampaguearon al escuharlo. ¡Cómo le gustaría poder entrar allí, conocer y conversar con alguno de sus miembros, un científico. ¡Sería increíble! ¿Habría conocido el señor Bane a Charles Darwin? Hacía poco que éste había fallecido también. Suspiró. Ni en un millón de años conseguiría poner un pie en aquella institución. A menos que...

Una voz interrumpió sus pensamientos y la joven dejó de soñar. Escuchó con atención las instrucciones previstas por el señor Bane que le transmitía ahora el mayordomo. -Por supuesto, señor -respondió amable y resuelta cuando él preguntó si se haría cargo de los detalles. Subieron al segundo piso. El difunto se hallaba en su dormitorio, vestido con traje militar de gala y un aspecto impecable. Constance echó un vistazo general. Vio a los dos mozos que aguardaban de pie y las armas que se habían dispuesto para utilizar en el retrato. -De acuerdo, gracias -se despidió educada del mayordomo cuando él anunció que se retiraba.

Ahora estaba sola con John y Clark. -Buenas tardes señores -saludó. Daba la impresión que estaban algo nerviosos- gracias por su colaboración. Dejó sus herramientas en una esquina de la habitación, a un lado de la puerta donde seguro no molestaban y estudió cuál sería el mejor lugar para hacer la fotografía. Desde luego no podía salir la cama ni elementos como un cuadro con el rostro de otra persona en el fondo. El color o estampado de la pared también era importante. De ser muy oscuro o tener una saturación de color similar a la ropa del difunto, pondría una tela blanca bien tensada a modo de fondo.

Una vez escogió el lugar ideal, se dirigió a los mozos para explicarles cómo iban a realizar el trabajo. -El señor Bane se situará aquí, de pie -dijo colocándose en el lugar indicado-. Primero desplegaré el material necesario y luego le traeremos para hacer la fotografía-. Tenía claro que el señor Bane tenía que estar erguido. Quería tomar una fotografía sobria con una posición impecable, los hombros perfectamente alineados y la ropa sin una arruga, y esto no se conseguía sentado en una silla.

Constance fue a por las herramientas necesarias y las dispuso en el lugar escogido. El señor Bane estaría a una distancia de la pared de 4 pies. Utilizaría los soportes y estructuras para mantener su cuerpo en pie y su cabeza en la posición adecuada. Preparó también la cámara. En cuanto al tamaño de la fotografía, había decidido que fuese el mayor posible, y el encuadre escogido sería de tres cuartos, lo que otorgaba empaque y presencia sin perder la fuerza del rostro, ya que esta proporción le daba protagonismo.

Con todo listo, pidió a los mozos que transportasen con cuidado al señor Bane al lugar que les había señalado antes. Una vez colocado allí y sujeto a las estructuras pertinentes, Constance revisó que todo estuviese perfecto. La posición perfecta, los hombros rectos y alineados, el mentón despejado y dispuesto a la altura óptima. Revisó especialmente su rostro y cabello, comprobando y arreglando algún cabello en caso de haberse descolocado en el trayecto, para ello tenía un neceser con cepillo y otros utensilios. Los ojos cerrados, como no podía ser de otro modo. La ropa impoluta, sin arrugas, las condecoraciones en perfecta verticalidad. Revisó incluso si faltaba un botón, aunque esto era improbable. El señor Bane parecía dar mucha importancia a su aspecto y el mayordomo se veía competente, no habría pasado por alto un detalle así, pensó. 

Por último, las armas. Seguramente el señor Bane sería diestro, como la mayoría de las personas. Esto era sencillo saberlo por el cinturón que sujetaría el sable. Colocaría el arma en su lugar y el arcabuz iría en la otra mano. La empuñadura en el suelo y el cañón apuntando hacia arriba. Si era posible, colocarían la mano del difunto en una posición óptima para sujetar el arcabuz o apoyando el arma sobre la mano para simular que lo sujetaba. Al ser un arma tan larga, el retrato no requeriría de otros elementos, pues la imagen resultante tenía una composición equilibrada.

La joven tenía una actitud serena y de confianza. Explicaba con antelación a los mozos lo que necesitaba de ellos y en caso de que encontrasen alguna complicación, su disposición era en todo momento amable y positiva. También era respetuosa y delicada con el señor Bane. Era evidente que se tomaba muy en serio sus últimas voluntades, así como su propio trabajo.

Con todo preparado realizó varias fotografías. Escogió un ángulo sensiblemente inferior para dar notoriedad a su rostro y conseguir un resultado imponente. Tomó también alguna fotografía de cuerpo entero para tener más opciones, aunque tenía claro cual sería su elección. Cuando finalizó, pidió a John y Clark que colocasen al señor Bane sobre su lecho, tal como estaba dispuesto a su llegada. Revisó después que estuviese en perfecta posición y aspecto, acomodándolo de ser necesario, alisando la ropa y asegurándose de que todos los adornos de su traje y su rostro y cabello luciesen impecables. Después, recogió sus herramientas de trabajo y las colocó de nuevo en el rincón junto a la puerta y seguidamente avisaron al mayordomo.

- Tiradas (1)
Cargando editor
22/04/2019, 22:18
Narrador

La extrema diligencia a la hora de hacer tu trabajo impresiona a los dos jóvenes que están para ayudarte, John y Clark que trabajan a una buena velocidad para acabar la faena lo más rápido posible, visiblemente abrumados por tener que manipular un cadáver. La ilusión que tienes, el ojo para el detalle y la determinación para dar una última muestra de fuerza en este último momento impacta en ellos, durante todo el montaje son incapaces de articular palabra alguna, limitándose a lanzarse miradas furtivas cuando creen que no les ves. El montaje de la estructura debido a la posición, es bastante complicado, no puede salir en la foto, y la firmeza de la posición requiere que sea una construcción resistente, que aguante el peso de las extremidades del hombre.

Una vez todo montado, tras haber escogido el lugar perfecto para la foto, sacar unas cuantas fotos desde diversos ángulos, a diferentes tamaños para acabar escogiendo la mejor de ellas era sólo cuestión de tiempo. Estás segura que sí hubieras dado libre a los dos mozos estos se hubieran marchado rápidamente de la habitación a cumplir con otros menesteres. Quizá no te hubiera importado, pues sus cuchicheos y reproches hacían tú trabajo más arduo de lo normal. No llegabas a entender lo que decían, y cada vez que te girabas para mirarles se erguían, mirando al frente, como si no estuvieran haciendo nada. Disimulando bastante mal e incluso dándose codazos el uno al otro para indicarse que los estabas mirando.

Aunque no tenías nada definitivo en mano, pues hasta que no revelaras las fotos, no habría forma de escoger la mejor de todas para llevar a la Royal Society, tenías un dibujo de mental de la mayoría de ellas y estabas bastante complacida con el resultado que ibas a ofrecer. El desmontaje de la estructura de sujeción, y dejar al Lord en su cama, de forma que pareciera que nunca lo hubieran tocado, te llevo más tiempo del que sueles gastar con tus otros clientes. Quizá el hecho de que te haga tanta ilusión que una obra tuya se exponga dónde está destinada a exponerse, te haga ser más meticulosa y reticente con dejar a todo el mundo de este encargo complacido. Es por eso que no tardas en darte cuenta de las ausencias, unas faltas que quizá se te hubieran pasado por alto si no hubieras estado tan atenta en este encargo. Una de las medallas, el reloj de bolsillo, uno de los collares de oro engarzado y el anillo de boda han desaparecido desde que has entrado hasta este momento. Al girarte para mirar a los jóvenes, estos permanecen quietos, mirando al frente, pero puedes ver escapándose del bolsillo delantero de uno de ellos el extremo de la cadena de oro del reloj de bolsillo que llevaba el Lord.

En esos momentos, entra en la habitación el mayordomo. Mira a un unos y a otros terminando por fijar su mirada en ti.

-Señorita ¿Ha dado cumplimiento a sus obligaciones en esta casa? -Te mira a los ojos sin mostrar ningún afecto. -Si es así le rogaría que se marchase. Es bastante tarde y aún tengo que preparar el servicio fúnebre para mañana. -Sé hace a un lado, dejándote espacio para salir, si es eso lo que deseas.

Cargando editor
24/04/2019, 00:07
Constance Gallagher

A pesar de notarse que nunca antes habían manipulado el cuerpo de un difunto, los mozos trabajaban bien. Eran rápidos y cumplían con lo que se les pedía sin quejas. Estuvieron en silencio mientras la fotógrafa montaba las estructuras, pero al rato, su actitud cambió.

Constance no entendía lo que decían, pero les escuchaba cuchichear a sus espaldas. Al girarse hacia ellos, éstos disimulaban, no demasiado bien cabe decir. La joven consideró darles más trabajo, pues no necesitaba escuchar reproches. Pensó ponerles completamente estirados en el suelo, boca abajo, uno a cada lado del señor Bane sujetando sus piernas por debajo de la rodilla, ya que en el plano de tres cuartos no se vería. Si finalmente no lo hizo fue por no arrugar un ápice el pantalón del militar, aunque de haber hecho falta bien se los habría pedido.

Con todo en orden y sus cosas recogidas, se dirigió al centro de la habitación para esperar al mayordomo. Estaba satisfecha con su trabajo. Había cuidado al máximo cada detalle y se había asegurado de que todo estuviese perfecto. Fue entonces cuando miró de nuevo al difunto señor Bane y percibió que algo no iba bien.

¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?

¿Cómo era posible? Faltaban una, dos, tres... ¡cuatro cosas! ¡Y sabía exactamente cuáles eran!

Miró de inmediato a los mozos, quietos como estatuas. Constance escuchó unos pasos acercarse. Estaba furiosa, muy furiosa. Achinó los ojos forzándose a retener el impulso de increparles. No sólo era cuestión de robar a un difunto, era algo personal. ¿Qué ocurriría cuando descubriesen el robo? Los sinvergüenzas no dudarían en señalarla a ella y eso no lo iba a consentir. No iba a dejar que nadie la acusase en falso ni manchase el buen nombre de su padre y de su empresa.

Entró entonces el mayordomo y la invitó sin rodeos a irse de la mansión si ya había finalizado su trabajo.

-Tiene razón señor, es bastante tarde -opinó de acuerdo con él-. De hecho, me gustaría saber cuánto-. Inspiró durante un segundo y miró en dirección a los mozos. -Clark, ¿sería usted tan amable de decirnos qué hora es? -con un gesto ágil y elegante movió el brazo en dirección a él. La palma de su mano hacia arriba se detuvo cuando sus finos dedos apuntaban directamente a la cadena de oro que asomaba, brillante, colgando del bolsillo del mozo.

Cargando editor
29/04/2019, 17:46
Narrador

El joven, al escuchar su nombre tras la petición, se te mira con cierta incredulidad e inocencia, la misma de aquel que no entiende lo que está pasando. Sólo cuando echa la mano a su bolsillo ves un atisbo de compresión de la situación, y una fina línea de sudor cae por el lateral de su cara, mirando al mayordomo con verdadero pánico. El mayordomo parpadea varias veces sin saber a que viene tu pregunta, incluso puedes notar cierto grado de impaciencia en sus formas, pero al ver la reacción de los jóvenes ante tal inocente pregunta, todo nerviosismo desaparece para mirar con interés a la pareja que empieza a mostrar signos de debilidad. 

-Ummm, ¿Qué está pasando aquí? -Alcanza a decir el mayordomo mirando a los jóvenes. 

-Son.. cerca de las ocho, ¿verdad John? -Dice Clark con voz temblorosa. -Si, si lo son. -Asiente con la cabeza John. Clark se gira hacia ti, sacando la mano del bolsillo para acompañarte a la salida. -Permítame acompañarla a la salida, señorita. -Se termina ofreciendo, con tan mala suerte de que una de las joyas se le ha quedado enganchada en la manga, detalle que no pasa por alto al ojo entrenado para el detalle del propio Mayordomo. 

-Bien, en fin. -Suspira. -Qué decepción, Clark. Una verdadera decepción. -Se gira para cerrar la puerta, negando con la cabeza. 

Lo que ocurre a continuación es una fracción de segundo, no podrías decir exactamente qué ha ocurrido, pero notas como algo húmedo te golpea en el lado derecho del rostro. Extrañada llevas tu mano a lo que te ha salpicas y, compruebas con horror, como es sangre fresca. Por un segundo el miedo invade tu cuerpo, sin llegar a comprender de dónde ha salido la sangre, no notas dolor alguno, así que no llegas a saber de donde puede brotar la sangre. Es sólo cuando escuchas un golpe seco contra el suelo, a tu derecha, y te paras a mirar lo que es, que recuerdas lo que ha ocurrido en ese parpadeo de tiempo. 

Mientras el mayordomo cerraba la puerta, John, asustado, ha cogido uno de los tiradores metálicos para mover las brasas de la chimenea, se lo ha pasado a Clark que estaba al lado del mayordomo que, sin esperarselo ha recibido un tremedo golpe en la cabeza que ha hecho que caiga al suelo de rodillas, sin emitir sonido alguno. Lo máximo que puede hacer es llevarse la mano a la cabeza, manchando el impoluto guante blanco de color carmesí. Tras observar el guante, cae a plomo contra el suelo quedando en una posición bastante extraña. 

-Joder, ¡Lo has matado! -Dice John llevándose las manos a la cabeza. -No.. joder, no me vengas con esas John. ¡Tú me has dado el tirador! -Dice señalándole con el objeto de metal del que gotea sangre al suelo. -¡Pero no para que le dieras en la puta cabeza! -Le contesta John. -Joder.. joder.. ¿Qué hacemos? -Pregunta con nerviosismo Clark, señalándote con el tirador. Y por un momento se hace el sielncio. Un momento en el que te imaginas ese tirador alojado en tu cabeza. -Déjala que se marche... Nosotros vamos ver a Shine, le pagamos con esto... y nos vamos de esta ciudad de mierda ya... -Comenta John, lanzándose al cadáver del Bane para empezar a quitarle hasta la última pieza valiosa que llevase. Clark te mira con desconfiaza pero baja el hierro. -Márchese... márchese antes de que lo replantee todo de nuevo... ¡Márchese!

El joven agita el hierro un par de veces mientras que el otro se afana en llevarse todo lo que pueda. Se los ve bastante desesperados. 

Cargando editor
04/05/2019, 13:38
Constance Gallagher

 

Tic. Tac.

Tic. Tac.

Tic. Tac.

Tic. Tac.

El tiempo corría pero no así las manecillas del reloj que Clark sostenía en sus manos, pues como indica la costumbre, cuando alguien fallece los relojes de la casa se detienen a la hora de su muerte. Si el brillo del objeto no le delataba, lo haría la lectura de sus saetas.

Sin embargo, pareció por un instante que el robo pasaría inadvertido. Clark, en una hábil maniobra acompañó a Constance hacia la puerta, pero con la mala suerte de quedar el anillo atascado en su manga. El mayordomo cerró la puerta. La fotógrafa quería irse, el cómo discutieran el robo no era asunto suyo.

Sintió la humedad en su mejilla. Miró hacia el techo, extrañada, buscando una gotera que no había mientras con su mano se limpiaba el rostro. Entonces observó con horror sus dedos teñidos de escarlata y escuchó el ruido sordo al desplomarse el hombre que la había recibido en la mansión.
 

Sangre en su mano desnuda.

Sangre en el guante blanco del mayordomo.

Sangre en el atizador que la señala.

Su destino, en manos de un asesino.

Constance le observaba con la barbilla ligeramente elevada, la cabeza echada hacia atrás, manteniendo la máxima distancia, aunque escasa. Sus ojos fijos en la punta del atizador, temiendo recibir un tremendo golpe. Condena o libertad se decidía en apenas dos segundos. Su mirada fue al cuerpo tendido en el suelo. ¿Estaba muerto? Los mozos así lo creían y eso podía salvar la vida de aquel hombre.

Se plantearon qué hacer y ella quiso hablar, mas las palabras se atascaban en su garganta. Quería ofrecer una solución. Quería pedirles que la ayudasen a cargar al mayordomo en un carruaje y ella lo conduciría al hospital, ellos se irían y ella jamás hablaría. Pero los mozos ya habían decidido su proceder. John la dejó ir y Clark agitó el atizador gritándole que se fuese. Con el primer aviso Constance le miró petrificada, incapaz de moverse. Estaba aterrada. Volvió el chico a gritarle y agitó esta vez el atizador amenazándola con gesto y palabras. Entonces ella dio un bote, sobresaltada, miró a ambos lados y rápidamente cogió sus cosas para salir a toda prisa de la habitación.

Bajó corriendo las escaleras que conducían a la planta baja. Sus pasos eran rápidos, vertiginosos. El corazón le latía desbocado. Su instinto le gritaba que huyese lejos, que lo hiciese sin mirar atrás.

Cruzó la puerta de la mansión dejándola abierta a sus espaldas. La luz del ocaso bañaba las calles, que contrariamente a lo habitual, parecían ahora un refugio. Al descubierto, sin paredes que la retuviesen, seguía corriendo cargada con sus herramientas y con el peso de la angustia comprimiendo su pecho.

Deseaba ir a casa, pero no podía. No sin saber cómo estaba aquel hombre. Los mozos le creyeron muerto pero, de ser así no se habría tocado la cabeza. Cabía la posibilidad, tal vez una entre muchas, de que estuviese inconsciente. Se mordió el labio. ¿Qué hacer? Podía pedir ayuda en el hospital, pero tardaría en ir y volver. Además, ¿quién accedería a acompañarla? ¿Y cuántas preguntas tendría que responder antes de hacerlo? Demasiado tiempo perdido...

Comisaría. ¿A cuánta distancia estaba? Harían caso a su demanda tratándose de la mansión del acaudalado señor Bane y ella podría irse. O no. También le harían preguntas y de nuevo el mayordomo tardaría en ser atendido por un doctor.

Frenó en seco. Tan solo la falda de su vestido y los rizos que se habían soltado de su peinado avanzaron en un suspiro para regresar atrás. Paralizada durante un par de segundos, en su mente la imagen de aquella extraña postura en que quedó el hombre y la sangre extendiéndose, bañando el suelo. Si el antipático mayordomo estaba vivo se desangraría antes de que nadie llegase a socorrerle.

¡Maldita sea!

Constance se giró. Frente a ella, la mansión. Cogió una bocanada de aire y corrió hacia allí, pero no en dirección a la puerta. Si ellos salían quería poder reaccionar y pasar inadvertida. Estaba cerca, pero la urgencia la instaba a ser rápida, como si su vida fuese en ello.

¿Qué estoy haciendo? De todas las opciones, esta es la más insensata. Aún estoy a tiempo de ir al hospital, a comisaría, a casa. Y aquí estoy, velando por un tipo que me desprecia.

Miró por si veía en la calle algún policía pero por el momento no le diría nada. De entrar en la casa, con ellos dentro, el desenlace del encuentro podía ser fatal. No... esperaría. John y Clark no tardarían en salir.

Se ocultó apoyada en la pared lateral de la casa, pegada al edificio y arropada por la vegetación del jardín si lo había. Dejó allí sus cosas y del modo más disimulado posible, asomaba ligeramente la vista, vigilante para ver a los muchachos partir. Entonces, cuando estuviesen lo suficientemente lejos como para no volver, entraría.

Cargando editor
06/05/2019, 19:38
Narrador

Afortunadamente para ti la calle está vacía. La mancha de sangre de tu cara, algo extendida al haberte llevado la mano a ella, hubiera llamado bastante la atención. Quizá si tus ropajes fueran de menor calidad, tus andares propios de una mujer sin posibles... hubiera pasado desapercibido, pero dada tu circunstancia es muy posible que hubieras sido ayudada por cualquier caballero que estuviera andando por la calle. Dejas tu cámara y trípode apoyado, lo más escondido posible, y el reto de tus artilugios en el suelo, con la esperanza de que nadie se los lleve. Mientras esperas, algunas personas pasean por la calle, pero todos parecen ocupados en comentar algo. Por lo que puedes escuchar, de tu posición, una especie de recepción de la reina, en el palacio de Buckingham, donde ha reunido a nobles y burgueses por igual. El resto de la información que vas recibiendo se puede resumir en celos y envidias, de porqué la reina ha invitado a tal burgués en vez de a ellos. Nada que te interese, pero que no puedes dejar de escuchar. 

Los jóvenes tardan más en salir de lo que cabría esperar. Y el tiempo de espera se hace eterno, no eres consciente del timpo que se están tomando en hacer lo que sea que están haciendo ahí dentro, pero cuando estás a punto de salir en dirección a un hospital o la comisaría más cercana, dándote por vencida, los dos jóvenes salen del interior, portando un par de bolsas a la espalda. Caminan despacio, e incluso saludan a alguien que se encuentran por la calle. Puedes notar cierto nerviosismo en ellos, pero tratan de que pase por alto. Al final de la calle tuercen por la calle, perdiéndose por la esquina, momento que aprovechas para correr al interior de la casa, directamente a la habitación en la que debería estar el mayordomo. Pero al llegar, sólo ves el cuerpo del fallecido en la cama, completamente desvalijado. Al parecer han limpiado perfectamente la mancha de sangre del lugar donde había caído el mayordomo. 

El olor a producto de limpieza es bastante fuerte, pero saber dónde se encuentra el mayordomo, en estos instantes, es complicado. Dada la cantidad de sangre que estaba perdiendo, es posible que ponerte a rebuscar por todas las habitaciones de la casa te tome más tiempo del que el hombre siga con vida, si es que sigue con vida.

Notas de juego

Haz una tirada de Percepción + Investigación (Cómo no tienes investigación, ponte dificultad 7)

Puedes hacerme una tirada de Percepción + Alerta y si es exitosa, otra de Astucia + Ciencia.

Cargando editor
11/05/2019, 02:10
Constance Gallagher

Sintió un gran alivio cuando llegó y pudo ocultarse. Había temido encontrarse con los mozos hasta el último segundo, pero afortunadamente no fue así. Dejó sus objetos lo más escondidos que pudo, pero su intención al soltarlos no era dejarlos allí, sino descargarse del peso durante el tiempo de espera.

Tardaban mucho. John había querido coger las pertenencias que el difunto llevaba encima y salir de inmediato, pero ahora que estaban solos tal vez se sentían más tranquilos. Probablemente en ese momento estarían desvalijando la casa. Constance estaba inquieta pero no podía hacer sino esperar. La gente andaba ocupada en sus cosas y lo único que llegó a oídos de la joven fue alguna que otra conversación. Con las prisas del día no había leído el periódico, pero por los comentarios de la gente supo acerca de la recepción de la reina en palacio. En un día así, ¿era posible que hubiese menos personal en comisaría?

Se estaba poniendo nerviosa. El tiempo pasaba y si no hacía algo pronto, al día siguiente no habría una si no dos cajas en la mansión del señor Bane.

¡Decidido! ¡Iré a comisaría ahora mismo! -pensó. Era más sencillo que allí le hicieran caso y tal vez habría alguien que pudiera encargarse de las heridas del mayordomo, aunque fuese mínimamente. En cambio si iba al hospital seguramente no le acompañaría nadie y de hacerlo, si los mozos no se habían ido, podían acabar el doctor y ella en el suelo como aquel hombre.

Estaba a punto de recoger sus cosas y parar un carruaje para irse, cuando los mozos salieron. Se tensó. Ellos también parecían nerviosos pero se forzaban en disimularlo. Constance vio esos enormes sacos e imaginó que como mínimo contenían copas y cubertería de plata. Esperó hasta que desaparecieron y entonces respiró una bocanada de aire y cogió su material. Entró rápidamente en casa del señor Bane y dejó sus herramientas en el recibidor. Esta vez cerró la puerta tras ella. Había temido no poder abrirla después de que saliesen los ladrones pero no fue así.

Subió las escaleras corriendo y cuando pisó el peldaño más alto le llamó. -¡Señor...! -no sabía su nombre ni apellido-. Soy la fotógrafa. ¡He venido a ayudarle! -acabó la frase justo al entrar en la habitación. Pero, no le halló allí. Extrañada frunció el ceño y miró alrededor. ¿Señoooor? -preguntaba extrañada. Miró por si veía un rastro de gotas de sangre, pero el lugar donde había el charco rojo estaba impoluto y un fuerte olor a ¿desinfectante? inundaba la habitación.

¡Ay Dios!

¿Qué había pasado con el mayordomo? Se le pasaban por la cabeza ideas macabras sacadas de los libros que leía. Le temblaban un poco las piernas. No, no podía ser, en los sacos había riquezas. Esos chicos no harían semejante barbaridad. Le habrían encerrado en alguna parte, pensó, pero ¿dónde?

-¡¡¡SI PUEDE ESCUCHARME HAGA RUIDO, POR FAVOR!!! -gritó desde las escaleras y aguardó para ver si oía algún golpe o ruido extraño. Si el hombre no podía hablar tal vez pudiese golpear algo para guiarla hasta él.

Con o sin respuesta la joven bajó al piso inferior. Se desplazaba rápida, movida por los nervios y el desasosiego. Quería acercarse al baño y la cocina pero estaba atenta por si percibía el olor de aquel desinfectante con más intensidad, proviniendo de alguna habitación concreta.

- Tiradas (3)
Cargando editor
16/05/2019, 02:27
Narrador

Las prisas no son buenas compañeras, el suelo está lo suficientemente bien limpio como para que no hayan cometido algún que otro error. Unas pequeñas gotas de sangre, casi imperceptibles, te sirven de guía, a lo largo de la casa, para seguir el camino que han tomado los chicos con el cuerpo del mayordomo. Temes lo peor, pues no recibes respuesta alguna del hombre a medida que te encaminas en dirección a una de las habitaciones del piso inferior, pero eso no es todo. Un olor familiar invade tus fosas nasales, tu mente comienza a trabajar tratando de recordar qué puede ser, pero al estar concentrada en encontrar al mayordomo tardas un poco en dar con ese olor. 

No es hasta que entras en la habitación del mayordomo, cuando te viene a la mente el olor que estás notando. Gas. El gas está inundando, rápidamente, la casa de Lord Bane. El mayordomo se encuentra cerca de la chimenea, encendida, de su cuarto. Estás a punto de salir hacia donde te parece que viene el olor a gas, pero un quejido lastimero hace que te fijes en el mayormo, tirado en el suelo. Balbucea algo que no eres capaz de entender y mueve su mano casi de forma espasmódica. Vivo está, incluso se han tomado la molestia de vendarle la herida para evitar que la sangre forme un charco reconocible.

Si has empezado a oler el gas, teniendo en cuenta que la chimenea de este cuarto y la del señor Baje están encendidas... le queda muy poco tiempo para que el gas prenda, explotando llevándose con ella misma buena parte del edificio. Explorar el edificio para buscar la salida del gas puede ser una buena idea, pero si no la encontrases... es muy probable que para cuando te des por vencida sea demasiado tarde. El tiempo corre, y obviamente, va en tu contra completamente.

Cargando editor
19/05/2019, 00:43
Constance Gallagher

De haber sido el mayordomo quien limpiase el suelo, seguro no habría encontrado rastro alguno en él, pero lo hicieron los mozos, y Constance pudo seguir el camino trazado por la sangre del herido. Sin embargo, la ausencia de respuesta le hizo temer lo peor.

-¡Ah! ¡Está aquí! -exhaló al entrar en la habitación y verle con vida. Sin embargo, el alivio que sintió duró poco. Ahora reconocía el olor que invadía la casa y ¡no era otro que gas! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Si bien los chicos habían salido hacía poco, el olor se había extendido bastante. ¿Sería en el sótano? ¿En la cocina? Dos chimeneas, además, y el de arriba ya estaba muerto.

Sentía latir la adrenalina. El mayordomo le hacía gestos, pero no había tiempo para adivinanzas. Constance abrió una ventana de la habitación y regresó presta junto al mayordomo. Le cogió por detrás, de las axilas, con firmeza y lo arrastró con determinación lo más rápido que pudo hasta la ventana para sacarlo a través de ella al exterior. 

Tras ayudarle, correría como alma que lleva el diablo, dispuesta a coger sus herramientas y salir de la casa lo antes posible. Si lo lograba, una vez en el exterior, recogería al mayordomo para apartarlo del edificio y procuraría que nadie se acercase a la mansión.

- Tiradas (2)

Notas de juego

He dado por hecho que habiendo chimenea en la habitación, tendría ventanas. De no ser así o presentarse algún impedimento para rescatar al mayordomo por allí, intentaría sacarle por la puerta principal.

Cargando editor
22/05/2019, 22:43
Narrador

Al abrir la ventana de la habitación del mayordomo, notas como la propia presión del ambiente se relaja bastante, el gas es expulsado al exterior y entra una bocanada de aire fresco que te quita esa leve somnolencia que estaba empezando a hacer mella en ti. La idea de sacar por la ventana a aquel hombre se antojaba relativamente fácil, pero a la hora de alzar un peso mueto... todo se complica. Por fortuna, ayudándote de una silla en la que consigues dejarle descansar, logras alzarle como puedes, agarrándole de las piernas, dejándolo colgado en una posición lo suficientemente extraña como para llamar la atención de la gente de la calle. Con más suerte que delicadeza, logras dejar el cuerpo del mayordomo en el suelo de la calle, y pese a que ha sido una actividad extasiante, la adrenalina que corre por tus venas hace que salgas a toda pastilla hacia la puerta de salida, recogiendo lo más rápido posible todos tus bártulos. Abres la puerta de la calle, y en cuanto notas el frío soplo de la libertad, tu cuerpo sale despedido varios metros hacia la calle. 

Para cuando vuelves en ti, estás rodeada de varias personas que no conoces, notas cierta frialdad en la espalda a medida que tomas conciencia de tu cuerpo y un fuerte dolor en la cabeza. Al girar la cabeza hacia un lado, ves al mayordomo en el suelo también, pero encima de una camilla. Al poco ves cómo lo levantan y lo meten en un carro médico para llevarlo al hospital más cercano. Te incorporas por ti misma, y aunque las voces, gritos, cascos de los caballos... todo te suena lejano, puedes ver que estás más o menos bien, incluso tu equipo, que está a tu lado, no ha padecido apenas daños, aunque es probable que algo tenga que ser reemplazado. 

Una persona con bata blanca se acerca a ti, al principio no entiendes lo que dice, luego se acuclilla a tu lado y habla más alto. Lo justo para que puedas entenderle, pero sigue siendo como si alguien te estuviera hablando desde el otro lado de la calle. 

-¿Se encuentra bien, señorita? Soy el Doctor Gull. Médico particular de la Reina. -El hombre te mira a los ojos. -¿Puede levantarse? Quiero llevarla al hospital para prevenir daños internos. -Luego parece intercambiar unas palabras con un oficial de policía antes de volver a mirarte a ti. -Está muy conmocionada como para responder nada. Inspector, va a tener que esperar a que la examine. Le veré en mi consulta, mañana. -Vuelve a mirar al oficial, que termina marchándose de allí haciendo aspavientos. 

El hombre te ayuda a incorporarte, sonriendo al ver que puedes ponerte en pie. Señala tus objetos para que un par de personas los cojan y los meten en otro carro que hay para ti. Al ver que puedes andar, aunque sea ayudada, la camilla es metida en el carro dejandoos hueco para sentaros. Al ver que no haces ningún gesto de dolor al sentarte, el se sienta a tu lado, cerrando el carro tras de si para poder inciciar el viaje. 

-Bueno, ¿Cual es su nombre? -Coge un maletín negro que abre sobre su regazo y saca de él un pequeño frasco, lo abre y con un bastoncillo, moja el algodón con el líquido del interior, para terminar pasándotelo por encima de la ceja. Una oleada de dolor punzante recorre tu cuerpo. Repite esto por varios cortes en tu cuerpo. Otro en tu sien, y varios en los brazos y piernas. -Dígame también dónde vive, para poder enviar el aviso de que va a pasar la noche en el hospital.

Notas de juego

Tienes 3 puntos de daño contundente, puedes hacer una tirada de resistencia de dif 6 para aguantar el daño. 

Cargando editor
25/05/2019, 01:52
Constance Gallagher

Permaneció inmóvil, estirada en el suelo mirando al mayordomo hasta que le subieron al carro médico y cerraron la puerta tras él. Exhaló. Casi parecía un milagro que lo hubiesen logrado.

Sentía frío y un terrible dolor de cabeza que intentó suavizar con una ligera presión de sus manos sobre las sienes. Se preguntaba cuánto tiempo había transcurrido. Se incorporó y comprobó que tanto ella como sus herramientas estaban bastante bien, lo que dibujó una tenue y breve sonrisa en su rostro.

Un hombre con bata blanca se acercó. Constance le miraba con el ceño fruncido, esforzándose por escuchar lo que decía, pero sonaba tan lejano que era incapaz. Estaba aturdida, solo cuando él se agachó pudo comprender sus palabras y no sin cierta dificultad. Aceptó la ayuda del doctor para levantarse. Sus ojos reflejaron preocupación el instante en que él señaló sus pertenencias, pero desapareció en cuanto vio que las ponían a buen recaudo. Dejándose guiar, subió al carro y una vez tomó asiento, apoyó cabeza y espalda en la pared. Relajó visiblemente los hombros, como si al fin pudiese descansar tras una ardua tarea. Tenía los ojos entornados cuando el doctor cerró la puerta y se pusieron en camino.

-¡Qué eficiente es usted! -suspiró cansada, revelando un pensamiento. Le había atendido, se había ocupado de sus pertenencias, había evitado un interrogatorio que francamente le habría costado afrontar en ese momento, la llevaba al hospital e incluso pensaba en avisar a su familia.

-Soy Constance Gallagher -respondió a la par que intentaba disimular el dolor que le producía el contacto de ese líquido en sus heridas. ¿Pero cuántos cortes tenía? La primera vez le había cogido por sorpresa y tuvo que morderse el labio para no quejarse.

Al preguntar el doctor Gull la dirección de su casa, vino a su mente su padre y el cansancio que lo atenazaba. ¡Tenía que encontrar a alguien que le ayudase y todavía no había hablado con Jonathan! Instintivamente miró a través de la ventana, pretendiendo deducir la hora en función de la luz exterior. Pareció, por un instante al menos, que la fotógrafa recobraba su energía.

¿Qué hacer? Se encontraba mejor y tenía que trabajar al día siguiente. Quería solucionar el tema del ayudante para su padre y no le hacía gracia alguna pasar la noche en el hospital. Pero aquel hombre era el médico de la Reina, nada menos. Y si la propia Reina seguía sus instrucciones, ¿quién era Constance para contrariarle?

Estaba muy inquieta y en esas condiciones no era sencillo pensar.

-Le agradezco mucho su atención, -dijo con sinceridad, y con tono prudente añadió- pero no quisiera ser una molestia. Me encuentro mejor, creo que podría ir a casa y descansar. Seguro que mañana estaré perfectamente bien -sonrió amable, satisfecha con su propio diagnóstico.

Esperó paciente la respuesta del doctor. Luego, se interesó por el otro herido.

-¿Se pondrá bien, verdad? -le miró aguardando confirmación- El mayordomo del señor Bane.

- Tiradas (1)
Cargando editor
29/05/2019, 11:57
Dr. William Whitney Gull

El doctor sonríe al escucharte, de forma aséptica como ha acabado entrenado todos estos años en su trabajo. Una sonrisa que puede ser algo bueno, o bien mostrar condolencias por un deceso. Se mantiene en silencio, mirando por la ventana la casa humeante hasta que desaparece de vuestra vista al girar la calle. 

-Que pueda moverse con esa vitalidad es un buen síntoma, sin lugar a dudas. -Con la mano golpea el asiento a su lado, ofreciéndotelo, más como una imposición a un niño que un ofrecimiento cortés. -Pero sería irresponsable por mi parte dejarla marchar sin hacer un examen. Una explosión puede ocasionar daños que no se manifiesten en el momento. Pero le permitiré que me acompañe sentada, en vez de tumbada en la camilla. -Pese a la orden implícita, sus palabras son gentiles y el tono es educado en todo momento. -Además. Scotland Yard querrá saber lo ocurrido, si ya me ha costado quitárselos de encima cuando estaba privada de sentido propio, si sale de aquí por su propio pie tendrá un verdadero problema. Es mejor no tentar a la suerte, señorita Gallagher. -Esta vez sonríe perdiendo la neutralidad de su rostro. -El mayordomo ha salido peor parado, tiene un golpe fuerte en la cabeza que parece que haya sido previo a la explosión, y la onda expansiva no ha ayudado, pero seguía vivo. Va a ser duro, pero haremos todo lo posible. De todas formas me vendría muy bien saber qué es lo que ha ocurrido en la casa. 

Antes de que fueras a hablar, si te has sentado, apoya una de sus manos en tu rodilla, mirando hacia el suelo. Un gesto de preocupación cruza su rostro durante unos segundos. 

-Esto no debería decírselo, pero dudo mucho que alguien que quisiera hacer daño a otra persona se preocupara por ella o se quedase en la casa para estallar con ella. -Carraspea. -No me importa lo que haya podido pasar ahí dentro, pero si me lo cuenta, por favor, sea sincera en todo detalle. Tenga en cuenta esto, si hubiese sido un accidente hubieran muerto por el gas, no por la explosión, al estar vivo el mayordomo... hay implicaciones.

Cargando editor
01/06/2019, 00:16
Constance Gallagher

No le extrañó que el doctor no accediese a llevarla a casa, aunque había albergado la esperanza de que así fuera. Tomó asiento a su lado esbozando una suave sonrisa por este pequeño pero satisfactorio cambio. No entendió por qué iba a ser un problema para la policía que no pasara la noche en el hospital, pero tampoco le dio mucha importancia en ese momento. Había escuchado antes al doctor citando al inspector por la mañana y pensó que era descortés por su parte hacer que el médico faltase a su palabra, por ello no insistió en irse.

Su rostro ensombreció al conocer las pesimistas expectativas sobre la evolución del mayordomo. Sentía que al conseguir sacarle de la casa era de justicia que el hombre sobreviviese. El doctor le preguntó acerca de lo que había ocurrido allí y Constance creyó que tal vez ayudase explicar cómo, cuándo y con qué había recibido tremendo golpe. Sin embargo, solo llegó a despegar los labios cuando el doctor se apoyó en su rodilla. La fotógrafa dirigió la mirada primero a su mano, luego a su perfil. Cuando el doctor Gull concluyó, la joven fue incapaz de articular palabra durante unos largos segundos. Le miraba boquiabierta, con los ojos clavados en él, sin poder reaccionar y es que todo el esfuerzo estaba en tratar de asimilar la mayor barbaridad que había escuchado jamás.

Insinuó que el hecho de seguir con vida el mayordomo le traería problemas. ¿Acaso el doctor pensaba que habría sido mejor abandonarle a su suerte? ¿Dejarle morir? Estaba convencida de que no. 

-¿Desde cuándo está mal salvar una vida? -preguntó al fin, incrédula y sorprendida. Esperaba que la policía quisiera hablar con ella para saber qué había ocurrido, pero era demoledor que tras jugarse la vida pensaran que había intentado asesinarle o que hubiese incendiado la casa. Y esto era, a juzgar por las palabras del doctor, lo que sospechaban.

-Lamento disentir -respondió Constance con tranquilidad cuando el doctor Gull expuso su lógica acerca del accidente-. De ser un accidente, en efecto podría haber muerto por el gas, pero también podría haber muerto en el interior de la casa por la explosión, de extenderse éste rápido y llegar al fuego. Incluso podría haber muerto saliendo de la casa, ya fuese ignorando que había una fuga o precisamente al ser consciente de ello. Y si me apura, también podría haberse salvado intentando escapar o por pura casualidad. Así que no me parece que la única consecuencia de tal accidente sea la muerte por el gas -se encogió de hombros- tan solo una de tantas. -No trataba de molestar al doctor con su opinión, pero no tenía por qué ocultarla-. Dicho esto, está usted en lo cierto. El mayordomo fue herido con anterioridad y la explosión de la casa no es producto de un accidente, sino de un acto deliberado.

Decidió explicarle a aquel hombre, que parecía actuar de buena fe con ella, lo que había ocurrido. Le contó que era fotógrafa y que tras acabar su trabajo se percató del robo y delató a los ladrones. Relató cómo el mayordomo se desplomó a causa del golpe en la cabeza con el atizador que luego le apuntó a ella. Obvió, eso sí, dar el nombre de los mozos y su intención de abandonar la ciudad. Tampoco habló de Shine y la deuda que tenían contraída con él, pues no quería verse envuelta en problemas. -Tras la amenaza salí corriendo. Pensé en ir al hospital o a comisaría pero entonces entendí que sería inútil, no llegaría a tiempo. Había mucha sangre. Por eso volví y aguardé a que salieran los mozos. Creí que si tapaba la herida podríamos coger un carruaje y llegar al hospital a tiempo, pero le hallé ya vendado y cuando me di cuenta del gas... -hizo una breve pausa recordando la imagen del mayordomo tirado en el suelo-. Me hizo un gesto, ¿sabe? Agitando la mano. E intentaba hablar. Creo que me alertaba, que quería que me fuese. 

Acabó su explicación y apoyó la espalda. Cruzó los brazos, aguardando la reacción del doctor.

-Logré sacarle y estoy orgullosa y feliz por ello, aunque tuvimos mucha suerte -se estremeció, consciente de que habían esquivado la muerte por muy poco-. Ha sido casi un milagro. Uno que hay que celebrar, no que lamentar.

Constance se había preguntado por qué el doctor de la Reina, que debía ser el más cualificado del país, iba con ella en el carruaje y no con el mayordomo. ¿Tal vez lo daba por muerto? Esperaba que no. Sería un mazazo porque ahora sentía algo así como que la vida de aquel hombre era su responsabilidad, aunque ya no podía ser de mucha ayuda. Retiró la cortinilla de la ventana, si la había, y miró al exterior, buscando con la mirada el oscuro carro que imaginaba, igual que el suyo, sería conducido al mismo hospital.

Cargando editor
05/06/2019, 18:44
Dr. William Whitney Gull

La pregunta con la que comienzas le pilla por sopresa, pero más sorprendido se haya tras escuchar que disientes de su criterio. Aunque abre los ojos en un principio y después frunce el ceño, apartando la mirada de ti, no tarda en chasquear la lengua y levantar las manos a la vez que se encoge de hombros. Te devuelve la mirada, sin intervenir, para no cortarte hablando, interesado en aquello que le estás contando, y aunque parece preocupado una vez le explicas lo sucedido en el interior de aquella casa, el doctor sonríe y se remueve en su sitio, ligeramente feliz al escucharte decir que eres fotógrafa. 

-Sí, eso lo había intuído. -Comenta, señalando con la cabeza tus artilugios de trabajo. -Eso o una de las peores ladrones que me haya podido cruzar. Por que mira que debía de haber cosas valiosas en aquella casa como para salir corriendo con semejante bulto. -Termina haciendo la broma, luego te mira y se pone más serio. -Mira, tiene sentido lo que dices, has debido de tener mucha suerte por darte cuenta del gas. Te ha salvado la vida, de hecho, pero no es algo que ocurra a menudo, cuando ocurre accidentalmente, el gas embota tu mente y caes desmayado antes de poder hacer nada por evitarlo, eso si ocurre mientras estas despierto. Si no te mata el propio el gas, la mínima chispa lo hace explotar, lo que suele ser terminal también. Esa es la verdad. -Fija sus ojos en los tuyos. -En cualquier caso, no estoy aquí para juzgar, lo estoy para asegurarme de que ambos puedan abandonar el hospital por su propio pie. Tan sólo le informo de que los alguaciles acudiran a entrevistarla en cuanto le de el alta, que al parecer, está cercano. -Al ver que sus palabras pueden hacerte perder el ánimo, matiza. -El hecho de haber encontrado al hombre fuera de la casa, con un hilo de vida y sin quemaduras en sus vestiduras da veracidad a tus palabras, al menos desde mi punto de vista, pero es comprensible que las fuerzas de seguridad quieran saber lo ocurrido, señorita Gallagher. -Hace una pausa. -No se lo tome como una imputación, sólo una forma de esclarecer los hechos.

El carro aacba parando en el hospital, y el doctor espera caballerosamente a que bajes por tu propio pie, ofreciéndote la mano, si es que la necesitas para ayudarte. Una vez abajo, pregunta por el mayordomo, para informarse de dónde tiene que ir para tratar de salvarle la vida. Le informan de que lo están preparando para la exploración y la posible operación. Le escuchas dar unas instrucciones basadas en lo que le has informado del golpe. Una de las enfermeras sale del hospital a toda prisa, con la bata del doctor, para ayudarle a ponérsela. Si algo te dice la situación que se está dando, es urgencia. Antes de entrar se gira para volver a mirarte. 

-Siga a la enfermera hasta su camastro. -Hace un ademán de girarse, pero te vuelve a mirar. -Ha hecho un gran trabajo hoy, señorita Gallagher, me ocuparé de informar al señor, si consigo sacarle salvarle la vida, de que gran parte del merito es suyo. -Tras estas palabras, se encamina hacia la entrada, perdiéndose en el interior a toda prisa. 

La enfermera te pide que le sigas. Camina despacio, acomodándose a tu paso, hasta llevarte a la cama en la que tendrás que esperar a ser atendida. El tiempo pasa lento y aburrido, y la monotonía sólo se rompe en el momento que llevan tus aparatos contigo. Mientras esperas puedes ver que, aunque tendrás que cambiar la lente y alguna de las barras metálicas, todo está en buen estado. Pasan casi tres horas antes de que el Doctor Gull se acerque a donde estás. Si antes su gesto era vital y risueño, ahora, con la bata algo ensangrentada y cansado, parece como si se hubiera echado unos cuantos años encima. 

-Vengo a informarle de que el caballero ha salido estable. -Se acerca a donde te encuentras. Toma una silla y la acerca a la cama. Aunque se queda de pie. -Hágame el favor de desnudarse, si necesita ayuda, la enfermera Hummels se la ofrecerá. Después tome asiento, por favor, voy a examinarla. -En ese momento sale del cuarto, esperando a que acabes para volver a examinarte. Aunque el examen al que te somete es exhaustivo, es muy profesional y rápido. -A parte de unas leves contusiones... se encuentra perfectamente. -Argumenta sorprendido. -La enfermerá le traerá unas pastillas, una es para el dolor, otra para la hinchazón y la otra para ayudarla a dormir esta noche. Veremos como evoluciona y si todo sale como debería... mañana por la mañana será libre de marchar por su propio pie. -Te sonríe, aunque forzando la sonrisa. Se enjuaga la cara. -Por cierto, voy a permitir al detective que le tome declaración esta noche, así podrá quitarse esto de la cabeza cuanto antes. -Se levanta de la silla. -Es decir, no se tome la pastilla de dormir antes de hablar con él, ¿De acuerdo? -Acaba bromeando. -¿Tiene alguna pregunta? -Espera paciéntemente.

Notas de juego

Para más adelante, si lo deseas, puedes comprar por 1 punto como aliado o contacto al Mayordomo.

Cargando editor
10/06/2019, 02:13
Constance Gallagher

El expresivo doctor la escuchó con atención. Luego rompió el silencio haciendo alusión a que de ser ladrona, sería una pésima. Constance sonrió divertida ante tal ocurrencia. El doctor Gull era bastante atípico, pensó, y si bien a ella le sorprendía el buen talante de aquel hombre, sabía que él estaba totalmente asombrado por la suerte que había tenido al percibir el olor del gas. No tardó en explicarle lo que habría ocurrido en una situación normal, que bien podía resumirse en muerte de un modo o muerte de otro, pero muerte al fin y al cabo. Constance le escuchaba cual alumna, absorbiendo todo tipo de información.

-Por supuesto entiendo que se interesen por lo ocurrido y estoy dispuesta a colaborar con la policía, -dijo convencida- solo que... no había previsto que pudieran creerme responsable -reconoció, encogiéndose de hombros. De hecho, pensaba que el doctor de algún modo había intuido su ingenuidad al respecto y por ello le había advertido de la situación que podía encontrarse.

Llegaron al hospital. Aceptó su mano, más por cortesía que por necesidad, y bajó del carruaje. Aguardó mientras todo se desenvolvía rápido a su alrededor. Parecía que la información que le había dado sobre el arma era de ayuda, lo que le causó satisfacción.

Cuando el doctor le pidió que siguiera a la enfermera, la joven asintió con la cabeza, con gesto enérgico. Sin embargo, antes de irse, el médico añadió unas palabras que Constance agradeció con una suave sonrisa. A continuación siguió a la mujer, que tuvo la deferencia de no hacerla correr aunque el ánimo instaba a las prisas. Esperó en su cama mientras el tiempo se le hacía eterno. Primero su mente estaba en el mayordomo, en lo que estaría sucediendo en esos momentos, pero para cuando llegaron sus cosas, la joven había contado la cantidad de cualquier cosa que destacase en la habitación y había formado imágenes con todas las manchas y sombras que se distinguiesen. Revisó su equipo, que afortunadamente estaba casi perfecto. Cuando explique esto a mis padres, obviaré que antes de salir recogí el equipo de fotografía -decidió. Bastante mal lo pasarían como para añadir que se había arriesgado todavía más por no perder sus herramientas.

Se incorporó de inmediato cuando vio acercarse al doctor Gull, ansiosa por conocer qué noticias traía. Se había puesto en lo peor por la gravedad de la herida y también en lo mejor, dadas las horas que tardaba el médico en regresar. Cerró los ojos y relajó los hombros y su expresión, suspirando aliviada.

-¡No sabe cuánto me alegro! -sonrió.

Tras el examen médico, le explicó para qué eran las tres pastillas que le traería la enfermera y que seguramente le daría el alta por la mañana, lo cual era buena señal. Lo único que no le hacía gracia era el tiempo que perdería después con la policía. Ya iba con retraso en cuanto a encontrar ayuda para su padre. Si el día siguiente tenía varios encargos, como era previsible, volverían a faltarle horas para llegar a todo.

El doctor Gull permitiría, sin embargo, que el detective la interrogase esa misma noche, lo cual Constance recibió bien, puesto que no restaría tiempo al complicado día que se le presentaba a continuación. Además, si se quedaba tranquila, no necesitaría tomar la pastilla para descansar.

Una vez más, el doctor la soprendió con su sentido del humor provocando una risueña y espontánea carcajada a Constance, que rió divertida al imaginarse a sí misma esforzándose en vano, con su cabeza tambaleándose a un y otro lado y los ojos cerrándose, durmiéndose irremediablemente frente a un detective perplejo.

Pues no es mala idea... Si el investigador empezaba a molestarla podía recurrir al cansancio. El hombre no sabía lo que había tomado o dejado de tomar ni tampoco cómo se encontraba, así que era una opción más que válida.

-Querría saber su nombre -solicitó cuando el doctor aguardó si tenía preguntas, pues solo conocía el apellido del doctor- y si han podido informar a mi familia de que estoy aquí. Esperó su respuesta y luego añadió- también quiero agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros -le miró fijamente, realmente agradecida- especialmente en una noche como esta. Recordaba los rumores que había escuchado aquella tarde, tal vez el señor Gull se dirigía a la recepción en palacio cuando vio la explosión y decidió ayudar. Esto sería lo natural en un médico, pensó, pero también era cierto que era el doctor de la reina y como tal seguro que estaba invitado. Aún así aquel hombre antepuso la salud de dos extraños a una velada prometedora, pues bien podría haber delegado en su equipo todo el trabajo.