Partida Rol por web

- Mariana sale de la habitación de su señora y se dirige al Patio del Castillo por el pasillo.

-"Entonces que sea rojo, algo fino y si tiene nuestro símbolo familiar mejor! Ah, y también quiero lucir el regalo de mi padrino, el crucifijo de plata que nos regalo el pasado año"- dije mirando el armario y esperando que Cyrus me ayudara. 

- Claro, mi señor. - respondí al pequeño Vikos. - Mire, estas dos opciones podrían venirle bien. - dije mostrándole dos trajes de estilos muy distintos, pero ambos en rojo y de telas finas:

Ambos llevaban en la solapa bordado el escudo de armas de los Basarab.

- En cuanto hayamos decidido el traje, buscaré el crucifijo de plata de su padrino, mi señor. -

Veronika se vistió con ayuda de la sirvienta, determinando con precisión qué clase de arreglos quería para su indumentaria y peinado. Zapatos, cintas, guantes... el conjunto rematado con el mismo crucifijo de plata que lucía su hermano, que ambos habían recibido como regalo por parte de su tío.

Un último vistazo ante el espejo le sacó una sonrisa, y asintió satisfecha. Y se giró hacia la muchacha que contemplaba a la niña, en actitud sumisa.

-Ven, acompáñame. Voy al muro que hay junto a la Capilla, allí crecen las flores que necesito. No quiero que se me estropeen si las corto y trenzo yo sola, necesitaré tu ayuda. ¡Vamos!

Y echó a correr hacia fuera, saludando a su madre y a su hermano antes de salir, con un fugaz beso lanzado al aire.

Niega con la cabeza, reprimiendo una carcajada. Demasiados días tristes habían pasado como para no permitirle a Veronika ir a recoger flores-daos prisa, no queda demasiado tiempo para la boda, y señorita... No os manchéis el vestido o vuestra madre se disgustará muchísimo-se despidió de ella. 

Acto seguido le hizo un gesto a uno de los seis sirvientes demacrados bajo su autoridad, para que siguiera a las muchachas y las vigilase-recuérdales que deben volver si se entretienen demasiado, si mi hija te contradice aclárale que son órdenes de su señora madre.

Mire ambos trajes y si bien los dos eran bonitos, me decante por el primero.

-"Usare este el día de hoy, quizás para la próxima opte por el segundo, aunque creo que lo luciría mejor si fuera mas alto..."- comente acercándome para que se me vistiera, dejando a Cyrus hacer su trabajo y quedándome con una expresión seria.

-"Una vez que termines ve a la capilla donde esta mi padrino y pregúntale si ya termino de bendecir nuestros puñales, me gustaría lucir el mío en mi cintura en un cinturón fino de cuero"- 

- Excelente gusto, Domine. - dije mientras me ponía rápida y eficientemente a vestir al joven señor.

Con extremo cuidado y delicadeza, pero con la velocidad que daba la práctica, acabé de vestirle sin molestias en menos de dos minutos. Como retoque final coloqué bien la parte superior del traje mirando de arriba a abajo al joven señor para asegurarme de que todo estaba impecable. Luego giré a mi señor suavemente para que se encarara al espejo:

- ¿Es de su agrado, Domine? - pregunté por si tenía que arreglar algo o recolocar el traje, antes de irme corriendo a buscar al padrino del niño. - Si está todo bien, - comenté agachando servilmente la cabeza, - iré ahora mismo a ver a su padrino para solicitarle el puñal, y me encargaré de conseguirle un cinturón fino de cuero también, Domine. -

Con prisa pero concienzudamente Veronika recoge las flores necesarias y elabora las dos diademas, ayudada por la joven sirvienta.

Cuando las termina, y comprueba que el resultado es satisfactorio, regresa a los aposentos de invitados y busca las habitaciones de las dos damas Szantovich para hacerles entrega a cada una de su pequeño obsequio.

-"Si, esta perfecto-dije mirándome al espejo, cuando vi que se estaba retirando le dije- Cyrus, consígueme también un listón rojo para atar mi cabello"- luego de eso camine hacia donde estaba mi madre, colocándome a su lado para que me viera y sonriéndole. 

- Por supuesto. Así se hará, Domine. - dije haciendo una gran reverencia. Con rapidez me retiré en busca del padrino del niño. Debía conseguirle el puñal que quería, luego buscaría el cinturón fino de cuero y el listón rojo.

Añoraba los escasos momentos en que me estaba permitido relajarme un poco y no tener que realizar encargos o tareas, pero eran mis amos y debía hacer todo cuanto me dijeran, así que aparté esos pensamientos de mi mente. No debía tener distracciones.

El guardia Tomescu ve de refilón el rostro enrojecido de la sirvienta Elena, con gran regocijo.

-Por desgracia, no sabría qué hacer en una cocina- Dice Tomescu sonriendo- En ese caso no os molesto más. Pasad un buen día.-

Le dedica una cortés inclinación con la cabeza mientras el Ama de Llaves pasa a su lado en dirección al patio.

Ve acercarse a la joven Basarab, y en cuanto se pone a su altura hace una reverencia a la usanza noble, pero exagerando un poco,  con la intención de hacer una chanza con la chiquilla.

-A vuestro servicio, Señora- Y con una amplia sonrisa recupera una posición más erguida- Creo que debo practicar más mis reverencias... ¿Sois condiscípula de mi joven Señor Tiberiu Radomir, verdad? ¿Tal vez lo andáis buscando?-

Se percata de los adornos florales que porta en las manos.

-¿Estás flores son para las novias? Creo que les gustarán mucho.- Sonrie con simpatia y sigue- Permitid que os escolte hasta la puerta de mi Señora Dubieta, una dama como vos debe ser anunciada propiamente.-

Dicho esto, y ahora sin pizca de sorna, inclina la cabeza con respeto, pero sin perder la sonrisa.

Se hace a un lado esperando la respuesta de la joven Veronika Basarab.

“Esta pobre muchacha ha sufrido lo suyo. Será tan noble como la que más, pero, al fin y al cabo, no es más que una niña...”
 

Halagada la chiquilla respondió a la exagerada inclinación de Tomescu con un gracioso gesto, a mitad de camino entre reverencia y paso de baile. Era extraño verla así, casi feliz, después de los días de seriedad y silencio. Sólo en su celeste mirada había un punto de la tristeza vivida, y puede que la fortaleza de una resolución impropia de una niña de cinco años. Impuesta por su dolorosa experiencia, posiblemente.

-¡Sí! Soy Veronika Basarab, amiga y con... alumna como él, de Tiberiu. ¿Está con su madre? Vengo a verla a ella, y a la Dama Radovina, sí.  Alzó ambas manos, mostrando orgullosa las dos diademas. ¡Las he hecho yo! ¡Yo misma!

A la segunda inclinación del Guarda, Veronika volvió a sonreir, y asintió. Se recompuso, aunque sus mejillas arreboladas denunciaban su excitación, y procuró estar lo bastante digna y presentable para ser admitida en los aposentos de las nobles señoras.

Tomescu ríe para sus adentros ante la excitación de la joven Basarab, pero su exterior no lo demuestra. Toma aire y se pone erguido.

-Por aquí, por favor.- Dice, y con un ademán cortés muestra el camino a seguir.

Al llegar a la puerta de su Señora, se para con gran ceremonia. Indica a su escoltada que se detenga un pasito por detrás del umbral de la puerta.

Llama, suave pero firme, como había visto hacer a chambelanes y mayordomos miles de veces. Se estira las mangas, alisa la túnica y se centra el cinto.

“Espero que la dejen pasar, parece una niñita adorable”     

Una sirvienta entra por la puerta y se ofrece para ayudar a la dama Dubieta.

Tendida en la cama, Dubieta le hace una señal con la mano para que pase. Se levanta perezosa y empieza a andar hacia la muchacha. La mira fijamente a los ojos y suspira.

-Bien, tráeme lo necesario para bañarme, luego me ayudaras a vestirme y al... Se paró en seco y miró a la puerta al escuchar a alguien llamando. Al final me peinaras... ¡Mira a ver quien llama!

La muchacha acompañó a la pequeña dama hasta el patio para ayudarla a recoger las flores y para confeccionar las diademas. Hizo una reverencia para saludar a los guardias que había en el pasillo y sonrió a la niña.

-Mi señorita, si me perdone, voy a volver con su madre para seguir con los preparativos pendientes.

Agachó la cabeza y esperó para que la jovencita le diera permiso.

VERONIKA:

- Has ido y has vuelto, y tienes ya flores suficientes. Son unas flores blancas algo tristonas que crecen pegadas al muro de la capilla.

- ¿Estáis listo, padre? - pregunté al emisario. - Si necesitáis que os eche una mano con algo no tenéis más que decirlo. - dije con cierto tono de preocupación. La salud de mi padre en los últimos tiempos no había sido motivo de muchas alegrías.

Ahora me preocupaba también la boda: era un acontecimiento social, y no es que estuviera precisamente tranquilo, realmente no me desenvolvía bien en esos ambientes. Si no había espadas de por medio me encontraba en un terreno antinatural para mí. 

Quedaba poco para la boda y decidí dedicar el tiempo que quedaba a limpiar y poner en orden mi armadura. Debía ofrecer un aspecto al menos decente si no quería ofender a los esponsales.