Partida Rol por web

Cuando el Capitán hubo empezado a marchar Dubieta puso su mano en el hombro de Schaar, y cuando él se giró hacia Dubieta, ésta clavó sus ojos en los de su amante, con un prístino contenido en ellos. La Dama había trazado un plan, fuera el que fuera, y le estaba pidiendo silencio, y, sobre todo, cooperación.

¿Creer lo mismo...?

Radovina no creía más que en la evidencia, y sólo en ella pensaba, en ese preciso instante. Atendía a las circunstancias, con la mente vacía. No quería creer en nada ni en nadie, consciente de las implicaciones dentro de las implicaciones, de los sutiles matices que se solapaban montando un tinglado que, como un castillo de naipes grácil y sin embargo férreo sostenía en su cúpula aquello por lo que todo se movía: el poder.

Había en Iacobus un poder innegable, furioso y oscuro, maligno. También en Durius, aunque distinto. No eran hombres como el resto, y como tales no podía evaluarlos. Ni lo pretendía.

Pero estoy casada con ese... hombre. A mi pesar. Y he de seguir viva. Luego...

La obediencia, la pasividad, y la supervivencia. La callada rebelión de hito a largo plazo, la silente mirada que observa pero no ataca, la lucha que se lleva por dentro, que se mantiene, que se aviva como una llama. Su propia llama.

Asintió, a varias cosas. Y se dio la vuelta dispuesta a cumplir las órdenes. Se detuvo un segundo antes de marcharse, la mano ya en el pomo de la puerta, y se giró de nuevo.

-Hay algo que debéis saber, no es importante para Vos, pero sí para mi. Elena, mi doncella, está sembrando mentiras a mis espaldas. Quiero darle una lección, os pido permiso para ello. Deseo cortarle la lengua, por mentirosa, y porque como justificación de sus calumnias amenazó con hacerlo ella misma si mentía. Y miente.

De pronto levantó las cejas. Le miró con una nueva idea, casi una súplica.

-O quizá no os importe aplicar el castigo Vos mismo, os será... menos difícil que lo que sería para mi.

Tomescu no se movió de su posición cuando hubo movimientos de gente. Se quedó en su sitio, aparentemente sereno pero dispuesto para el combate para defender a su señora. Quedaba poco para el alba y notaba que necesitaba descansar. Realmente, todos lo necesitaban.

Aún así, se quedó a la espera de órdenes, sabiendo que tendría que cumplir su guardia tal y como le habían dicho.

El asentimiento, la mano y la puerta que no se abría... y más palabras. Joder, hostia. Iacobus frunció por un instante el cejo, harto, puta noche, puto todo, y mantenía la expresión de los ojos vueltos dos abismos cuando Radovina giró hacia él. Seguía allí cuando empezó a hablar, e incluso siguió allí cuando empezó a sonreír. El filo del abismo tomó la consistencia del acero cuando Iacobus, apenas luego Radovina terminó de hablar, lanzó una carcajada tan corta como profunda.

- No me tratéis de idiota, Radovina. ¿Creéis que no veo la sangre en el fondo de vuestras pupilas? - aquello parecía divertirle - Vuestra única dificultad es la fuerza.

Acto seguido se encogió de hombros. ¿Realmente creía aquella que le estaba manipulando? ¿Haciéndole creer que realmente le estaba pidiendo permiso? Joder, hostia.

- No necesitáis pedirme permiso para defenderos. Haced lo que consideréis más oportuno para guardaros. Tanto si aquella puta está diciendo verdades inconvenientes - vamos, Iacobus no era tan imbécil - o verdaderas mentiras, proceded como os dé la gana. Yo, en todo caso, dada vuestra súplica - extendió una media sonrisa -, miraré.

MARIDO Y MUJER:

- Como esposos, se espera de vosotros que compartáis alcoba.

- En las habitaciones de invitados, Dama Radovina cuenta con un dormitorio que compartía con sus criadas Mariana y Elena. Un dormitorio contiguo a los dos ocupados por Dama Dubieta y su séquito (uno con Dubieta y Tiberiu; el otro para Schaar y Tomescu), y también muy cercano a los dos cuartos que ocupaban los Basarab (uno para Vykos, otro para Svitlana y Veronika), y al cuarto que compartían los Dravescu padre e hijo.

- El Caballero Iacobus, por su parte, cuenta con el primer piso de la Torre del Chambelán, es una estancia amplia y circular que comparte con su Escudero, Flaviu Krevcheski.

- En conjunto es mejor alojamiento el de Iacobus, aunque hay que subir escaleras (y para los otros no hay escaleras, pues están al nivel del suelo).

- Os compete decidir cuál va a ser vuestro dormitorio conyugal.

-Entonces, querido... -el epíteto sonó exactamente igual que sonaba en labios de Iacobus, aunque no sonó sarcástico. Pero, tampoco podía negarse que quizá lo fuera, como él mismo lo pronunciaba. -...esperaré a que Vos y yo estemos juntos con Elena para proceder al castigo.

Finalmente sí, se giró, y abandonó la habitación. No tenía más que decir.

Las palabras de Radovina no movieron un ápice de sitio aquella media sonrisa. Continuó allí, desprovista de sentimiento, o quizás desprovista de los sentimientos que debería tener en esa situación, en ese momento, en ese lugar, siendo él. Porque, joder, sin duda había sentimientos, al menos uno. Sólo que la posibilidad de interpretarlo estaba cerrada, del mismo modo que la puerta de la habitación de los Dravescu se cerró a espaldas de Radovina, sin que ella volviera ni un instante la vista atrás.

Iacobus esperó un momento, a escuchar marchar los pasos. Agudizó el oído, la piel, la percepción entera para echar a su alrededor una larga égida compuesta de alerta. Le tocaba ahora depositar el presente del Senescal en algún sitio que no hubiese quedado a la vista inmediata, que pudiera decir que en todo caso se encontró en una búsqueda posterior. Por supuesto, porque tras las palabras de Durius, la realidad se había plegado sobre sí misma y dictaba aquellos pasos. La verdad ahora era que Iacobus había visto algo allí adentro que le había hecho reaccionar. La lengua, faltaría más. ¿Dónde?

Debajo de uno de los cuerpos, por supuesto. Ese sería el lugar donde habría ido a parar luego de haber sido vista por él, haber sido cogida por alguno de los Dravescu para deshacerse de la prueba, y haber sido soltada bajo el acero. Y allí será fácilmente encontrada por quien se llevara los cuerpos.

Se adelantó hacia donde yacía Zuyla, con el elemental cuidado de no pisar demasiado donde sus huellas podrían descubrir a un observador sus movimientos. Se agachó y, cogiéndolo del cuello, levantó un poco el cadáver. Dejó caer allí la lengua, en medio del charco de sangre y el charco de su pecho donde se había desplomado. Se aseguró que estuviera bien llena de suciedad, transpiración y líquido como debía donde había caído. Soltó al matavampyr, con suavidad, dejó allí las cosas y se adelantó a la puerta para abrirla. Asomó, así, al pasillo, buscando a los guardias que allí estuvieran e, incluso, a Schaar. Vaya hijo de puta. Sí, claro, Farkas.

- Venid, vosotros. Hay que quitar a estos dos de aquí.

- Venid, vosotros. Hay que quitar a estos dos de aquí.

Se dirige a Tomescu y a Schaar al salir de la habitación de los Dravescu al pasillo.

Schaar iba a responder a su dama cuando escuchó la orden indisimulada, y claramente contraria a su rango y calidad, que daba el segundo caballero. Cerró los ojos con fuerza, incapaz de controlar la ira que le habían causado, bien por aquello a lo que hacía referencia Dubieta, bien por las palabras del segundo caballero, bien por ambas cosas. Tras un segundo, volvió a abrir los ojos y su voz sonó huera, como de alguien que usa toda su voluntad en mantener el control sobre sus gestos y palabras. Y a duras penas lo consigue

- Es cierto. Al menos ese... - se calla- Al menos vuestro difunto marido pudo disfrutar del placer de su esposa antes de esta noche aciaga. - luego se gira, incapaz de seguir manteniendo la calma y avanza hasta donde está el primer caballero acompañado de Tomescu- Vamos entonces los tres a retirar los cadáveres, ¿no segundo caballero? ¿o mejor avisamos a unos criados que lo hagan ellos?    

Los ojos de Iacobus se volvieron, por un instante, algo de lo más cercano a una rendija. Parecía que encontrar una conversación de corazones rotos en el pasillo de las estancias no era algo que se esperase, o bien la repentina reacción de Schaar le decía un mundo que no parecía haber esperado al abrir la puerta. ¿Pero qué coño pasaba con ellos? Fuera como fuese, el caballero de los Cárpatos movió la cabeza cuando Schaar se dirigió a él. La puta noche debía acabar, por fin, y no era partidario a alargarla aún más.

- ¿Acaso os molesta coger un cuerpo? - preguntó, sin más, y luego se encogió de hombros - Los criados se encargarán de moverlos. Vuestro guardia o vos puede llamarlos, para agilizar. Pero es parte de vuestra prerrogativa observar cómo lo hagan - señaló Iacobus, antes de cerrar la puerta a sus espaldas - Sea como sea, vamos, o nos sorprenderá el día aún en esta mierda.

Schaar contó mentalmente hasta cinco, antes de sonreír

- Prefiero acabar con ellos, a cargar con ellos, supongo. Exactamente igual que vos. Pero en algo tenéis razón. Va a amanecer y solo faltaba que el día nos descubriera con esta mierda aún liada - tras estas palabras agarra sin ninguna ceremonia el cuerpo del mayor de los Dravescu y se lo pone al hombro, manchando su armadura con la sangre, todavía relativamente reciente. Mira a Tomescu- Tomad el otro. - mira entonces a la dama Dubieta- Quedaos con vuestro hijo y cerrad la puerta. No abrais a nadie que no sea yo... o vuestro esposo, claro, si es que sigue vivo. Cosa que dudo mucho. Al menos tuvo un último momento feliz - mira entonces al caballero Iacobus- Acabemos con esto, segundo caballero Iacobus Radoslav. Guiadnos a donde quiera que vayamos a tirar o enterrar estos despojos

- La Dama Radovina Radoslav sale del pasillo hacia el Patio del Castillo.

La sirvienta Elena hace aparición en el pasillo, cargada con un cubo con agua y varios trapos.

La sirvienta Elena hace aparición en el pasillo, cargada con un cubo con agua y varios trapos.

Camino con cuidado hacia la habitacion de mi señora y abro la puerta. Niego al ver el estropicio que hay dentro, encima me tocara lavarla el vestido y arreglarselo.

Cierro la puerta tras de mi y comienzo a recoger todos los trapos que hay manchados en el suelo. Coloco una sabana en el suelo para luego llevar todo a las cocinas para lavarlas con el resto de la colada.

Limpio el suelo con mi paño y con agua antes de tirar la de la jofaina que habra usado por la ventana comprobando que no hay nadie. Tendre que cambiar tambien las sabanas pero no las habran usado.

Avivo un poco el fuego antes de volver a mi trabajo. Preparo un vestido para cuando venga y tenga que vestirla.

La escena era dantesca. Tres hombres armados de pie en un pasillo, dos guardias, todo el puto personal asomado, un cadáver, sangre a gotas como esquirlas para el empedrado y, como si todo fuera poco, una jodida criada que con toda impunidad había pasado a través de todo y de todos. Iacobus, por un instante, se mostró sorprendido. No respondió a Schaar, que acababa de dar instrucciones. Sólo giró hacia él sin decir nada, aún con la misma expresión, que en un rostro como el suyo confundía además de resultar un presagio de augures opacos.

- Este castillo es una puta desgracia - dijo, aún sorprendido.

Luego miró a Tomescu, y negó.

- Quedaros. Serviréis mejor en este pasillo, por si algo sucediera. Sobre vos recae ahora, además de la defensa de vuestra señora que no podéis dejar, la vigilancia de esta puerta en cuanto nos marchemos. El Capitán - dijo, mirando a Ferenk, que por algún motivo seguía en el pasillo - ya enviará a quien se aposte frente a ellas.

Sin más, entró a la habitación, por la puerta que hacía sólo un momento había cerrado y que Schaar había vuelto a abrir.

- Ah, joder - se le escuchó decir desde el pasillo, luego del sonido de algo siendo levantado - Aquí está.

Sin más, entró a la habitación, por la puerta que hacía sólo un momento había cerrado y que Schaar había vuelto a abrir. Se acercó al cadáver de Zuyla y, poniéndose de cara a la puerta, le cogió con ambas manos del torso. Lo levantó en vilo, y sus ojos se clavaron en el charco de sangre bajo su cuerpo.

- Ah, joder - dijo - Aquí está.

Mira un instante hacia la criada, y luego medio sonríe (apenas una mueca) ante las palabras del segundo caballero. Con el cuerpo muerto del mayor de los Dravescu al hombro, espera a que el segundo caballero salga

Se puede apreciar, tan clara como la muerte de los dos presentes, una lengua humana tirada en el suelo, en la posición que antes ocupaba el cuerpo del tercer caballero.