Partida Rol por web

Se puede apreciar, tan clara como la muerte de los dos presentes, una lengua humana tirada en el suelo, en la posición que antes ocupaba el cuerpo del tercer caballero. 

Schaar mira la lengua. Luego mira al caballero. Luego otra vez la lengua

- Cuando queráis, segundo caballero. Dejemos estos muertos donde corresponda. Porque me temo que más no voy a saber de lo ocurrido, ¿me equivoco?  

Tomescu iba a recoger el cadáver cuando las palabras del caballero de los Cárpatos le detuvo. Realmente, no tendría que obedecer sus órdenes, así que miró de reojo a Schaar por si opinaba diferente. Como éste no le dijo nada, se volvió a colocar frente a la puerta de la Dama Dubieta, esperando, en silencio, a que la mañana llegara y esta desgracia pasara.

La llegada de Elena no le pasó desapercibida. La necesidad de Tomescu de juntarse con ese cuerpo apareció de pronto, pero lo controló sin problemas debido a su regia actitud protectora. Lo primero era su deber, ya tendría tiempo para que el cuerpo disfrutara.

Contemplar la muerte de cerca no era agradable. Y ya había tenido bastante visión de violencia y sangre por hoy. De modo que Dubieta asintió a la indicación de Schaar, se encerraría en la habitación, con Tiberiu, y procuraría descansar si era posible. Esperando a su esposo... o a las noticias que de él le trajeran...

Se giró de nuevo hacia el interior, arropada en su edredón, y cerró la puerta tras de sí, no sin lanzar una última mirada a su paladín, una que contenía una muda palabra, un deseo y una advertencia. "Cuídate..."

El capitán Zarak abandona las estancias de invitados en dirección al patio del castillo. 

- Sí, os equivocais - dijo Iacobus, pero se encogió de hombros. Lo cual, teniendo al cadáver sobre uno de ellos, generó la ilusión de el Dravescu asentía con la cabeza - Pero acabemos con esta mierda.

Miró la lengua, pareció pensarlo un largo momento, y se inclinó a recogerla. La sacudió un poco, para desprenderla de parte de la sangre que la cubría. Con esta en un puño, y el otro clavado cogiendo por las ropas al fardo que cargaba, el caballero de los Cárpatos hizo una seña a Schaar para que salieran de la habitación.

Iacobus volvió a salir al pasillo, con lo que quedaba de Zuyla Dravescu cargado sobre uno de sus hombros. La macabra imagen del orgulloso caballero ahora hecho una piltrafa muerta se coronaba la ausencia de expresión en el rostro de Iacobus, que le daba un aspecto más terrible que si hubiese en sus labios una sonrisa siniestra. Pero no dijo nada. Se limitó a mirar a Tomescu, como si quisiera asegurarse que había entendido el significado de lo que le había dicho, y luego se volvió a Schaar para indicarle que salieran. El patio los esperaba y, con él, la Capilla.

Y, con suerte, el puto fin de la noche.

Schaar acompaña al segundo caballero

- El Segundo Caballero y el Hombre de Armas Dvy se dirigen a la Capilla llevando los cadáveres de los Dravescu.

- Durante la mayor parte del día, los criados están ocupados en sus quehaceres, que, tras las bodas, son muchos.

- Van a las cocinas, al patio, al Salón, y a los dormitorios, ocupados en las tareas de limpieza.

- Transcurre la mayor parte del día.

Los ojos de Tomescu se cerraban. Su cuerpo empezaba a oscilar y justo cuando estaba a punto de caer, volvía a ser consciente y se despertaba con un pequeño salto. Parpadeaba rápidamente para ahuyentar al sueño de esa manera, caminaba un poco para desentumecer su cansado cuerpo y volvía a su posición.

Miró a un lado y a otro. Todavía no le habían dado la orden de descansar, pero sabía que en un descuido caería al suelo. Bostezó algo alto para su costumbre y volvió a caminar. No podía permitir que el sueño le venciera.

TARDE DEL PRIMERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

Observó sin ver, de la misma manera que había estado sin estar. No podía perder más el tiempo, no podía permitirse un lujo que no poseía.

- ¡Tomescu! -se escuchó como si fuera el firme golpe del herrero. De eso se trataba, de tomar con firmeza el martillo y amoldar nuevamente un destino incierto.

Al entrar su fiel guardia observó a su Señora de pie, mirando fijamente la chimenea carente de fuego. El azul oscuro cubría su blanca piel, y sólo los ribetes plateados suavizaban el acabado. A simples ojos ajenos la joven Dama bien podría pasar por una estatua, pero Tomescu no era simple ni ajeno.

- ¿Ha regresado el Caballero Dvy? -quiso saber sin apartar aún la mirada de la chimenea desprovista de calor- Los últimos acontecimientos han sido... desastrosos -dijo más para sí misma- Comprueba si el Caballero se encuentra descansando. Si no es así manda a buscarlo, que lo encuentren. Quiero hablar con él, pero no descuides tu cometido. Así que, si no hallas sirviente al que puedas encomendar la tarea consulta conmigo antes.

" El hedor a muerte asola los pasillos de este castillo".

- Tomescu -llamó su atención antes de que partiera- A partir de ahora extremad vuestra atención, cualquier cosa que percibáis extraña o pueda resultar de interés hacedmelo saber. 

No hizo falta que se girara, que hiciera un ademán con la mano. Sus palabras eran suficientes, su resolución hablaba de cambios que no admitían réplica.

- El guardia Tomescu acompaña al hombre de armas Schaar Dvy a presencia de la Dama Dubieta.

PRIMERAS NOCHES DEL MES DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

Schaar, acompañado de Tomescu, se acerca a las dependencias de la dama Dubieta, y llama a la puerta, esperando que la dama consienta en que pase

Mientras esperaba la llegada de su Caballero dispuso las sillas frente a frente, necesitaban sentarse y tomar el tiempo necesario para tratar los diversos asuntos que tenía en mente. Fue hacia la mesa donde se encontraba el suave licor y lo encontró vacío, provocando un gesto de disgusto ante la falta de atención prestada por el servicio así como por ella misma.

- Adelante.

Antes de que su guardia se retirara le hizo un alto con la mano, ligero y sutil.

- Tomescu, comprueba que mi hijo está preparado para bajar a cenar. He de hablar con el Caballero Dvy y no quiero que Tiberiu nos interrumpa, así que espera junto a él hasta que estemos dispuestos a bajar.

Una vez se retiró y cerrara la puerta señaló la silla dispuesta en frente de la estaba a punto de tomar asiento.

Se acomodó mientras que con movimientos delicados ajustaba debidamente el vestido, evitando así inadecuados pliegues. Aquella noche optó por un sencillo medio recogido, dejando el largo de su hermosa y oscura melena pero despejando su rostro.

- Schaar... -su voz se notaba cansada, una pincelada de preocupación que pronto fue barrida por el aplomo que había perdido en los últimos días- Me temo que nuestra situación no es precisamente idónea. No podemos faltar a la cena, aunque sea para comprobar quiénes permanecen en pie y quienes se hallaran tumbados para siempre.

Observó a su Caballero con aquella vieja mirada, aquella que había luchado antaño contra las adversidades. Habían hecho un largo camino para regresar, para evitar morir en la miseria o sucumbir ante forajidos de los caminos. Schaar no comprendía la vulnerabilidad, el corazón de Dubieta no descansaba de la inquietud por su hijo. El cambio no había hecho mella en el pequeño, él era tan débil como cualquier niño de su edad.

- Has ayudado a Iacobus con los Dravescu, supongo que has conseguido averiguar cuál es ese peligro que acecha a mi hijo, y a mí -quiso saber sin desprender ni un ápice de temor- Por otro lado, ¿está confirmado que mi difunto esposo ha fenecido? ¿Detalles?

Tenía muchas cosas de las que tratar, como la delicada situación en la que se hallaba tras la muerte del Senescal, o eso es lo que suponía.

"Es que no pudo morir hoy. No, no iba a resultar tan fácil. ¡En la cena de boda! "

Por supuesto, mi señora, ahora mismo dijo Tomescu mientras Dubieta cerraba la puerta. Tomescu se giró y se fue hacia las habitaciones en las que debía estar el pequeño Tiberiu

Tomescu llegó ante la puerta y llamó dos veces.

¿Tiberiu? preguntó colocando la mano en el picaporte para entrar. Esperó unos segundos y entró en la habitación.