Partida Rol por web

PUÑETAZO:

- Siete éxitos de ataque, -1 de la DV Esquiva del Senescal, son 6 éxitos netos.

- Seis éxitos netos + 5 de daño de Puñetazo - Absorción Contundente del Senescal (4) = 7.

- Tirada de Daño: 7 dados de 10 desglosados a dificultad 7. En la tirada de daño no se aplican las reglas de 10 y 1.

SENESCAL STOLNIC:

- Sufres 5 Heridas de Daño Contundente. Estás Malherido (-2 dados a toda acción).

- Ahora podrías actuar tú, o simplemente quedarte tirado en el suelo. No parece que el Caballero de los Cárpatos vaya a seguir golpeándote (de momento).

IACOBUS:

- Le has causado 5 heridas de Daño Contundente.

- Suficiente como para que se quede tirado en el suelo y sienta que le duele.

Los ecos de los pasos de Radovina Szantovich se fueron apagando hasta desaparecer completamente. Y sobre el nuevo tablero dibujado por las losas del salón del castillo, tan solo se erigían cinco figuras. El Senescal, Iacobus Radoslav, Maserrak de Flambeau, Otto de Sajonia y él mismo.

Y el caballo avanzó hasta el alfil. Y su puño surcó el aire estampándose en el rostro de Jensi Stolnic. Y Durius Tremere de Slobozia enarcó una ceja, en un gesto que contenía una infinita burla.

-Querido Senescal, parece que vuestras afirmaciones de no tener que dar explicaciones al Segundo Caballero o de asumir vuestra responsabilidad únicamente ante el Duque, oportunamente ausente para vos, no le complacen. Verdaderamente lastimoso por vuestra parte, debo decir -señaló Durius en un tono displicente-. Abristeis el Castillo a la ralea Basarab, fuisteis un pésimo anfitrión, insultasteis a propios y ajenos, consentisteis infamias, actuasteis de forma poco adecuada a vuestro cargo y, ahora, ¿pretendéis no responder de vuestros actos escudándoos en el Duque? Por favor, mi señor Senescal. Los infantes rehenes corren a esconderse en la madriguera de su familia, los Basarab han sido testigos de lo que no debían, nuestra tierra tiembla ante la certeza de una nueva guerra intestina y ¿vos posponéis la asunción de vuestras responsabilidades al regreso del Duque? No os creía tan ingenuo -afirmó con suavidad antes de añadir tajante y secamente-. Ni tan estúpido.

Me despedí de la Dama Radovina Szantovich con una distraida reverencia y, en cuanto el Salón dejó de estar tan concurrido, centré mi atención en los que permanecían aún en él. Estaba a punto de hablar, de hecho puede decirse que la actuación del Caballero de los Cárpatos me dejó con la palabra en la boca, pero el golpe me lo impidió.

Retrocedí un paso movido por el instinto, aunque parecía que la cosa no iba a ir a más. Aquel hombre viejo y gruñón daba lástima recostado sobre el suelo, indefenso...

" Una escena patética... en todos los sentidos..." - pensé aún vigilando los movimientos del Caballero.

El Senescal no tiene tiempo ni para moverse: el golpe impacta en su rostro, haciéndole caer al suelo. No podía negar que el caballero era fuerte, fuerza que podría haber utilizado contra los Basarab para variar. De sus labios salio un ligero quejido de dolor, y comenzó a levantarse lentamente. Un hilillo de sangre le recorría la boca. Escupió al suelo restos de sangre.

Bueno- carraspeo- me hubiera gustado ver esa fuerza contra los Basarab, pero ya no tiene remedio- tras decir esto, mira a Durius pues era el único que habló en aquella sala- no es ingenuidad ni estupidez, simplemente era detener una discusión delante de todos los presentes, algo innecesario dadas las circunstancias- sabía perfectamente que mas adelante hablarían de su "proceder", asi que, ¿que necesidad había de discutir delante de todo el mundo?- al fin y al cabo, para eso nos reunimos ahora, ¿no? para hablar sobre esto- al senescal le dolía la espalda por la caída, pero hizo esfuerzos por no quejarse ni ir a sentarse- mis responsabilidades eran evidentes y he fracasado- admitió- pero no estoy dispuesto a cargar con todas las culpas. Al fin y al cabo, no era el único ausente en esta celebración, la cual por otro lado, es bueno recordar: era mi boda- recalcó- así que, disculpadme sino podía estar del todo presente para organizar todo el evento, de donde se sentaba cada cual y demás. No era mi cometido- suspira, cansado- los Basarab debían entrar, eran invitados y no hubiera sido procedente no dejarles pasar. Tuve que mostrarme mas inflexible en lo de los soldados, lo reconozco- no podía negar que dejar pasar a todos los soldados fue un completo error, puesto que provocó que en el castillo la superioridad del Boyardo fuera clara- de la misma manera que debía haberme mostrado con mas tacto con el Boyardo y su séquito. Era mi deber como Senescal. De la misma manera me hubiera gustado tener el apoyo de mi señor Durius que seguro que hubiera resuelto algún que otro entuerto de este viejo, pero desgraciadamente estaba ausente.

No tengo mucho mas que añadir, salvo quizás alguna pregunta como, ¿que diablos era el dichoso humo negro que surgió en la capilla?- al fin y al cabo, esto fue el inicio de todo aquello- ¿y como diablos vamos a traer de vuelta a la Dama Basarab?

Una vez quedaron a solas el Mayordomo, y Chambelán por deceso, pasó voluntariamente a un segundo plano. Después de todo, de los hombres allí reunidos, él era el menos importante. No tenía ni un apellido ni un título que lo situara por encima de la plebe de la que formaba parte, tan solo un cargo que proporcionaba más preocupaciones y desvelos que satisfacciones, porque satisfacciones no había obtenido ninguna.

- “Si al menos el banquete hubiera salido bien…”- Pero no, no había salido bien. Todo el tiempo que había invertido organizándolo, todo el esfuerzo que había hecho no había servido de nada. Viendo cómo había acabado todo poca diferencia hubiera supuesto no preparar nada.

Con la vista puesta en el suelo esperó a que se dijera lo que se tenía que decir, pero no fueron las palabras las que rompieron el silencio. Un golpe y el Mayordomo alzó la vista a tiempo de ver cómo el Senescal caía al suelo. Podía dar gracias de que solo fuera eso, si es que solo era eso. Por mucho menos él había sido castigado con varazos en numerosas ocasiones. La última, sin ir más lejos, hacía poco más de un año.

Acortó la distancia que lo separaba del Senescal con la intención de ofrecerle un trozo de tela con el que limpiar el hilillo de sangre que ofendía su vista, pero no llegó a ofrecerlo. Antes quedó aturdido por el golpe que el Senescal le propinó sin venir a cuento. El anciano Senescal se revolvía y no pudiendo golpear a quien quería, repartía guantazos para el resto.

Esa actitud pueril  con la que pretendía quitar importancia a las responsabilidades propias desviando la atención hacia las ajenas no era algo que se hubiera esperado de él, del hombre que había conocido. Pero aquel hombre había muerto asfixiado por las arrugas que poblaban su rostro.

Con el trozo de tela aun en la mano, Otto se apartó del anciano y quedó de nuevo tras Durius de una forma  parecida a como se había situado tantas veces detrás del Duque.

La vejez era de una forma extraña y grotesca una especie de regresión a la niñez. Por ello el Senescal, Jensi Stolnic, hacía lo que hacían los niños pero, en su caso, empleando más palabras que el sencillo “Y tú más”. Otto se preguntaba si de haber estado allí el Duque, el Senescal lo hubiera culpado también por no aparecer en la boda a plena luz del día.

Durius esbozó una sonrisa helada que apenas duró un instante.

-Desde luego, mi buen Jensi, desde luego. Una lástima que no estuviera en esa boda para solucionar vuestros errores. Claro, culpa mía. Grave y craso error el mío. A fin de cuentas, ¿era un simple invitado más en vuestra nupcias? Por lo visto no. Soy el Secretario Ducal incluso en unos esponsales y mi labor, deshacer vuestros entuertos. Tal y como decís, no estáis dispuesto a asumir la responsabilidad de cuanto ha ocurrido, haciendo así gala de vuestras notables dotes políticas en la administración de estas tierras en ausencia de Gyula Kadar. Oh, la vida es tan cruel e injusta -dijo con afectación antes de retornar a la dureza-. Mas surge ahora de vuestra boca el tema de la Dama Basarab. Jensi, ¿podéis decirme qué nos importa a todos los presentes la Dama Basarab, cuya sangre no es siquiera de esa familia? Svitlana podría ser violada por todos los inútiles guardias de este castillo y el Boyardo se limitaría a mirar. Quizás incluso a aplaudir. Si creéis que ella es la pieza a rescatar en este juego, es que sois más estúpido de lo que aparentáis. Son sus hijos, los hijos de Niktu y nietos del Boyardo los que nos ofrecían una ventaja, una salvaguarda para mantener a esa casa atada y sin deseos de reclamar lo que por derecho y cuna les correspondía frente al magyar. Una vez más, Senescal demostráis vuestra inoperancia y vuestra estulticia. Y ese, querido amigo, es un lujo que no nos podemos permitir -señaló mirando primero al Senescal y después, fijamente, a Iacobus Radoslav, Segundo Caballero de la Corte-. Decidme Caballero de los Cárpatos, ¿cómo solucionaríais este último problema de tal modo que no volviera a afectarnos? Hablad, por favor. O actuad, pues tengo la viva consciencia de que sois más de hablar con actos que llenar el aire de ruido.

Claro que los niños son lo mas importante, nuestro salvoconducto. Perdón por no haber especificado mis palabras, pero suponía Durius, que entenderías lo que quería decir. 

Y no niego mi responsabilidad en el asunto, pero me parece extraño que reciba todas y cada una de las culpas, así de simple. Asumiré mis errores y pagaré por ellos, sea cual sea la sentencia. 

Iacobus apenas sacudió el puño con el cual había impactado en la cara del Senescal, porque el golpe iba poco con él. Apenas había tenido fuerza, porque no era su intención matarlo como había sucedido con la caída esa y el Boyardo. Oh, ¿cómo dejar que así sucediese? Sus ojos oscuros siguieron todo el devenir, analizando algo que estaba fuera del alcance de las palabras. Apenas hizo una mueca cuando el Senescal trató de invertir las tornas de la situación como uńa ironía, ¿pero aquel hombre acaso tenía algún atisbo de inteligencia? Joder, en fin. Dejó qué Durius dijera todo lo que tenía que decir, mientras él se calzaba el guantelete de nuevo.

Dejó que se respondieran, que se volvieran a decir, que hicieran lo que les diese la gana. A fin de cuentas, sabía cómo iba a terminar eso antes de que lo hiciera. Poco importaban las pullas verbales de dos lenguas cuyo único mérito era moverse en una boca sin hacer nada más. Cuando Durius dejó de hablar, joder, finalmente, Iacobus entendía. Sin duda. Pero pensaba algo más.

- Deja de decir que asumirás la responsabilidad, como si lo que fuera a suceder fuese algo decidido por ti. Porque, no sé si te has dado cuenta - sus labios se curvaron en una media sonrisa -, no lo es. El tiempo de asumir tu puta responsabilidad era antes, y no lo hiciste. Por el contrario, de hecho, y ahora mismo sigues sin hacerlo. - Se encogió de hombros. - A mí también me hubiera gustado ver esa lengua usada en el momento en el que desdijiste mi ordén de dejar a lós Basarab afuera. O cuando dejaste el Salón en soledad cuando sucedió lo de la criada. ¿Qué coño tengo yo que ver con eso? Y sin embargo, me tocó tu trabajo. Así qué te imaginas lo bueno que eres, si yo pude hacerlo méjor. - Se volvió hacia Durius. - Seguid con vuestra mierda de palabrerías y sutilezas. Hay sólo una solución permanente - sonrió de costado, mientras buscaba algo en su cinto - Sostenedlo.

El caballo acorralaba al alfil mientras el resto de piezas parecían dubitativas acerca de su próximo movimiento. No era el caso de Durius, cuya memoria aún ardía con los recuerdos de lo vivido y cuya visión acerca del futuro de aquellas tierras incluía muerte y devastación, fenómenos ambos fruto de la incompetencia de aquel hombre que ahora estaba siendo juzgado y a quien se aplicaba sentencia, una sentencia posiblemente tan dura como lo era la Transilvania que en un día u otro los acogería en su seno.

No respondió a Radoslav. Ambos se despreciaban, pero comprendían que aquel no era un juego, un escenario teatral donde las consecuencias se olvidaban y donde la culpa era perdonada. Aquello era la realidad. Sujetó firmemente al Senescal al tiempo que miraba al Chambelán.

-Otto, ayudadme. 

Mi incomodidad iba en aumento, tal como iba en aumento la violencia de la escena. Por si fuera poco castigar a aquel anciano haciéndole besar el suelo (por decirlo de algún modo) el Caballero de los Cárpatos se proponía terminar con la vida del Senescal. No era mi amigo, casi ni podía decir que lo conociera, ni siquiera aseguraría que me resultara simpático (más bien gruñón, cosas de la edad supongo) pero que fueran a matarlo ante mis ojos me resultaba aberrante.

Di un nuevo paso atrás y aparté la mirada para no contemplar lo que iba a ocurrir. Cuando volviera a abrirlos sólo quedarían tres hombres en pie (sin contarme a mi) y otro estaría en el suelo con las tripas fuera y revolcándose en su propia sangre. Aquella visión me trajo una arcada que, por suerte, fui capaz de reprimir. No trataría de evitar la muerte de aquel hombre, quizás fuese demasiado cobarde como para interponerme entre él y la espada, o quizás es que no quisiera hacerlo, puede que pensase que lo merecía, o el miedo a ser el siguiente quizás me paralizó... Mis sentimientos eran contradictorios, extraños, imposibles de interpretar, pero el hecho es que no hice nada por evitarlo y, en cierto modo, no me importó.

¿Necesitáis la ayuda del chambelán para realizar esta tarea?- dijo Jensi. No iba a resistirse, no tendría sentido- por favor, esperaba mas de vos, Durius. Al menos tened la decencia de hacerlo vos y no un carnicero- dijo, en referencia al Caballero. 

- ¿Yo?

Se giró, pero salvo los cuatro presentes el salón estaba vacío. Él era el único Otto que había en la sala, el único que había en todo el castillo y seguramente el único en toda Alba Iulia. Con su mala suerte seguramente también fuera el único de toda Transilvania. Así cuando alguien dijera Otto tal u Otto cual, Otto hizo esto u Otto hizo lo otro, todos se estarían refiriendo a él. El único. El inimitable. Al que llamaban para organizar todos los entierros y para resolver todos los problemas hasta cuando estos consistían en sujetar a un anciano.

- Pero…

¿Por qué tenían que convertirle en el protagonista? ¿Por qué no le dejaban donde estaba? Solo, en un segundo plano, detrás del Caballero Durius, allí donde se podía interpretar que le respaldaba en cualquier decisión que tomara estaba mucho más a gusto. Era un segundón y no le importaba.

- ¿Para?

¿Y para qué demonios quería Iakobus que le sujetaran? Matarle no le iba a matar, para eso no lo necesitaba o al menos no lo había necesitado cuando el Duque le dio la orden de matar a la Basarab. Era para otra cosa. Sí, otra cosa. Debía ser otra cosa.

- ¿Es lo correcto? Quiero decir…

Era una orden y él no era más que el Mayordomo y Chambelán de rebote, no tenía ni voz ni voto.

- ¿De dónde?

Porque esa era otra. ¿De dónde querían que le sujetaran? Si era tan solo para evitar que se moviera, ¿de verdad eran necesarias dos personas? ¿No bastaba con un fornido caballero curtido en la batalla como Durius que también era necesario el que se encargaba de llevar las cuentas de las viandas?

-Obviamente, Senescal -respondió Durius a Jensi, al tiempo que le tomaba por un codo, casí más como báculo que como tenaza-. Atiendo a las palabras, por más que para algunos carezcan de fuerza, sentido o propósito. El Segundo Caballero ha solicitado la ayuda de más de uno de los presentes, si bien ignoro sus intenciones reales por más que sean interpretables. Respecto a la decencia, ¿a qué decencia os referís? O más allá, ¿es la indecencia un hecho a corresponder con la decencia? Una interesante disquisición de cara al futuro.

El voluntario aislamiento de Maserrak, que hacía gala del viejo principio de ojos que no ven corazon que no siente, no le había pasado desapercibido al secretario ducal. De otra parte, el barboteo del Chambelán agotó la escasa paciencia de Durius que miró fríamente a Otto de Sajonia, sin añadir comentario o palabra alguna. Aquel era un tiempo donde los actos, los hechos, las palabras tendrían sus consecuencias, al igual que la estupidez, la estulticia y la insulsez.

El caballero contempló con su habitual mirada burlona la escena. Aquello difícilmente podía ser más cómico. Pero a la vez, era una especie de justicia por todo lo que había ocurrido aquella noche. No era el único culpable, éso es cierto. Pero, seguramente, sí era uno de los que más responsabilidad ostentaban en aquel desastre.

Lentamente, sin ninguna clase de prisa, se acercó hasta la figura del Senescal, ahora sujeta. Un paso tras otro, retumbando en el cavernoso salón. Una leve sonrisa tensó una de las comisuras de sus labios al escuchar aquellas palabras que el condenado le dirigía.

"¿Carnicero? Éso es bastante gracioso. ¿Por qué no les contaste ésa clase de chanzas a los Basarab?"

-Cómo iba diciendo... Hay una solución permanente. No puedo solucionar la necedad, ni la falta de contemplación de los propios deberes, por decir algunas de las faltas. Pero hay otra cosa. Sin duda al "gran" Blaatu Basarab, no le hicieron gracia algunas de las cosas que salieron de vuestra boca. Pues bien, voy a asegurarme de que no vuelva a salir nada más-añadió el caballero, ésta vez sí, con una sonrisa. En poco menos de un segundo, una daga se encontraba en su diestra, mientras su siniestra, enfundada en uno de sus guanteletes, había introducido sus dedos dentro de la boca del viejo, en busca de algo que parecía retorcerse y evitar su contacto. 

"Ahhh. Ahí estás..."

Aprisionó la lengua entre sus dedos pulgar e índice, y la rígida tenaza formada por ambos extrajo lentamente la lengua fuera de la boca, lista para su destino. Acercó la daga, pero la paró a pocos centímetros, y miró directamente a los ojos al Senescal. Transcurrieron unos tensos segundos, sin que se moviera lo más mínimo. Finalmente, tras ver en los ojos de aquel hombre lo que parecía estar buscando, acercó la daga a la lengua, y empezó a cortar. No fue un corte limpio ni rápido. Iacobus era perfectamente capaz de haberlo realizado así, pero Jensi debía sufrir en aquel castigo. 

La hoja fue segando muy lentamente, centímetro a centímetro, impasible a los sonidos que profería el senescal, sus ojos o sus intentos de revolverse. A aquel viejo le estaban sujetando dos hombres, y la presa que ejercían los dedos del caballero sobre el órgano tampoco se aligeraba ni un ápice. Finalmente, fueron los propios movimientos de aquel condenado los que acabaron de arrancarle la lengua, a falta de menos de un centímetro, con un brusco tirón de cabeza. 

-Creo que no volverá a decir nada inapropiado.