Partida Rol por web

El caballero de los Cárpatos observó, impertérrito, la partida de Durius y del Capitán. La puerta había vuelto a cerrarse y les había dejado a Masserak y a Otto encerrados, en silencio, con un cadáver aún caliente y con él. Giró hacia ellos y les echó un vistazo, que hacía las veces de curiosidad, vigilancia e indiferencia. Había mucho escrito en los rostros y acciones de aquellos dos, pero más aún en sus silencios y en lo que ocultaban. Ambas eran cosas que no le interesaban, en realidad.

Pareció esperar los segundos necesarios para dejar de escuchar algo, quizás los pasos fuera de la puerta. Su propio silencio parecía reflexivo, ¿quizás es que pensaba en la posibilidad de que cualquiera de ellos decidiera desobedecer, como podría haberlo hecho el Capitán? No, aquello parecía imposible, habida cuenta de que la desobediencia haría recaer sobre los hombros de quien se atreviera el peso de lo sucedido allí dentro, esa noche. O quizás sólo estaba esperando porque sabía que aquello le daría más margen. La mano desnuda había vuelto a su guantelete, y quedaba ya poco de él a la vista.

- Decidme, ¿dónde están las estancias de los Dravescu?

Esperó sólo lo suficiente para escuchar la respuesta. Luego les sonrió, una media sonrisa seca, y salió del Salón.

IACOBUS:

- Recuerdas entonces que las estancias de los Dravescu son una habitación relativamente pequeña en la zona de las habitaciones de invitados, muy cerca de la torre en la planta superior de la que tú resides con tu Escudero.

- En la zona destinada a los invitados. Pasados los barracones de la guardia, los primeros aposentos a mano izquierda.

En su respuesta no había ni un ápice de duda porque conocía el castillo (o por lo menos todo lo que de él se conocía) como la palma de su mano. Es lo que tenía habérselo recorrido de un extremo a otro cuidando que todo estuviera perfecto, atento a cada postigo suelto, a cada losa sucia y a cada madero roto. Pero entonces la duda asaltó al Mayordomo con nocturnidad y alevosía.

- Pero a lo mejor no lo encontráis allí…

El anciano y senil hombre, aprovechando la soledad, podía haber decidido invertir el escaso tiempo que le quedaba en el mundo en hurgar con su daguita en los interiores del Basarab muerto. Eso o maquinar en plena noche contra unos enemigos que se mostraban particularmente activos durante las horas nocturnas. Sí, a las facultades de aquel hombre, cuyo futuro se mostraba especialmente luctuoso, les había afectado en demasía la vejez.

- Si es así, buscadlo en la capilla.

- El Caballero de los Cárpatos abandona el Salón Principal.

- El Caballero Durius Tremere llama a la puerta y Maserrak y Otto le abren las puertas.

- Poco después de la entrada del Secretario Ducal al Salón, pasa el Capitán Zarak.

Durius cruzó el umbral de la puerta, granjeado su paso por el Chambelán y Maserrak. Tras él, Ferenk siguió sus pasos

-Cerrad la puerta nuevamente hasta el regreso de Iacobus Radoslav -ordenó-. Es hora de que hablemos. Resta poco tiempo para tomar decisiones, para actuar y para obedecer llegado el caso. Y aunque Itsvan nos ha referido que nadie ha intentado acceder a este salón, ¿hay algo que debáis comentar?

Ferenk trabó las puertas, preguntándose qué estaba entreteniendo al Caballero de los Cárpatos. La tarea que habían llevado a cabo Durius y él había ocupado largo rato y sin embargo, Iacobus no había sido capaz de traer consigo al viejo Zort. ¿Había acudido a la Dama Radovina? ¿Se había topado quizás con la resistencia del Matavampyr? Cualquiera que fuese la causa, el amanecer se cernía sobre Alba Iulia, y el Secretario querría terminar lo que había empezado antes de que el sol se asomara por el horizonte.

Mientras esperaba la respuesta de Maserrak y Otto, se acercó al cadáver de Jensi, pálido y frío como si fuera una figura de nieve manchada de rojo, y permaneció a su lado. Con gesto distraído, sacó la lengua que todavía guardaba entre sus ropas, y volvió a depositarla sobre el pecho del Senescal. 

- No, mi señor, nadie ha entrado en el salón antes de que llegárais vos - respondí con sinceridad.- De hecho diría que no ha ocurrido nada reseñable en ningún aspecto en vuestra ausencia.

¿Que si tenían algo que comentar? Nada. ¿Qué ponían comentar? Quizá que desde que se habían marchado todos, y Maestro y Mayordomo habían quedado a solas, el silencio se había adueñado de un salón lleno de miradas inseguras. Esas miradas que los hombres se dedican cuando carecen de la suficiente confianza como para que el silencio no les resulte incómodo mientras tratan de buscar en vano temas de conversación que les puedan interesar a ambos.

En el caso de estos dos no hubo ni un solo intento. Ni si quiera se pronuncio uno de esos “Ehhh…” que sirven tanto para llenar el silencio y escuchar algo más que respiraciones como para allanar el camino ante una posible conversación. En cualquier caso era comprensible porque después de lo ocurrido, ¿de qué podían hablar?

- Ehhh… Oye, el banquete ha sido magnífico, ¿verdad? ¡Inolvidable!- En eso coincidía Otto.- ¿Recordáis cuando la criada le falto el respeto al noble?

- Oh, sí, por supuesto que lo recuerdo. Nunca lo podré olvidar. Pero en mi opinión lo mejor fue la bofetada. ¡Qué grandiosa bofetada! Solo una y la mató.

- Sí, sí, cuánta razón. Aunque puestos a hablar de muertes, ¿qué me decís de la del Senescal?

- Espectacular. A mí nunca se me hubiera ocurrido matarlo así. Debo reconocerlo, pero el Caballero Durius tiene imaginación para estas cosas.

- Coincido, coincido. Sobre la vida no sabrá mucho, pero en eso de causar muerte es todo un maestro. Con mayúsculas.

- No podría estar más de acuerdo. Y qué me decís de las albóndigas de faisán, frías y duras como piedras. Qué desperdicio de comida. Una pena. Una verdadera pena…

El Mayordomo asintió confirmando lo dicho por Maserrak y, también, lo de las albóndigas.

-¿Nada reseñable? -una media sonrisa se dibujó en el rostro de Duris Tremere de Slobozia. Una sonrisa que dejaba constancia de que en aquel castillo eso era algo imposible-. No gozamos de excesivo tiempo. En este momento el Segundo Caballero está cumpliendo una misión que ignoro si llegará a ver la luz o cumplirse satisfactoriamente. No obstante, en esta partida de ajedrez que forzosamente nos hemos visto obligados a jugar, no podemos estar pendientes de los movimientos ajenos y debemos efectuar los nuestros propios. Hoy el Castillo y sus habitantes han sido testigos de horrores varios cuyas consecuencias serán harto difíciles atajar. Mas la más grave de todas ellas es la pérdida de nuestros rehenes cortesanos, los nietos de Blaatu Basarab, y la amenaza de una inminente guerra civil en cuanto los Basarab se comuniquen con el resto de las familias y que terminará de desangrar Transilvania si no actuamos de inmediato. Una pérdida y un error cuyo responsable yace aquí en pago por sus acciones y omisiones. Mas si bien su ejecución no obedece sino a una necesaria justicia, pocos habrán de verlo así, por más que lo entendieren. Entre estos muros habitan demasiados intereses contrapuestos y la verdad nunca ha sido bienvenida. ¿O me equivoco? -dijo y en aquel momento su mirada se detuvo en la de Otto de Sajonia, en un mensaje difícil de aprehender-. Capitán Ferenk, esta es la situación. Ahora sois simple testigo. Deberéis decidir si también partícipe. Sois magyar y vuestra lealtad es para con el Duque en exclusiva y las demás lealtades de las que podáis hacer gala no son sino inferidas de ella. Soy tan consciente de ello como de vuestra entrecomillada deuda para conmigo, fruto una vez más de mi lealtad al Duque Gyula Kadar y que marca en cierta medida nuestra simbiótica relación. Juzgad si así lo deseáis. Nada os lo impide. Pero decidid y pronto cuáles son las necesidades de nuestro señor y obrad en consecuencia. Y pensad en cómo hubiera actuado Gyula Kadar si hubiera entrado en este salón, a la partida de los Basarab -Durius conocía la respuesta a aquel planteamiento ofrecido. El Duque no se caracterizaba por una especial querencia al fracaso, ni por la suavidad o debilidad en el castigo.

Durius fue hasta el cadáver del Senescal, cuya lengua reposaba ahora sobre su cuerpo, consecuencia de un gesto que no había pasado desapercibido al secretario ducal. La tomó como antes debió hacerlo el capitán de la guardia y la guardó consigo. Tras ello, se encaminó con rapidez a las habitaciones de Stonic y tomando el cobertor de su lecho regresó hasta donde un charco de sangre mostraba el lugar de su fin. Arrojó en un amplio vuelo aquel pedazo de tela, dejando que se empapara de la sangre vertida, absorbiéndola. Tras ello, volvió a dejarla en el lugar donde el difunto descansaría por última vez a ojos de todos.

Acto seguido, y sin delegar funciones, tomó el cuerpo de Jensi Stolnic y lo depositó en su lecho, la boca abierta en un gesto de horror, el moretón de su rostro como señal del golpe de Iacobus Radoslav.

-Preparaos para cuanto está por venir. No será fácil, mas recordad que no es ya nuestro futuro el que depende de los aciertos y fracasos de esta noche, sino el de esta tierra.

El Mayordomo casi dio un respingo cuando Durius le dedicó aquella mirada, y solo casi porque desde que se abrió la puerta había estado más tieso que una vela (o que el Senescal, un símil que le quedaba mucho más a mano). La razón de aquella mirada tan solo podía intuirla, aunque prefería no hacerlo porque si pensaba demasiado en ella se hundiría en unas aguas de las que temía no poder escapar. Pero lo que prefiriera o no carecía de importancia en esa como en tantas otras ocasiones…

Otto intuyó, y después de intuir se santiguó al ver cómo la lengua saltaba de unas manos a otras como si aun estuviera viva y tuviera una historia que contar. Una fábula, una mentira, una falsedad que aun había que escenificar y que el Caballero ya había comenzado a preparar con unas sábanas manchadas y un anciano muerto sobre su cama. Pero en el suelo, allí donde había descansado el cadáver antes de que se le diera mejor acomodo, todavía quedaba algo de sangre seca que el diligente Mayordomo se apresuró a limpiar. Después de esa vino la poca que las exiguas venas habían derramado sobre la mesa en la que lo había situado el Capitán.

- “Detalles…”- se dijo.- “Lo importante son los detalles…”

Y satisfecho por su trabajo, volvió a ocupar su lugar.

¿Cómo hubiera actuado Gyula Kadar?

¿Quién se creía Durius que era para presumir de saber cómo pensaría el Duque? El Duque, que había nacido y crecido en una tierra tan distinta a la suya, y había vivido una vida que ni siquiera podía imaginar. ¿Era acaso la naturaleza que compartían la que le hacía creerse en posición de empatizar con Su Señor?

Ferenk no podía imaginar cómo hubiera actuado el Duque, pero podía anteponer las que creía que eran las necesidades de Su Señor, estuviera en lo cierto o errado, las necesidades de su actual hogar y dominio, a las suyas propias. Era esa la razón por la que había regresado al salón con Durius, se había tragado el dolor por la muerte de Jensi, y no había actuado ante lo que iba a suceder a lo Dravescu. El Primer y el Segundo Caballero eran la prioridad del Duque, o nunca los hubiera distinguido con tales títulos. Por encima de todos sus súbditos, tanto los que llegaron con él de Hungría como los que se unieron a su corte en Transilvania, era a ellos dos a quienes Ferenk consideraba que necesitaba vivos.

Y si estás equivocado, no puedo hacer nada al respecto. He tenido mi oportunidad y la he dejado pasar.

Mientras Ferenk pensaba, el Secretario y el Chambelán se ocupaban de ultimar la charada, como si tuviera importancia. Como si quedara alguien en el castillo que pudiera oponerse a sus palabras y decisiones.

—Estoy en este salón con usted —dijo, apartando de su tono cualquier duda que pudiera albergar todavía, mirando al Secretario a los ojos—, creo que es suficiente prueba de cuáles considero las necesidades prioritarias de Mi Señor y de Su tierra.

Tras un buen rato, se escuchó como alguien llamaba con firmeza a las puertas del salón. Escasos segundos después, la voz del guardia Istvan atravesó las hojas de las puertas.

-Mi señor, la Dama Radovina Radoslav desea pasar, trae un mensaje urgente del Segundo Caballero.

Durius simplemente asintió a las palabras de Ferenk. Difícilmente la respuesta hubiera podido ser otra, si bien la sinceridad encerrada en la misma podía ser cuestionable. En cualquier caso, el tiempo sería el juez y verdugo de su verdad. Ante las nuevas voces, el secretario ducal se volvió hacia la puerta en un acto reflejo. La mirada se endureció tras un fugaz fulgor de sorpresa.

-Itsvan, franquead el paso a Dama Radovina.

Ferenk se preguntó qué había ocurrido mientras Durius y él estaban en las mazmorras. ¿Qué hacía Radovina en la puerta del salón, en lugar de durmiendo en sus aposentos de una maldita vez? En cualquier caso, el Secretario había indicado a Istvan que la dejara pasar, así que el capitán se limitó a abrir los cerrojos y trabas de la puerta, para permitir que un actor más se invoilucrara en la macabra tragedia.

- Es el propio Capitán Zarak el que descorre los cerrojos y le franquea el paso a la Dama Radovina al interior del Salón.

Habida cuenta de cuál era la labor que Iacobus Radoslav debía satisfacer en aquella larga noche, las razones de la presencia de la recién desposada no admitían excesivas interpretaciones. Durius saludó con una leve inclinación de cabeza a la recién llegada y una esquiva sonrisa en sus labios. 

-Buenas noches nuevamente, Dama Radovina. Se me ha hecho saber que sois portadora de nuevas de vuestro esposo. Hablad, pues.