Partida Rol por web

- ¡Nooooo! - exclamé, y cuando quise darme cuenta estaba en pie y todos los presentes me miraban extrañados.- Ejem... mis disculpas, acabo de recordar algo importante... he estado preparando un nuevo ungüento curativo, dadas los últimos acontecimientos me pareció lo más adecuado - me fui acercando a la puerta pasito a pasito.- Sin duda ayudará a la pronta recuperación del Caballero de los Cárpatos... si os place, Secretario Ducal, iré inmediatamente a mis aposentos a recogerlo...

Ya casi había llegado a la puerta, aunque claro está, no la atravesaría sin permiso expreso del Secretario Ducal. Esperaba que su respuesta fuera afirmativa, o de lo contrario... bueno, puede que no fuera tan malo que se le infectaran las heridas a aquel bastardo y que muriera retorciéndose de dolor por las fiebres.

" Bien pensado..."

La mirada que Durius dirigió a Ferenk, poseía la frialdad suficiente como para congelar las mismas llamas del infierno. Su alocución contenía demasiadas autojustificaciones y, especialmente, un exceso de críticas no veladas hacia los presentes que, cuando menos, podían ser calificađas de altamente inoportunas. Cuando más, lo convertía en merecedor del frío del hierro en su garganta.

-Id, Maserrak -dijo asintiendo a la petición del Flambeau-. Mas regresad con la mayor premura, pues vuestro saber es aquí necesario. O solicitado de un lacayo aquello que debe ser traído. Caballero Radoslav -el Secretario Ducal miró a Iacobus. Le gustara o no, era su turno. 

Suspiré con alivio al saber que se me concedía lo que había solicitado.

- Gracias, mi señor - dije con una reverencia.- Volveré enseguida.

Y sin determe ni un momento más crucé el umbral de la puerta que conducía al patio del castillo.

- Maserrak sale a toda prisa del Salón.

Los labios de Iacobus acabaron de formalizar la fina línea que parecía no irse a romper nunca, mientras su gesto terminaba de hundirse en los confines del abismo. Su mirada había oscilado entre el Capitán y Masserak, a cada palabra más escéptica y a cada latido, más cansada. El mantenerse quieto como una efigie frente a aquel aluvión de despropósitos podía o bien ser resultado de un autocontrol tan férreo como su propia espada, o bien de la más profunda indiferencia. Daba igual, en todo caso. Lo único que parecía claro es no creía en ni una de las palabras que escuchaba.

Ahora, aún había ecos de la puerta cerrada en el marco del silencio. Iacobus giró los ojos hacia Durius y le dedicó una mirada fría, lejana, una que tenía poco de humor, mucho de hartazgo, y bastante más aún de conocimiento. ¿Para qué coño hablar, si aún tras todo lo dicho, se había terminado en eso? Ya estaba todo dicho. En la sangre, las presencias, las ausencias, y las miradas.

- Podéis iros a la puta mierda, Capitán - dijo, finalmente. Y cuando lo hizo, su voz sonó metálica y filosa - Mirad que este puto castillo ha demostrado no ser un prodigio de sentido común, pero lo vuestro no tiene nombre. ¿Estáis diciendo que Farkas Deli os dijo todo aquello respecto de los Basarab, todo lo que había hecho, todo lo que había visto, y que aún así vos le respondiste lo que quería saber? ¿Realmente creíais que confiara en vuestro juicio, en vuestra confesión? - Iacobus hizo una pausa - ¿Sois imbécil, o sois un verdadero hijo de puta?

No había máscara sobre el rostro del caballero de los Cárpatos. Su inescrutabilidad era de una sinceridad alarmante.

- Tuvisteis varias oportunidades para evitar esta mierda. Pudisteis no decirle nada y llevarle conmigo. Pudisteis venir a advertirme cuando Farkas fue a armarse, porque la espada que tenía en la mano evidentemente no se la dio el Boyardo. Pudisteis mentirle. Pudisteis… en fin, dejar que él mismo se diera cuenta o no, dado que efectivamente lo haría – parecía mentira que fuera él quien tuviera que decir eso. Sus cejas se fruncieron – E hicisteis esto. Mirad, os creería más si me dijerais que lo habéis hecho por venganza. Sería entendible. Pero, pensando en el Castillo, en vuestro amo, en vuestra puta función…

Un gesto de la mano hizo las veces de toda continuación, e Iacobus dejó de hablar, en lo que parecía ir a ser un silencio enardecido, definitivo. Sin embargo, continuó.

- Os diré qué va a pasar. Este puto castillo se va a venir abajo. Si los Basarab han dejado a Farkas volver, tal como decís, es porque están preparando algo. ¿Acaso no lo visteis? – se movió, por vez primera desde que empezase a hablar, y se inclinó hacia Ferenk.

Maserrak abandonó el salón como si fuera tras sus pasos el mismísimo demonio de los cristianos. El capitán no tuvo tiempo de meditar las razones de la desaparición, pues el Caballero de los Cárpatos rompió por fin su silencio.

Ferenk ignoró los insultos del Segundo Caballero. Los dioses sabía que los merecía, y mucho más; no eran nada comparados con los que su autodesprecio le había brindado. Pero los acontecimientos de las dos noches eran consecuencia de un esfuerzo coral, al que por obra u omisión habían contribuido todos ellos.

—La tarea que Mi Señor encargó a Farkas Deli era mantener a ustedes, Caballeros, con vida —Ferenk no retrocedió esta vez cuando el cuerpo de iacobus radoslav se acercó al suyo; su mirada, que se dirigió por turnos a los dos caballeros, dejaba claro que la amenaza de la que debía protegerles el guerrero de sangre era la que suponían cada uno de ellos para el otro—. Desde luego que no esperaba que fuera él quien iniciara las hostilidades, a menos que descubriera por sí mismo lo ocurrido, y no tuviera tiempo para calmarse y controlar a su bestia. Una vez tomó su decisión, no me correspondía interponerme.

No mencionó la venganza. Había tenido oportunidades para vengarse, y no lo había hecho. Ni siquiera pensó en la razón que había mantenido su espada en su funda la noche anterior, en las mazmorras, y esa noche, cuando El Segundo Caballero combatía contra el guerrero de sangre.

—Con respecto a los Basarab, es evidente incluso para mí que preparaban algo —Ferenk habló con sinceridad, escupiendo las conclusiones a las que había llegado esa mañana, mientras esperaba el sueño—. No fue casualidad que el padre Adelmus bajara a las catacumbas en busca de su primo. Pero Farkas Deli acabó con su vida, y lo que quisieran de ese vampyr desapareció con él. Si hubiera querido iniciar las hostilidades, podían haberlo hecho anoche, cuando prácticamente nos tenían a su merced. Podían haber asaeteado a Farkas Deli en lugar de enviarlo de vuelta en paz.

Pareciera como si el Secretario Ducal apenas escuchara a los interlocutores de aquel breve diálogo de acusaciones y excusas. Reclinado en su silla, acodado en el respaldo, la cabeza apoyada en una mano, sus ojos resplandecían a la luz de las antorchas. Carraspeó suavemente, reclamando la atención de los presentes.

-De acuerdo con las palabras del Chambelán, el pariente del Senescal no va a suponer un problema ni va a efectuar movimiento alguno. Respecto a Farkas Deli, su muerte va tener un alto coste. Depurar responsabilidades será mi labor, al igual que establecer qué justicia deseo aplicar -señaló con frialdad-. Algo en lo que no me demoraré en exceso. Pero hay prioridades, urgencias a resolver esta misma noche. Demasiadas para mi gusto.

En aquel punto, Durius Tremere se puso en pie, harto de tanto inmovilismo y comenzó a pasear a lo largo de la mesa.

-En primer lugar, están los oficios por el funeral del Senescal Jensi Stolnic. Estos se efectuarán en el plazo de dos días. Ante la ausencia de Adelmus Basarab, deberemos echar mano de algún sacerdote menor de Alba Iulia. Será un oficio íntimo y privado y a ser posible breve, efectuado en el patio del castillo para que así todo el castillo pueda ofrecerle sus respetos. La capilla, a todas luces, carece del espacio necesario -declaró-. Por otra parte está su viuda. Se me ha hecho saber que la misma propugna haber consumado su matrimonio, una declaración a todas luces falsa por falta de oportunidad y un gesto inapropiado en una dama de alta cuna. Sus propósitos, igualmente, me resultan confusos. En nuestro ducado y de acuerdo con las leyes que nos rigen, la mujer carece de derechos hereditarios, y el pequeño Tiberiu no fue adoptado por el Senescal como hijo propio. De hecho, tal declaración va en contra de sus propios intereses, pues incluso podría considerarse que tras las consumadas nupcias, los escasos bienes y títulos de la viuda habrían pasado a ser propiedad de su esposo y fallecido este, incluso esas pocas propiedades dejarían de estar a su disposición -comentó en su inacabable paseo-. No obstante, este es un aspecto menor que trataré de solventar en la jornada de mañana con la interesada. Chambelán Otto, encargaos de citarla para mañana en este mismo salón.

Los pasos se detuvieron un instante, breve, antes de reanudarse.

-La cuestión Basarab. Los propósitos de la familia nos son desconocidos. Su presencia en el castillo, fruto de la invitación a los esponsales y al margen de otras cuestiones, obedecía más a intereses propios que a los imbricados en los festejos propios de una boda. Sin duda, este no era otro que el de proporcionar salida al vampyr cuya vida fue segada por el perro. Un gesto valiente e imprudente a un tiempo que nos acerca muy peligrosamente a una guerra civil. En la medida que el Boyardo se comunique con las demás casas buscando una alianza sobre la base de la muerte de su hijo y la presencia de un licántropo en la corte, la vieja sangre transilvana se unirá y los tiempos de Gyula Kadar en estas tierras podrían abocarse a su fin -señaló, en un comentario político cuya trascendencia confiaba todos llegaran a ver-. No lograron su objetivo. Al menos en parte. Los nietos del Boyardo vuelven a dormir en su mansión, protegidos por su guardia y su indeseable prole. Y además, está Adelmus Basarab, acerca del cual sospecho fue víctima y tal vez convertido por su finiquitado pariente. Si lo que Blaatu buscaba era un reservorio de sangre vampyr, la ha conseguido casi con toda probabilidad. No obstante, en medio de este caos, me sorprende que el perro Deli visitara al Boyardo y que hablara con este. Y más que ambas partes resultaran indemnes. No, no me gusta. En absoluto. Y exige medidas por nuestra parte. La familia Basarab debe ser purgada. Sin piedad.

Una vez más se detuvo, esta vez en la cabecera de la mesa. Apoyó ambas manos en la mesa.

-Queda una última cuestión. Los ataques de los que fuimos informados hace unos días, por parte de aquellos engendros caníbales. A la luz de los últimos hechos, mis propósitos iniciales ya no tienen lugar. Y si bien es un asunto urgente, me temo que deberá esperar hasta que la crisis Basarab se solucione. En caso contrario, nada tendrá sentido. Sin duda, alguno de los presentes tendrá algo para decir. Poco o mucho. Y quisiera oírlo, me plazca o no.

DECIMA HORA DE LA NOCHE.

PRIMERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Las puertas dobles del Salón se abren y entra el criado Visany, cargado con lienzos limpios y un cubo con agua.

- Mi señor Durius. - digo al abrir las puertas del Salón.

- Traigo los lienzos y el agua que me solicitasteis para atender las heridas del Caballero Iacobus Radoslav.

Tras estas palabras permanezco quieto en la puerta hasta que obtengo permiso para acceder al interior del Salón.

Realmente no me agradaba la idea de acercarme a la bestia que considero al Segundo Caballero pero si eso me ordenaban eso haría sin rechistar.

- El que algo quiere algo le cuesta. - me digo a mi mismo tragando saliva.

La entrada del criado no causó ninguna impresión en Iacobus. No movió ni un ápice del gesto indescifrable de un rostro que no acusó la intromisión ni con el movimiento de una pestaña. Continuaba mirando fijamente hacia el otro lado de la mesa, Durius en la otra cabecera, y allí permaneció un largo momento más mientras, en el silencio, hacían eco las palabras vacuas del recién llegado. Finalmente, hizo lo único que podía hacer, y que tenía sentido frente a todo aquello.

Soltó una carcajada.

- Deja las cosas y vete - se limitó a decir, girando por primera vez la mirada hacia el criado.

El eco de su risa, en aquella bóveda bajo la cual cuatro hombres se erigían inmóviles, todavía seguía allí cuando Visany cruzó los ojos con Iacobus. Y esa mirada, afilada como la muerte, no reía.

- "Rápido, Visany, retírate a las cocinas a descansar." -

A la reunión que se realiza en el salón principal se une de nuevo Maserrak, al que acompaña uno de los lacayos de Durius, Mikail, posicionado detrás de él. 

Sin duda acababa de interrumpir una importante conversación, pues bien sabía que el Secretario Ducal tenía varios asuntos que tratar con los presentes, sin embargo, según mi punto de vista la interrupción estaba más que justificada y esperaba que el Secretario Ducal opinara lo mismo cuando conociera los detalles de los sucesos acaecidos.

- Caballeros... disculpen la intromisión pero me temo que he sido víctima de un robo - dije rápidamente, captando la atención de los presentes.- Alguien ha entrado en mis aposentos, rompiendo previamente la cerradura de la puerta claro está, ha manoseado mis escasas pertenencias y, no contento con eso, se ha llevado uno de los ingrendientes que precisaba para el ungüento del que les hablé antes - miré al Secretario Ducal antes de hacer una breve aclaración.- El ingrediente tenía que ver con lo que el noble Kars Kadar había traído al castillo - tomé asiento dónde había estado sentado anteriormente.- Me encontré con el lacayo Mikail en el patio que venía precisamente de mis aposentos. Había estado buscándome por orden vuestra y encontró mi puerta abierta... será mejor que sea él quién relate los hechos y así podréis tomar una decisión al respecto, si os place, mi señor.

Sentado, aunque aún agarrando con fuerza el extremo del bastón, esperé a que Durius tuviera a bien dejar hablar a Mikail y que de una vez por todas pudiese solucionarse aquel entuerto que amenazaba con quitarme el sueño aquella noche.

Tras las palabras del Chambelán Otto entrego el agua y los lienzos a Maese Maserrak y me dirijo a la puerta del Gran Salón.

- Así lo haré. - respondo a este.

Mientras me alejo en mi mente sólo hay sitio para dos deseos.

El primero conseguir sacar a mi hermano y mi tía del calabzo y el segundo que a Durius se le acabe la paciencia y elimine de una vez al Bastardo de Iacobus, Segundo Caballero de la Corte.

Lo que dijo Maese Maserrak me intranquilizó más todavía. Ahora además de un loco asesino, Iacobus, también había un ladrón suelto por el Castillo y podría ser cualquiera.

- Tengo que hablar con el servicio a ver si puedo averiguar algo. - pienso.

Las manos de Durius se crisparon un instante y sus cuidadas uñas laceraron la madera de la mesa. Con un gesto impaciente se irguió paa volverse, momento en el cual su rostro volvió a ostentar su impasibilidad habitual.

-Gracias Visany, y haz como el Chambelán ha ordenado -señaló escuetamente mirando a su lacayo, al que hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Después su mirada voló hacia Mikail, gélida, dos gemas esmeraldas en un rostro cuya seriedad no vaticinaba nada bueno ante las palabras de Maserrak y la sutil acusación inferida. Parpadeó y sus pupilas se clavaron en Maserrak-. De acuerdo con vuestras últimas palabras, Maese Maserrak de Flambeau, el ungüento ya estaba preparado y os ausentasteis para recogerlo. No obstante, ahora afirmáis que tal hecho era incierto, que el ungüento no estaba aún listo y que el ingrediente necesario para culminarlo ha sido hurtado tras forzar la puerta de vuestros aposentos. Mikail -dijo a su lacayo con una suavidad peligrosa-. Habrás apreciado que tu posición es comprometida. Sería fácil considerar que has sido tú quien ha violentado la puerta de mi viejo camarada. No obstante, dado tu largo servicio me siento inclinado a escucharte y confío en que no hayas defraudado la confianza que he depositado en ti. Habla y no mientas, pues sabré que lo haces. Si eres inocente, nada has de temer de nadie. Si no lo eres, asume tu culpa y la responsabilidad de tus hechos. Mas hazlo rápido. No dispongo de tiempo ni de paciencia en este momento.

- ¡Pero me cago en la hostia! - soltó Iacobus, repentinamente - ¡Hablad, de una puta vez, y terminad con esta mierda!

¡Menudos hijos de puta! Daban más vueltas que un carruaje lleno de putas en las festividades de pueblo.

Me giro al escuchar a Durius y hago un asentimiento con la cabeza mientras abro la puerta y abandono el Salón Principal.

- Visany abre la puerta y sale del Salón Principal, momento en que entra el paje Lindor de Slobozia, prácticamente esquivando a su sorprendido primo.

El lacayo dio un respingo cuando el Caballero de los Cárpatos gritó. A punto estuvo de darse la vuelta y salir corriendo como había hecho aquella vez cuando mató a sus compañeros y por poco a su Señor. ¿De verdad tenía que hablar con semejante monstruo delante? ¿En presencia del asesino de sus queridos compañeros? Él aún sentía su pérdida, no estaba muerto, no era frío como un témpano de hielo. Agachó la cabeza con la esperanza de qué realmente lo que había dicho Durius fuera cierto.

Sabrá si miento. Eso es todo lo que necesito. Después de todo , compartía su sangre. Así que empezó.

- Sólo soy un simple lacayo, usted lo sabe bien. - Hizo una pausa cargada de tensión. La lengua, perezosa, parecía habérsele pegado a la boca pastosa. Él lo sabrá, mi sangre corre por su cuerpo. -¿Acaso me cree capaz de forzar una cerradura?¿Con qué propósito Señor?- Clavó su mirada en la gélida profundidad de sus ojos verdes. Parecía obviar a los demás presentes, como si estuviera a solas con el Primer Caballero en un momento de intimidad. La entrada del ahijado del Primer Caballero le hizo reunir un poco de fuerzas. Su cara se retorció en una mueca de repugnancia y miedo al pensar que Maserrak era el encargado de la educación del chiquillo.- Cuando llegué a las estancias de Maserrak...- No podía llamarlo de otra forma, después de cómo se estaba comportando.-...parecía no estar allí, pero oía ruidos en su habitación. Pensé que era él, entré al ver que no contestaba. Todo estaba muy oscuro y yo, nervioso y aterrorizado,  lo primero que vi fue una sombra moverse y unos extraños ruidos que me confirmaron que algo raro ocurría. Cogí una antorcha de fuera y no pude hacer mucho más pues sentí algo a mi espalda, algo aterrador y salí corriendo...como un cobarde...hacia el patio a avisar.- No sabía cómo describir lo que sintió. Un batir de alas espeluznante,  un entrechocar del metal en su columna vertebral.