Partida Rol por web

- A ver si lo entendí - dijo el caballero de los Cárpatos repentinamente. Su rostro no reflejaba ni un ápice de la paciencia que mentía el de Durius - Estás diciendo que viste a alguien dentro de una habitación cerrada con llave, llave la cual aparentemente sólo posee una persona que, efectivamente, no estaba en la habitación cuando entraste. Lo cual sólo podría indicar que alguien tiene otra llave, lo cual no me extrañaría, o que estás mintiendo como un bellaco, lo cual tampoco me extrañaría - si es que aquel puto castillo estaba invertido, joder - Pero hay algo más. Hablaste de una presencia, de algo... "aterrador". A tu espalda, ruidos, no sé qué otras mierdas. ¿De qué coño estás hablando? 

Su mano aún descansaba sobre al espada desenvainada y apoyada sobre sus muslos. Mas Iacobus creyó necesario, habida cuenta de lo visto, dejar caer unas pocas palabras más.

- Y más te vale que seas claro, y te dejes de dar vueltas como las que estás dando ahora.

Se sorprendía de la poca paciencia de la que hacían gala aquellos que tenían toda la eternidad por delante. Aquel castillo estaba infestado de criaturas sobrenaturales en lo cual, el pobre Mikail, no era versado. Hombres lobo, chupasangres y brujas. Pero éstos no estaban ausentes como los dioses a los que solía  adorar, sino que  estaban allí presentes y eran tan reales como él mismo. Continuó hablando, dirigiéndose sólo su señor,que era al que se debía,  ignorando a los demás presentes en el salón.

-Si doy vueltas es porque estoy confuso y no sé qué es lo que allí había.

Iacobus miró al techo, una vez más. Y cuando habló, porque decidió no guardar silencio ni actuar, lo hizo lentamente. Un goteo de palabras, como un repiqueteo de sangre. Extrañamente calmado.

- Tu confusión más parece lentitud de mente para inventar una excusa a tus acciones, que una verdadera duda sobre lo que pudo haber sucedido allí adentro. ¿Te das cuenta de ello, o quieres esperar a que tu acusador lo ponga más claro? - por lo que a él concernía, en fin, le importaba una mierda. Pero aquello ya era demasiado largo para que continuase - Y el que te dediques a ignorarnos o a ignorar mi pregunta, en fin, qué voy a decirte. Entiendo que preferirías que dejáramos de hablar.

Lo cual llevaría, claramente, a cosas que no se podrían poner en palabras.

- Te lo preguntaré una sola vez más. ¿De qué coño hablas? ¿Qué fue lo que viste, o qué crees que era? - hizo una pausa, antes de continuar - Has visto ya suficiente mierda en este castillo para tener siquiera una intuición de aquello que supuestamente había allí adentro, encerrado. Encerrado contra la voluntad de Masserak aquí presente - su mano señaló al aludido, aseveración, acusación, indiferencia, todo junto -, según éste lo sostiene con todo aquello de la llave, cerradura, y demás. ¿O acaso estás diciendo lo contrario?

Ante el espectáculo, Durius se reclinó cómodamente en su silla y emitió una carcajada suave, musical y deliciosa. Un sonido jamás escuchado por ninguno de los presentes, sorprendente por su inesperada belleza. 

-Iacobus, para odiar las palabras, os mostráis como un orador de lo más dicharachero y pertinaz -señaló con una fina ironía que realzó el efecto de la precedente risa-. Bien Mikail, alabo tu celo aunque no tu torpeza. Ser sorprendido en la comisión de un servicio no solicitado, siempre acarrea molestas consecuencias. Maese Maserrak, sois un Flambeau. Ciertos hechos y realidades ignotas rodean siempre a los vuestros. Aun así, apelaré a vuestra condescendencia para con mi lacayo. Obró pensando en mí y en mis necesidades, por encima de las vuestras. No dudo que lo entendéis aunque ello no justifique su proceder. No totalmente, aunque convendréis conmigo que la lealtad es un bien escaso y que cuando se goza de ella, se posee un tesoro. Vuestra cerradura será arreglada y vuestra posesión os será devuelta. Con presteza. ¿Os satisface tal componenda? Respecto a Mikail, no os preocupéis. Yo mismo me encargaré de dar cumplida respuesta a su proceder. Segundo Caballero, exigís de mi lacayo respuestas, respuestas que no está obligado a daros sin mi consentimiento, máxime cuando quizá cuanto fuera a decir es algo que Maese Maserrak no desea sea revelado. Mas si me equivoco, el propio Maese Maserrak podrá dilucidarlo.

Durius, manteniéndose en su postura reclinada, hizo un gesto gracioso con su mano, invitando al Flambeau a que hablara. 

- Por supuesto que no guardo ningún... ser o lo que sea que estéis pensando, encerrado en mis aposentos - contesté con un cierto tono de irritación.- Ni siquiera hay nada que pueda considerarse extraño en mis aposentos, pero ya veis que la ignorancia hace aflorar la astucia y la picaresca de las personas - miraba a Mikail fulminándolo con la mirada.- Qué fácil es criticar lo que no se conoce... Creo sin temor a equivocarme que lo que creyó ver no fueron más que las fantasías de un beodo con las manos demasiado largas.

Alargar aquel asunto no tenía mucho sentido, y menos aún teniendo en cuenta que alguien seguía campando a sus anchas por mis aposentos, seguramente manoseando y toqueteando mis cosas...

" Asquerosos ignorantes... seguro que ni siquiera se lavó las manos antes de tocar mi libro..." - pensé automáticamente un escalofrío recorrió mi espalda.

- Aceptaré cualquier medida que queráis tomar al respecto, por esa razón quise presentaros el problema - respondí a Durius.- No tengo duda alguna de que vuestra decisión tendrá en cuenta todos los agravios que se han cometido contra mi persona... Sólo os solicito que mientras la cerradura de la puerta es arreglada, por favor apostéis a un guardia en las escaleras que suben a mis aposentos, y sería bueno indicarle que no debe entrar sin vuestro permiso... Y si me permitís, me gustaría comprobar quién está ahora buscando monstruos en mi habitación y pedirle amablemente que se marche.

- ¿Qué preferís, acaso? - dijo Iacobus, impertérrito, compartiendo aquella risa repentina tanto como compartiría un rezo matutino con una puta - ¿Que hable, o que haga? Porque este derroche de tiempo y verborrea por mi parte, reíros cuanto os plazca, sólo es un espacio para evitar mandaros a la mierda.

A lo que estaba tentado desde que se había sentado en aquella silla. Ni siquiera tenía que detallar las consecuencias de que eso sucediera. A la vista estaban y, quien fuera suficientemente ciego para no saberlo, podía reposar de modo fidedigno en sus más hondos temores o el fondo de su imaginación.

- A mí me da igual lo que tengáis encerrado en una habitación o lo que metáis en vuestra cama. Sólo dejaros de joder con tantas vueltas. Las cosas son más fáciles - el rostro de Iacobus era una piedra, y giró hacia Masserak - ¿Queréis que vayamos juntos a ver qué está acampando en vuestras estancias? Terminemos esto de una buena vez.

Si realmente lo ofrecía, si se estaba burlando, o si sólo quería que Masserak desapareciera, era imposible saberlo.

Una nueva carcajada llenó el espacio de la cámara.

-Y además poseedor del fino sentido del humor de un bufón. Vuestra sinceridad siempre resulta estimulante. Y divertida -dijo un Durius extrañamente sonriente-. Me place veros así, Iacobus. Y no os lo toméis como una ofensa. Os hace más... interesante. Algo de luz en la penumbra que os rodea. Maese Maserrak, podéis retiraros si así lo deseáis. Vos mismo podéis transmitir a Itsvan mi orden de apostar a la puerta de vuestros aposentos a un guardia. Así podréis mantener oculto a ojos curiosos su contenido. Mas tened en cuenta que tal acción acicateará la curiosidad de quienes vean en tal gesto la confirmación de que en vuestra cámara hay algo más que... lo que hay en cualquier cámara. Iacobus, o mucho me equivoco o Maese Maserrak declinará amablemente vuestro ofrecimiento. Es hombre capaz y sin duda con el fuego suficiente como para espantar a cualquier amenaza -la mirada verde de Durius se clavó intensa en la del Flambeau, como si fuera poseedora de un conocimiento no revelado-. Además, os necesito aquí, para seguir aburriéndoos con mi parloteo. Es posible que incluso cumpláis con vuestro deseos de enviarme al desagradable y hediondo lugar que me tenéis reservado.

Entonces se volvió a Mikail.

-Retírate, Mikail, y espérame en mis aposentos. Hablaré contigo cuando finalice aquí mis asuntos. No sin antes solicitar perdón y la gracia de Maese Maserrak, por supuesto.
 

- No será necesario, Caballero de los Cárpatos - dije escuetamente aunque en realidad me hubiese gustado decirle que no necesitaba pintar las paredes con sabgre y vísceras.- Sólo una cosa antes de marcharme, mi señor, me gustaría hablaros de algo antes de que os vayáis a descansar, pero me gustaría hacerlo en privado - miré entonces a Mikail.- En cuanto a ti, no quiero una disculpa, devuélveme lo que me has robado y déjame en paz.

- Sí, Señor.- Contestó inmediatamente a Durius.

El lacayo se giró rápido como una liebre hacia Maserrak y, con la gracia que le caracterizaba, hizo una pequeña reverencia. Se cuidó mucho de no parecer complacido, ni burlón, sino lo más compungido posible. No le costó demasiado, pues así se sentía en realidad.  

- Ruego perdone mi osadía e ignorancia, Maese Maserrak.- No sabía que más decir, pero Maserrak no quería sus disculpas, sólo quería lo que era suyo.

El corazón le latía desbocado. Al menos se forzó a mirar a los ojos del maestro, la única manera de complacerlo que tenía en esos momentos. Si las miradas matasen, el lacayo hubiera fallecido hoy un par de veces.  Ahora que las cartas estaban encima de la mesa no volvería a cometer el mismo error.  

Se incorporó y dio unos pasos marcha atrás, como si le costara dar la espalda a aquel indomable asesino, y salió del salón lo más rápido que pudo sin parecer que huía.

-Por supuesto, Maese Maserrak. Con placer hablaré con vos. Si os parece bien, me acercaré a vuestros aposentos. Me sumaré así a las cohortes de curiosos que pueblan vuestro reducto de descanso -añadió con un leve gesto de asentimiento a la petición de Maserrak.

- Mikail se retira del Salón Principal.

AL FILO DE LA MEDIANOCHE.

- De acuerdo, gracias, mi señor - dije con una breve reverencia.

Acto seguido, salí del salón y dirigí mis pasos hacia mis aposentos... una vez más.

- El Maestro Maserrak de Flambeau abandona el Salón Principal.

- Durius y Iacobus se han quedado solos en el tenebroso salón.

Iacobus no cambió el gesto. Si había algo que lo podía ofender, claramente no era lo que pensara o dejase de pensar Durius Tremere, sino en todo caso la inmensa pérdida de tiempo que acompañaba a todo aquello. Su mirada no se había apartado de Maserrak, sin embargo, cuando una mueca de algo indefinido atravesó su rostro. Sus ojos se entrecerraron, sus labios se extendieron, y su silencio pareció dejar ir una carcajada. 

¿De dónde ha sacado este que le reservo un lugar? Joder, ni que tanto me interesase. 

Pero nada dijo. No quería hacerlo, y era más que consciente que sólo retrasaría más el momento si lo hacía. Se limitó a observar al imbécil de Maserrak y al cobarde del otro, tanto en su estampida hacia el exterior como en su intento de escapar de lo inevitable. A ver si de una vez por todas decidían irse directo a la mierda. A cada minuto que pasaba, se sentía más cansado y más proclive a ayudarles para que iniciaran el viaje.

Cuando se quedaron solos, Iacobus giró la mirada hacia Durius y esperó. Demasiado interesante debía ser aquello que aquel tenía para decirle, luego de toda aquella puta pantomima y luego de lo que había sucedido. Llevaban ya demasiado tiempo encerrados, demasiado en el que otros estarían aprovechando para descansar o para tender las redes con las que intentarían atrapar al destino. Y él, aunque no lo manifestara ni fuera a hacerlo, se sentía cansado. Realmente cansado. Era algo más que hastío, era poco más que dolor.

Esperó, pero los segundos pasaron inclementes sin que el silencio en el salón se rompiera. En otro momento, hubiera agradecido que las palabras se hubieran terminado, pero no en ese, no encerrado allí, no a la expectativa, joder, ¿pero qué coño?

- ¿Y bien? - dijo - No me diréis que ahora que estamos solos os ha picado la puta timidez. Hablad, joder.

-¿Timidez? No, en absoluto -dijo Durius con una sonrisa abierta que no era habitual en él cuando se relacionaba en público en el ejercicio de sus funciones-. Sé cómo odiáis que hable, así que preferí aguardar a que me lo pidieráis -sus dedos tamborilearon en la mesa como un remedo de risa que no llegó a aflorar por su garganta-. Los Basarab. Su destrucción. Entretengámonos en planear el progromo que acabará con sus vidas y que nos permita, si Dios así lo quiere -dijo con un cinismo irreverente-, recuperar a los dos indeseables infantes que nos fueron robados. Maserrak ha tenido a bien informarnos detalladamente de ciertos aspectos de notable interés. En igual medida, creo que ambos somos plenamente conscientes de que un enfrentamiento frontal constituiría un fracaso absoluto. Es por ello que he de proponeros un juego a dos. Vos y yo contra ellos. Inteligencia, táctica y... fuego. Sin duda peligroso, probablemente letal, una lucha de la que quizá no regresemos, mas ¿acaso importa? De un modo u otro, ambos estamos muertos a la vida. Es hora de que nos divirtamos. A nuestro modo y manera.

La mirada de Durius refulgía. Un fuego verde ardía en sus ojos, como fuegos fatuos en una promesa de muerte y destrucción.

- Algunas pocas velas se consumen solas y terminan apagándose.

Algunas pocas velas se consumieron solas y terminaron apagándose. En la penumbra, sin embargo, el fuego en los ojos de Durius alumbraba como una hoguera intensa, y la oscuridad en la mirada de Iacobus no requería ni pedía luz alguna para existir. Los labios hechos una línea del caballero de los Cárpatos se curvaron, se elevaron, y acabaron en una mueca que desembocó en una carcajada. No encontraba aliciente alguno para no reír. Mierda sobre mierda, la realidad seguía superándose a sí misma.

- Os lo diré directamente. Los Basarab me importan, por decirlo así, una mierda - dijo Iacobus, sin dejar de sonreír - Y a estas alturas, no sé cuánto realmente os importan a vos, ni qué coño tienen que ver con vuestra ansia de proteger la tierra. Pero da igual, en realidad - se escuchó el tintineo de metal contra metal - A fin de cuentas, todo es lo mismo.

La espada, que había permanecido sobre sus muslos, se elevó hasta ser apoyada en la mesa.

- Salir de este puto lugar parece casi una panacea. Vaya aquelarre de idiotas - Iacobus extendió la mano, cerca del mango, y tamborilleó con los dedos - Sabréis mejor que yo cuántos como vos pueden estar a su servicio. Se dijo aquí que dos, y al menos uno en esa casa, el cura de mierda. La mejor baza era, y es, acudir allí de día. Pero habida cuenta de tu presencia - la sonrisa apareció en el rostro de Iacobus. Una sonrisa de dientes, afilada como ni siquiera lo estaba su espada - es algo para desechar. Entiendo que estás pensando en una incursión nocturna que prenda fuego la puta casa desde los cimientos, ¿verdad?

-Si por mí fuera haría correr ríos de sangre entre la nobleza de estas tierras, para así regar las entrañas de mi amada Transilvania y permitir la posibilidad de un futuro para sus gentes. Gentes que solo aspiran a ver crecer a sus hijos y a que una nueva cosecha llene sus graneros. Los Basarab, los Krevcheski y otros más no son sino un cáncer. Sanguijuelas que drenan a mi pueblo. Aunque el vampyr y el asesino seamos nosotros -dijo un árido Durius-. Tal vez todo ello no sea sino un viejo y a punto de extinguirse rescoldo de mi humanidad, una humanidad que tiene su puntal en mi hijo. Siendo sincero, mi pelea es más por él que por mí mismo o por otros, aunque no negaré que la idea de ver extinguirse la vida de muchos de ellos me place. 

Durius, en la creciente oscuridad del salón, en aquel ambiente forzadamente íntimo, se sentía a gusto. 

-Y por otra parte, y hasta que el tablero se reordene, tengo ciertas obligaciones para con Gyula -su sonrisa acerada hizo que su dentadura brillara-. Es un hombre poderoso. Mucho más que yo. Y posiblemente que vos. No deseo crearme más enemigos de los necesarios. Sí, tenéis razón. La luz del sol es un obstáculo que no puedo evitar ni eludir. La noche es mi terreno y el día es el vuestro. Y podemos jugar en ambos. Tendréis mi vida en vuestras manos, pues habréis de protegerme en las horas diurnas en la medida de lo posible. A la luz de la luna o del sol, podremos gestar nuestra estrategia. El fuego será nuestra gran baza, especialmente en la noche. Sin la casa, sin los pabellones donde se encuentran los soldados, serán vulnerables. Una acción sorpresa y a partir de ahí, una progresiva eliminación de objetivos. Necesitaremos algo que alimente el fuego haciéndolo voraz e imparable. Mas vos sois hombre de acción y de seguro tendréis también ideas acerca de cómo proceder.