Partida Rol por web

Si había creído las razones de Durius, si las compartía, si las rechazaba, nada de eso se mostraba en la faz de los ojos o la piel de Iacobus. Sólo permanecía allí la sonrisa que había quedado, y un leve, levísimo matiz de cansancio que en su semblante no podía leerse como otra cosa que hastío. Pero estaba cansado, y lo sabía, lo notaba en su cuerpo y en sus venas cuando cada músculo se endurecía y reaccionaba como si cargase el peso de dos o tres armaduras.

- Ah, sí. Por supuesto. Una incursión suicida para mantener la ilusión del favor del Duque - los dientes de Iacobus también aparecieron. Sarcasmo, diversión - Tan solo espero que el destino te dé tiempo a intentarla. Que se aparezca Gyula mañana en la noche repentinamente, si bien es harto improbable, no parece menos descabellado que algunas de las cosas que sucedieron aquí en el castillo.

La ironía era líquido, vino de los dioses y el infierno chorreando por los ojos y los labios de Iacobus. Acerada, afilada, pero extrañamente venía acompañada de algo más, un punto inescrutable. Se apoyó en el respaldo, y siguió hablando.

- Todo dependerá de la disposición de las estancias de aquella casa. Estoy seguro que, recogiendo tu memoria y la mía, cuando menos, podremos hacernos una buena idea de dónde está cada cosa - se encogió de hombros. Era más de improvisar que otra cosa - Dependerá mucho también de las circunstancias del azar. Por ejemplo, si los Basarab consideran que el nudo de su seguridad está en protegerse durante la noche, en el día los barrancones de soldados estarán repletos de guardias descansando. Destruirlos en ese momento sería lo óptimo - hizo un gesto con la mano, antes de volver a apoyarla en la mesa - Lo que hay que hacer es forzarlos a salir. Si empezamos a prender fuego a los alrededores, al mismo tiempo que a la casa, se verán forzados a salir a campo abierto. El inconveniente con ello es que, como verás, para una inmensa cantidad de espacio, sólo somos dos.

Lo cual, habida cuenta de su rostro, no parecía preocuparle en demasía. Iacobus estaba acostumbrado a vérselas en soledad contra el mundo y contra el puto destino.

- Aceite. Resina. Oleos. Incienso. Cualquier mierda de esas arderá como si no hubiese un mañana. Lo cual me lleva a pensar que una de las cosas que podríamos hacer es empezar reventando la capilla que haya en el interior de su fortaleza - movió la cabeza - Problemas con eso, que los putos religiosos pueden verse enardecidos por la ofensa contra su Dios, y sin duda, el jodido sacerdote se levantará desde el infierno si percibe que le han quemado su tumba. Pero es algo a considerar. Quizás los criados o soldados más bajos se distraerían intentando salvarla antes que a cualquier otra cosa.

Sus dedos fueron al mango de su espada. Pasó las yemas por los bordes del cuero gastado que la sujetaba contra su mano.

- Otra posibilidad es secuestrar a uno de ellos o a los putos críos, sacarlos de la casa, y prenderla fuego. O hacerlo mientras arde. Eso dividirá a los Basarab, entre los que salgan a rescatarlo y los que se queden intentando hacer fuerte en su casa. O al menos, sacará sólo a los familiares y dejará dentro a los soldados intentando salvar lo que quede. 

-La incursión no es por el Duque, mas nunca está de más cubrir dos objetivos a un tiempo -señaló Durius-. Los pequeños bastardos Basarab no son mi prioridad, aunque políticamente hablando, sería aconsejable que sobrevivieran. Mas si no hay ataque directo del castillo, ¿quién nos culpará? Propagar rumores de asesinos y ladrones, no es complicado. Ni culpar a otros de tales ataques. ¿Acaso el pariente del Senescal no nos ha visitado y nos abandonará en breve en un paso por nuestras tierras para espiar las propiedades Basarab? -Durius sonrió con soberbia crueldad-. Respecto al ataque en sí, la posible presencia de otros vampyr nos resultará contraria a nuestros intereses. Podremos sorprenderles una primera vez, pero no habrá una segunda ocasión. Es por ello que el primer golpe debe resultar lo más devastador posible. Quemar la mansión y los edificios colindantes debe ser nuestro primer trabajo. Y el fuego lo purificará todo, incluida la capilla que haya en su interior. Me pregunto si la casa se abastecerá del agua de un pozo pues envenenarlo no costaría gran cosa, si el Maestro Maserrak tiene a bien ayudarnos en tal extremo -dijo acariciándose la barbilla y complacido con la idea-. Veronika y Vikos. Recuerdo la ventana desde la que nos observaron el día que llegamos. Posiblemente su habitación. No creo que me fuera difícil acceder a ella y sacar al menos a uno de ellos, convenientemente inconsciente. Pero esas son preguntas y cuestiones que tendrán su respuesta en su debido momento. ¿No lo creéis?

Iacobus escuchó, se encogió de hombros, escuchó más, y volvió a encogerse de ellos. La mano que había deslizado por el mango de la espada se apoyó en la mesa, extendida, y luego se deslizó hacia su pierna. Sinceramente, le daba igual. Le resultaba además evidente que Durius ya tenía una idea en su cabeza sobre qué hacer, y que aquella no era sino una puesta en escena para parecer que escuchaba otras opciones.

- Por supuesto que lo creo. La mayor parte de todo esto se resolverá, si lo hace, por los designios del azar y el momento - respondió, antes de erguirse - Habida cuenta de que ya contamos con un acuerdo básico, ya veremos sobre la marcha los detalles. Y lo que no veamos, pues a la mierda con ello.

No había más que decir, al menos, de su parte. Recogió la espada de la mesa.

- ¿Qué coño es lo de Masserak?

-¿A qué os referís? -preguntó Durius, que parpadeó perplejo ante la pregunta y el brusco cambio de conversación.

- A todo lo que se ha montado aquí hace un rato. No me pasa desapercibido de que este castillo es un prodigio en cosas y personas fuera de lo normal, y entre lo que ha dicho vuestro criado y la reacción de Masserak, me pregunto qué es lo que tan celosamente se esconde tras semejante rabia. O qué esperaba el criado, o vos esperabais, que se encontrase allí adentro - respondió Iacobus, directo.

Durius había parpadeado y él, en respuesta a la perplejidad que observaba de su acompañante, había entrecerrado los ojos.

- Creí que habíais dado por terminada la charla, y que no ibais a hablar más. Aunque veo que al interpretaros me he dejado llevar por mis propios deseos - agregó, extendiendo una sonrisa irónica, que bien valía para Durius como para él mismo - Hemos hablado de medios, objetivos y posibilidades. Nunca hemos mencionado tiempos. ¿Estáis pensando en hacerlo a la brevedad? ¿O concebís que la inmediatez restará fuerza a poder cargarle la culpa a otros?

-Oh, eso -dijo Durius sacidendo con elegante dejadez una mano-. Maserrak es dueño de secretos, como tantos otros. Secretos que se empeña en guardar tras la falsa seguridad de un cerrojo. Y pese a vuestra poco velada acusación, no, Mikail obró por cuenta propia. Algo que será debidamente recompensado. Como bien dije, la lealtad es escasa en estos tiempos que corren -una ambigua sonrisa se dibujó en su rostro-. En cuanto al tempo, no creo en la precipitación pero tampoco en la demora. Necesitaremos un par de días para conseguir lo que necesitamos y solucionar aspectos tan infames como los funerales. Concluidos esos pormenores, obraremos.

Iacobus extendió una media sonrisa. La media contestación decía más cosas de las que quería saber, y callaba muchas de las cosas que hubiese querido escuchar. Sin embargo, estaba cansado como para seguir indagando sobre algo que, a fin de cuentas, le importaba soberanamente una mierda.

- Ah, la lealtad - dijo, apoyando los dedos sobre el mango de la espada, y la sonrisa se transformó en sarcasmo - Nada más aplaudido y denigrado.

Tamborilleó levemente sobre el cuero gastado, y luego continuó hablando.

- Unos días estarán bien. No sólo hay que resolver esos funerales, sino cómo queda este puto castillo luego de lo que ha sucedido. Por ejemplo, los guerreros de sangre no estarán felices con lo sucedido, por más lealtad que os guarden o que le guarden al Duque. Además de que, sin duda, habrá de surgir un nuevo líder entre ellos - Iacobus se encogió de hombros - Los funerales pasarán, y respecto a eso, habrá que ver qué coño querrá hacer Dubieta Szantovich con su consumación de matrimonio. No seré yo quien apoye la idea de que el viejo consiguió metérsela en tan poco tiempo - agregó, antes de extender una media sonrisa - Pero, respecto de este tema. El fuego. Es imposible pensar en un plan como ese sin definir cómo extenderlo. Conseguir en las cercanías de los Basarab los elementos que prendan puede ser extremadamente difícil.

-Sin duda, sin duda -respondió con igual sarcasmo Durius-. Respecto a la manada de perros restante, por fortuna se hallan en torno al Duque y lejos de nuestras tierras. Llegado el caso, será el propio Duque quien deberá resolver tal extremo. Y dudo que se oponga a vos frontalmente o que os cause el más mínimo perjuicio. No sentía por Farkas más emoción de la que pudiera sentir por mí -el sarcasmo apareció como una paleta de colores que los retrotrajo a ambos a un escenario pretérito en aquel mismo salón y con Durius sajado por obra de la espada de Iacobus Radoslav-. Por lo que respecta a la Dama Szantovich, se ha precipitado en algo que simplemente la desfavorece. ¿A quién le importa que el viejo hurgara entre las miasmas de su entrepierna? Tal vez a alguno de los criados, pero a nadie más. Es una mujer y carece de derechos sucesorios o hereditarios. Vuelve a ser una viuda que goza de la caridad del Duque. Aunque tal vez se esfuerce en quedar embarazada de la mano de un oportuno amante y aducir que el difunto no solo la empaló sino que, además, derramó su semilla en ella con harta puntería.

Una argentina carcajada brotó de la garganta del Secretario Ducal.

-Hablar con vos puede ser muy liberador, Iacobus. Y me complace hacerlo, por más que mi parloteo os aburra. Pero volviendo a los Basarab y al fuego, no, todo deberá ir preparado desde aquí, desde el castillo. Sin duda.

La carcajada que brotó de los labios de Iacobus, por el contrario, no tuvo nada de transparencia. Sonó como un sonido arrancada del fondo de las sombras, y como el eco eterno de una diversión nunca saciada.

- Dudo que sienta emoción ni por su propia polla - dijo, y su falta de sonrisa era la mayor ironía del mundo - Mas lo que suceda a su vuelta dependerá de muchas más cosas que aquella. Por lo pronto, que encuentre su puto castillo en algo diferente a las ruinas. Por lo demás, si el imbécil de Stolnic hubiese logrado siquiera tocar a una mujer como esa, la sonrisa no se la hubiese robado ni la muerte - Iacobus se irguió en su asiento - Y no le recuerdo otro rostro que no fuera uno de estreñimiento.

Recogió la espada, en un movimiento lento. Casi cansado, un cansancio fácilmente confundible con hastío.

- Vuestro parloteo me hastía - respondió, mientras deslizaba la hoja al interior de la vaina - Dais más vueltas, joder, que una puta arreglándose al espejo. Llegado el momento, espero que actuéis tan rápido como largáis la lengua - ahora sí, sonrió. Tan rápido como había decidido intentar asesinarlo, y había malinterpretado todo - Si todo va a salir de aquí, hemos de pensar ya qué vamos a utilizar para encender el fuego. Trasladarlo puede ser difícil y llamativo, sobre todo si queremos pasar desapercibidos. Pero eso no es algo que lograremos saber hoy, ni aquí adentro.

Se puso de pie, pesadamente. Sólo una enorme fuerza de voluntad le impidió tambalearse por el cambio.

- Ya llevamos demasiado tiempo adentro. Ya estarán esperando que salga con vuestra cabeza en una mano. Suerte que me importa una mierda lo que esperen.

- La silla de madera rechina quejumbrosa, cuando Iacobus se levanta de ella, con su pesada armadura acorazada.

IACOBUS:

- Lo cierto es que incluso tu inhumana resistencia tienes ciertos límites. Ya no recuerdas la última vez que dormiste una noche del tirón. El peso de la maldita armadura, las heridas, más bien quemaduras, causadas por el aura de la Iglesia.

Esto es por lo que te hizo Radu. Se llevó tu alma inmortal y a cambio te hizo más, y también menos, que humano.

-Y aún resta mucha noche y deberes que cumplir. Buenas noches, Segundo Caballero, de puta a puta -dijo con notable seriedad y poniéndose en pie-. Os veré mañana y os comentaré cuanta novedad tenga de cara a nuestro progromo.

Iacobus sólo respondió con una media sonrisa irónica, que hablaba más que cualquier palabra. Si ser llamado puta le había molestado, no fue manifestado en su rostro. Quizás fuera por la necesidad que tenía de llamarse a silencio, o porque estaba ya realmente harto de la presencia de Durius. O quizás escondía algún tipo de humor y burla a sí mismo bajo aquella catarata de testosterona. Fuera como fuese, estando más cerca de las puertas, se acercó a ellas y las abrió. Puso pie en la separación del salón, y salió sin mirar atrás.

Aquello evitó, por supuesto, que Durius apreciara el cansancio que había en sus ojos, y que desapareció sin dejar rastro al salir a campo abierto.

- Durius sale del Salón Principal, poco después lo hace Iacobus.

DOS DE LA MADRUGADA DEL SEGUNDO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- La Dama Radovina y su fiel guardia Boru llegan al Salón Principal.

- Este es un lugar siempre lóbrego y oscuro, con un cierto aire siniestro, incluso cuando afuera reina el día más cálido y soleado.

- Los sirvientes le sirven la comida a la Dama, aunque ningún otro de los oscuros habitantes del Castillo acude a comer.

Viendo que ni su prima ni su Caballero, Schaar, han acudido al almuerzo, Radovina come frugalmente y deprisa, como por compromiso. Cuando uno de los criados le sirve la comida le pregunta:

-¿Ha almorzado ya Dama Dubieta? ¿Sabes dónde está?

El guardia Boru se situó detrás de su Señora. Mantuvo el silencio, firme y con la cabeza agachada, viendo la comida pasar, su Señora comer y los restos acumularse en los bordes de distintos platos. Apenas mordidos, apenas aprovechados. Y Boru no probaba bocado desde el día anterior, así que le visión de la comida le nublaba el juicio, arrastrándolo a un mar de pensamientos e ideas, todas sobre la necesidad de comer, y la comida allí desaprovechada.

Aun así, el hombre no se movió, firme, y salió del mar de las ideas cuando la voz de su señora rompió el silencio reinante del lugar. Clavó los ojos en el sirviente a quien iba dirigida la pregunta, con el ceño fruncido y serio, esperando escuchar la respuesta.