Partida Rol por web

Ferenk apartó una silla de la mesa y se sentó en ella de la única forma en la que podía hacerlo un hombre adulto vistiendo una armadura de cuarenta libras: pesadamente. A su alrededor se encontraba la flor y nata del castillo de Balgrad, pocoa cosa en comparación con el producto de la entrepierna del Boyardo y las vientres de sus numerosas esposas, indudablemente en cantidad, pero probablemente también en calidad. Nadie era mejor ejemplo de esto que él mismo, un despojo abandonado por su propio señor. Solo faltaban para completar la pintura las damas Szantovich, ahora Radoslav y Stolnic, y Flaviu Krevcheski, que finalmente había mostrado una inusitada sabidura y no se había animado a seguir los pasos de su señor.

Durius habló primero, como era habitual. Palabras y palabras, una detrás de otra, para decir algo que no requería más que unas pocas. Un par de días atrás le hubiera parecido normal, pero Ferenk se sentía espiritual y anímicamente tan diferente que entonces, que bien podía ser otra persona.

—Nadie franqueó la entrada a un perro —respondió Ferenk, mirando al Primer caballero—. No sé quién permitió entrar a Farkas Deli, pues no me encontraba presente, pero debió uno de mis guardias; no les ordené que le impidieran el paso. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, fui yo quien habló con él antes de que decidiera encararse con Iacobus Radoslav.

Ferenk miró de soslayo a los reunidos y al sirviente que todavía no había abandonado el salón para llevar a cabo las órdenes del Primer Caballero.

—¿Debo relatar el contenido de dicha conversación?

El caballero Schaar no dijo nada. Se limitó a asentir a las palabras de Durius y, tras tomar asiento en el punto más alejado de la cabecera de la mesa, demostrando su conocimiento de la jerarquía, con similar incomodidad a la del capitán, escuchó tanto la pregunta de Durius como la contestación de Ferenk. A pesar del permiso de Durius, nada dijo. Al menos todavía. Miraba a los presentes con aspecto pensativo. Y esperaba.

Un brillo fugaz salpicó el verde de Durius, equiparable a una sonrisa, a un rayo de sol en medio de la tormenta antes de volver a cerrarse el cielo. Apreció la delicada diplomacia de Ferenk con un leve cabeceo.

-No, no aún. Una sola cuestión más. ¿Fue dicha conversación la que provocó que Farkas Deli se encarara al Segundo Caballero?

Último en llegar, Iacobus cerró las puertas a sus espaldas y echó una mirada al interior de la estancia. Su expresión pétrea estaba ahora matizada por algo que podía ser, indistintamente, cansancio o hastío. La resistencia extraordinaria de cuerpo y espíritu de la que hacía gala, tras toda la mierda que había sucedido, comenzaba a resquebrajarse por la impaciencia, la inmovilidad y el paso del tiempo. Aún así, nada dijo y, cuando Durius prorrumpió en órdenes y palabras, joder, ¡más palabras!, decidió que todo se fuera a la mierda y tomar asiento en el sitio que más le gustaba.

Se dejó caer en la otra punta de la mesa, la otra cabecera, y el lugar que más cercano quedaba hacia el exterior.

Esto es el puto infierno.

La espada quedó apoyada sobre sus muslos cubiertos de placas, y se llevó una mano al pecho, con las cejas fruncidas. Y con el mismo semblante, un hosco silencio que hablaba por sí mismo, se transformó en observador. Escéptico. Esperaba.

Clonk, sonó la espada de Iacobus Radoslav, metal contra metal, al reposar sobre su acorazado regazo. Lista para ser empuñada en cualquier momento, y volver a separar cabezas de torsos, desparramar tripas y seccionar personas por la mitad. Era un milagro que el arma de ese monstruo mantuviera su filo e integridad, que no se mellara ni partiera, como si el vigor sobrenatural del caballero alimentara la hoja.

Ferenk se forzó a apartar la mirada de la espada, y respondió al Secretario:

—Me temo que así es.

Hago una inclinación ante las órdenes del Caballero Durius y salgo del Salón sin mencionar palabra alguna.

Tras salir cierro la puerta del Gran Salón y espero a que mi tía y mi madre traigan lo encomendado anteriormente.

- Visany abandona discretamente el Salón Principal del Castillo.

-Comprendo -fue la escueta respuesta de Durius. Ferenk no era estúpido, pese a que su comportamiento desdijera tal extremo, y debía tener claro que sus actos habrían de tener consecuencias-. Caballero Schaar, no sé si tenéis o deseáis añadir algo más a lo ya dicho. De ser así, proceded. En caso contrario, debo pediros que abandonéis el salón y acudáis a donde vuestra señora y su hijo. Sin duda, necesitará de vos y vuestra compañía. Caballeros, tenemos varios asuntos urgentes que tratar -dijo dirigiéndose al resto, si bien su mirada se detuvo un instante de más en el Capitán Ferenk-. Y no admiten demora alguna, por desgracia. 

Me hallaba inmerso en un mar de sentimientos, algunos de ellos francamente contradictorios. Sentía alivio porque el Secretario Ducal estaba allí y pronto mi tarea de vigilancia finalizaría, pero a la vez estaba angustiado porque no estaba seguro de haber cumplido correctamente con mi cometido, sentía miedo también porque el Caballero de los Cárpatos parecía desprender un aura de desasosiego que se apoderaba de mi corazón... Pero entre todos aquellos sentimientos mi curiosidad, que también estaba entre ellos, fue al fin satisfecha al conocer el destino sufrido por Farkas Deli. El que debiera ser nombrado nuevo verdugo de la corte en base a sus últimos actos, había acabado con su vida seguramente provocando aquel terrible aullido que había escuchado. Un hombre temible, más aún de lo que habría podido imaginar.

Aquel hecho respondía preguntas pero generaba otras nuevas, como por ejemplo qué debía hacerse con el cuerpo, o más bien, qué debía hacer yo con el cuerpo. Ni siquiera sabía en que estado se encontraba, ni si pasaría algo si aquella bestia (aunque muerta) atravesaba el umbral de la capilla ¿Sería el poder de Dios suficiente para doblegar la voluntad de aquel ser? Y aún quedaba el asunto para el que se suponía que había sido llamado, pero no me atrevía a mirar siquiera al Caballero de los Cárpatos. Temía despertar su ira al mirarle en busca de sus heridas, de modo que aguardé a recibir una orden concreta, una orden que no llegaría antes de que Schaar Dvy abandonase el salón.

El caballero Schaar había escuchado las palabras de uno y de otro, y finalmente asintió y se puso en pié de la forma trabajosa propia del que porta una armadura. Por un momento pareció que iba a marcharse sin más, pero luego pareció pensar algo y, tras mirar a los presentes, habló 

- No tengo nada que añadir a lo dicho. Sólo señalar que tanto el segundo caballero como el guerrero de confianza del duque se acusaron de deslealtad, y de traición, y por mucho que intenté evitar un combate que sólo podía perjudicar aun más la situación de nuestro señor el duque, cuando este regresara, fue imposible. 

Tras estas palabras el noble hace una reverencia a los presentes, y una vez se le responda, si es que se le responde, o se le de la señal para salir, abandona la sala

Viendo que no hay respuesta, Schaar Dvy hace una reverencia y abandona el salón, hacia el ala de invitados donde se encuentra la dama Dubieta 

- Schaar Dvy, el hombre de armas, abandona el Salón Principal, cerrando las puertas tras de sí al salir.

Ferenk observó de reojo la marcha de Schaar Dvy. El "clonc" de sus botas metálicas contra el suelo, unido al "clanc" de la espada de Iacobus Radoslav componía un dueto de percusión que se le antojaba la mar de ominoso en esos momentos. El "plom" de la puerta al cerrarse puso fin al tenebroso ritmo, y fue sustituido por el "popom" de su corazón; lo bastante ruidoso, pensaba el capitán, como para que los otros cuatro los oyeran.

Durius Trémere de Slobozia, compuesto como siempre, probablemente podía escuchar sin problemas esos latidos que delataban las verdaderas emociones de Ferenk Zarak. Otto, su adlátere, a quien Durius había arrancado de los brazos de sus hermanos magyares, de forma diferente pero no menos definitiva que la que había prodigado al Senescal, era de su carne, y sin duda podía escuchar el pálpito de la sangre como un vivo olía el aroma de la comida recién peparada. De Iacobus nada se atrevía a afirmar; pocos corazones mantenían su pausado repiqueteo en su presencia, en cualquier caso. Maserrak de Flambeau, cuyo gesto pertenecía a quien se sentía tan fuera de lugar como un petimetre en una cochiquera, no podía ser capaz de oírlo, pues su propio corazón debía ser en esos momentos una carga de caballería.

—¿Debo relatar ahora el contenido de dicha conversación? —preguntó Ferenk, de nuevo. Su faz, a diferencia de sus entrañas, estaba tranquila. La tristeza que lo había invadido repentinamente la noche anterior, y que por fortuna había aliviado el sueño y el discurrir del tiempo, había esculpido sus facciones en un rictus de dolor contenido.

- Hay una solitaria chimenea encendida con pocos leños hacia la mitad Sur del muro del Salón. Uno de los leños chasquea con fuerza al arder.

- Repartidos por todo el salón hay candelabros, pero sólo unos pocos tienen algunas velas encendidas, dando en total un efecto de densa penumbra tenebrosa a todo el lugar.

- Hay suficiente para ver para aquellos cuya vista es más aguda de lo normal, y para aquellos habituados a las tinieblas. Para un sirviente humano corriente, todo sería un conjunto de sombras poco definidas, identificando a los presentes más por sus contornos y por el delator brillo del metal de las armaduras, que por otros detalles más concretos.

- En algunas partes hay colgados tapices que ilustran en general glorias pasadas de los Basarab, los anteriores gobernantes de la Tirsa de Balgrad. Quedan un tanto raquíticos, pues son viejos y poco llamativos. Tampoco cubren demasiado espacio en los puros de piedra gris y argamasa.

- El suelo está enlosado y en su parte central cubierto varias alfombras de color pardo.

- Hacia el final del Salón, en su extremo Este, está el Trono Ducal, envuelto en tenebrosas sombras que casi parecerían dotadas de vida propia, siendo tan sólo una vana ilusión provocada por la luz de las velas.

- En la parte central hay una larga mesa con sillas de madera a ambos lados y dos cabeceras.

Otto se encontraba cerca del primer caballero, mudo testigo de todo lo que allí acontecía. Sabía que la situación era tensa, e incluso que sería probable que aquella escena tuviera un final similar a la que representaron hace no tanto, con el Senescal presente. 

"O, mejor dicho, el antiguo Senescal..."

Pero poco se podía hacer, había poderes más grandes que el suyo actuando en aquella sala. Ferenk debería responder a la pregunta de Durius para averiguar el desenlace de aquella historia. Con una mezcla de impaciencia y curiosidad, clavó sus ojos en el magyar, a la espera de que éste revelase a los presentes aquello que sabía. 

-Proceded, Capitán Ferenk -autorizó Durius ante la pregunta planteada por este. El silencio de Iacobus Radoslav resultaba tan estridente como el palpitar del corazón del hombre que debía dar razones de su proceder, un proceder del cual dependía su futuro. Otto continuaba colgado de su rol, un papel que consistía en ver, oír y callar. Maserrak, por su parte, parecía reacio a actuar como sanador, mas tiempo habría para todo-. No es esta cuestión baladí, como no lo es nuestro futuro inmediato. Los Basarab, la amenaza de los extraños seres que atacaron al pariente del Senescal y de quien nada he sabido, las curiosas afirmaciones de su viuda... -Durius sonrió fugazmente, como si todo aquello lo divirtiera en el fondo.

Los ojos de Iacobus siguieron la marcha de Schaar Dvy del mismo modo que habían seguido las palabras del Capitán Ferenk. El escepticismo grabado en aquellas dos miradas hacía las veces de discurso, declaración y manifiesto, aunque los labios del Caballero de los Cárpatos permanecían unidos en una línea tan breve como una vida. Porque, no, no pensaba hablar. Ya había hablado suficiente, y se había cansado. Cansado de eso, cansado de aquello, cansado de todo. Cansado. Harto.

Atendió por un instante a sus venas, que le hablaban del estado de su propio cuerpo, e ignoró el diagnóstico. Se limitó a recargarse mejor en su asiento, y a observar a los presentes, al Capitán y a Masserak, con ojos cada vez más lejanos, cada vez más insondables.

- "Ehem... El noble sobrino del Duque, Kars Kadar, y su Escudero Rodrick Stolnic descansan en las estancias de la planta baja de la Torre del Chambelán, las mejores que se encontraban disponibles. Sus criados y guardias están en los establos.

Creo que el noble manifestó su deseo de continuar su camino hacia el Este mañana al alba, al parecer va a integrarse en la Corte de uno de los Condes de Transilvania, el Conde Lintika Batthyany de Sibiu." -

Ferenk apoyó las manos en la mesa, se aclaró la garganta y habló.

—Cuando me desperté y salí al patio, Farkas Deli ya estaba allí, preguntando por el Senescal —dijo, rascándose la mejilla—. Había seguido el rastro de los Basarab durante toda la noche, despertando de su —Ferenk dudó un instante, buscando la palabra adecuada— condición en las proximidades de su finca. El Boyardo Blaatu, sus hijos y sus tropas salieron a recibirle armado, pero no se mostraron hostiles contra él ni siquiera cuando les relató que había dado muerte al vampyr por orden de Nuestro Señor, y pidió que le entregaran de nuevo a Vikos y Veronika Basarab. El propio Boyardo fue quien ordenó que le proporcionaran ropas para ocultar su desnudez.

»El resto de nuestra conversación lo pueden imaginar, teniendo en cuenta lo ocurrido —continuó Ferenk—. Aunque mi intención no era azuzarle contra el Caballero Iacobus Radoslav o el Caballero Durius Trémere. Al contrario, pretendía que confiara en mi juicio y no complicara todavía más la situación.

»Traté de advertirle anoche, Secretario, pero usted lo tomó como una amenaza—prosiguió, tras tomar aire—. Usted lo ha tratado de perro hace un momento: Farkas Deli no era un perro, pero hubiera olido la sangre de Jensi Stolnic en quienes la derramaron, tal y como olió a los dos niños Basarab en la finca.

MASERRAK:

- Sientes una sensación de alarma, inquietud y desasosiego... ¡Alguien ha penetrado en tu sancta sanctorum!