Partida Rol por web

Eso, pensaba Óliver mientras sonreía comedido al iluminado de la nueva era que había asomado la jeta por la puerta. Tú grita en plena calle de parte de quién venimos, para que lo sepa todo el mundo.

Estaba mirando con "esa" mirada mientras pensaba en aquello. Procuraba parecer muy poca cosa. Le encantaría que le confundieran con... Con un semáforo, por ejemplo. O con un buzón de correos.

¿La hostia de "despiertos" ha dicho?

Evan parecía a punto de querer saltar sobre Aiden y taparle la boca, pero ya era demasiado tarde para eso. Así que se limitó a mirarlo de forma penetrante y desdeñosa desde su posición. No estaba seguro de si la conversación era salvable en ese punto, pero estaba claro para él que si no intervenía de alguna manera, no iba a llegar a ningún lado.

-Somos clientes. Nos recomendaron el sitio y estamos interesados en una sesión privada- dijo mirando hacia el muchacho, interviniendo justo después de Aiden. -Y podemos pagar muy bien- hizo énfasis en el muy mirando a Oliver. 

El joven escuchó atentamente y se encogió de hombros. -No tengo ni idea de quién es Maddie- dijo y no parecía estar mintiendo, no había reaccionado ante la mención del nombre. La intervención de Evan pareció cambiar un poco la actitud, o al menos logró aparentar que vuestro interlocutor pensara.

-No puedo dejaros entrar. El aseo no ha llegado. Si estáis interesados en una sesión volver a la hora de apertura y podréis negociar con los dueños. La mayoría de la gente escribe correo o llama para concertar una cita, pero ya que queréis venir, seguro os pueden entrevistar directamente en la noche- luego mira a Aiden. -Entiendo que os de rabia venir para nada, pero podíais haber llamado antes y seguro alguien os hubiese dicho del horario. Lo lamento mucho. Os digo qué, cuando volváis en la tarde os sirvo la primera ronda sin costo- dice forzando una sonrisa, pero todavía parece alerta, demasiado alerta y con una sombra de desconfianza hacia vosotros.

Oliver sonreía estúpidamente, cada vez más, asintiendo a todo lo que decía la especie de vándalo que les hablaba. Como es natural estaba cada vez más mosqueado. Se hizo el turista sueco, o algo similar.

"Yah, yah" se imaginó asintiendo en alemán, aunque no se atrevió a caricaturizar tanto el papel de Idiota Integral que Paga Buenas Libras Por Sentir Emociones Fuertes, pero la actitud estaba ahí, bien nítida.

En realidad por debajo gemía e imploraba: vaaamonos, estúpido, veeenga, larguémonos de aquí.

Ignoré tranquilamente la mirada de Evan con la experiencia de quien llevaba ya más de un año sintiendo esas miradas del estirado. Las de Oliver eran más difíciles de ignorar, más penetrantes. Y el caso es que al escuchar la voz de Evan me lo imaginé como estaba un rato atrás, con todo el colocón, y tuve que apretar los labios para no reírme al pensarlo. 

El tío de la ventana era un rancio y además parecía estar bastante nervioso. Estreché los ojos al mirarlo, pero no parecía que fuésemos a poder sacarlo de la cantinela de volver a las seis. Resoplé haciendo ruido al vibrar los labios y luego sacudí la cabeza.

—Danos entonces su teléfono al menos —dije, encogiéndome de hombros. Si la gente pedía cita por teléfono, a lo mejor podíamos contactar por ahí—. Así les llamamos y quedamos con ellos para volver cuando estén.

Su sonrisa se ensanchó. Era de horror. En segundo plano, la rutina de ocultamiento había aprendido a tararear el pollito pío.

-¿Por qué seguimos perdiendo el tiempo con él?- masculla Evan entre dientes, empezando a tocar su anillo y sintiéndose tentado a usar algo de magia para ayudarse. Pero tenía la impresión de que podría ser mala idea si este sitio pertenecía a un grupo de magos.

-El número del bar para eso está en por google. Si buscáis en google maps, está al día. Pero no os va a contestar nadie antes de las 5. - dice con una sonrisa y tratando de no fruncir el ceño.

-Igual le diré a los dueños que vinistéis y que esperen vuestra llamada y eso.- dice, esperando una reacción de vuestra parte, mirando a Evan y a Oliver en particular.

Asintió con gesto vacuo y no muy inteligente, y se preparó para largarse de ahí... Mirando si alguien les seguía.

Aquel tío era un cansino de cuidado. Ni siquiera me creía que estuviese solo, pero estaba claro que no quería ayudarnos ni un poco. Y además no se fiaba de Oliver y Evan, aunque eso lo podía entender. Se me pasó por la cabeza darle nosotros un teléfono para que se lo diera a sus jefes y nos llamasen de una maldita vez, pero con el plan que tenía, seguro que ni se lo daba. Había estado algo más animado después del ritual gracias al yagé, pero ya se me habían pasado los efectos y no tenía fuelle para seguir insistiendo. Así que le hice un gesto de resignación y despedida al mismo tiempo.

—Vale, tío. 

Acepté el fracaso con esas dos palabras y giré sobre mis talones para enfilar la salida del callejón. 

—¿Tiramos para casa o qué? —pregunté a mis compañeros, con los hombros caídos y la mirada fija en la punta de mis zapatos.

Su expresión se dulcificó. ──Nah, ──dijo. ──Os invito a comer. Conozco un lugar por aquí cerca...

No obstante tenían el horario cambiado, por eso de trasnochar. Y su cobertura había dejado a un lado El Pollito Pío. Ahora estaba entregada por entero a emitir pensamientos obsesivos sobre Pepa Pig. Era todo un descanso.

Con el paso de las horas, el Soho comienza a ver más y más transeúntes caminando por sus calles estrechas, y en sus calles comienza a elevarse un olor a cerveza, frito y risas que le daba ese aire único a aquel sector de la ciudad. Más gente empezaba a caminar, y las sombras del ocaso lentamente coloreaban el cielo de un azul más oscuro, a medida que bombillas, lámparas, letreros luminosos y farolas de coches comenzaban a aparecer como motas doradas en el paisaje a vuestro alrededor.

Cuando se acerca la hora, camináis de vuelta al callejón. Notáis como, a pesar de que las calles principales hierven de actividad y risas, este espacio parece escapar más a las miradas curiosas, a los bullicios exteriores, e incluso al influjo constante de jóvenes y adultos buscando algún sitio en donde tomar cerveza hasta bien entrada la noche. Llegáis de nuevo a Styx, y en esta ocasión el letrero de Neón rojo está encendido, lanzando una contraluz fuerte y llamativa. Las puertas siguen cerradas, pero desde las ventanas podéis ver sombras de movimientos y pareciera que el interior alberga personas en este momento.

No parece que nadie os esté esperando y desde la planta de arriba, esta vez no véis a nadie. Sin embargo, todo el callejón os aporta una extraña sensación que no lográis describir. Estaba de la mano con aquellas cosas que sólo los Despertados podían sentir, pero al mismo tiempo era novedosa. Como encontrar un nuevo aroma o saborear una comida que no habíais probado antes, sólo que el gusto que teníais era nebuloso, oscuro y frío.

Me apunté enseguida a lo de comer algo por ahí, había un montón de sitios que me molaban en el SoHo y si encima invitaba Oliver... pues tanto mejor. Aunque seguía un poco meditabundo, con esa sensación de que todo nos salía fatal que se había impregnado en mi piel desde la noche que perdimos a Antony. 

Como teníamos tiempo de sobra, después de la comida dejé un rato a Evan y Oliver y aproveché para pasarme por el curro a ver a Rick. Un ratito de normalidad para subir el ánimo y de paso revisé con él los horarios de los próximos días y traté de dejarme algunos ratos libres para hacer cosas con mis compañeros de Hogwarts, por si acaso la cosa se complicaba.

También escribí a Andy, para ver qué tal andaba y si seguía con Maddie. Esperaba que sí, porque si estaban juntos me preocuparía menos por la seguridad de los dos. 

Pero total, que cuando faltaba poco para la hora me reuní de nuevo con los chicos para ir los tres juntos al garito. La sensación era parecida, pero distinta y la saboreé con cierta curiosidad. Aunque el derrotismo no se me iba de encima y todo el rato pensaba que si el tío del mediodía nos había tratado así, sus jefes no lo iban a hacer mucho mejor. 

Ante la puerta suspiré y miré a Evan y Oliver mientras me encogía de hombros. 

—Pues vamos allá, ¿no? —dije, mientras probaba a abrirla con la esperanza de que ya no estuviese cerrada.

La situación con el tipo de la ventana no me había gustado demasiado. La verdad es que era, a todas luces, un idiota. Uno de esos jóvenes que hacían lo justo, sin molestarse en dar un paso más allá. El problema de la sociedad moderna. Como Aiden. Oliver tampoco es que diese muchos pasos más adelante... Pero lo suyo era distinto. Y parte de lo malo de aquella situación era tener que esperar horas con ellos allí.

La verdad es que cuando se acercó la hora me arrepentí de no haberme marchado al despacho y volver más tarde. Hice varias llamadas durante ese tiempo, intentando aprovechar algo del tiempo que los otros desperdiciaban.

Al llegar de nuevo al local y ver las luces encendidas me acerqué con resolución para abrir la puerta. Me sorprendió notar aquello en el ambiente... O más aún, me sorprendió no haberlo notado antes.

—Claro —dije, dispuesto a pasar—. Vamos allá.

Les brindó una de esas miradas suyas. Eran estimulantes en grado sumo. Los puñales volaban tras esas miradas tan pagadas de si mismas como irritantes. Les había hecho sufrir dos horas de sus matices, sus comentarios de doble filo y sus giros confianzudos que rayaban a veces en la grosería.

──¿Entrar? Cierto. Me gustaría. ¿Alguien será un amor y abrirá la puerta?

Por lo menos la comida la había pagado él. Y había sido espléndida. No era culpa de Óliver que el restaurante fuera típico de él. Jabalí a la menta. Un pudding inglés de postre que era como un ladrillo. Se cortaba en finas rebanadas con las que se podía improvisar una radial. Comida de la tierra, oye.

Entráis en el bar e inmediato notáis como la iluminación no parece ser una de las características que definen aquel sitio. Salvo por un espacio hacia el fondo, la entrada está prácticamente a oscuras y la poca luz proviene del rojizo letrero en el exterior, provocando extrañas y esotéricos siluetas en donde están vuestra sombras. La decoración tiene un toque siniestro, casi cínico. En la barra, contra el costado derecho, podéis ver que a la par de botellas de vino, brandy y licor en botellas de cristal, hay también cráneos, un cuervo disecado, y algunas cabezas disecadas encogidas colgadas de puntillas entre las repisas. 

Desde la barra del bar, podéis ver el rostro familiar del joven que había respondido desde la planta de arriba hace unas horas. Está vestido con una camisa, y tiene una sonrisa juvenil que parece petrificada y esconder cierta intranquilidad al veros entrar por la puerta. Se detiene en medio de lo que estuviese haciendo, y os observa en silencio, como si esperara algo de vosotros.

Hacia el extremo del fondo de la barra, sentada, está una mujer. Su piel pálida es notoria, aún en medio de la escasa iluminación, su ropa es negra, su maquillaje marcado y con colores oscuros. En definitiva tenía un estilo gótico que parecía sacado de los 90s. Os voltea a mirar, y se queda examinándoos un momento, expectante también, pero silenciosa. A diferencia del barista, que parece tenso, esta mujer parece demasiado tranquila: curiosa, pero indiferente.

No hay música de fondo, sólo un sonido que pronto identificáis: Hacia el fondo del bar, hay una pequeña concurrencia de una docena de personas, todas tomando las sillas alrededor de un espacio que, curiosamente, tiene la mejor iluminación: un reflector mortecino que está enfocando a un hombre alto. Su voz, es el único ruido de fondo que hay en aquel lugar, y sus palabras pronto toman forma discernible en una impecable y extraña variedad del acento británico.

La sensación al entrar es que os vigilan. Y no te toma mucho darte cuenta de que, no sólo habéis llamado la atención del barista y la gótica, sino que hacia la izquierda, en una esquina y sumido en las sombras, hay un tercer hombre. Está sentado y su mirada estaba clavada a la puerta. A medida que avanzáis un poco, casi puedes percibir como él también se tensa y como su lenguaje corporal parece indicar que está listo a actuar de ser necesario. No hay curiosidad, no hay sorpresa, pero sí una vigilancia fría.

Habéis llamado la atención del barista y de la gótica, pero no dejas de sentir esa impresión de que te están vigilando. Tienes la impresión de que te están mirando, aunque no puedes definir quién o por qué. Te sientes... vigilado, por decirlo de alguna manera.