Partida Rol por web

Tres horas... Óliver estaba perdiendo concentración. Y su terminal se estaba calentando, y tenía ganas de ir a orinar y... La cosa podía seguir y seguir, seguro. Él era capaz como cualquiera de resistir sin parar ni para un suspiro. Maddie tenía que estar preocupada, llevaban ya mucho tiempo encerrados ahí...

Tres largas horas de palabras, esfuerzos y cánticos, de dibujos y concentración, poco a poco va surtiendo resultado. Podéis sentir como vuestra mente comienza a aislarse, como si existiese un sutil muro invisible entre el exterior y vuestros pensamientos e ideas. A medida que pasan los minutos, las protecciones se van cristalizando e incluso las señales e ideas del exterior parecen venir acolchadas, con su propio eco.

Todo vuestro trabajo comienza también a pasaros factura. Hacia la última hora Oliver comete varios errores, y sus manos parecen congelarse un momento, dudando, el cansancio es notorio. Evan también hace su mejor esfuerzo para mantenerse despierto, pero es notorio como las drogas van dejando atrás su organismo y cómo le cuesta mantenerse consciente. Lo habéis logrado, pero está claro que vuestros cuerpos apenas si resistirá un esfuerzo similar.

Salís de la habitación, con pasos lentos, algo mareados, pero con más seguridad. En la sala del apartamento encontráis a Maddie, quien está dormida sentada con una agenda pequeña abierta sobre sus rodillas. En la mesa del comedor está Andy, sentado en una silla, con la cabeza sobre la mesa y sus brazos haciendo de improvisada almohada, durmiendo profundamente. La ventana revela los primeros brillos del amanecer que os saluda desde un nuevo día.

Hizo café. Bueno. Mira. Pobres, puso una manta encima de los durmientes, ordenó aquel desastre. Parecía acostumbrado al insomnio, aunque estaba cansado, como todo el mundo.

──Descansamos un par de horas y vamos para allá. Me da la impresión de que esta gente no se levanta temprano. ¿Os parece? Tendréis resaca.

La protección se sentía incómoda. Idealmente el ruido que estaban emitiendo debía no distinguirse del ruido de fondo del entorno, pero era como cuando buscabas a Wally, por muy difícil que fuera encontrarle, una vez lo habías visto lo que era imposible era no mirar el cuadro sin verle. Ya se iría acostumbrando.

Salí de la sala agotado y entumecido. Los efectos estimulantes del yagé desaparecían y en su lugar quedaban ciertas molestias en la cabeza y el cuello agarrotado. 

Se me escapó una sonrisa al ver que Andy se había quedado frito en la mesa. El pobre siempre me seguía en estas locuras con buen ánimo y sin protestar, incluso cuando a veces ni yo mismo sabía lo que hacía. No era raro entender por qué lo adoraba.

Me crují el cuello hacia un lado y hacia el otro y cuando vi que Oliver dirigía su silla a la cocina, me adelanté a él.

—Ya voy yo, que esta casa no está bien preparada. —Una forma suave de decirle que no iba a poder hacer nada desde la silla.

Puse la cafetera al fuego, pero en realidad a mí lo que me apetecía era un cola cao y dormir un rato. Me imaginaba hecho un ovillo en la cama y no se me ocurría un lugar mejor para estar en el mundo entero. 

—Eso de descansar me parece una idea cojonuda. Evan, ¿quieres café o cacao?

Al abrir los ojos lo hice exhalando lentamente. Teníamos mucho que hacer. Aquel ritual sólo había sido el primer paso. Mi decisión y determinación sólo rivalizaba con... Con mi cansancio. Y aunque al menos sentía la cabeza liberada de esa asquerosa droga que prácticamente me habían obligado a consumir, no estaba en condiciones de ir a ningún lado más que a una cama.

Salí de la habitación y observé cómo estaban las cosas. Miré el reloj. Sentía la boca seca y tenía pocas ganas de discutir. Pero no me gustó que Oliver asumiera que tenía resaca. ¿La tenía? Bueno, si ese fuera el caso, ya no podía entrar en mi mente para saberlo.

—Yo estoy bien —aseguré, y me sorprendió ver la naturalidad con la que pretendían saquear una cocina ajena. Yo no iba a caer a su nivel.

—Cogeré un café luego, de camino —respondí—. Ahora prefiero dormir un rato.

Dicho aquello, busqué algún lugar cómodo donde sentarme o tumbarme. Un sofá, por ejemplo. Esperaba limitarme a descalzarme y descansar.

—Oliver, ¿tú vas a dormir en tu silla? —pregunté no por ofrecerle mi ayuda salvo que la pidiera, sino porque sentía cierta curiosidad.

Londres, Ese mismo día. Mediodía.

Maddie os dejó la dirección del bar. Tras haber perdido tiempo en preparaciones y en la búsqueda del sitio, os internáis en lo que parece ser el lugar. Tenéis que atravesar un callejón estrecho, de esos que impide andar tres personas lado a lado, y que da la impresión claustrofóbica de que los edificios se elevan curvándose sobre el espacio, como si intentaran ocultar lo poco del cielo grisáceo que se alcanzaba a ver en lo alto. No hay muchas personas allí, a pesar de que a tan sólo unas calles, los restaurantes del Soho hierven de actividad, y muchos jóvenes y no tan jóvenes londinenses buscan un lugar donde almorzar.

Hacia el final se encuentra el local indicado, casi escondido pero imposible de confundir. Se trata de un edificio de paredes negras que tiene un letrero de neón rojo (apagado a esta hora) con cuatro letras: Styx*. Dos puertas de madera oscura están cerradas en el medio, y las ventanas se encuentran bloqueadas desde adentro. Tres plantas hacen parte de la estructura del lugar, que, de cerca, tiene un aire lúgubre y solitario.

Se encuentra cerrado y junto a la puerta hay una pequeña placa que indica el horario: 6pm a medianoche. Bajo la misma, en un tablero, está marcado con tiza

"Hoy: sesión a las 6pm. 20£ por persona"

Por lo demás, hay una atmósfera silenciosa alrededor, incluso el bullicio de la clase principal no llega hasta aquí y de vez en cuando el único ruido, aparte de vuestros pasos y de la silla de Oliver, es el de algún gato desplazándose entre las ventanas y las canecas de basura de la calle, sin mucha preocupación de ser verdaderamente notado.

Oliver se quedó observando el lugar, meditabundo. ¿Por qué todos los Despertados tenían que ser tan... pintorescos? ¿Tenían que ir llamando la atención, o algo así? ¿Ponerse los calzoncillos por encima de los pantalones? ¿Y ponerse las cortinas como capa?

Se ajustó la gruesa chaqueta que llevaba puesta, siempre tan friolero. Activó un protocolo de ultrasonidos que sensibilizarían su piel a la presencia de distorsiones del tapiz¹.

Tendrían que ir preparando veinte libras del ala. Estaba seguro. Los Despiertos no vivían del aire.

Entre tanto, siguió rezongando interiormente: incluso en el caso de Evan, que aparentaba seriedad, e iba bien vestido: todos (menos Óliver, claro) iban descendiendo poco a poco a un pozo de iniquidad y drogas. Y estaba cada vez más impertinente. Hacía preguntas indiscretas. Como Adien, que se daba el lujo de insinuar que Óliver no era perfectamente capaz de cuidar de si mismo.

El rezongo se perdió entre los pensamientos aleatorios de lo que era su pantalla, que había tomado algo parecido a la vida propia, y exhudaba patrones de pensamiento repetitivo, canciones pegadizas, laberintos geométricos de esos que se ven cuando tienes los ojos cerrados, grandes bolsas de anonadamiento. Tendrían que acostumbrarse al paisaje mental que se habían creado, y que los escudaba.

¿Y habría que esperar hasta las seis? Miró la hora.

Ahora la pantalla mental protectora tomaba la forma de una partida del Baldur's Gate. Protegido tras ella, Óliver tecleaba. Meneó la cabeza. Su protección tomaba del paradigma circundante los temas que mostraba, y se iba enriqueciendo poco a poco. ¿Para cuándo la pornografía? Esto estaba pasando de castaño oscuro. ¡Depravación! Incluso los pequeños programas generadores de ruido mental aleatorio eran un pozo de degeneración.

En cuanto me desperté en casa de Maddie, algo más despejado, lo primero que hice fue coger papel y carboncillo y reproducir el tatuaje de Skyler. Necesitaba conectar con ella, saber que estaba bien y a salvo o mi mente no estaría donde debía*. 

Me tomé un café para terminar de aclararme la mente. Notaba la cabeza algo extraña, no por el yagé, sino por el ritual que habíamos llevado a cabo y que sentía fluctuando en mi cerebro, como un ligero zumbido que debía acostumbrarme a ignorar.

Me dio lástima que Andy no pudiera acompañarnos, pero le pedí que se quedase con Maddie mientras íbamos nosotros. Es cierto que me daba algo de aprensión separarme de él y también de mi mentora, pero la idea de que al menos estuviesen juntos aliviaba parte de esa incomodidad. 

Y así fue como llegamos a ese callejón del SoHo. Conocía la zona y me gustaba, siempre había sido de mis favoritas de la ciudad. Por allí había vivido durante años, con Andy y Phoebe. Y también estaba allí el estudio en el que trabajaba. Miré el móvil pensando en Rick. No tenía que trabajar ese día, pero de tanto en cuando surgían imprevistos y me reclamaba de improviso. Luego lo guardé y contemplé la puerta cerrada. Quedaban horas para las seis de la tarde. Paseé mis ojos por el marco, en busca de algún timbre o similar. Que estuviese cerrado para el público no quería decir que no hubiese nadie dentro. Al fin y al cabo, nosotros no queríamos una «sesión» exactamente, ¿no? Éramos colegas de... eh.. magia. Algo así. 

Al final, si hubiese timbre, lo pulsaría insistentemente. Y si no, golpearía en la puerta con el puño para llamar la atención de alguien dentro. Si es que había alguien.

Al salir de casa de Maddie ya había tomado un café, y aún así me cogí otro de camino al lugar. También mandé un par de mensajes avisando a Naida y aplazando mis reuniones de aquel día. Si había algo que no me gustase de este mundo mágico, era tener que hacer eso.

Al llegar al lugar caminé por el callejón sin dudar. Y cuando vi el cartel, ni siquiera me planteé la idea de esperar. Di un paso adelante para llamar, pero Aiden ya estaba en ello. Dejé fuese él quien lo hiciera y esperé. Tampoco es que tuviera nada mejor que hacer.

Mientras tanto, miré alrededor. No buscaba nada concreto, sólo quería hacer algo de tiempo y saber más de aquellos a los que íbamos a encontrarnos.

Tu exploración no reveló ni siquiera una vibración de resonancia que pudiese hacerte sospechar de magia en donde estabas. En realidad, no había más que datos mundanos. No podías percibir que en lugar en dónde te encontrabas y lo que veías no era más extraordinaria que otros banales y aburridos productos de los durmientes.

Tu conexión no revela que Skyler esté en problemas. Todo está en orden, todo está bien, por el momento.

Tras algunos instantes golpeando la puerta, la ventana de la primera planta del local se abre de repente. Un joven asoma su cabeza, como buscando el origen del ruido. No tendrá más de 25 años, el cabello corto y la barba afeitada al ras, junto con unos lentes de pasta gruesa que le dan un aire invariable de Hipster. La expresión en su rostro cuentan una corta pero efectiva historia: está de mala leche y al veros abajo, frente a la puerta, se acomoda los lentes, lanza una visible exhalación que deja entrever la irritación.

-Eh, parad ya con eso. Abrimos a las 6, ¿no sabéis leer?- dice mientras os examina muy atentamente, como si estuviese atento a vuestra reacción y a lo que haríais a continuación. Algo en su gesto, en su tono, en su expresión, os transmite que siente desconfianza por vuestra presencia allí mismo.

──Todo mundano. Todo lo que hay a la vista, por supuesto. ──Óliver susurraba a sus compañeros. Desde luego no pensaba llevar la voz cantante con ese pequeño delincuente. Dejaría que fueran los que habían tenido la brillante idea de ir a dar golpes en la puerta a deshoras y así ir llamando la atención a quienes, al parecer, y sabiendo que tenían poco de mundano, se ocultaban bien de otros ojos que supieran ver. ──Lo que no quita que no vaya a haber toda clase de sorpresas, ──pensó.

Al ver al chico, sonreí. Había temido que fuese una panda de viejos gruñones, con túnicas y... no sé, collares de huesos humanos o algo así. La imagen típica de los nigromantes de las pelis, vaya. Pero no, era un tipo normal, de mi edad. Seguro que podíamos entendernos bien.

Hice un gesto de saludo con la mano y di un par de pasos hacia atrás para verlo mejor.

—¡Eh, tío! Ya hemos leído eso de la sesión, pero es que nos preguntábamos si no podríamos charlar con el encargado de esto antes. ¿Eres tú? Eh... no somos clientes «normales» —dije, doblando los dedos haciendo unas comillas—. Estamos la hostia de despiertos, no sé si me explico. 

¿Sutil? Poco, la verdad. Pero es que las sutilezas eran lentas también y ya habíamos perdido toda la mañana. Además, el de las sutilezas era el abogado estirado, no yo.

Hay un cambio en la tensión del ambiente. Un momento de duda que se deja ver brevemente y que luego el joven intenta disimular rápidamente, mientras la desconfianza aumenta al mismo tiempo. Os observa uno por uno, como analizándoos, y su atención recae especialmente en Evan y en Oliver, a quienes dedica miradas más largas que a Aiden.

-Los dueños no están ahora y no sé cuando vuelvan- se decide a responder finalmente, casi atragantándose en las palabras. -Si tenéis alguna razón, se la puedo dar cuando lleguen. Estarán seguro para las 6- añade apresuradamente el muchacho, mientras su mirada esta vez parece no seguiros, sino revisar algo en el interior un momento. -¿Cómo habéis dicho que os llamáis?- suelta tras intercalar una mirada hacia abajo en el interior de la vivienda, como quien revisa algo por lo bajo, y luego una mirada hacia vosotros.

El chico no se fiaba. Y no me extrañaba, la verdad. Entre las pintas de pijo estirado de Evan y la mirada inquisitiva de Oliver... No me había girado para mirarlo, pero seguro que estaba poniendo esa mirada. Yo ya me la conocía bien y aún así seguía intimidándome a veces.

Yo era el más normal, así que seguí hablando con él, esforzándome por ser majo y confiable.

—No te lo hemos dicho, perdona, tío. Yo soy Aiden y estos son Evan y Oliver. —Me quedé pensando un instante. Si ibamos a empezar a relacionarnos con otros despertados lo mismo deberíamos pensar en ponernos apodos mágicos de esos. Como Artemis, Arcadius y eso. Pero bueno, por el momento era lo que había, así que me centré en el tipo de la ventana—. Venimos de parte de Maddie. A lo mejor podrías llamar a los dueños por teléfono y decirles que estamos aquí. Es que ya ves qué rabia haber venido para nada. Y es importante el tema que queremos tratar con ellos, ¿eh? O podemos esperarles dentro si no van a tardar mucho. ¿Qué dices? ¿Hay algo que podamos hacer?