Partida Rol por web

La zapadora se echó con total descaro en una de las camillas mientras la atendían, y no parecía por la labor de moverse en el corto plazo. Se quejaba un poco cuando trataban sus heridas, pero sobre todo intentaba buscar una postura cómoda en aquella pieza de mobiliario sanitario. 

Las enfermeras siguen atendiendo a los soldados, mientras el combate sigue en el exterior. Sin embargo, parece que las cosas cambian. Hay menos ruido, menos explosiones, puede que aquel asalto pronto acabe. 

Klaus siguió mirando con aprensión a los lantanitas. Esas gentes eran tanto o más peligrosas que el propio enemigo. Su devoción al Dios-Emperador era pura fachada, estaba seguro de ello. ¿Cuanto van a tardar mis compañeros en venir a sacarme de esta?

Menos ruido, más tranquilidad, quejas de los heridos, el mismo dolor y el mismo movimiento dentro de la enfermería. Con tanta información y desconocimiento en su cabeza, no se había dado cuenta que tenía la boca seca y llena de escoria.

-Enfermera.....enfermera, denme agua, por favor, enfermera..

Una de las enfermeras se acercó a Korlo con algo de agua.

-No puedes beber mucho, ¿eh? Podría sentarte mal con la medicación...-dijo la mujer, ayudando al soldado a beber un poco. Mientras, el resto y los doctores iban atendiendo a todos los presentes. Del exterior ya apenas llegan un par de sonidos de combate. Para mal o para bien, aquello habrá acabado pronto. 

Mientras las enfermeras siguen con su trabajo, un rumor llega del exterior. Parece que los combates han finalizado prácticamente, solo quedando enzarzados en combate los legionarios penales. Con un poco de suerte, allí estarían a salvo de momento, sobre todo si el enemigo decidía que con aquel intento había tenido bastante por hoy. 

El debilitado soldado dejó escapar un suspiro de agradecimiento. Viviría un día más. Tristemente cuando su mente se olvidó del pánico volvió el dolor y el temor a las mutilaciones y desfiguraciones. ¿Cuan maltratado habría quedado su pobre cuerpo? ¿Volverían a enviarlo a la trinchera o solo le quedaba mendigar como otro de los millones de mutilados de guerra?

Los ruidos del combate llegaron a su fin, y poco después, los últimos heridos. Parecía que el ataque había sido rechazado en todos los frentes, así que la victoria era para los leales al Emperador. Poco a poco el ajetreo en el búnker fue yendo a menos, aunque aún les quedaba algún tiempo de convalecencia. 

Entra en la enfermería un solitario legionario penal herido, vigilado de cerca por dos miembros de los arbites. 

Arthur entra y escupe algo de sangre al suelo. Lleva un collar hecho con un hilo de plastiacero trenzado con tres casquillos de rifle de fusión colgando. La ceramita y el plastiacero fundidos lo hace imposibles de reutilizar o reciclar, pero eso a Arthur le da igual, lo llevará.

Los nuevos individuos tenían un aspecto demasiado vulgar para la imagen que se tiene de la figura de un guardia imperial. Sus tatuajes, vestimentas por no decir retales, modales y caras indicaban que estaba en la misma sala que unos legionarios penales. ¿Que clase de delitos habrían cometido para estar luchando en tan noble causa?, en el caso de Korlo,su alistamiento no había sido del todo voluntario, pues cada planeta tiene que cumplir con su parte por el bien del Imperio. ¿Sería tanta la diferencia que convertía en despojos y hombres en soldados por igual?

El buen doctor Neville, junto a una de las enfermeras, es el encargado de tratar al legionario penal recién llegado. Le mira con cierta desconfianza por encima de sus gafas, y la enfermera procura no mirar demasiado al preso. Sin embargo, el tratamiento parece exitoso, y consigue remendar a Arthur satisfactoriamente.

-Listo-dijo simplemente, aunque no quedaba claro si para el paciente o para sus guardianes. 

Un par de enfermeras cuchichean desde algo de distancia mirando al preso, probablemente algún tipo de cotilleo sobre qué habría hecho. 

Después de pasar una buena temporada en la enfermería Klaus parecía más recuperado. Al menos en lo fisico, en lo espiritual su roce con la muerte lo había dejado más que tocado.

Con paso vacilante salió a reincorporarse a su unidad.

El fragmento de metralla, un fragmento de la junta de culata del tanque, salió de las entrañas de Arthur como si de un bebé se tratara. Envuelta en porquería y esperando una nueva vida, por lo que mientras el médico le cosía, el legionario cogió la pieza de la bandeja instrumental donde el medicae la había dejado y la añadió a su collar de recuerdos. Sonrió a las enfermeras.

- Dicen que cuando una chica conoce a un legionario ya no puede volver a lo normal, ¿sabéis?

Ahí dentro, mientras llegaba, estaban sacándole a alguien metralla a lo vivo en la tienda. Un día flojo, parecía... así les iba a los herejes, que los estaban cosiendo vivos y los utilizaban para pantalla contra los tanques. Que se habían creído que darle la espalda al Emperador iba a ser un juego de rosas, los muy putos. Asín reventasen.

-Doctor

Saludó antes de entrar. Llevaba el brazalete con el águila roja en el uniforme de descanso. Un med. No era raro que los medicae acabasen orbitando en torno a una misma tienda, aunque fuese para organizarse, mezclarse con gente que sabía de lo que hablaba, compartir los que tenían teoría y cero práctica con aquellos que sabían cómo serrarte en siete segundos pero no tenían ni la menor de donde se ubicaba un bazo y en general mirar un poco a los demás por hacerles el trabajo tan difícil con su tendencia a no tener ni puta idea de nada.

-Medicae Nicodemus. 13 de Asedio. ¿Algo que se le sirva por aquí?

Las enfermeras se escandalizaron ante el comentario de Arthur, alejándose algo más levemente sonrojadas, quién sabía si por haber sido descubiertas, o si porque las palabras del penal habían dado de lleno en algún tema de conversación. El doctor Neville frunció levemente el ceño, disgustado ante aquellos modales, pero no dijo nada. 

Por supuesto, el doctor Neville saluda al medicae recién llegado, y de detrás de un biombo asoma el otro encargado de aquella enfermería, el maestro quirurgo Andronius, llegado este con la expedición imperial.

-Buenos días, medicae Nicodemus-replicó, quitándose unos guantes desechables ensangrentados-¿está herido, o viene a ayudar?

Cambió el saludo hacia el tipo que llevaba todos los abalorios de ser el jefe de la zona, o de ser el tipo que atendía al jefe de la zona lo suficiente como para que la autoridad se transmitiera por proxy. Ignoró las cacareadas de las enfermeras (de todas formas todos saben que las enfermeras buenas eran siempre las Hermanitas de los Pobres o, en todo caso las Hermanitas del Silencio) y se dedicó a lo que estaba. Olía a formacita y un poco demasiado a hierro, aunque no el de la sangre. ¿Materiales nuevos, eh? ¡Buen sitio!

-Lo segundo, Quirurgo-maestre -dijo, usando el título- Siempre que no tenga inconveniente.

En su experiencia, no solían tenerlo.

Siempre que se tuviera en cuenta quién mandaba, claro, aunque unos llevasen uniforme de imaginaria y los otros ropas de asignación por destacamento, o incluso (¡gasp!) ropas civiles. Y es que los doctores asignados solían no tener problemas con el comisariado; otra cosa eran los problemas de la Gente Guapa (tm) que quería monopolizar sus servicios. Pero eh, el que algo quiere algo le cuesta.