Partida Rol por web

A pesar de ese perspicaz tipo del 13º, lograste escabullirte sin mayores problemas de la escena, dejando atrás a los soldados de azul. Ellos tenían su misión, y tú la tuya. Lo malo es que te tocaba avanzar a pie un buen rato, claro. Aunque eso no era problema alguno. Lo que podría serlo es ir bajo el disfraz de un soldado del Imperio, así que tocaba pensar también una nueva apariencia con la que moverse. 

No tardaste mucho en dar con el camino que suponías que debía haber por allí. Un sendero de tierra, apenas mejor que una cañada ganadera, que te llevaría al pueblo más cercano. A partir de ahí, ¿quién sabe?

Procuré marchar aún bajo el amparo de la sombras, al menos hasta que encontrara una forma de mostrar otra apariencia, y al ver la cañada ganadera la seguí por uno de sus laterales, evitando exponerme a la vista de quien pudiera mirar. No quería quitarme el equipo, aún no, prefería ver lo que iba a encontrar por delante. Así que seguí avanzando, esperando percibir el menor indicio de una presencia enemiga y poder así terminar por asumir así su forma: la de los malditos. 

El camino siguió desplegándose ante ti, siendo en cierto modo increíble que estuvieras en territorio enemigo, pues el paisaje no se diferenciaba tanto de aquel al otro lado de las trincheras. Quizás había una cierta... Sensación malsana de fondo, a falta de una descripción mejor, pero todo parecía estar bastante en orden. Tras una hora de recorrer aquella vereda, a lo lejos, se adivinó por fin un pueblo. Una pequeña colección de casas y naves de ganado, con algunas figuras que se movían por sus calles. Probablemente, habitantes del lugar.

Seguí avanzando hacia el pueblo, atenta a mi entorno y a las figuras que ahí se movían. Podía notar esa tenue atmosfera que rodeaba todo, pero la tranquilidad era en cierta forma relajante, así se atacaba a un enemigo, en la más absoluta calma y sin que llegara a ver el verdadero rostro de su asesina. 

Conforme Silvara se fue acercando al lugar, le quedó más claro que la primera impresión era acertada. Se trataba, a todas luces, de lugareños ocupados en sus tareas, ya sea con carretillas con heno, llevando animales, o cualquier otra labor de las que debía hacer cualquier hombre y mujer normal en el campo... Incluso si, unos kilómetros más allá, la guerra rugía con toda su fuerza. Sin embargo, sí había algo peculiar en ellos. Todos parecían llevar la cara tapada, desde pañuelos hasta mascarillas de tela, solo la parte superior de sus rostros quedaba visible. 

Aún había cierta distancia entre la asesina y ellos, y aún nadie parecía haberla visto, pero se acercaba el momento de empezar a pensarse como afrontar aquello...

Cuando vi aquella estampa de granjeros enmascarados no pude evitar detenerme y pensar en lo que estaba ocurriendo ahí, la pregunta era sencilla: ¿por qué ocultaban su rostro? ¿Había algo tras que esconder tras esas máscaras? Lo desconocía, pero empezaba a sentir la necesidad de averiguarlo, así que mi primera idea que vino a la mente fue la de buscar un objetivo solitario que se encontrara en la posición más ventajosa, reducirlo hasta dejarlo inconsciente sin que llegara a emitir sonido alguno y ver lo que había tras esas máscaras. 

Observé desde la distancia buscando a la persona adecuada, solo tenía que tener paciencia. A partir de ahí, si era necesario, ocuparía su lugar. 

La vida parecía transcurrir con normalidad, con grupos a veces parándose a charlar entre ellos, con aire animado o no tanto en función de lo que asumías debían ser distintos temas de conversación, ya que no alcanzabas a captar bien qué se decía. Desde luego, no actuaban raro, y distaban mucho de parecerse a los monstruos que habíais visto hasta ahora. Pronto, la oportunidad surgió, y llegó el momento de actuar rápidamente y sin dejar rastro.

Me deslicé buscando cuando vi el momento oportuno, guiándome por las sombras que regalaba el día, acercándome a mi objetivo. No tenía claro para qué lado se inclinaba la lealtad de esos hombre, pero fueran justos o heréticos, servirían al Emperador. La idea que rondaba mi mente era la de incapacitar en un movimiento al hombre o mujer que se ocultara tras la máscara y así descubrir si realmente merecía sucumbir a la ira del Emperador,  

No costó mucho escabullirse tras una lavandera, cargada con un cesto de ropa a lavar en el arroyo cercano, con su tabla y su jabón. Unos instantes después, la mujer había quedado inconsciente de un golpe a la cabeza, y llegó el momento de retirar el trapo con el que se cubría la parte inferior del rostro. Y bajo este había...

Nada raro. Un rostro humano normal y corriente. Ahora, ¿cuál sería el siguiente paso de la Callidus?

«¿Qué esperaba encontrar?», me pregunté al ver el rostro de la mujer. No tenía una respuesta certera a aquella pregunta, pero no iba a desaprovechar la oportunidad que me había brindado con solo verla. Su ropa y su «equipo» de trabajo eran perfectos para ocultar el mío, al igual que lo era su rostro. No necesité meditarlo mucho para saber que mi siguiente paso sería ocultarme entre el pueblo selicano y ver más de lo que estaba pasando ahí. 

Me daba igual pasar un tiempo limpiando ropa a la espera de un acontecimiento, la paciencia era una virtud. Me vestiría como ella y continuaría mi camino, sin necesidad de ocultarme entre las sombras, a la vista de todos estaría, solo que ya no sería una soldado de Krieg. Ella debía desaparecer. No sentí ninguna lástima por la desafortunada mujer, pues no me habían enseñado a sentir, solo a fingir.

Fue rápido, silencioso, y no costó mucho poner el cuerpo en un lugar relativamente escondido. Tarde o temprano lo encontrarían, pero como poco un par de horas debería darle. Sin embargo, surgían otras preguntas, como qué hacer si alguien la reconocía... Algo probable en un pueblo pequeño, pero esa respuesta ya llegaría. De momento era libre para deambular, y lo que pudo ver estando cerca no apuntaba a nada sospechoso.

Gente normal y corriente haciendo sus labores, aunque todos con la cara tapada, incluso los niños jugando, aunque algunos lograran desembarazarse de las coberturas algún tiempo, sobre todo cuando estaban lejos de supervisión paterna. No se veía un solo soldado, aunque en aquel lugar tampoco sería descabellado pensar que no habría ninguno...

Con mi nuevo aspecto, ocultando una fachada tras otra y evitando mostrar la verdadera realidad, empecé a moverme por el pueblo viendo qué había ahí. Solo pretendía saber y si en ese área no había nada que levantara mis sospechas, seguir avanzando con ese aspecto hacia nuevas zonas. Uno que me podía señalar como víctima de esa guerra, una imagen tan alejada de la realidad como cualquiera que pudiera mostrar o aparentar. Hacía tiempo que mi verdadero yo había desaparecido bajo una infinidad de rostros y formas de actuar, pero eso siempre me daba qué pensar: «¿Quién soy yo?»

Desde ahí situaría los otros asentamientos y buscaría aquellos más amplios en los que pudiera haber más de lo que mostraban en realidad. 

El recorrido por el pueblo seguía sin arrojar nada interesante. Una vida de pueblo normal y corriente, con los habitantes realizando las labores habituales. En algunas conversaciones, a veces, se hablaba sobre la guerra, preguntándose como les iría a los muchachos por allí, aunque no parecía ser un tema especialmente popular. También se escuchaba, a veces, alguna queja sobre aquellas máscaras con las que se cubrían el rostro, aunque eran rápidamente reprendidos, haciéndose notar que no debían correr riesgos con todo lo que estaba pasando.

Y así seguía hasta que, en la lejanía, dos grandes explosiones se pudieron divisar, casi simultáneas. Y, poco después, el quejido de una alarma de bombardeo, lo que hizo que todos se miraran nerviosos y corrieran a coger a los niños y ponerse a cubierto. Pronto la calle quedaría desierta...

Seguí moviéndome por el pueblo como si este fuera mi hogar, pero manteniendo una imperceptible distancia —bien medida— que hiciera más difícil reconocer la extrañeza de mis gestos y mi comportamiento, pues era difícil imitar a quien no había visto actuar.

Las explosiones que hicieron que todos fueran a buscar refugio no me asustaron, sino que debía seguir adelante, y aproveché la confusión de la guerra para alejarme de esa población y seguir avanzando, más lugares habría y en alguno esperaba encontrar la presencia de nuestro verdadero enemigo.

Y, efectivamente, las calles quedaron vacías. De algún modo, lograste disimular lo suficiente para que nadie cayera en que realmente no estabas huyendo de un posible ataque, y pronto te encontraste sola. Un pueblo de lo más anodino, sin duda... Y, probablemente, la mejor idea sería irse de allí. Pero, ¿hacia dónde?

Me dirigí hacia el este, en busca de otros pueblos y las posibles posiciones del enemigo, sabía que debía moverme cuidadosamente, entre las sombras, y eso hacía. Seguía los senderos, pero más allá del camino, caminando junto a la maleza. No sabía que encontraría más adelante, solo que debía dar cuanto antes con lo que realmente anhelaba mi ser. El entrenamiento de toda una vida me había condicionado a ello, a ser paciente, a encontrar el objetivo y a eliminarlo en el preciso momento que debería caer. Por el Emperador. 

Sí, debía acabar con una patrulla enemiga y ocupar su lugar, acercarme a sus líderes y terminar con la cabeza de la serpiente. 

Tu camino te llevó, tras un buen rato de andar, hasta un río. Un río donde se veía, algo más allá, un puente destrozado. Una explosión, seguramente. El 13º debía haber pasado ya por aquí, y empezado su misión de sabotaje. Al otro lado del río se apreciaba muchísimo movimiento, camiones, soldados que observaban aquel desastre... Lo peor es que no parecía haber un buen modo de cruzar, al menos en las cercanías. Y viendo lo parados que estaban al otro lado, tenía pinta de que aquel era un cruce importante.

El paso a través del río no podría ser por un camino sencillo, pero aunque el puente no hubiera caído, sabía que no podría cruzar el río por ahí. Demasiado visible para alguien que debería ser invisible. Era difícil de cruzar y solo se me ocurría una opción para la que el Emperador había tenido a bien en prepararme, había sido justo antes de esta misión y había sido tan certero con la «práctica» como con el hecho de ocultarlo como si de un desembarco se tratara. Mi sendero había sido trazado y así debía ser.

Proferí una oración silenciosa al Emperador: «Sin ti todas las almas de este mundo estarían perdidas, sin ti no habría nadie que diera muerte a los malditos».

Después de eso, me preparé y contemplé el estado de las aguas. Desconocía la profundidad, pero sería suficiente para tener que tomársela en serio. Yo debía cruzar e ir hacia el este. 

El río era caudaloso y profundo, lo suficiente como para que hubiera un puente de varios pilares vadeándolo... O al menos, ahora, los restos de uno. De un modo u otro, si quería llegar al otro lado, solo había una opción.