Partida Rol por web

Desenvainé el sable con la zurda con una rapidez que hizo silbar el aire frente a mí antes de lanzar un tajo que de haber dado en su objetivo habría resultado letal; lo intenté de nuevo con mi otra espada, cuyo filo brillaba embellecido por la energía y mi actuación volvió a resultar lamentable para mis propios ojos. Nada salía como quería, pero no me iba a rendir sin dar la guerra que deseaba y sin satisfacer mi creciente sed de sangre y venganza forjada por mis propios errores. 

-¿¡Qué coño, qué coño, qué coño!?-bramaba asustado el objetivo de tus ataques, viendo como las cuchillas bailaban a su alrededor, lanzando un bayonetazo más desesperado que hábil pero, aún con todo, bien dirigido-¡Coge el lanzallamas, fríe a este monstruo!

Su compañero se había adelantado, eso sí, y ya estaba recogiendo del suelo el aparato y encendiéndolo...

Bloqueé con un movimiento descendente de mi hoja su ataque, que partió la bayoneta como si fuera el aire y lancé un golpe hacia él que precede a una tormenta demasiado apresurada; solo el último golpe, ese en el que empecé a girar como un remolino consiguió herir a mi rival. Inmediatamente después, rodé para situarme frente al enemigo que había tomado el lanzallamas como si su sombra hubiera cobrado vida. 

El hombre gritó alarmado cuando la bayoneta dejó de existir, soltando el rifle, mientras la mujer bailaba entre ellos y se plantaba ante el enemigo del lanzallamas, para desgracia de éste último. Solo quedaban pues las pistolas, aunque dispararon con muy poco acierto.

Volví a lanzar una tormenta de ataques que no resultó todo lo certera que me hubiera agradado, pero también sentía esa euforia por saber que lo estaba poniendo contra las cuerdas y que si conseguía ser más certera acabaría con esta confrontación más pronto que tarde y podría proseguir con mi misión. Después de derramar un poco de sangre, me preparé para el siguiente asalto, pues mis armas clamaban las muertes de todos esos traidores. 

Los ataques de Silvara estaban siendo menos ajustado de lo habitual, aunque algún tajo aterrizaba de vez en cuando, como fue el caso de los que hirieron severamente al hombre del lanzallamas. Por desgracia, aquellas pistolas tampoco eran de adorno, y uno de los disparos parecía bien apuntado a una de las piernas de la asesina...

Esquivé con un rápido movimiento hacia un lado que aproveché para lanzar varios tajos a los de alrededor, suponía que caerían ante la oleada de golpes y me preparé para rodar si así era, dispuesta a terminar con el siguiente enemigo o a reposicionarme si solo uno de ellos caía. 

El combate prosiguió aunque, por desgracia para Silvara, la espada de energía fue más efectiva de lo que esperaba. Aquel corte destrozó e incineró a uno de aquellos tipos, pero también hizo reventar su munición de la forma más desastrosa posible para la asesina. Al menos, había un enemigo menos...

Cuando vi como comenzaba la deflagración de las municiones me moví como una sombra, echándome a un lado y evitando las llamas, dando unos gráciles pasos que podrían pertenecer a una danza y también al fragor de la batalla. A continuación el disparo de pistola podría haberla pillado desprevenida, pero no lo hizo, y como otro paso más en aquel baile de la muerte evitó el disparo para contratacar con dos tajos rápidos de su centelleante espada que no se detenía con nada en su brutal avance. 

Otro de aquellos tipos cayó cuando la espada de energía calcinó su brazo hasta reducirlo a cenizas. Había logrado esquivar el primer ataque, pero el poder destructivo del segundo fue demasiado para poder sobrevivir a ello. Ahora solo quedaba otro de los cegados, que parecía salir de su estado, y el que había apuntado durante un tiempo abrió fuego con algún tiento.

Lancé dos estocadas que erraron su blanco, pero sabía que no terminaría ahí, así que di un paso hacia un lado para evitar los disparos y lancé un último golpe directo a su pierna con la intención de cercenarla por completo e incapacitarlo, o matarlo. Esperé un único instante para saber si seguía con vida, preparándome ya para saltar y desplazarme para enfrentarme en sagrado combate al último de los enemigos. Solo el Emperador sabía que sucedería a continuación. 

Otro miliciano murió envuelto en llamas, con la mala suerte de que su munición volvió a explotar, destrozando el cuerpo y lo que estaba en unos cuantos metros a la redonda. Mientras tanto, el otro miliciano deja caer la carabina, sabiendo que será el siguiente, y abre fuego desenfundando la pistola...

Con la misma pirueta con la que me aproximé al último de los soldados aproveché para evitar la explosión y posicionarme frente a él; poco me costó evitar el disparo de pistola que vino después, una vez había calentado eso era como un juego de niños. Lancé mis dos estocadas de forma no muy certera, pero una ya era perra vieja y sabía como reconducir sus propios errores y lograr lo que sin duda iba a ser un corte de lo más profundo. 

Solo quedaba uno, que fue alcanzado con fuerza por la espada de energía, tanta que se vio derribado por el impacto, a los pies de Silvara. Sin embargo el hombre no parecía tener muchas esperanzas de escapar de otro modo que no fuera matando, por lo que se levantó y volvió a disparar a su atacante, aunque con nulo éxito.

Ni siquiera consiguió darme con ese disparo, no tuve ni que apartarme. Eché un pie para atrás y lancé una estocada, en la que tuve que dar un leve giro de muñeca para conseguir impactar al soldado. Después de ver como habían ido cayendo el resto de sus compañeros, no auguraba nada bueno para su rival y no había palabra o acto que pudiera salvarle. 

Por fin, aquello terminó. El miliciano no tenía nada que hacer contra la asesina y, finalmente, el tajo acabó con la vida del soldado que murió incinerado por la crepitante energía de la espada de Silvara. La pregunta era, ¿qué iba a hacer ahora?

Había sido un combate sencillo a pesar de la superioridad numérica, nada que no pudiera solventar un entrenamiento superior y la absoluta fe en lo que dictaba el Emperador. Una vez terminé con todo volví a enfundar mis dos espadas y revisé los cuerpos que no habían quedado completamente carbonizados por las explosiones. Quería saber si tenían algo de utilidad, alguna insignia o algún manual con instrucciones y también comprobar quién tendría en mejor estado su uniforme. Todo me valía. Luego, si parecía lo apropiado tomaría la identidad de uno de ellos y procedería con el plan para adentrarme tras la línea enemiga. 

Registrando los cuerpos no fue difícil conseguir, aunque fuera por pedazos, un uniforme entero y razonablemente limpio que poder usar. Todos parecían soldados rasos normales y corrientes, desde luego ninguna insignia de rango, y aquel parecía un puesto creado ex profeso para cortar aquella carretera. Las órdenes que llevaban hablaban, de hecho, de aquello. El paso al pueblo debía ser impedido pues, según contaban, se había extendido por él la plaga y era peligroso para los ciudadanos de Sélica...

Un uniforme completo era lo que necesitaba para aparentar ser una traidora; después de eso solo tenía que seguir avanzando y encontrar más posiciones enemigas que sabotear. Memoricé uno de los rostros y usé el lanzallamas para quemar y calcinar los cuerpos para evitar que fueran reconocibles si eran encontrados y que tampoco supusieran el saqueo de estos como un motivo para mantener la cautela. Pronto ese soldado desconocido sería yo, uno más entre los traidores que causaría un golpe tras su propia línea. 

Una vez preparada empecé a marchar en la dirección que dejaba atrás la posición por la que me había aproximado, tenía que haber más posiciones como esas y debía informar de lo que «sucedía». Siempre me resultaba grato engañar a los enemigos del Emperador para que luego cayeran bajo el filo de su ira. 

El camino seguía y seguía, aparentemente sin grandes hitos o señales distintas, aunque de noche era más complicado caer en los posibles elementos paisajísticos del lugar. Lo que debía ser la desolada Minerve fue quedando atrás, conforme los pasos de la ahora disfrazada infiltrada la acercaban a Bonne. Pasó fácilmente una hora antes de que empezara a ver las luces de la ciudad a lo lejos. Aparentemente, no había más puestos de vigilancia por el camino, quizás consideraban que solo era una precaución a tomar con los despistados, o que con el frente así no podían destinar más recursos a aquello.

Tras un rato más de caminar, la ciudad empezó a divisarse claramente, así como la actividad en su interior. Una actividad silenciosa y calmada, ya que eran horas avanzadas, pero aquel sitio estaba claramente habitado. La pregunta que surgía entonces era, ¿cómo enfocar la misión una vez llegara a la urbe?