Partida Rol por web

Ahmed no había sentido tanto dolor en su vida. La pierna apenas la sentía y eso no era bueno. Pero lo peor era que tenía a demasiados enemigos encima.

Les miró con ira. Enfurecido. Y deseó que la Justicia del Emperador cayera sobre ellos.

No sabía si aun tendría oportunidad de servir fielmente o no, pero haría todo cuanto estuviera en su mano. La pérdida de sangre le había dejado algo mareado y aturdido, pero si los enemigos no se abalanzaban sobre él como lobos hambrientos, los reduciría a cenizas.

Esta vez, el tajo de Abderraman no tuvo tanta puntería, fallando su objetivo. Musitó una maldición entre dientes, así como una breve plegaria al Emperador, rogando por más puntería y fuerza para derrotar a aquellos enemigos. 

El acechadunas no quería arriesgarse en exceso ante el hecho de que hubiera tropas aliadas en combate con los traidores, así que decidió emplear algunos momentos más en apuntar, esperando así que su puntería marcara mucho más la diferencia. 

El combate cada vez era más desesperado, aunque finalmente uno de los traidores cayó, pero eso supuso poco alivio cuando apareció, proveniente de la tierra de nadie, un blindado enemigo avanzando hacia el lugar. 

Turno 9.

- Realizo tirada de esquivar para el "turno 9" por si acaso. Fallo.

Media acción este turno la dedico a Apuntar. La otra media acción es para realizar una Ráfaga semiautomática con la pistola contra el "Grupo de traidores 3" al que le queda solo dos miembros.

La dificultad de la tirada es de 65 (base 50, +5 por pardillo y +10 por apuntar). Y... fallo. Gasto destino a ver si hay suerte. Y la hay, además con dos grados de éxito. Eso son dos balazos, uno para 10 de daño y el otro para un triste 5. A ver si es suficiente con el daño de la granada para matarles a ambos. Cruzo los dedos. Para eso y para que no me den, como el turno anterior XD

Cargador pistola 23/30.

PD: Ah, si algún otro de los grupos se traba en combate conmigo me pongo en Defensa Total.

Ahmed no lo dudó ni un instante. Estaba malherido, no había sanitarios cerca, y para colmo de males estaba rodeado de enemigos. No iba a sobrevivir.

Llevó la mano a una de las granadas y colocó el dedo en la anilla mientras una sonrisa torcida comenzaba a dibujarse en su rostro.

Entonces se percató de que tenía aliados cerca… No en extremo, pero sí lo suficiente como para que les alcanzase la explosión. Maldijo su suerte. El Emperador no debía querer que Ahmed se inmolase por la causa. O no todavía… al menos.

Dejó la granada en su sitio, aferró con fuerza el cuchillo y trató de rajar a uno de los enemigos que estaban sobre él. Al menos intentaría vender cara su vida.

Ardeth da unos pasos hacia atras y hace un disparo normal con su pistola laser, viendo que con el cuchillo no hace nada.

Tras todo aquel turno de apuntar, el acechadunas abrió fuego, y dos rayos láser bien dirigidos volaron hacia su objetivo. Sin embargo, el ruido de los motores del tanque dejó claro que tenía que cambiar de arma, así que tras ese ataque, guardó el rifle láser. 

El sargento volvió a atacar con su espada, esta vez con mejor fortuna, lanzando un buen golpe hacia uno de los herejes contra los que se hallaba combatiendo. 

-¡No desfallezcáis! ¡Luchad, luchad por el Emperador!

La polvareda se había despejado tras unos segundos que parecieron eternos. Había esperado hacer con la granada más daño del que había hecho. Los había herido, pero ni siquiera había conseguido derribar a uno solo. Siguieron corriendo, sin parar su avance, y Haytham se vio obligado a cambiar de arma una vez más. Demasiado cerca ya para usar más granadas, hizo uso del fusil y abrió fuego de nuevo derribando a dos que no volvieron a levantarse del suelo.

Poco a poco el grupo iba perdiendo miembros, aunque mucho más despacio de lo que hubiera convenido. En el resto del campo ocurría lo mismo y el enemigo a punto estaba de asaltar las posiciones de un regimiento cuyo fuerte era el sigilo y la distancia. Así pues desaparecía la ventaja, si es que había existido en algún momento.

De nuevo otro cambio de arma. Otra pérdida de tiempo... Pero no podía evitarlo. En combate cerrado no podía confiar en rifles o fusiles, debía usar la pistola. Con el tiempo y si el Emperador quería que sobreviviera a aquello quizá desarrollara la habilidad suficiente como para cambiar entre armas más rápido y que el cambio no supusiera una ventaja para el enemigo.

- Radi, no te rindas, muchacho. ¡No te rindas...!

Lo conocía, lo conocía lo suficiente como para saber que la voluntad de aquel chaval flaqueaba en ocasiones, sobre todo cuando las cosas se ponían difíciles. Era precisamente en esas ocasiones cuando uno debía sacar fuerzas de flaqueza, cuando no debía rendirse, cuando debía tener fe y confiar en el Emperador. El Emperador siempre proveía.

Y proveyó...

En el caos de brazos, fintas, ataques y disparos, Haytham consiguió derribar a uno más y no recibir ni un tajo a cambio. Pero aun quedaban dos trabados, dos que parecían resistírsele, dos que le estaban entreteniendo y le impedían ayudar al debilitado flanco izquierdo.

Aunque resistían heroicamente, aquello parecía destinado a ser el final de todos ellos. Herejes caían, pero la superioridad numérica, junto con el hecho de que los acechadunas no estaban acostumbrados al combate cercano, les estaba pasando factura. De hecho, Ahmed terminó de ser engullido por la marabunta de herejes, pinchando una y otra vez con sus bayonetas, sin que quedara claro si seguía vivo o no. 

Y, por si eso fuera poco, el blindado avanzaba, estando ya casi encima, mientras disparaba con despreocupación sus armas, aunque fallando miserablemente. 

Haytham apuntó su pistola. Su objetivo: los dos herejes trabados con él en combate. Tan perfecta intentó que fuera su puntería, tan acertada intentó que fuera la trayectoria, que el francotirador se confió y bajó la guardia lo suficiente como para que el arma de uno de esos bastardos llegara a hundirse en su pierna. Gruñó y apretó los dientes, cerró los ojos dolorido, apretó el gatilló y de un empujón derribó a aquel que había clavado la bayoneta en la carne. Por suerte la cucaracha no volvió a levantarse pues con el disparó había volado por los aires su brazo izquierda. Aún así todavía quedaba uno de aquellos malditos y resistentes perros que se negaban a morir. Pero ese no era el único problema, era el primero de muchos.

- ¡Sargento Hallaifi! ¡¡Sargento Hallaifi, señor!!- llamó a su superior. Debía haberlo visto. Debía haberlo oído. No podía haberle pasado desapercibido.- ¡A la una un tanque, señor!

¿Lo decía o no lo decía? Dudó... Qué diablos, lo diría. Si aquello se consideraba una falta de disciplina que así fuera. Estaba dispuesto a ser amonestado siempre que saliera de allí con vida. Y si no... Bueno, algún día habría de morir y no había mejor forma de hacerlo que defendiendo al Imperio.

- ¡Sargento, ordene un ataque de artillería sobre la posición del tanque enemigo, señor!

Al comienzo de la batalla, mucho antes de que el caos en el que estaban envueltos se desatara, había podido escuchar no muy lejos de posición la radio informando a oficiales y suboficiales que si lo necesitaban podían ordenar ataques de artillería. No se le ocurría mejor ocasión que aquella ni mejor objetivo que la lata con ruedas que pretendía convertirlos en papilla. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde...

Disparo aprovechando que ha caído el mas cercano al grupo que ha entrado en las trincheras. (A uno de ellos vamos).

Con el blindado en mente, Ufiqh volvió a echar mano del lanzamisiles. Realmente los misiles de fragmentación no estaban pensados para vérselas con un objetivo blindado, pero al menos debía intentarlo. Siempre podía realizar un disparo afortunado.

Abderraman sabía que Haytham tenía razón, que debía solicitar apoyo por radio... Pero tanto él como Fátima, que cargaba el vox a la espalda, estaban ocupados combatiendo contra los herejes y sin mucha posibilidad de manipular los mecanismos del aparato.

-¡Los tengo encima! ¡Si no me los quito, no puedo usar el vox!

La superioridad numérica de los traidores, junto con el hecho de que estaban logrando esquivar parte de los últimos ataques que recibían, y el blindado que rondaba la zona, auguraban un negro futuro para los acechadunas. Si seguían así, pronto serían aplastados, su sección caería y los traidores entrarían en la línea de trincheras.