Partida Rol por web

Nueva York, lunes 16 de noviembre de 2037, 08.30.

Hacía frío esa mañana, como la anterior y la anterior a la anterior. Aquel otoño parecía decidido a anticipar la crudeza del invierno que llegaría tras él. La niebla aún estaba allí, persistente y espesa, dificultando la visión y amortiguando los sonidos. Durante la noche había caído una helada, que había dejado la vegetación cubierta de escarcha y el sol apenas se dejaba intuir allá de los edificios. 

La ciudad se mostraba gris y blanca, mortecina bajo la luz filtrada por las nubes, y, salvo por alguna mancha verde salpicada aquí o allá, parecía haber perdido los colores, como en una de esas fotografías que ya eran antiguas en los viejos tiempos. Las sombras que aún se resistían a dar paso al día se difuminaban, como en un preludio del mutis que harían poco después, dejando el paisaje plano como una fotografía sin volúmenes. 

La pequeña comitiva de viajeros del Major Morris comenzaba a caminar por las calles. Allí estaban Morgana, Daniel, Robin y las dos hermanas. No tendrían que salir de Manhattan, pero tenían algo menos de una hora de camino a pie hasta el reducto más cercano de la Comunidad, aquel que la exmilitar solía visitar cada semana, en el que Axel había vivido unos cuantos años y donde Nick había dado clase a los más jóvenes. Desde allí, frente a la isla Randall, los refugios pertenecientes a ese grupo se extendían hasta el sur de Manhattan, controlando el acceso a Staten Island. En los tiempos de los que hablamos sólo algunas pocas líneas de Metro seguían funcionando, controladas por las mafias y otros grupos que se encargaban de cobrar la entrada. Y era difícil, aunque no imposible, conseguir una plaza en una de esas furgonetas que hacían trayectos por la ciudad. 

Eran conscientes de que una vez más abandonarían la seguridad de Sugar Hill para sumergirse en zonas menos amables y más descarnadas. Resultaba sencillo ignorar lo que sucedía fuera de los límites de ese remanso de paz que solían habitar, cuando se encontraban dentro de sus fronteras invisibles. Pero una vez se atravesaba esa línea la realidad parecía pesar sobre los hombros y una sensación funesta apretaba el estómago. El vello se erizaba con una alerta que mantenía los músculos en tensión y el pensamiento de que en cualquier momento algo podría torcerse se instalaba en algún lugar de la nuca de los viajeros. El último viaje de Nick era un recordatorio constante que parecía haber dejado un poso en cada uno de los habitantes del refugio.

Una mañana como ya había habido otras. Aún recordaba su guardia con Hope en la azotea y aquel gris mortecino y pálido que lo cubría todo como una mortaja, pero el frío era más intenso, más cortante, más desagradable y parecía querer colarse por todos los resquicios que la ropa pudiera ofrecer.

Se abrochó bien la cazadora, cubriendo el arma que llevaba a la cintura, y se recolocó la mochila dentro de la cual estaban sus patines. Les esperaba un viaje que podía estar plagado de sorpresas y no precisamente agradables y la presencia de Morgana era sin duda, pesara a quien pesara, un factor de ventaja.

Miró a Robin y le guiñó un ojo, para luego desviar la mirada a las hermanas. Cassandra parecía más seria y circunspecta aún desde que se la eligiera líder del Morris y Tris no podía evitar mostrar un aire protector para con ella del cual probablemente no fuera ni consciente. Finalmente miró a Morgana, quien sin duda hubiera preferido hacer sola aquel viaje en lugar de encabezar a lo que no quería saber siquiera cómo definiría la exmilitar.

-Hora de ponerse en marcha, ¿no? Al menos no llueve, que ya es algo.

Aquella mañana Morgana iba ligera de equipaje. A sus habituales armas, munición, reloj y encendedor, sumaba la mochila conteniendo únicamente su gorro de lana azul, la botella de agua y la herramienta multiusos. Comprobó una última vez su pistola perfectamente engrasada, se ató los cordones algo sueltos de una bota y se caló la gorra negra. Sus ojos verdes contrastaban con la apagada luz del lechoso día, un oasis en el yermo grisáceo formado por la nievla. Probablemente lo que más llamaba la atención era el hematoma en su pómulo izquierdo cerca del ojo, y el otro moratón en la comisura de la boca en el mismo lado de su cara. No revestían excesiva importancia pero el color violáceo oscuro resaltaba en su tez ligeramente tostada.

La noche anterior llegó al Morris justo para su guardia. Durmió de un tirón dejando para el día siguiente reflexiones que como pelotas de ping pong rebotaban de un lado a otro de su mente, y temprano visitó el gimnasio, desayunó a solas y todavía le quedó un ratito para dar una corta vuelta por el barrio con Bentley. Además de dejar bien claras las directrices del día tanto a Shami como a Linc, e incluso a la propia María.

A quien primero saludó, por decir algo, fue a Cass.- ¿Has averiguado algo de los putos símbolos?

Se sentía despejada, en forma, y liberada de la tensión acumulada durante los últimos días. Se subió el cuello de la chaqueta y miró al grupito de colegas reunido para la excursión a La Comunidad.

Sus relaciones personales no estaban precisamente en su momento más óptimo.

Se limitó a observarles, y siendo personas acostumbradas a salir por Nueva York, y en grupo, a excepción quizá de una, no consideró oportuno indicarles la necesidad de vigilar los dos flancos, frente y retaguardia, como si de una patrulla de reconocimiento se tratase. Con su mirada de mala hostia pareció expresar que si alguno la cagaba ya se encargaría ella de soltarle cuatro gritos.

Después, con cara más neutral y ojos suavizados por la diversión, respondió al comentario de Daniel- El agua no va mal. Las putas ratas no suelen salir cuando llueve, temen mojarse su sucio pelaje. Si encontramos alguna, podemos cazarla para la cena -añadió con risueña sorna.

Aquella mañana Trish no se había levantado llena de energía, pero sí lo había hecho con más ganas que ningún día desde la muerte de Nick. No pasaba un minuto del día sin que pensase en él, ya fuese dormida o despierta, pero empezaba a ser una constante con la que vivir.

Al levantarse había preparado la mochila con las herramientas incluso antes de desayunar. Y después, antes de salir del Morris, había ido a por algunas cosas del huerto para poder intercambiar por las piezas necesarias: legumbres, verduras, algo de maría... También llevaba lo necesario para tres porros, o cuatro si los hacía muy justos. Sabía que no iba a poder fumar tanto como quisiera al estar Cass presente, pero quizá alguien los aceptase a cambio de algo útil.

Una vez lista, no salió sin asegurarse de que su hermana también estaba preparada. Emprendió el camino junto a los demás, y al oír cómo la conversación comenzaba entre Daniel y Mogana puso la oreja, queriendo intervenir si los ánimos se caldeaban entre esos dos. En un principio no le dio la impresión de que fuese a ser así, al menos en un principio, lo que la alegró. Más relajada, sus ojos pasaban de Robin a Daniel y de Dan a Robin, aunque cuando al final habló fue para dirigirse a la militar.

—Ey, Morga —la llamó. No lo había dicho en voz alta, pero estaba decidida a enterrar y sepultar por completo el hacha de guerra—. Las gemelas de las que hablaste, ¿crees que seguirán por allí?

Cassandra se levantó cuando lo hizo su hermana, revisó que en la mochila estuviesen sus pertenencias y bajó a la cocina para comer y coger algo para el camino. Tenía sentimientos encontrados, por un lado quería ir a la salida de esa mañana pero por el otro... su estómago se cerraba cada vez que pensaba en ello. Cogió media docena de zanahorias para roer por el camino si le entraba "gusa" y las repartió por los distintos bolsillos de la mochila y de su ropa.

Asintió a la pregunta muda de Trish y salió del Morris calandose las capuchas hasta los ojos.

-Una jodida basura, como era normal. -respondió a los buenos días de la ex militar.

¿Cómo cojones podía describir esos símbolos usando sólo el teclado? Era imposible, y a ella no le gustaba usar esa palabra, estaba frustrada y cabreada, y frustrada. Todo se iba a la mierda y ella no podía hacer nada. Soltó el aire en un bufido y siguió caminando taciturna, tenía que encontrar el modo de ser útil.

Robin pestañeó la vergüenza del guiño de Daniel mientras se acomodaba la parca en la parte del cuello para dejar el frío lejos de su garganta que bastante dañada la tenía ya entre gritos y llantos.

Esa mañana el joven tenía una sonrisa emocionada que contrastaba con la pesadumbre de su mirada. En su mochila cargaba su libro de recetas con un lápiz marcando la página del último tónico que había preparado. El resto de sus cosas las había olvidado en la habitación.

Al ver a su amiga aceleró el paso para ponerse a su lado, sin llegar a tocarla. Por un momento incluso llegó a confundir el aire entre ellos con el cojín de seguridad que el roce con su prima le producía y tranquilizaba. Aunque no estuviera muy seguro de si todos iban a ver al amigo de Morgana, se alegraba de estar rodeado de quienes le quedaban, incluso sin sky entre ellos.

-Esfuérzate. Cúrratelo un poco –replicó, cortante, a la respuesta de Cass. No le importó el bufido sonoro ni la cara de mosqueo de la chica. Si tenía que apretarle las tuercas no se iba a detener  por ese motivo. La dureza de las dos piedras de sus ojos hablaba por sí misma.

Iniciaron el camino. Se giró hacia Trish, prestando atención a su pregunta. Estiró la sonrisa torcida y el pinchazo de dolor subsiguiente se reflejó en el rictus de su boca –Supongo que sí, si no han palmado. O si sus padres no son unos putos gilipollas –Aunque Nicolás y la gente de la Comunidad no les dejarían marcharse por ahora con las niñas tan diminutas- Pero ya sabes, Peliazul, que la gente hace y dice muchas gilipolleces a lo largo de su jodida vida –agregó con malsana intención.

El jovencito Robin trotó hasta situarse a su lado entre las dos mujeres. Lo miró de soslayo, perpleja y curiosa. Imaginó que buscaba el amparo de la “tía que soltaba las hostias”. – Que corra el aire, pecoso. Recuerda que a mí no me cuelga una puta polla de la entrepierna.

No había motivos para ser tan, tan borde, le recordó una vocecita interior. “Es que estoy de buen humor”, se contestó a sí misma.

-Ya te digo, Morgana. Eres un claro ejemplo de ello -respondió Daniel con humor-. Pero en el reconocimiento está el camino de la redención. Y de todos modos te diré que es una suerte que no tengas polla. Igual hasta me gustabas y no sé muy bien cómo sobrellevaría eso. Como mujer eres una tía guapa y con buen cuerpo. Hay que reconocerlo. Como hombre sin duda estarías de pan y moja, pero algo me dice que tu carácter sería muy similar. Vamos, la alegría del huerto y con esa capacidad tuya de elevar la moral de la tropa. 

Luego se echó a reír divertido y guiñó un ojo a Morgana. Había que reconocer que en su constancia, Morgana podía acabar cayéndole hasta bien. En un futuro lejano, pero tampoco tenía prisa. 

Al ver que Robin llegaba a su lado, Trish le dedicó una breve sonrisa. Iba a decirle algo, cuando las palabras de Morgana primero y la respuesta de Daniel después la dejaron con los ojos bien abiertos, un poco alucinada.

—Bueno, bueno... —dijo, intentando llamar a la calma.

Daba igual lo que Morgana hubiera intentado con sus palabras, decirle directamente que era un ejemplo de malas decisiones no le parecía una buena idea, fuese la militar o fuese quien fuese.

—¿Y de quién es la suerte, Dan? —preguntó entonces al chico, intentando cambiar de tema pero sin cambiar la dirección, para que se notase un poco menos.

Después de eso le susurró a Robin un rápido —¿Cómo estás? — antes de apretar un poco el paso.

Cassandra ignoró la respuesta de la ex militar, el acercamiento de Robin a su hermana y todo lo demás, esa mañana no tenía ganas de discusiones ni de interacciones. Conforme andaba escrutaba los alrededores con semblante serio, las manos enguantadas asían las correas de la mochila y procuraba pisar suave.

En realidad no sabía porqué iba, los desmayos eran a causa de las visiones y no creía que hubiese nada que pudiese hacer para cambiar ese hecho, entonces sus ojos vieron un destello de azul y su humor se relajó un poco. Estaba donde debía estar y con quien tenía que ir.

La cara malhumorada de Cass contrastaba con la expresión risueña y desenfadada de Daniel. El chico, con sus comentarios directos e inesperados pilló por sorpresa a Morgana, quien le lanzó una mirada a caballo entre la curiosidad y la incredulidad. ¿Qué pretendía?

Continuó andando controlando las calles mientras que en esos pocos segundos una serie de ideas de diferente índole orbitaron en su cabeza desde el extremo violento y radical de saltarle los dientes al chapero al otro opuesto de pasar de él e ignorarlo absolutamente, decidiendo cual tomaba y cual desechaba como reacción a la intervención de Daniel.

Morga acabó por sonreír. La tarde anterior su ira negra y roja fluyó apasionada, torrencial y desmedida. Su motor interior rugía con energía limpia recargándose. La bilis homicida nacida de su visceral necesidad de matar a Kane y que muy cerca estuvo de derramar sobre él, se había consumido en las llamas del fuego de sus puños.

Se giró hacia el chico, apenas el nacimiento de una sonrisa de diversión en la boca- No eres un puto saco de mierda, Daniel. Me pasé el otro día. -Se mordió el labio inferior y no apartó los ojos de él durante unos instantes.

El joven quedó tan perplejo con el comentario de la militar que aunque sus labios se abrieron buscando excusarse, no hubo ninguna palabra que lograse deslizarse por su garganta hacia el exterior, huyó sin darse cuenta buscando rozar con el meñique el brazo de Trish en un grito de ayuda que debió  perderse en el aire y acabar en Dan. 

Su intervención sirvió para que Robin frenara el paso y escapara de entre ambas mujeres mientras observaba embobado la sonrisa suficiente de su amigo. 

"Podría perderme en ella"  pensó su cabeza a traición y la adrenalina de temer ser descubierto en ese sueño volvió a empujar sus pies para rodear a Trish y colocarse al otro lado de la misma, lejos de Morgana con quien pronto tendría que enfrentar solo.

Se encogió de hombros a la pregunta de la peliazul pero sonrió con gratitud. 

- No lo sé - confesó-. ¿cómo vas tu? - devolvió la pregunta y en ese momento creyó necesario ofrecer también su mano con una ligera caricia a los nudillos de la chica. - ¿Tienes pesadillas?

La respuesta de Morgana fue todo menos aquella para la que Daniel estaba preparado a recibir. Y no pudo evitar enarcar ambas cejas con cierta sorpresa durante un fugaz segundo, antes de que la comisura de los labios se elevara en la sonrisa más sincera que quizá Morgana hubiera visto jamás y que le estaba dirigida en exclusiva.

Podría haber añadido a la misma un torrente de palabras. Que si de agradecimiento, que si de disculpas aceptadas, que si de aquel podía ser el comienzo de una gran amistad... Pero era muy consciente de que todo ello lo único para lo que serviría sería para hacer sentir incómoda a Morgana en el mejor de los casos y retroceder dos pasos frente a aquel que acababa de dar. Y no era un riesgo que Daniel estuviera dispuesto a aceptar. Reconocía el valor de aquella disculpa pública y lo que podía haberle costado o no a la militar ofrecerla ante lo que sin duda consideraba un grupo de gazmoños sin fundamento.

Así que a la sonrisa acompañó un encogimiento de hombros, uno de esos que reflejaba claramente que todos podían tener un mal día y vomitar lo primero que pasaba por la cabeza y que mejor no darle excesiva importancia a lo dicho en esas circunstancias. Y también ofreció una inclinación de cabeza aceptando sus palabras.

-Gracias.

Y entonces su sonrisa se volvió pícara y Daniel acabó acercándose rápido a Morgana.

-¿Y ahora me darás un besito? Di que sí, di que sí. Venga, Morga, venga, que no se diga -dijo antes de dar un rápido beso en la mejilla a la militar y salir corriendo a carcajadas, con un humor contagioso. Y un nuevo guiño, dedicado a Morgana, rubricó aquel momento.

La buscadora se alegró por la aparente distensión que se respiraba en el grupo, pero se temía que era sólo eso: apariencia. Por lo que no se hizo ilusiones y ella continuó atenta a lo suyo, al camino y a los alrededores, aunque de vez en cuando sus ojos se desviaban hacia sus compañeros asegurándose que todo estaba bien.

De haber tenido un arma caminaría acariciando la empuñadura, esperando que ese acto le aportase seguridad, aunque sabía que no era así, a Nick no le había salvado. Pero como no era el caso sus dedos se movían nerviosos alrededor de las cintas de la mochila, como si tuviesen vida propia y se estuviesen preparando para la acción.

La respuesta que Morgana le dio a Daniel pilló por sorpresa a Trish. Durante varios segundos caminó mirando a la militar, como esperando que soltase alguna pulla que demostrase que lo de antes sólo había sido una finta... Pero ese comentario no llegó. Sólo por si acaso Trish decidió apartar la mirada y seguir caminando como si no hubiera oído nada, como quien pasa cerca de un gato callejero y finge no verlo para que este no se marche... O no ataque. Aquello era una novedad, una muy positiva. Por suerte, si necesitaba una excusa para disimular, Robin se la proporcionó con su respuesta.

—Nada de pesadillas —aseguró en respuesta, aunque quizá habría sido más apropiado decir simplemente «No por Nick, de momento». No es que le acosasen noche tras noche, pero el mundo en el que vivían era un lugar complicado, y la vida de ninguno de los presentes había sido demasiado fácil—. Por lo demás, bien, supongo. Todo lo bien que puede ir.

Podía ser evidente para Robin que había más que no estaba diciendo, pero probablemente no fuese el momento, ni el lugar. En cualquier caso, en ese momento Trish trataba de mantenerse positiva, al menos para Robin. Él era quien había acompañado a Nick en su último viaje. Él era quien había perdido un padre, no un amigo. Él era de quien debía preocuparse.

A Daniel se le había ido un poco la pinza. Esa era una explicación para lo que hizo, aunque Morgana no evitó el inesperado beso, no se apartó ni empujó a un lado al chapero. Le hubiese resultado fácil, pero le dejó hacer debido a su aparente estado tranquilo y equilibrado. Por segunda vez no le soltó una bofetada. Se dijo a sí misma que no habría una tercera.

- Primero te daré una hostia, luego un besito para curarte. O para que te escueza más -Esa media sonrisa no se le fue de la cara- Un puto capullo sí eres un rato -su mirada se ensombreció un segundo- Si vas fumado da media vuelta -Esa podía ser otra razón.

Caminó sin entrar ni iniciar otras conversaciones. Sin pensar en otra cosa que no fuese el camino ya pateado cien veces pero que no por eso iba a descuidar un solo instante la atención. Sus ojos se movían rápido en todas direcciones buscando amenazas o detalles que pudieran indicar alguna cosa inhabitual.

No incomodó a la ceñuda y huraña Cass, a pesar de que ganas no le faltaban. No era momento ni lugar. A veces la observaba, igual que vigilaba a los más jóvenes componentes del paseo, Trish, Robin, Daniel. Se sentía incómoda como nunca antes con el grupito de esa mañana, no confiaba en la mayoría y esa comezón había encendido una señal de alarma en su interior, una lucecita roja que palpitaba en sintonía con los latidos de su corazón.

Poco a poco, entre risas y silencios, el grupo se fue acercando a su destino. Había pasado algo menos de una hora cuando giraron por la 125 para acercarse al reducto de La Comunidad más cercano a Sugar Hill. 

No era difícil notar en qué punto comenzaban los refugios pertenecientes a ese grupo. Un perímetro de armazones de coches a medio desmontar delimitaban la zona cortando el paso a algunas calles y creando una pequeña ciudad dentro de Manhattan. Los huecos entre ellos hacían su función de entradas y salidas, pero solían estar vigilados y aquella mañana no era una excepción. 

El hombre estaba sentado sobre el techo de uno de los coches desarmados, dejando que una de sus piernas colgase por el lateral. La balanceaba de tanto en tanto dando pequeños golpecitos en el lateral del vehículo. Debía tener unos veintiocho años, llevaba el pelo moreno corto y una pistola colgaba debajo de su axila, en una de esas fundas que en otros tiempos solían usar los policías. Chistó hacia el grupo cuando les vio acercarse a la entrada. 

—«La verga» —dijo en español para sí mismo antes de deslizarse por el lateral del coche hasta llegar al suelo—. Morgana, ¿otra vez por aquí, «mamita»? Si no te tratan bien por el norte y te quieres venir a vivir con nosotros sólo tienes que decirlo y te hacemos un sitio —Le sonrió con picardía al decir aquello.

Aunque sus primeras palabras iban dirigidas a Morgana, seguramente por conocerla de sus visitas regulares a la Comunidad, su mirada curiosa se iba paseando por toda la pequeña comitiva del Morris hasta que se detuvo en Trish. 

—Ah, «mira nada más». A ti te conozco también. Eres la chiquilla del profesor, ¿verdad? —Aludía sin duda a las clases de literatura que Nick solía dar en aquella zona. Hizo un gesto para los otros tres al presentarse—. Aquí Gonzo. ¿Y vosotros sois...?

Se había limitado a negar con la cabeza cuando Morgana sospechó que pudiera estar fumado. Era ella y no cambiaría tan rápidamente. Quizá nunca hubiera estado en un ambiente lo suficientemente relajado donde el humor o las muestras naturales de afecto no estuvieran marcadas por algo que los desvirtuara en su base. Drogas, violencia... No le molestó en absoluto su pregunta pero supo que había llegado al límite que no podría traspasar. No al menos sin arriesgarse a acbar con un ojo morado.

El resto del paseo fue tranquilo y sin nada reseñable. Al menos hasta llegar al cementerio de vehículos oxidados que servía de forntera natural entre ellos y el resto del mundo. Una vez más, Daniel se preguntó cómo se había podido llegar a todo aquello y no pudo dejar de sentir cómo su estómago se encogía, no por temor o miedo sino de tristeza ante la sensación de que ya nunca habría una vuelta atrás.

Gonzo. Un nombre extraño para el tipo que cubría la vigilancia y que había saludado a Morgana y a Trish.

-Daniel -dijo alzando una mano a modo de saludo.