Partida Rol por web

Booky subió un poco las gafas por el puente de su nariz. No tenían dioptrías, pues él veía perfecto, pero le gustaba llevarlas, ya que estaba convencido que le hacía parecer mayor de lo que era.

Sonrió a Maxwell, a la vez que asentía. Y me parece muy bien, los humanos necesitáis dinero, sino no tenéis nada en lo que creer, comentó como si nada. Seguro que ganarás mucho, le guiñó un ojo.

Y como casi siempre ocurría, a Booky no le importaba alargar la hora de cierre hasta que justamente se sirviera la cena. El olor de los suculentos aromas de la cocina que él sí podía percibir sería un estímulo más que suficiente para que todos los alumnos se marcharan en tromba. Una pena que los humanos no tuvieran un olfato tan desarrollado...

Buenas tardes Xiǎojiě Lì húa, saludó a la pequeña flor de perla, como siempre hacía. Desde que empezó su puesto de elfo libréstico, siempre saludaba a los niños con las mismas fórmulas que ellos usaban. Sonrió a la niña, animándola con su gargantuesca sonrisa a buscar un libro que adoptar para ocho días.

Li observa los libros intensamente y tras un rato buscando finalmente se decide con uno que habla sobre la historia de la magia en occidente, bastante animada dice para si misma:

- Si, creo que con este servira

Dice mientras se marcha de la biblioteca con una sonrisa hacia el elfo, alli le dice:

- Tomare prestado este libro, muchas gracias señor Booky

Finaliza con una leve inclinacion de cabeza

—No quiero mucho —replicó el niño, encogiéndose de hombros—. Solo lo que es justo.

Y ahí quedó la breve conversación. Si Booky estaba contento así, no tenía sentido forzar el asunto. Era su vida, al fin y al cabo, y él estaba harto de que los adultos, a los que en realidad les importaba menos que los zapatos que llevaban puestos, tuvieran los huevos de contarle lo que tenía que hacer y lo que no tenía que hacer. Gilipollas. No era apropiado hacer a otros lo que le jodía que le hicieran a él.

—Para devolver —dijo, dejando encima de la mesa el libro sobre la historia de los elfos domésticos que se había llevado unos días antes —. Hoy no me llevo nada. Taluego.

Espero a que el elfo se despidiera y salió de la biblioteca masticándose la lengua.

Claro, dijo haciéndose cargo del tratado sobre elfos domésticos. Qué poco perspicaz el autor que le puso este nombre, comentó pasando un largo dedo sobre las letras que conformaban la palabra "domésticos" en la portada. Anotó la fecha de devolución en su gran tomo de registro y selló la cartilla de la obra. Levantó una mano y el libro se alejó volando para colocarse en su sitio, en la balda adecuada de la estantería correcta del pasillo pertinente. Buenas noches, se despidió de Maxwell.

Cuando Lì volvió a la mesa con intención de marcharse, Booky alargó sus huesudas manos para recibir el libro. Sin perder aquella perenne sonrisa, selló la cartilla de la contraportada y escribió con trazos picudos el nombre de la niña, el título del libro y la fecha en su volumen de registro. Un nuevo texto era adoptado durante 8 días. Booky se sentía tan feliz como un muggle en un albergue de animales abandonados cada vez que alguien llegaba decidido a aumentar su núcleo familiar. Disfruta del libro, pequeña Lì húa. Si te gusta, este mismo autor tiene varias obras más, despidió a la niña.

Viendo la hora que era y que se estaba quedando rezagado, Byron acabó de leer lo que estaba haciendo y cerró los libros que había leído y la página del último para acordarse al dia siguiente. Tras esto, devolvió los libros y saludo a Booky con una sonrisa.

- ¡Hasta mañana!

Mañana tendría que preguntarle directamente a él. Quizá pudiese darle alguna guía útil. Tras esto, se encaminó hacia el comedor, con lo poco que había comido al mediodía y durante el desayuno, si seguía así se quedaría en los huesos. Se miró la ropa antes de salir, ya era bastante canijo como para encima bajar más aún de peso.

Buenas noches, devolvió un sonriente Booky a Byron.

Marchados ya todos los alumnos, el elfo libréstico cerró las puertas de la biblioteca con un conjuro que solo otro elfo podría abrir. Anduvo por los pasillos, dándole las buenas noches a todos los libros y cuando finalizó su caminata por la sección prohibida y decidió que todo estaba en condiciones, apagó las luces y se desvaneció.

El abanico de su sonrisa se abría cada vez que un alumno traspasaba el umbral al santuario del saber. Mientras, Booky se dedicaba a revisar y comparar los números de cantidad de volúmenes en la biblioteca, estadísticas de libros eligiendo alumnos para ser adoptados y demás datos que los anteriores bibliotecarios habían ido acumulando a lo largo de la extensa vida de la escuela. Le resultaba sencillo, porque cuando aún levantaba tan solo unos palmos del suelo -bien poca diferencia con la altura actual- el elfo aprendió sus números; ¿cuando lo harían los niños humanos?, estaba claro que no en Hogwarts.

Así pues, divirtiéndose con sus numerajos, que algunos alumnos solo conocerían como dibujos en vez de figuras de valor, Booky siguió contrastando y garabateando sus conclusiones en un pergamino.

Tras entrar en la biblioteca y saludar cortésmente a Booky, Mircea se perdió entre las estanterías, tratando de decidirse por cual redacción continuar. Se quitó el sombrero y lo guardó en uno de los bolsillos de su túnica mientras se dirigía hasta la zona de leyes mágicas.

Asterope entró en la biblioteca acompañada de Ludmila y William, dos niños con los que apenas había pasado tiempo. Con la rubia un poco más, pero a él lo había conocido hacía no mucho y nunca habían hablado. No sabía si esta situación era buena o no para ella. Por un lado, juntarse con nuevas personas le ayudaría con sus problemas sociales; por otro, después de todo lo que había pasado, no estaba segura de que simpatizar con alguien fuera lo más sensato. Pero ahí estaba, había tomado la decisión de relacionarse de nuevo con la gente. ¿Y qué mejor sitio para estar con ellos que la biblioteca?

Cuando entró, miró a Booky, intrigada y sin cambiar el gesto de su cara, a pesar de que él siempre mostraba todos sus dientes en una encantadora sonrisa a los alumnos que pasaban por su mostrador. Ya hablaría con él. Primero, iba a aprovechar para buscar algo para el trabajo-. ¿Cómo lleváis vosotros la redacción sobre los ciempiés monstruosos? –les preguntó a los dos Slytherin-. Yo tengo bastantes cosas, pero necesito contrastar más, no sé si lo tendré todo bien o si me faltarán datos –Además, hacía un montón que ni la tocaba, necesitaba retomarla y ponerse al día con ella.

- ¿Vamos a buscar algún libro? –Sabía que había gente que estaba haciendo “trabajo de campo” y salía al lago a buscar ciempiés y observarlos de cerca. Reconocía que era de las mejores formas de encontrar algo útil y válido, pero Asterope sería incapaz de acercarse a uno de ellos. Así que esas estanterías eran su única opción.

Se metió por ellas y cogió varias enciclopedias y libros que habían resultado ser bastante buenos. Se llevó una buena montaña de tomos a la mesa. Ahora tocaba leer uno por uno bien a fondo, juntar información, desechar parte, cambiar algo que ya tenía... –Si queréis utilizar alguno de los que he cogido, adelante, que no voy a leerlos todos a la vez –les dijo a Ludmila y a William, mientras escribía en un trozo de pergamino "Notas", con cierta dificultad. ¡Qué complicado era usar la pluma con guantes!

La blonda entró en la biblioteca con William y Asterope. ...usan sus tenazas para desgarrar las carnes de sus víctimas, luego regurgitan un ácido para disolverlas para luego devorarlas y volverlas a regurgitar todas procesadas, y alimentar a sus crías. Todo esto le explicaba sobre su última lectura, su voz normalmente monótona y apática sonaba acelerada, mientras que sus ojos emitían un brillo especial. Se detuvo cuando se percató que ya habían llegado a la biblioteca. 

-Buenos días. dijo educada al minúsculo elfo bibliotecario, y asintió ante las palabras sobre la búsqueda del ciempiés. Decidió revisar los libros que había depositado Asterope sobre la mesa. También he recopilado información, y algo de trabajo de campo, pero esas simpáticas criaturitas son difíciles de conseguir en Howarts...Decidió tomar un tratado recubierto con piel sintéticas. Había visto unas referencias que le llamaron la atención, y comenzó a leer con la avidez de un lector avesado. 

En el último momento decidió que dejaría la redacción de los sirénidos para última hora de la tarde, puede que desde acabaran las clases hasta que le tocara irse a dormir. Los días siguientes al lunes sangriento habían sido azarosos y habían trastocado sus horarios, pero ahora al fin todo iba como debía y su vida escolar estaba bajo su control. Sin malos estudiantes como Oliver y Cassius, sus notas se dispararían. Además, no solo eso, sino que veía a Daphne mucho más entregada a las clases, nada que ver con los primeros meses en los que se la había abstraída, melancólica y abonada a pasar todos los días en el dormitorio de las chicas; sus hermanas tan chismosas como eran nunca llegaron a contarle nada, y eso que les preguntó por activa y por pasiva.

Sin llevarse ningún libro a la mesa, sacó pergamino, pluma y frasco de tinta de su sombrero y escribió de memoria todo lo que había ido descubriendo sobre las varitas a raíz del accidente de Erzsébet hacía dos semanas.

Booky vio pasar al pequeño grupo formado por los tres Slytherin y sonrió más ampliamente si era posible. A las dos niñas solía verlas mucho por la bibliotoeca y sabía que a diferencia de algunos compañeros de su clase, ellas trataban muy bien los volúmenes de la biblioteca; salvo el pobre tratado sobre el phoenix, que siempre salía volando cuando Asterope estaba a menos de tres pasillos de distancia.

Buenos días, devolvió el saludo a la blonda, sin casi despegar los dientes, aquello casi parecía más un truco de ventrílocuo.

Mientras escribía, respondió a Ludmila sin levantar apenas los ojos de su pergamino, tan afanosa como trabajaba-. Es normal que no los encontremos dentro del castillo, no es su hábitat natural. Pero unos alumnos estuvieron en el lago y, al parecer, tuvieron suerte –dijo recordando al grupo Hufflepuff con el agua hasta las rodillas y levantando rocas para buscar a esos bichejos-. Quizás es la única zona donde se pueden encontrar.

Siguió tomando notas. Un hecho curioso sobre estas criaturas que ningún magizoólogo ha conseguido explicar es el siguiente: En ocasiones extremas, cuando su vida corre peligro, los ciempiés monstruosos son capaces de retornar a su estado larvario en un proceso que algunos llaman “reproducción en retroceso” y otros “reconversión”. Una habilidad de la que disponen muy pocas especies en el mundo y que sigue fascinando a todos los estudiosos. Asterope escribió este párrafo con cara de confusión. En su vida había oído hablar de un proceso semejante, pero imaginó que si sus libros decían eso, por algo era.

Una vez hubo terminado este párrafo, la niña notó su cansancio. Ya no podía seguir más, tenía la mano dolorida y el hormigueo continuaba. La agitó mientras recogía sus cosas. Eligió uno de los tomos que había sacado de las estanterías, el que menos había usado, para sacarlo de ahí y estudiarlo por la noche-. Voy un momento a hablar con Booky, ¿vale? Que no quiero que se me pase el tiempo. Si acabas antes, ve yendo al comedor sin problemas, que igual tardo un rato –Y tras echarse la mochila al hombro, añadió-. Es que tengo que tratar con él lo de mi varita. Como fue quien se encargó de todo... –Se acercó al mostrador donde se encontraba el elfo.

Asterope llegó al mostrador de Booky con cara seria. Lo primero que hizo fue dejar el libro “Planhigion ac Anifeiliaid hudolus dan y ddaear” sobre él para que el elfo se lo sellara. Le había contado a Ludmila que iba a preguntarle por su varita, pero nada más lejos de la realidad. Quizás sacara ese tema al final, pero desde luego no era su prioridad en ese momento.

Suspiró y comenzó a hablar en bajo para que solo el bibliotecario lo escuchara-. Don Booky, ¿puede explicarme qué es lo que ocurrió hace una semana? Usted tiene que saber algo, esto se lleva repitiendo cada año y no puede ser que su yo futuro esté al corriente y usted no –soltó con voz rápida y ansiosa. Le habría gustado preguntarle por todo lo que vivieron esa noche, pero fue directa a lo que más le preocupaba-. De repente aparecí en mi cama, pero no sé si al final derrotamos a Agnes o no. ¿Volverá a por nosotros? –Ahora su voz había adoptado un tono temeroso. Llevaba días con las mismas pesadillas y, aunque lo disimulaba bastante bien delante de sus compañeros, tenía miedo hasta de doblar una esquina por lo que pudiera encontrarse. Por no hablar de su mano, que, aunque estéticamente fuera mejorando, seguía con el hormigueo, pinchazos y dolor fuerte cuando la usaba mucho.

Al ver que sus compañeras estaban estudiando el ciempies monstruoso Will decidió que aprovecharía y haría lo mismo. Comenzó a buscar algún libro sobre el tema pero comprobó que Asterope ya había cogido unos cuantos por lo que aceptó el ofrecimiento de la chica y eligió uno de los libros que no estaba usando.

Que hubiera libros en galés, esperanto, élfico tolkiense y alto élfico, valyrio e incluso en Shyriiwook -y eso que era arduo imposible, pues nunca existió ningún Wookie capaz de escribir su idioma-, no era para sorprenderse, pues la biblioteca regentada por Booky abarcaba milenios, eras e incluso aceptaba claramente las leyes cuánticas que hablan de universos paralelos. Y así era el área de saber de Hogwarts, antes de la llegada de Booky, y también lo seguirá siendo cuando se marche.

Con su sonrisa más reluciente, pues cualquier cosa surgida de la cara del elfo era capaz de rivalizar con el oro más pulido, recibió a la pequeña incauta que se había dejado llamar por las voces de los seres etéreos. Empezó su ceremonia para dejar en adopción aquel volumen sobre plantas y animales, mientras Asterope empezaba a hablarle sobre no sé qué locura.

¿Hace una semana?, preguntó haciendo aletear las orejas. ¿Repetirse cada año? ¿Mi futuro yo? Uhm... ¿Agnes? Todo aquello le sonaba a muggle. Hace una semana yo seguía aquí, como todas las semanas, tú me ves, empezó contestando. Y no sé si repetiré el año que viene como bibliotecario, espero que sí, pero este es mi primer año. Mi futuro yo espero que esté disfrutando de una buena jubilación trabajando en algún sitio con libros, con una pareja cariñosa y muchos retoños que hayan tenido más retoños que hayan tenido más aún; ¡pero no nos adelantemos! aún soy un pimpollo. Los elfos no empiezan a buscar pareja hasta los cien años.

Después empezó a tabalear sobre la mesa. Agnes, Agnes. No hay ninguna Agnes este año en Hogwarts, aunque ha habido varias en los últimos siglos. Pero no te preocupes, le dio unas palmaditas a la cría en la mano que tenía reposada en la mesa. Seguro que en los siguiente seis años que pases aquí, aparecerá alguna, acabó con una sonrisa, la misma que había mantenido casi desde el principio.

-Claro que sí, me refería a Howarts en general. La blonda no había quitado tampoco la vista de su lectura. - El bosque prohibido también sería un excelente lugar para encontrarlos, las zonas musgosas cercanas a los árboles más añosos, ahí es donde crean sus madrigueras...lástima que está vetado para nosotros. 

Asterope se había parado para arreglar el tema de su varita con Booky. 

-Suficiente por hoy para mí también...la blonda se paró y comenzó a recoger sus materiales mientras que iba devolviendo los libros acomodandose cada uno en su sitio. -Ey Will, has encontrado algo interesante? Yo voy para el comedor, vienes?

Pasó por el mostrador, y Booky y Asterope se hallaban hablando. Disculpen la interrupción, nos vemos en el comedor, adiós Sr. Booky. 

Asterope escuchó atónita lo que el bibliotecario le contaba. ¿Pero qué me dice de los retoños de sus retoños?- Vamos, Don Booky, no me venga usted con esas, que todos sabemos que está saliendo con Tithorea –Se estaba desviando del tema, la vida sentimental del elfo le importaba bien poco.

Sacudió la cabeza mientras agitaba las manos, dando a entender que no había venido a hablar de eso. ¿Que no conocía a Agnes? Ya... - Su futuro yo, un Booky con pelo canoso y muchas arrugas, viene a avisarnos sobre lo del tiempo congelado –Hablaba gesticulando bastante, nerviosa, y dando por sentado que Booky se estaba haciendo el loco-. No me diga que no sabe de lo que hablo. Usted muy listo, se enteró de todo y nos avisó... O nos avisará –A ella la habían avisado, pero el Booky que tenía delante aún no lo había hecho, ¿no? ¿Cómo funcionaban los tiempos verbales cuando se mezclaban épocas?-. Y si sabe tanto, sabrá si todo ha acabado.

Calló un momento cuando Ludmila se acercó para despedirse. Cuando la rubia se hubo marchado, continuó- ¿Y no podía usted decírnoslo ahora, que tiene que esperar a ser un anciano y viajar en el tiempo? Se ha arriesgado mucho, ¿sabe? Y a nosotros por mandarnos solos a la misión. ¿Sabe que casi perdemos la vida? Mire –Giró la cabeza para comprobar que nadie observaba, se quitó el guante y le mostró la mano cicatrizada, ocultándola tras una pila de libros por si a alguien le daba por mirar en ese momento-. ¿Ve cómo no miento? Al borde de la muerte...

No hablaba con rencor por el hecho de que hubiera dejados solos a los niños. Solo intentaba que fuera consciente de que, tras todo lo que había pasado, no era honorable ignorar todo lo que decía. Ni siquiera había recibido un “gracias” por su parte, después de que los niños las pasaran canutas. ¡Qué desagradecido! A cualquiera, sobre todo a Asterope, le gusta que la gente valore su esfuerzo.

Pero el elfo la trataba como si estuviera loca. ¿Por qué? ¡No se lo había inventado!