Partida Rol por web

Byron pasó de largo observando a la compañera de ravenclaw y al slytherin. Hablaban de los puntos, habría una disputa? De todos modos, no era de su agrado ir inmiscuyéndose en las vidas ajenas así que, girando la cabeza, empezó a buscar por la biblioteca.

-Por donde podríamos empezar a buscar? Cómo convertirse en un monstruo? Ilusiones? Disfraces para principiantes?- hablaba con Christopher, pero parecía que se reía el mismo de las absurdeces que decía.- Podrían habernos enseñado algo fácil y útil para disfrazarnos y no para cambiarnos de ropa...

- ¿Selena se marcha? - Cassius alzó una de las cejas. Un gesto de sorpresa que dejaba claro que aquello, no se lo esperaba. Aun así, el gesto duró apenas unos segundos, pues carraspeó y se arregló la corbata usando ambas manos. - Es la primera noticia que tengo. - Y él solía enterarse de casi todo. Entonces no pudo evitar pensar que, quizás la marcha de Selena estaba relacionada con la de Colin. Y se preguntó, además, que pensaría Luna de esto.

- ¿Tan fácil? - Preguntó, con una sonrisa. - Bueno, ya sabes que competir contigo es siempre un placer. Así que no te preocupes... que nosotros tampoco os lo dejaremos fácil. - Contestó a su sonrisa con una similar, una que dejaba claro que aceptaba seguir jugando a aquello. Y finalmente preguntó sobre si tenía algo pensado. - Yo siempre tengo algo pensado. Acompáñame, que te lo enseñaré. - Le invitó, señalando hacia uno de los pasillos.

Buenos días, señorita Gwen, saludó a la niña cuando entró. Sí, que mi pareja para el baile es muy escurridiza, jeje, se rio de su propia broma. Buenos días, Cassius, saludó también al niño que entró.

Tras indicarle a Gwendoline las secciones donde podía buscar cosas de disfraces, siguió leyendo mientras movía los pies en el aire, cada poco cambiando de ritmo.

Según entraban los alumnos en la biblioteca, levantaba el rostro con su radiante sonrisa plasmada en la cara, una sonrisa que era capaz de iluminar hasta la más oscura de las almas.

Gwen sonrió a Cassius y tras terminar de apuntar unos apuntes, cerrar los libros que había estado consultando y dejarlos en el carrito para que Booky los dejara en su sitio acompañó a Cassius.

- Adios señor Booky- se despidió educada- ¿Vamos?- le dijo a Cass dispuesta a acompañarlo hacia donde fuera necesario.

Byron estuvo buscando por la biblioteca pero no encontró demasiado. Observando la hora que era, tenía muy poco tiempo. ¡Debería pedir ayuda! Byron se acercó al bibliotecario.

-Señor Booky! No encuentro nada para poder disfrazarme para el baile. Podría indicarme algún libro con ideas o alguna cosa?- A Byron se le veía nervioso, había estado parte de la tarde buscando y no había encontrado nada.

Esa biblioteca era inmensa y poco a poco se había quedado leyendo los libros que aparecían en sus manos hasta que se daba cuenta que eso no era lo que había venido a buscar. Ahora, miraba a cada rato el reloj, tenía poco tiempo y si no encontraba nada tendría que ir al baile disfrazado con ropas normales. Podría confeccionar un disfraz con ropas normales?

Byron hizo un respingo, podía ser...

-Perdone señor Booky, he recordado algo! Me voy, gracias por su tiempo.

Y tal cual, se fue corriendo a su cuarto, podría conseguir algo...

-Chris, los del año pasado!- dijo sin mas y haciéndole señas para que le siguiese.

Christopher se había puesto rojo al ver a la pelirroja allí con la maldita serpiente. Se quiso esconder, y se metió entre las estanterías, haciendo que buscaba algún libro, pero sin hacer el menor caso a los títulos. Fue Byron, que seguramente se dio cuenta de la indisposición del chico, el que tuvo la idea de hablar con Booky para ver si les daba alguna idea.

Chris se acercó, levantando la cabeza muy digno, pasando por delante de la pareja, hasta llegar a la altura de su compañero, esperando escuchar lo que dijera el elfo.

Sin entender muy bien lo que quería decir, Chris siguió a su compañero, que salió corriendo.

- Por supuesto. - Le dedicó una pequeña sonrisa a Gwen, asintiendo con la cabeza después de haber decidido cómo iban a ir al Baile de Halloween de aquella noche. - Hasta luego, Booky. -Despidió al elfo, dándole a los demás la importancia que él creía que tenían. Ninguna. Ignoró a los críos de segundos, y marchó junto a Gwen, perdiéndose por los pasillos.

- Creo que será de lo más... original. - Le dijo Cassius a Gwen respecto al disfraz. - Quizás otra cosa no, pero dará que hablar. - Acabó por bromear.

Señorito Byron, respondió al Ravenclaw. ¡Pero esas cosas no se buscan en libros!, es cosa de aquí, dijo llevándose un largo dedo a la cabeza y dándose golpecitos. Igualmente, Booky le dijo los mismos sitios que anteriormente le había dicho a Gwen para buscar criaturas de las que podría caracterizarse.

Hasta ahora, despidió a Gwen y Cassius. Les vería en breves en el baile. Esperaba que ningún alumno hiciese a su pareja sentirse incómoda, que había hecho un esfuerzo en llegar desde Alemania.

Adiooos, despidió a la pareja de pequeños ravenclaws que salieron corriendo. Parecía que los chiquillos aún andaban algo perdidos con lo que se pondrían para el baile.

Cuando se hubo vaciado la biblioteca, Booky cerró las puertas y despareció en el aire, presumíblemente para ir a buscar a su pareja antes de ir a prepararse para el baile.

Gwen posó un brazo sobre el de Cassius y sonrió.

-Seguro que el disfraz que has pensado es más que perfecto...como todo lo que haces...¿De qué se trata me tienes en ascuas?

Enya se adentró en la biblioteca. Hacía mucho que no volvía a ella. Tenía que hacer la redacción para la asignatura de criaturas mágicas e iba a buscar ayuda y sabiduría en los libros. Contaba además con los apuntes de Ithan, quien tan amablemente se los había prestado y que había tenido que pasar a coger por el dormitorio. No veía a Booky por ninguna parte ni tampoco vio que hubiera alguien más que pudiera echarle una mano, así que empezó a buscar algún tejuelo que señalara el lugar en el que se encontraban los libros sobre "criaturas mágicas", "bichos" o algo por el estilo y que le podrían ayudar con sus ciempiés monstruosos.

Si había alguna criatura que podía competir con todos los alegrentores que pululaban aquel día por la escuela, ese era Booky. Muchos de los niños, e incluso algunos de los profesores, eran vórtices oscuros que absorbían cualquier intento de alegría que ocurriera por los alrededores, impidiendo que las sonrisas afloraran, que la diversión se propagara o que la felicidad se extendiera. Pero cualquier de esos niños que entrara en la biblioteca encontraría en Booky a un duro adversario.

No había dormido en toda la noche ayudando a peinar el colegio, mandando escuadrones de elfos domésticos para buscar al culpable de lo que empezaba a catalogarse como el lunes sangriento. Y aún así, con los párpados que uno podría creer inexistentes en un elfo pesados por el cansancio, la sonrisa que relucía el pequeño bilbliotecario era grandiosa, reluciente, rimbombástica, ¿pues qué había más grande que algo rimbombante y fantástico?, quizás supercalifragilisticaespialidosa. Detrás de su mesa a la entrada del templo del saber, la luminosidad que irradiaba Booky impactaba contra todo niño que entrase, alegrentor o no.

Debió ocurrir que se le cayó la pluma y que en vez de usar la magia para recogerla, se agachó, cuando la pequeña Enya entró sin verle.

Había estado vagando por los pasillos desde que salió de la clase de Encantamientos. Las gemelas Padurearu le habían enseñado un día a Asterope algunos pasadizos secretos ocultos tras cuadros o tapices y que podían usarse para atajar o, en este caso, para huir de las congregaciones de gente. Podría haberse quedado ahí escondida, pero en esos pasillos, que casi nunca limpiaba el conserje, estaban plagados de arañas, cucarachas y otros bichos que desagradaban enormemente a esta serpiente. Así que cuanto antes los cruzara, mejor.

Salió de uno de ellos, cuya salida estaba oculta tras el cuadro de Filomena Constanza Borgia, hija secreta de Lucrecia Borgia, la única de la familia con sangre mágica, a la que repudiaron. La mujer la miró con ojos inquisitivos, pues solo los niños que tramaban algo descubrían y usaban los pasadizos. Pero Asterope no tenía tiempo ni ganas de hablar con cuadros. La biblioteca se encontraba un pasillo a la izquierda de este y ya había decidido que era la mejor opción. Había alumnos por todo el castillo y todos los terrenos. Pero solo en la biblioteca estaban callados.

Normalmente saluda a Booky al entrar, pero esta vez ni siquiera se fijó en el alegre elfo libréstico. Se sentó en la primera silla que vio, sacó el libro de Encantamientos para fingir que estaba trabajando y se quedó mirando la mesa. Era una pena estar en ese templo del saber y no aprovecharlo, pero Asterope no tenía la cabeza para hacer trabajos o investigar. No obstante, sí que podría buscar algún libro sobre criaturas mágicas y llevárselo para usarlo otro día. Así que se levantó y caminó por entre las estanterías, cruzándose con una Enya un tanto perdida, que parecía buscar algo sin encontrarlo.

Unos metros más allá Asterope paró. En esas baldas había encontrado información sobre animales la última vez que estuvo. Había de todo un poco y no sabía qué elegir.

Enya vagaba de pasillo en pasillo sin mucho tino en su búsqueda. Entonces vio aparecer a Asterope, la Slytherin con la que había cruzado unas pocas palabras alguna vez y en la entrada ya vio los ojos iluminados de Booky, en quien no había reparado al entrar. Vio que Asterope no tenía muy buena cara. No sabía si preguntarle dónde podía encontrar el libro o no. No sé si necesitará hablar con alguien o todo lo contrario. Decidió acercarse con una pregunta bastante aséptica con su pelo morado, intentando no molestar si era un molestia, y empezar conversación si a ella le apetecía continuarla.

- Perdona... ¿Asterope? Estoy buscando información para Criaturas Mágicas sobre los ciempiés monstruosos. ¿Sabes dónde puedo encontrar algo?

Lo mismo me manda directamente a Booky, pensaba mientras terminaba la pregunta.

Asterope pasaba el dedo por los lomos de los libros sin leer el título. No sabía ni lo que estaba haciendo. Una voz sacó a su mente del vacío en el que se encontraba. Se giró para ver un destello morado con la cara de Enya-. ¿Eh? –Su cerebro aún no había procesado lo que le había dicho. Información. Criaturas mágicas. Ciempiés. Claro, estaba buscando algún libro y no sabía ni por dónde empezar. ¿Por qué la gente no acudía a Booky? ¡Era el bibliotecario! Sabía más que nadie dónde se encontraba cada cosa.

Pero si no había mandado al freír espárragos a Ludmila, no iba a hacerlo tampoco con Enya. Sus ojos se posaron en el último tomo que había utilizado ella para el trabajo. Lo cogió y se lo pasó a la metamorfomaga, con cara impasible y voz monótona-. Este está bien. Aquel de ahí no es malo –Le señaló otro que había ojeado un par de veces-. Ese no lo cojas ni loca –Le advirtió sobre la Enclopedia infantil que había sacado una vez-. Este lo han usado muchos alumnos, algo bueno tendrá –Sacó un libro gordote y se lo pasó también.

¿Por qué estaba sacándole libros a Enya para ayudarla con el trabajo si no podía hacerlo ni para ella misma? Misterios de la vida.

Si había alguna criatura que podía competir con todos los pseudodementores que pululaban aquel día por la escuela, ese era Booky. Muchos de los niños, e incluso algunos de los profesores, eran vórtices oscuros que absorbían cualquier intento de alegría que ocurriera por los alrededores, impidiendo que las sonrisas afloraran, que la diversión se propagara o que la felicidad se extendiera. Pero cualquier de esos niños que entrara en la biblioteca encontraría en Booky a un duro adversario.

No había dormido en toda la noche ayudando a peinar el colegio, mandando escuadrones de elfos domésticos para buscar al culpable de lo que empezaba a catalogarse como el lunes sangriento. Y aún así, con los párpados que uno podría creer inexistentes en un elfo pesados por el cansancio, la sonrisa que relucía el pequeño bilbliotecario era grandiosa, reluciente, rimbombástica, ¿pues qué había más grande que algo rimbombante y fantástico?, quizás supercalifragilisticaespialidosa. Detrás de su mesa a la entrada del templo del saber, la luminosidad que irradiaba Booky impactaba contra todo niño que entrase, pseudodementor o no.

Asterope se giró con cara con una mezcla de hacer pocos amigos y despistada. Un libro por aquí un libro por allá y uno que le ofrecía ella. Creía que iba a ser suficiente para su trabajo. Empezó a hablar bajo:

- Muchas gracias. La verdad es que estaba un poco perdida y no he visto al entrar a... Ah, mira, Booky está ahí. Bueno, en cualquier caso muchas gracias, de verdad. Voy a ver si hago un trabajo, que lo tengo retrasado de cuando mi semana enferma. Hasta luego.

Enya se despidió con media sonrisa y buscó una mesa cercana en la que ponerse a trabajar. Cogió el libro que le tendió Asterope y un par más que le había recomendado. Se sentó, sacó los apuntes de Ithan y abrió los libros que había cogido buscando al ciempiés monstruoso. Marcó las páginas indicadas y empezó a trabajar completamente concentrada.

"El ciempiés monstruoso es...", "se alimenta de...", "cuando llega el invierno horadan lo más profundo que pueden...". Echó un ojo también a los apuntes de Ithan. "El ciempiés monstruoso..." y una K en el margen. "Puede moverse a una velocidad de..." y una K al margen. ¿Qué será esa K? Un poco más abajo una K y una I unidas por una serpiente. Anda coño. Se despistó un rato pensando en ellos y en si los apuntes serían lo suficientemente buenos, teniendo en cuenta que los había copiado pensando en "kas". No pudo evitar reírse, aunque lo más bajo posible. Un rato después se dio cuenta de que había pasado un largo rato, pero había avanzado bastante. Podría terminar antes de ir a cenar.

Enya parecía con ganas de hablar. Y Asterope, que no se atrevía a cortarla, la miró en silencio, esperando que acabara pronto. Al menos no hablaba de lo ocurrido la noche anterior ni le daba el pésame ni nada por el estilo. Eso sí que no habría podido aguantarlo-. Sí, vale. De nada –le respondió educadamente. La siguió con los ojos hasta que desapareció por una curva, de vuelta a las mesas. Parecía que ya estaba sola.

Se sentó en el suelo, apoyada en la estantería, cerró los ojos y disfrutó el silencio durante unos segundos. Solo se escuchaba el movimiento de hojas de vez en cuando. Eso... Eso era lo que ella estaba buscando. ¿Tan difícil era que se lo hubieran dado antes? Aún sentada en el suelo, se giró y fijó la vista en la estantería. Aunque esta vez su mirada no vagaba perdida por las baldas, sino a algo concreto.

Gracias a la nueva perspectiva que le daba la baja altura a la que se encontraban sus ojos, estos vieron algo interesante por el hueco que había dejado uno de los tomos que le había dado a la leona. Asterope sacó de ahí un mini-tomo, del tamaño de la palma de su mano. Tenía la cubierta aterciopelada, de un color rojo granate. “Mil pequeños trucos para amaestrar un fénix: La más leal de las mascotas”.

El libro desprendía un calor especial, era de lo más extraño. Y el hecho de que estuviera escondido le hizo plantearse algo. ¿Pertenecería a la biblioteca oculta? La pequeña había descubierto en total cuatro libros ocultos. No había perdido el tiempo desde que habló aquel día con Mircea. Claro que para ello había sufrido bastante, pues había usado el Leg Magiem con muchos normales, con inesperadas consecuencias. Algunos intentaron morderla. Uno se puso a gritar que la niña intentaba violar su intimidad, lo cual llamó la atención de todos los que estaban presentes. En una ocasión, Booky la pilló a punto de hacer el hechizo y le echó una mirada de advertencia, probablemente porque pensaba que quería quemarlo o algo así, y Asterope tuvo que explicarle que no estaba haciendo nada malo.

En ese momento no estaba con el ánimo suficiente como para leerlo, pero su curiosidad pudo con ella. Solo le lanzaría el conjuro y, si había acertado, volvería otro día para leerlo. Sacó su varita, apuntó a la diminuta contraportada y, con la mente completamente distraída, pronunció el hechizo:- Leg Magiem –De repente, ocurrió algo extraño que no tenía que pasar.

Ollivanders lleva mucho años en el negocio, Ollivanders es un magnífico varitero, Ollivanders ha creado todo tipo de utensilios que canalizan el poder de un brujo y que aguantan bajo todo tipo de estrés, sea físico, emocional o mágico. Pero Ollivanders lleva una muy mala racha. Hacía apenas un día una varita de madera de aliso y pelo de unicornio se rompía al realizar un conjuro tan sencillo como era un Dectattem. Y hoy... se rompía una varita de madera de Abeto y fibra de corazón de dragón, con otro conjuro tan simple como el Leg Magiem. ¿Varitas implosionando su núcleo por hechizos de adivinación? Cualquiera diría que entre Luna y Ollivanders había un acuerdo para dejar a los alumnos de Hogwarts desprovistos de formas de defenderse. ¿Quién podría unir esto con lo acontecido en el lunes sangriento? Una manta del tamaño del mundo se cernía sobre el planeta y todo aquello tenía una sola explicación: la noche de A... Tras trece años le volvía a tocar a Hogwarts y llegada la noche clave, ocho niños de primero desaparecerían para no volver nunca. Dos ya acababan de ser elegidas con la rotura de sus varitas: Asterope y Erzsébet. Pero el Booky de hoy, el Booky que actualmente se sentaba como bibliotecario poco tenía que ver con aquello. Ya sería otro Booky quien se encargaría de ayudar a los sacrificios.

Booky notó el eco que provenía de uno de los pasillos. Desapareció de su mesa y volvió a aparecer a una distancia prudente de Asterope. Justo antes de la explosión, movió una mano y el conjuro de protección que siempre se activaba al cerrar la biblioteca cobró vida. El ruido de la varita al liberar todo su poder no era perjudicial, así pues eso sí se propagó. Pero el destrozo que tan mal sentaba a los libros tan solo se vio reflejado en el pequeño volumen que la Slytherin estaba tocando con la varita. El mini-tomo pasó del rojo granate al negro, se elevó en el aire batiendo sus tapas y gritó a Asterope. En sus narices se sacudió, consiguiendo librarse de parte de la mugre y se marchó volando.

La niña tenía las manos negras y su varita rota mostraba una fibra quemada en medio. Tan solo podía escuchar lo que parecía ser un pitido muy agudo. Sus cabellos largos estaban revueltos y oscurecidos.

Booky silbó y el volumen fénix vino volando a él. Lo agarró y tras pasar la mano por su lomo, quedó limpio y se marchó volando a esconderse.

Finalmente se acercó a la cría. No te preocupes, pequeña. Yo me encargo, dijo con una sonrisa que no abandonaba su cara por mucho que aquel momento no fuera uno feliz. Esto le pasa a los magos más poderosos cuando sus varitas no son capaces de canalizar su poder. ¡Es motivo de alegría más que de tristeza!

Consiguió liberar la varita de la mano de Asterope y dejó otra encima de la mesa. Esta es de núcleo de Coral y madera de cornejo. Te servirá hasta que recuperes la tuya. Cuídamela bien, es una de mis favoritas. La varita era bastante más larga de lo habitual. 35 cm, muy rígida.

Dio unos golpecitos a Asterope en la cabeza como si la estuviera consolando, muy malamente todo sea dicho. Y con una última sonrisa que quedó colgando en el aire como el gato de chesire tras haber desaparecido, el elfo se marchó, como absorbido por un vórtice creado en su ombligo.

Booky levantó su afilada nariz del libro que estaba leyendo y desapareció de su asiento, quedando la banqueta bailando sobre sus patas. De entre dos pasillos, uno de los puntos donde había varias mesas de estudio surgió un gran estallido que hizo tambalearse las estanterías y llegó incluso hasta las profundidades de la sección prohibida. Para Enya y Maxwell aquel ruido les sonaría muchísimo, pues apenas hacía veinticuatro horas lo habían vivido en clase de Adivinación, cuando a otra niña de su curso le había estallado la varita.

Si cualquiera se acercaba, encontraría a Asterope con los pelos revueltos y oscurecidos, el frontal de la túnica manchada de hollín y las manos negras.