Partida Rol por web

Los libros de híbridos cuentan cosas bastante curiosas. Al parecer en la historia de los magos ha habido más roces de los que cabría esperar, pero raars veces esos emparejamientos llegan a dar hijos. En los pocos casos registrados, coinciden en que la parte humana es la que predomina, pero los descendientes pueden mostrar cierto grado de dotes sobrenaturales. En el caso de las veelas, su belleza y su encanto mágico, en el de los duendes su afinidad por la tierra y su don con la metalurgia... pero no encuentras nada referido a vampiros. Ni un solo caso. Si ha habido alguno como tú, está claro que no lo encontrarás en estos libros.

El otro libro es mucho más parecido a los que empleas en clase de Criaturas Mágicas, pero mucho más extenso. Zonas donde se localizan los vampiros, un buen numero de los vampiros registrados en Europa, comportamiento, poderes... todo lo que puedas necesitar saber. Al parecer no hay un único tipo de vampiro, aunque todos coinciden en una debilidad a la luz solar y la necesidad de consumir sangre para mantenerse activos. 

Transformación en animales, en niebla o agua, invisibilidad, posesión, hipnosis, aliento venenoso, resistencia, fuerza y velocidad aumentadas, inmunidad a ciertas sustancias... la lista sigue y sigue. 

Pasé horas con aquellos libros, bebiendo información a través de las pupilas. En realidad algunas de esas cosas ya las sabia o las podía imaginar, pero necesitaba tanto distraerme como sentir que estaba haciendo algo, y esa actividad cubría las dos cosas.

Sin embargo, cuando más buscaba más sentía que me faltaba información. La de verdad, la importante.

Fue inevitable poner más interés en el asunto de las habilidades. Al menos aquello sí era sobre vampiros en concreto. Sin embargo no me imaginaba haciendo ninguna de aquellas cosas, y la verdad es que no quería pensar en ello. Sobre lo que no encontré nada fue sobre cómo saciar su sed al margen de que tenían que alimentarse de sangre, y eso no me servía para nada.

Al final acabé por tener una idea: una vez consideré que de los libros no iba a sacar nada más los cerré, los guardé y me encaminé hacia el despacho del profesor Kettleburn. Siendo el profesor de Criaturas Mágicas, quizá él tuviera respuestas a un par de preguntas.

Cuando llegas te llevas un chasco; en la puerta hay colgada una nota donde explica que ha organizado una caminata con los Scout, que acamparán al raso y que volverán mañana a primera hora. El papel no indica hacia donde han ido ni cuanto tiempo hace que se fueron.

Un poco decepcionado al encontrar la puerta cerrada doy un pequeño paseo por la zona, decidiendo qué más hacer ahora. Es complicado: no puedo pensar en otra cosa, a pesar de todo lo que hay pendiente con el asunto de Riddle.

Finalmente decido poner en orden todo aquello y esperar hasta mañana. Quizá, además, con el paso de las horas la situación no parezca tan mala. Camino hacia la Sala Común de mi casa, meditabundo, y al llegar y dar la contraseña al cuadro de la Señora Gorda voy directo a mi cuarto.

Paso las siguientes horas repasando mentalmente todo lo que tenemos entre manos, y pensando en la cantidad de gente que puede estar en peligro por culpa de Riddle. Mi mente vuelve hacia Kalinka, esa chica que seguro que acaba teniendo problemas por su forma de decir lo que piensa a las serpientes. Y al final acabo por decidir ponerme en marcha con alguna de las cosas que aún tenemos a medias.

Voy al baño, a un lugar donde nadie pueda oírme y saco mi espejo.

—¿Alice? —pregunto en voz baja, consciente de que quizá la pille ocupada, o con gente.

Al escuchar el sonido proveniente de mi bolsillo, me incorporé y abandoné la biblioteca con rapidez, buscando algún rincón del pasillo donde refugiarme antes de sacarlo.

-¿Ingo? -pregunté entonces en un susurro, alternando la mirada entre el objeto y mi alrededor.

—Ey, hola —saludo. Puede notarse tanto en mi tono como en mi expresión que algo me pasa, pero no digo nada al respecto—. ¿Estás ocupada? Cuando quieras nos ponemos con la multijugos —me ofrezco. Aún es el día del partido, y aunque no he mirado la hora debe ser bastante tarde, pero hoy no tengo ninguna prisa por irme a la cama.

Me lo pensé un instante. Quería terminar lo que tenía entre manos antes del día siguiente por la tarde y además también había pensado empezar a investigar el asunto ese de la Legeremancia... Pero teniendo en cuenta que la poción multijugos llevaría muchos días de preparación, cuanto antes empezásemos mejor. 

-Estaba investigando lo del hechizo de humo, pero creo que puedo dejarlo por ahora -respondí finalmente, mirando de nuevo alrededor-. ¿Nos vemos en la sala secreta? Yo llevaré los ingredientes, ¿puedes conseguir tú un caldero?

A pesar de ser yo quien había iniciado la conversación me costó centrarme en las palabras de Alice. Se me iba la cabeza a otras cosas. Aún así asentí, pensando en por qué no se me había ocurrido a mí echar un ojo a lo del hechizo del humo.

—Venga, nos vemos allí —le dije tras un instante. Entonces pensé en lo del caldero. Podía llevar el que usaba para la clase de Pociones, pero más me valía hacerme con otro antes de la siguiente lección—. Y claro, yo me encargo.

Tras esas palabras salí del servicio un poco inquieto, cogí mi caldero y me dirigí hacia la sala en cuestión, asegurándome una y otra vez de que nadie me estuviera observando.

Regresé a la biblioteca y antes de marcharme de allí copié en un pergamino la receta de la multijugos. Me la había estudiado a conciencia y confiaba plenamente en mis capacidades, pero no quería correr ningún riesgo. 

Después recogí los ingredientes que me había dado el profesor Dumbledore y de ahí emprendí el camino hacia la sala que habíamos usado ya en otras ocasiones. Al ver a Ingo le dediqué una pequeña sonrisa como saludo, pero no dije nada hasta que no me aseguré de que no había nadie alrededor.

-Specialis Revelio -pronuncié entonces, empuñando mi varita en dirección a la pared y haciendo con ella los pases adecuados. 

Una vez dentro, antes de llegar a decir nada, realicé un par de hechizos más, para asegurar el lugar.

-Homenum Revelio -dije con voz clara, moviendo la varita-. Cave Inimicum. 

Sólo entonces dejé las cosas que llevaba en la mano sobre la mesa y me giré hacia Ingo.

-Ya está, todo en orden*.

Todo está en orden, salvo por un pequeño detalle; sobre la mesa de la sala hay un caldero de tamaño medio, de exquisita factura, con una nota adherida a un asa. El papel reza así:

"Imaginé que necesitaríais esto, buena suerte.

Vuestro, Albus Percial Wulfric Brian Dumbledore."

En cuanto vi a Alice delante de la puerta secreta llevé mis ojos a todos lados, esperando asegurarme de que estábamos solos. Mientras tanto fui escuchando cómo ella se encargaba de los conjuros, y al abrirse la puerta pasé junto a ella.

Ya a solas y lejos de miradas indiscretas me acerqué al caldero que había sobre la mesa. Mis pasos demostraban cierta desconfianza, al menos, hasta que leí la nota.

—Es de Dumbledore —aclaré girándome en dirección a Alice, probablemente con la primera sonrisa más o menos sincera de todo el día. Un caldero podía ser una chorrada, pero no tener que quedarme sin el mío no lo era tanto.

Después dejé mi caldero alejado, en el suelo, e hice una indicación a Alice para que acercase los ingredientes.

—¿Tienes la receta por ahí? —pregunté. Yo le había echado un ojo, pero tenerla por escrito era bastante mejor. A todas luces aquello me estaba sentando bien: ni yo mismo era consciente de lo mucho que necesitaba distraerme.

Sonreí al ver el caldero sobre la mesa. El profesor Dumbledore siempre estaba en todo y ese era otro motivo por el que era un hombre admirable. 

Empecé a colocar los ingredientes sobre la mesa y extendí el pergamino, poniéndole algunas de las cosas que usaríamos en las esquinas para que lo sujetasen abierto y se pudiera revisar si hacía falta. 

-Vale, comencemos por guisar las sanguijuelas, que es lo que llevará más tiempo -empecé a organizar-. Tardará días así que lo mejor será que lo dejemos aquí dentro y vengamos de vez en cuando a revisar que todo esté en orden, ¿no?

—Venga —asiento a las palabras de Alice, aceptando su propuesta—. Yo preparo el caldero, tú vete encargándote de las sanguijuelas —propongo. Mi tono no es de imposición, ni nada de eso, sino sólo una forma de repartir tareas.

—Luego avisamos a los demás de que esto ya están en marcha.

Acto seguido me pongo a ello, haciéndolo todo exactamente como solemos hacerlo en clase de pociones. La actividad me sirve para distraerme un poco, aunque es evidente que estoy mucho más pensativo de lo habitual.

—Yo ya estoy —enuncio. Luego miro durante un segundo a Alice, dubitativo—. Oye... ¿Tú qué piensas de Elizabeth y Alphard? —pregunto de manera directa.

Asentí con la cabeza, aceptando el liderazgo de Ingo con la tranquilidad de quien prefiere no llevar la voz cantante. Y es que en los últimos días me había visto obligada a salirme demasiadas veces del confortable segundo plano en el que solía vivir -con la única excepción del plano académico-. 

Empecé a preparar las sanguijuelas, siguiendo las indicaciones del pergamino, trabajando en silencio hasta que llegó su pregunta. Entonces levanté los ojos de lo que tenía entre manos para mirar al chico con curiosidad.

-Pues... -empecé, dándole vueltas a lo que me había pedido el profesor Dumbledore y volviendo a mirar hacia las sanguijuelas-. No conozco mucho a Elizabeth, pero el profesor Dumbledore confía en ella y con eso es suficiente para mí. El señor Black es un buen chico, pero creo que no está acostumbrado a trabajar en equipo... Además ellos dos son los que más tienen que perder si el señor Riddle descubriese algo. Creo que tendríamos que intentar que se integrasen un poco más con los demás. Necesitan darse cuenta de que no vamos a mirarlos peor sólo por ser Slytherin. Su colaboración es igual de valiosa o más que la de los demás. 

Hice una pausa y alcé la mirada de nuevo, ladeando la cabeza al devolver la pregunta.

-¿Y tú qué piensas de ellos?