Partida Rol por web

—Fui víctima de una maldición. Todo lo que ves. —dijo señalando su cuerpo y su cara— Y todo este sitio. —añadió señalando la cámara— Forma parte de ella.

//¿y qué pasó?

—Acércate al estanque. —le pidió amable— Hace miles de años este planeta estaba lleno de vida: animales, infinitos mares, caudalosos ríos, vastas extensiones de bosques, enormes campos de cereales donde la vista no alcanzaba a ver. Nuestro líder era el hombre más noble, justo y maravilloso que el universo ha conocido jamás. Sin embargo, su sacerdote, ? era todo lo contrario. Mentiroso, ambicioso, cruel, déspota... —enumeró— Envenenó uno a uno a los hijos e hijas del faraón, terminando por hacerle enfermar a él y tomar, temporalmente, el control de todo su imperio.

Las cosas empezaron a ir de mal en peor. La gente desaparecía, los campos se marchitaban, los ríos se secaban... Resultó que el sacerdote, no sabíamos cómo, hizo un pacto con unas antiguas y oscuras entidades. Haciendo sacrificios en su nombre y corrompiendo todo. A medida que cumplía los deseos de sus oscuras deidades, más fuerte se volvía. Y para cuando quisimos darnos cuenta que el sacerdote estaba detrás de todo, ya era demasiado tarde.

Como hechicero supremo que era en aquel momento, me enfrenté a él por mi pueblo, por mi líder y por la supervivencia de mi mundo. Y gané. Gané después de una intensa batalla mágica. Sin embargo, en su último suspiro de vida me lanzó una maldición. Encerrándome en este lugar y con esta decrépita forma para siempre. O, al menos, hasta que alguien estuviese dispuesto a pagar el precio de liberarme. —hizo una breve pausa— Parte de ese precio lo han pagado tus amigos. —dijo realmente apenado— Lo siento.

Aquella disculpa, que sonó realmente sincera, le llegó al alma, asintiendo mientras varias lágrimas volvían a caer de sus mejillas.

—Me... me siento en deuda contigo, Clarie. Y quisiera poder ayudarte a recuperar a tus amigos. —dijo pensativo— Después de todo, el mundo de los espíritus apenas guarda secretos para mí. Sin embargo, hasta que no rompa la maldición no puedo hacer nada. —le confesó con pesar.

—¿Qué necesitas para romper la maldición del todo, -? —preguntó Clarie casi inmediatamente después de escuchar que existía una posibilidad de traer de vuelta a sus amigos, con un intenso brillo esperanzador dibujado en sus ojos.

—Almas, Clarie. El precio que hay que pagar son almas. Concretamente diez. O eso me dijeron los espíritus mientras estuve en letargo. —le contó

—Desconozco qué fue de mi pueblo o de mi mundo. Ya que la maldición me impide salir fuera de esta cámara. 

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