Partida Rol por web

Trish se encogió de hombros ante la respuesta que le dio el tal Noah tal y como él había hecho. Después le dedicó un gesto de despedida con la mano.

—Gracías, tío. —Y con esas palabras emprendió el camino hacia el otro lado del puente, colocándose con pasos rápidos entre Cass y Daniel. Apenas se habían alejado unos pasos cuando la muchacha volvió a hablar.

—Bueno, no ha ido mal —valoró—. Me guardo maría para la vuelta, y les doy un poco más que antes, y listo. Gracias por lo de ahí atrás, ¿eh, Dan?

En ese momento se giró hacia su hermana.

—Tú no sabías nada de lo de los buscadores, ¿no? —Trish no parecía creer que Cassandra estuviera en peligro, ni mucho menos. Después de todo ella trabajaba dentro de la protección que daba el Morris. Ante el asunto de los desaparecidos sentía, por un lado, curiosidad, y por otro la certeza del superviviente de que eso puede ser una oportunidad: seguro que ahora los servicios de gente como Cass se vendían más caros.

-De nada, Blue. Estamos todos en el mismo barco así que se hace lo que se puede y la causa lo merecía -dijo Daniel quitando importancia al gesto.

Luego se limitó a seguir andando mientras oía a Trish preguntar a su hermana. Se volvió un instante antes de volver a mirar al frente.

-¿Quién puede estar tras esas desapariciones? Parece algo muy selectivo. Atacar a un gremio pero, ¿con qué fin?

Cassandra avanzaba mirando hacia adelante, esperando ver el final del puente y confirmar que no había sorpresas. Al menos de momento. La pregunta de su hermana hizo que apretase los dientes y ladease la cabeza.

-No sabía que fuese algo generalizado. Hace tiempo que no coincido por la red con un conocido... esperaba que no le hubiese pasado nada irreparable -sacudió los hombros y su rostro se endureció -pero parece que las esperanzas cada vez son más vanas en esta ciudad de oscuridad.

Dejó escapar el aire por entre sus labios lentamente, evitando así que saliese y formase una nube de vaho, e inspiró profundamente por la nariz. Un buen chute de aire fresco directo a los pulmones era lo mejor para acelerar la circulación, y en esos momentos necesitaba que su sangre llegase a todos los rincones de su cuerpo.

-Lucrarse teniendo el monopolio de sus servicios o encontrar algo y lucrarse.

Fue la respuesta que le dio a Daniel, la tercera opción prefirió callársela.

A lo primero que dijo Daniel Trish asintió, conforme. Con lo segundo, en cambio, se quedó un instante pensativa. Tampoco tenía claro que hubiera alguien «atacando a un gremio», ni mucho menos. ¿Debían tener cuidado? Bueno, quizá. Desde luego siempre era mejor estar alerta. Pero tanto como para asumir que alguien estaba prácticamente dándoles caza...

Quizá pecaba de optimista. No era la primera vez que le pasaba. Por suerte con el tiempo había aprendido a pensar en lo mejor, pero prepararse para lo peor. Así que cuando Cass habló, dando su opinión, ella se encogió de hombros.

—Ya preguntaremos —dijo—. Por ganar, bueno... Supongo que mucha gente ganaría. Incluso los conseguidores como Jimmy, ya que su método se usaría más. Pero tampoco tiene por qué ser nada coordinado, ni mucho menos, o ni siquiera ser real. A lo mejor sólo desaparecen los que trabajan con esta gente, si otra mafia ha visto que así pueden ganarles terreno.

En ese punto se encogió de hombros.

—Seguro que si fuera algo muy exagerado habrían tenido más interés en una buscadora, así que no creo que sea algo tan grave.

Poco a poco los tres viajeros fueron recorriendo el puente, hasta que los edificios del Bronx empezaron a tomar volumen entre la niebla y las miradas de las tres figuras que custodiaban aquel otro extremo se giraron hacia ellos. Eran dos mujeres y un hombre, con armas similares a las que ya habían visto. Sin embargo, estos se movieron lo suficiente para dejarlos pasar sin prestarles demasiada atención, seguramente por considerar que sus compañeros ya se habrían encargado de cobrar el peaje. 

Las calles del Bronx se abrían ante ellos, cubiertas por esa bruma que parecía decidida a quedarse todavía un rato más remoloneando perezosa por la ciudad.

A la derecha se abría un parque, el Macombs Dam, que en su día debió haber estado cuidado, pero que, después de años sin que ningún jardinero recortase los setos, se había convertido en una zona salvaje de naturaleza enmarañada de una forma similar a la del parque Jackie Robinson que estaba cerca del Morris.

De frente, a algunos cientos de metros, podían intuir la mole del antiguo estadio de los Yankees, bastante cerca del puente que habían atravesado.

No había nadie a la vista aparte de los tres que habían dejado atrás, tal vez porque esa misma niebla no invitaba a pasear, pero del edificio de la izquierda salía una melodía tocada con una guitarra.  

Al llegar al otro lado de aquel puente Trish apenas dedicó una mirada a las personas que lo custodiaban: de esos ya se ocuparían a la vuelta. La muchacha se tomó sólo un momento para mirar alrededor, ubicándose, y luego hizo un gesto hacia el estadio. Debía ser por allí cerca.

A la inventora no le desagradaba el silencio. Que con ella cerca no soliera durar mucho no significaba que le incomodase, en absoluto. Simplemente Trish era alguien de lengua vivaz. Además, en general su hermana no era la persona más dicharachera del mundo y cuando Nick tenía uno de esos días podía pasarse el rato enfurruñado, así que estaba acostumbrada a ser ella quien hablase.

Sin embargo en aquella ocasión dio unos minutos a Daniel y a Cassandra para centrarse, dando por hecho que estarían dándole vueltas aún al tema de los buscadores. Al menos hasta que oyó la música. Una breve sonrisa cruzó el rostro de la muchacha.

—Creo que es mejor que no paremos —advirtió, cauta—. Era en Anderson con Jerome. No debe estar lejos.

-Entiendo lo del monopolio pero, ¿buscar algo? ¿Qué podría estarse buscando para necesitar de tantos buscadores como parecen haber desaparecido? Además, ¿no habrían rumores en la calle no solo de sus desapariciones sino de aquello que se está buscando? -dijo sin ser consciente de que Cassandra pudiera estar ocultando una tercera opción. Y cuando Trish habló, se encogió de hombros aceptando que quizá nada fuera tan grave o importante como en un primer momento pudiera parecer.

Siguieron avanzando entre la niebla matinal, haciendo caso omiso de los tres guardias que coronaban el otro extremo.

-Tú mandas, Trish. Además, cuanto antes acabemos con lo que nos ha traído hasta aquí, de más tiempo dispondremos para otras historias.

Cassandra meneó la cabeza negando las palabras de su hermana.

-Tú que me ves con buenos ojos... -fue su contestación en un murmullo mientras una débil sonrisa asomaba a sus labios.

Entonces miró a Daniel, los labios todavía levemente curvados hacia arriba y una expresión indescifrable en sus ojos. 

-Mejor no dar nada por imposible. -dijo de forma enigmática.

No iba a ponerse en ese momento a hacer una disertación sobre sus sospechas y paranoias. Intentó quedarse con los rostros de los tres guardianes del otro lado del puente y sus ojos escrutaron el paisaje que se mostró ante ellos con curiosidad, nunca había salido de la isla de Manhattan y no pensaba perder la oportunidad de aprender. La música llegaba suavemente y la morena se permitió perderse en sus notas durante un instante, hasta que la voz de su hermana la devolvió al Bronx.

Asintió a los dos jóvenes y siguió andando con paso seguro hacia su destino, fuese cual fuese.

La melodía no tardó en perderse entre la niebla cuando los pasos de los tres viajeros se alejaron del puente para sumergirse en las calles del Bronx. No tardaron más que unos pocos minutos en encontrar el lugar donde la avenida por la que circulaban se veía cortada por varias vallas de metal, de las que en otros tiempos se habían usado para proteger las obras de los viandantes y viceversa. Estaban justo al lado del enorme estadio y las vallas llegaban hasta el otro lado de la calle, como una de esas barricadas que montaban algunas comunidades de Nueva York para protegerse. 

No había nadie a la vista, aunque se oían voces lejanas al otro lado del metal. Lo que sí había era una especie de puerta, fabricada con el mismo material que las vallas y asegurada con una cadena que debía estar candada al otro lado. 

Poco a poco parecía que la bruma empezaba a levantarse, desenredando sus zarcillos con pereza. Iba a tardar un rato todavía y seguramente no se iría del todo en todo el día, pero al menos empezaban a verse algunos claros en esa espesa masa entre blanca y grisácea. 

Cass avanzó en silencio, sus ojos recorrían la calle y los edificios que la rodeaban, o lo que quedaba de ellos, en un intento de que nadie les sorprendiese. No parecía haber nadie, nada perturbaba la ilusoria tranquilidad que la niebla daba a la mañana. Todo estaba desierto. Sólo tuvieron un pequeño problema, encontraron el paso cerrado.

La morena miró a su hermana para asegurarse que debían pasar por esa valla, parecía que iban a tener otro interrogatorio y en esta ocasión ella se iba a quedar muy callada. Pero antes de que eso ocurriese Cassandra quería hechar un ojo a la valla, a la cadena con su candado y a las voces que se oían.

Trish escuchó con una sonrisa tranquila las preguntas de Daniel, tomándolas como retóricas. Eso, o como invitaciones para inventar cualquier cosa. Desde luego ella no creía que tuvieran base para pensar que hubieran desaparecido tantos buscadores, o que lo hubieran hecho por buscar la misma cosa, pero podía ser divertido imaginar que sí. Sin embargo en ese momento tenía la cabeza en otro sitio: ya inventarían cuando estuvieran de vuelta en el Morris, seguros y bajo techo conocido.

Asintió a sus palabras posteriores. Ella misma quería ir al Jackie en algún momento del día, desde luego. Esperaba encontrar algunas de las piezas pendientes en el montaje de los walkies.

Después de eso, con lo que dijo Cassandra, la muchacha únicamente la miró un instante antes de negar con una nueva sonrisa. La parte misteriosa de ella le parecía tierna, incluso graciosa.

Para cuando finalmente llegaron al que parecía ser el lugar y encontraron el candado cerrado, Trish miró un instante a sus compañeros. Oía voces dentro, a lo lejos, lo que significaba que había alguien. Eso era bueno. Buscó entonces algo que pudiera servir para avisar, así como ellos tenían el "timbre" del Morris, pero tras unos segundos optó por otra cosa. Miró alrededor hasta encontrar una piedra bastante contundente* y luego dio con ella tres golpes en el metal de las vallas, esperando llamar la atención de quien estuviera dentro.

—¡¿Hola?! —llamó, esperando que alguien saliera a buscarles.

—Creo que mejor así que colarnos y que nos peguen un tiro —comentó a su amigo y a su hermana mientras esperaba, torciendo la boca como si ella hubiera preferido saltar la valla.

Daniel se había quedado mirando la provisional puerta candada con cierto escepticismo. Dudaba que aquello pudiera servir como elemento disuasorio para cualquiera que quisiera entrar dentro, de igual modo que le sorprendía que no estuviera abierta y con alguien de guardia junto a ella. Cuando vio a Trish coger una piedra y golpear con ella el metal, simplemente asintió. Ni siquiera eran invitados, con lo cual todo aquello que pudiera evitar malos entendidos sería bienvenido por su parte.

-¿Y para qué colarnos al margen de un tiro? Si vamos de frente siempre mejor, no. Aunque quizá esto le hubiera molado a Morgana para montar toda una operación táctica -dijo echándose a reír, imaginándola con la cara tiznada y avanzando de arbusto en arbusto.

No había mucho a la vista: niebla, los edificios a un lado de la calle y el enorme volumen del estadio al otro... Y la valla. La cadena parecía gruesa, difícil de forzar, y las planchas de metal que formaban aquella estructura tenían pinta de ser sólidas y estar bien sujetas. 

Cassandra no llegó a entender las palabras que escuchaba al otro lado, pero sí pudo distinguir que una de las voces era femenina, mientras que la otra, más grave, debía ser masculina. 

Las voces se callaron en seco en cuanto Trish empezó a aporrear la plancha de metal, pero pasaron aún varios segundos antes de que un par de cabezas se asomasen por la parte de arriba para miraros desde allí. Los dueños de estas cabezas eran dos jóvenes, ambos veinteañeros, que parecían la antítesis el uno del otro. 

Ella tenía la tez pálida, los ojos azules y una larga melena del color del trigo. Su mirada se movió rápidamente de uno a otro de los visitantes. Parecía una de esas personas inquietas, con un nervio constante manteniéndolas en movimiento en todo momento. En cambio, la piel de su acompañante era tan oscura como sus cabellos. El chico apoyó ambos brazos sobre el borde de la valla y desde ahí contempló con calma a los viajeros. 

Los dos parecían sorprendidos con aquella visita, desvelando en su forma de mirar a los habitantes del Morris que no estaban acostumbrados a que la gente llamase a su puerta. Sin embargo, fue ella la primera en hablar. 

—¿Hola? ¿Habéis llamado? —Sus ojos cayeron sobre la piedra que Trish sostenía en la mano—. Ah, ya veo. ¿Queréis algo? No damos limosna y ya hemos pagado el tributo este mes. —Hizo una pausa, muy breve, lo justo para intercambiar una mirada con su compañero, que se encogió de hombros, antes de señalar con la barbilla hacia el pequeño grupo—. ¿Y vosotros quiénes sois? 

Eran como el ying y el yang. Masculino y femenino. Blanco y negro. Inquietud y tranquilidad. Y de igual forma parecían complementarse, como si sus diferencias tan solo sirvieran para reafirmar lo que los unía. Desde detrás de las dos hermanas, Daniel les observó con curiosidad, un tanto maravillado por la inocencia que ella parecía desprender pese a vivir en el mundo en que vivían. Sonrió cuando dijeron que no daban limosna. ¿Tan mala pinta tenían como para pensar que eran unos mendigos? Cuando habló de tributo, pestañeó momentáneamente confundido. ¿Tan rápido pasaban de mendigos a "protectores"? ¿Y es que acaso no conocían a aquellos cuya "protección" alquilaban con cada tributo?

-Ni mendigos ni recaudadores -dijo Daniel que había alzado una mano-. Yo soy Daniel. Y ellas, Cassandra y Trish -afirmó al tiempo que señalaba a una tras otra al tiempo que las mencionaba-. ¿Y vosotros?

«Por la adrenalina», pensó Trish en respuesta a la pregunta de Daniel. Sin embargo no llegó a contestar, porque antes de que lo hiciera respondieron desde dentro. Con una sonrisa por el comentario sobre Morgana Trish alzó la vista para mirar a aquellas dos personas. Parecían majos.

Al escuchar sus preguntas Trish miró a sus compañeros, satisfecha con la situación. Y estaba a punto de dar un nombre falso cuando Dan se adelantó siendo, una vez más, la honradez en persona. Era parte de su encanto y una de las cosas que más le habían gustado a la muchacha desde el principio.

Trish dio entonces un paso atrás, ganando algo de ángulo para ver mejor a aquellos dos, y dio por hecho que acto seguido les preguntarían no sólo quiénes eran, sino también qué hacían allí. Así que ya que llevaban la sinceridad por bandera, decidió ir al grano.

—Somos mensajeros —dijo, cosa que no era exactamente cierta. Ninguno de esos dos parecía encajar en la descripción de la mujer que les había dado Jimmy, así que añadió algo más—. Buscamos a Lis.

Cassandra esbozó una ligera sonrisa cuando Daniel puso en su mente varias imágenes de Morgana haciendo aquello que siempre hacía: sobredimensionar las situaciones y ponerse en lo peor. Aunque tuvo que admitirse que alguien tenía que hacerlo y la ex militar era la persona indicada, no sólo tenía experiencia si no que para ese puesto hacía falta alguien con la piel muy dura, dadas las críticas que recibía por esa actitud.

Había dejado de oír las voces de la pareja y su vista se deslizó por la valla esperando ver aparecer los rostros, o volver a oírlos al otro lado. Tardaron un poco más de lo que esperaba y cuando al fin lo hicieron sus ojos recorrieron las facciones de ambos, ninguno de ellos era la persona que buscaban, por supuesto, no iban a tener tanta suerte. Y antes de que se diese cuenta ya los dos jóvenes que la acompañaban, o a los que ella lastraba, habían hablado y habían puesto las cartas sobre la mesa.

No sólo se presentaban con sus nombres, si no que anunciaban a los cuatro vientos que buscaban a una persona que no quería que se la relacionase con ellos. Su rostro aguantó la compostura aunque mentalmente su mano se estampó en él esperando que no estuviesen llamando demasiado la atención, ni sobre el Morris, ni sobre la madre y el pequeño.

—Yo soy Janine —respondió la chica, adelantándose de nuevo a su compañero que parecía sentirse cómodo en el segundo plano en que ella le dejaba—. Y él es Orson. 

Inquieta, frunció un poco la nariz con extrañeza antes de seguir hablando, esta vez hacia Trish.

—Conozco a Lis, es mi amiga. Y que yo sepa ella no conoce a nadie fuera de la comunidad. —Dudaba, moviendo de nuevo su mirada entre los tres visitantes para terminar una vez más en la joven de cabellos azules—. Además, no creo que quiera tener visitas. Está un poco indispuesta —informó, sin molestarse en disimular que aquello era un claro eufemismo. 

Sus ojos buscaron los del chico a su lado y alzó las cejas, como si esperase algún tipo de ayuda por su parte. 

El chico asintió a esa mirada y tomó la palabra, con una voz grave y suave que contrastaba con la más aguda de ella. 

—¿Quién le envía ese mensaje? —preguntó hacia abajo—. Podemos preguntarle si quiere veros. Si dice que no, nos dais el recado a nosotros. Y si dice que sí, os dejamos pasar —Hizo una breve pausa y añadió algo más—. Pero si tenéis armas, se quedarán en la puerta. 

Que se hubieran presentado, era bueno. Que conocieran a Lis, también. Que preguntaran por el autor de un mensaje inexistente, no tanto, más que nada porque obligaba a recular en lo dicho o a entrar en una espiral de mentiras que solo serviría para complicar las cosas.

Con gusto hubiera intervenido para decir que venían de parte de Thiago y si como decía Janine, era amiga de Lis, hubiera sabido de inmediato el motivo de su visita. Pero hasta donde sabían, aquella muchacha había salido a hurtadillas del Bronx para dejar a su hijo en el Morris, quizá sin ayuda alguna, algo por otra parte bastante difícil de creer. Toda la logística necesaria para salir del barrio exigía bastante más que los esfuerzos de una única persona. Miró a Trish y a Cassandra, seriamente. Aquello parecía ponerse cuesta arriba y no había una solución sencilla, salvo ir de frente y con la verdad. Ahora bien, ¿era algo factible?

-Como mensajeros, lo de dar el nombre de nuestros clientes a desconocidos no es muy profesional. Supongo que podéis entenderlo. Quizá podamos llegar a un acuerdo previo, satisfactorio para ambas partes. Uno de nosotros, ella -dijo señalando a Trish- podría acompañar a uno de vosotros hasta Lis. O a ambos si lo preferís. Estoy seguro de que en cuanto sepa quién le envía el mensaje, os pedirá que nos granjeéis el paso. ¿Os parece correcto?