Partida Rol por web

Cuando los tres habitantes del Morris llegaron a la altura de los que guardaban el puente, la mujer se mantuvo en su posición, con el arma preparada y esa misma mirada de desagrado puesta sobre los que querían cruzar. El hombre de la derecha, sin embargo, dio algunos pasos para acercarse a ellos, contemplándolos de arriba a abajo con una media sonrisa torcida por la cicatriz. 

Trish se dirigió al moreno, pero fue el rubio el que alargó los dedos para mover la hierba en la palma de la muchacha, como valorando la cantidad. Después levantó los ojos para intercambiar una mirada con el hombre que tenía al lado, pero éste mantenía la suya sobre los recién llegados.

—Da para cuatro porros, como mucho —estimó el rubio, antes de repasar los rostros de los tres y alzar dos dedos ante la chica—. Con esto podéis pasar dos. Tú y otro. 

No parecía que ninguno de ellos tuviera demasiado interés por la información que había brindado Trish, de dónde venían y hacia dónde iban, pero fue de nuevo el rubio el que respondió a la pregunta de la joven.

—Ni puta idea de eso de la bomba, pero ahí hay un montón de cosas raras así que a lo mejor no te han engañado. Tendrás que ir para comprobarlo.

Los miró de nuevo a los tres y dio un par de golpecitos rítmicos en su hombro con el cañón del arma. 

—Entonces, ¿qué? ¿Queréis pasar los tres? —preguntó, señalándolos con la barbilla—. ¿Tenéis algo más? ¿O dejáis a uno en tierra?

Al ver que quien se acercaba era el rubio Trish lo observó más de cerca, sin fijarse excesivamente en sus cicatrices. De gente como él el mundo estaba lleno, e incluso de otros con más marcas. Ella podía dar fe de ello.

Dejó la mano quieta mientras él examinaba lo que ofrecía y luego escuchó sus apreciaciones. Es verdad, no daba para mucho. El resto estaba en el bolsillo de la muchacha. Pero alguien mínimamente inteligente diría exactamente lo que el tipo acababa de decir sacase cuanto sacase. Así quien quería cruzar en ocasiones pagaría más. Otras no, pero tampoco era problema de ellos quién se quedase a cada lado.

Con las preguntas del tipo Trish giró la cabeza para mirar primero a su hermana y luego a Daniel, como si estuviera decidiendo. Después se encogió de hombros.

—Esto es lo que tengo —le dijo—. Pero dentro tenemos al colega que avisó de lo de la bomba. Él nos dará algo más.

Aguardó un instante en silencio, como si aún estuviera pensando, y tuvo que contenerse para no sonreír descaradamente. Comenzaba el juego.

—Así que tal y como yo lo veo puede quedarse uno en tierra y que paguemos por ir y venir dos, o que pasemos todos y que paguemos por ir dos y venir tres. Hacemos lo que digáis, pero creo que con eso último ganamos todos.

Los ojos de Cass se aguzaron cuando la chica trató de ver más allá, más allá del río, más allá del puente. Pero la niebla era espesa y la otra orilla estaba a bastantes metros. Llegaba a distinguir los volúmenes de algunos edificios al otro lado, pero eran sombras borrosas y lejanas. 

Contrariamente a lo que Daniel pudiera pensar había sido el rubio quien había hablado, si bien seguía pensando que era el de los laterales rapados quien tomaría la decisión final. Pero fuera así o no, la realidad era que el primer obstáculo ya había aparecido. La marihuana ofrecida les parecía insuficiente como peaje y aunque Trish había respondido ágilmente y con una propuesta interesante, dudaba que aquellos tres no buscaran un beneficio inmediato frente a la posibilidad de que, efectivamente, Trish les estuviera diciendo la verdad. Dudó entre intervenir o permanecer en silencio, dejando que las cosas fluyeran en un sentido u otro. Pero visto lo visto, pensó que cualquier intervención, a poco cauta que fuera, sería más de ayuda que otra cosa.

-Al margen de lo que mi amiga os propone y de que penséis que esto solo da para cuatro porros, fijaos en la hierba -dijo esgrimiendo una sonrisa cordial-. No es la mierda habitual que podáis encontrar por ahí. Lo que estás viendo es autocultivo, sin ninguna plaga que lo haya estropeado, cosechado en su momento y curado de forma correcta. Huélelo. Nada de olor a humedad ni a hierba seca, sino afrutada. Y tiene buen peso. Si aprietas el cogollo, notarás la resina. Y con un buen tamaño además. Sin tallos ni hojas que molesten. Lo que tienes ahí no es simple marihuana, sino una verdadera joya.

Cassandra siguió con su pose despreocupada mientras oía que no había suficiente para pasar los tres, interiormente se tensaba pues creía que los tres eran necesarios para lo que iban a hacer, pero sabía que era mejor que se quedase en segundo plano. La solución que dio su hermana casi le arrancó una sonrisa, por eso ella no solía hablar, por que no se le hubiese ocurrido esa respuesta al dilema. 

Daniel añadió unos datos muy buenos acerca de la calidad de la mercancía, si querían revenderla podían adulterarla para sacar más cantidad y por ende más beneficio. Con las cartas echadas y en espera del dictamen final, Cass se mantuvo en posición. 

El hombre asistió a los intentos de los dos jóvenes por convencerles con esa misma media sonrisa desdibujada con que los había recibido. No pareció que los argumentos de uno y de otro tambaleasen su decisión aunque sí que parecía que los muchachos le habían hecho cierta gracia. Cuando Daniel terminó de hablar, simplemente se encogió de hombros. 

—Si no fuese buena ni siquiera os serviría para pasar uno —sentenció antes de mirar a Trish y reafirmarse en lo que había dicho antes—. Eso da para dos. El que no paga no pasa. Si luego volvéis dos, uno, tres u os quedáis en el Bronx para siempre ya no es mi problema. Si no tenéis nada más, uno se queda en tierra. 

Su mirada se desvió hacia Cassandra que se había quedado en silencio mientras se desarrollaba la conversación y entonces añadió algo más. 

—Vosotros veréis. Cuando hayáis decidido a quien dejáis atrás, avisad.

No coló, ni el argumento de Trish ni las explicaciones de Daniel, sólo podían pasar dos y luego deberían pagar de nuevo para volver. El viaje les iba a salir muy caro, demasiado. Cassandra chasqueó la lengua y miró al del mandoble con media sonrisa, era hora de tirarse a la piscina, lástima no saber si había agua.

-Ya me dijo Morgana que estos "jodidos irlandeses" eran duros de pelar si no tenías contactos, que debería decir su nombre. -soltó un salibazo a un lado y continuó mientras negaba con la cabeza -Otra apuesta que me gana la muy zorra... y seguro que lo quiere cobrar en especies.

Su postura hablaba de alguien que conoce a la mujer de la que habla, y que le diría lo mismo en la cara sin temor a que se la partiera.

Al ver cómo Daniel se acercaba para apoyarla Trish esbozó una media sonrisa. La verdad era que el chico sabía ser encantador. Esperó en silencio a que acabase y, una vez hubo terminado, al veredicto de los custodios del puente.

Sin embargo cuando este llegó y vio que el tipo estaba cerrado en banda la muchacha se encogió mentalmente de hombros. Era algo que podía pasar, después de todo. Tampoco le pareció mal, ni un problema: aún tenían el resto de la maría, los condones de Dan, las verduras... Y a las malas, malas, alguna de las balas del arma que llevaba su amigo. Aunque Trish, por supuesto, contaba con no llegar a eso ni mucho menos.

Estaba a punto de ceder y poner cualquier excusa para decir que sí tenían más de lo dicho anteriormente cuando escuchó hablar a su hermana. Por un momento Trish la miró, incrédula, tardando unos segundos en entender qué estaba haciendo. Y cuando hiló las piezas simplemente se llevó la mano a la cara, como si prefiriese no ver aquello. No esperaba ya de por sí que lo de dar el nombre de Morgana sirviese de algo. Pero al escuchar aquella forma de hablar en boca de Cassandra Trish se planteó, incluso, que la militar se hubiera reído de ella.

Aún así decidió esperar y contuvo sus palabras, que ya querían renegociar. Quizá tenían más suerte de la que ella esperaba. Quizá alguno de los presentes de verdad había compartido pasado con ella, o algo, y la relación había sido lo suficientemente fuerte como para comprar un billete de ida al Bronx. Era difícil de creer... Pero no imposible. Y Trish ya había visto suficientes cosas imposibles con sus propios ojos como para no descartarlo.

El "no" del rubio fue tan firme y lapidario como un muro de piedra. Quedaba claro que si querían pasar los tres, deberían acceder a pagar el peaje que les pidieran. Y aunque Daniel sabía que Trish tendría más marihuana entre sus haberes, también era consciente de que mejor no echar mano de ella cuando previamente parecía haber quedado meridianamente claro que no tenía más y que en todo caso, podrían conseguirla dentro. Resignado, echó mano a su bolsillo delantero y comenzó a rebuscar en él hasta que sus dedos acariciaron el borde semirígido del envoltorio de uno de los condones que atesoraba como si no hubiera un mañana.

Y es que el porcentaje de humanos habría descendido pero la presencia de enfermedades de transmisión sexual no. Tener sexo en aquellos tiempos sin más protección que la piel era como jugar a la ruleta rusa de un modo que nunca se había conocido, pues enfermedades tan simples como una gonorrea o una sífilis podían complicarse hasta extremos insospechados si uno no podía pagarse la penicilina que lo curara.

Pero su mano permaneció en el bolsillo, congelada, igual que la cara de Daniel cuando oyó hablar a Cassandra.Parpadeó un par de veces, miró a Trish y guardó un cauto silencio, así como una más que perfecta inmovilidad.

La imitación que Cassandra hizo de las maneras de Morgana no estuvo mal. Tampoco fue una interpretación digna de Hollywood, pero la buscadora logró capturar la esencia de la exmilitar en sus palabras y gestos, lo suficiente para que fuese reconocible para Trish y Daniel sin ninguna dificultad. 

Sin embargo, el tipo del mandoble al que ella miraba no pareció reaccionar lo más mínimo. De cerca podían ver que sus ojos eran oscuros y mantuvo su mirada sombría sobre la joven hasta que terminó de hablar. 

—Puedes decirle a tu amiga que a estos «jodidos irlandeses» les encantaría que tuviese los huevos de venir a decirles eso a la cara —respondió tras un instante.

Su voz era grave y áspera. Hablaba despacio, arrastrando un poco las palabras de un modo que erizaba la piel de los hombros con cada sílaba. Se calló después, aún con su mirada clavada sobre Cassandra. 

El rubio emitió una risa breve y seca, miraba a la buscadora como si tuviera delante una mascota haciendo una gracia divertida. 

—Yo no os recomendaría cabrear a Seth —dijo, echando un rápido vistazo al otro hombre—. No tiene sentido del humor. 

Sus ojos se encontraron con los de la mujer, que permanecía callada a un par de metros, con su automática preparada. Ella seguía con la misma expresión hosca en su rostro y al encontrarse la mirada de su compañero, negó despacio con la cabeza. Parecían conocerse lo suficiente como para entenderse con esa comunicación muda y el rubio no tardó en mirar de nuevo al pequeño grupo del Morris. 

—Ya vale de juegos. Si esa Morgana existe, se cree más importante de lo que es o te ha tomado el pelo. Y si no existe, buen intento, guapa, pero no cuela. 

Su mirada se detuvo en la mano que Daniel todavía mantenía en su bolsillo y le hizo un gesto con la barbilla. 

—Espero que no estés intentando sacar un arma sin que me dé cuenta, chaval. —Lo dijo curvando sus labios desdibujados en una amplia sonrisa, como si justo eso fuese lo mejor que podría hacer Daniel para alegrarle el día. 

-Si crees que una mano metida en el bolsillo de unos vaqueros ajustados es un intento de sacar un arma, es que o sobrevaloras lo que hay entre mis piernas o que no has visto una pistola en tu vida. Dudo acerca de lo segundo así que no me quedan muchas opciones entre las que elegir -dijo Daniel correspondiendo con una sonrisa tan amplia como la del rubio a la de este, pero en su caso cargada de humor verdadero-. Pero no, tan solo intentaba sacar un billete de acceso a vuestra autoestopista -señaló al tiempo que sacaba la mano del bolsillo y esgrimía su condón entre dos dedos-. De hecho, teniendo en cuenta su valor, retiraría la marihuana de la ecuación y con esto pagaría el billete de las dos señoritas y el mío. Pero vosotros decidís, cómo no. Pero un trato justo es un trato justo y uno nunca sabe cuándo la corriente del río corre en otra dirección -afirmó en una clara alusión acerca de que quizá en un futuro, próximo o lejano, ello serían los que solicitaran algo de ellos. Y es que la vida daba muchas vueltas-. Hablamos de sexo seguro en un mundo con un sexo de mierda y cargado de ETS-s.

Al oír la respuesta que el hombre del mandoble dio a Cassandra, Trish tuvo que reprimir una carcajada que se convirtió en una apretada sonrisa. Miró a su hermana antes de bajar el rostro hacia el suelo, intentando evitar que los del puente pensaran que se reía de ellos. 

Era cierto que la situación acababa de volverse tan tensa que por un momento se planteó que quizá era mejor desandar lo andado e ir por otro puente. Incluso eso habría merecido la pena después de lo que acababa de oír. Y más cuando el rubio lo remató. La verdad es que eso compensaba en parte lo sucedido la noche anterior.

Ya en ese punto, Trish volvió a alzar la mirada al escuchar hablar a Dan. Retiró levemente la marihuana, sin apartarla de la vista de nadie, en espera de que decidieran. Se planteó pedir disculpas por lo de Morgana, pero era difícil hacerlo sin quedar como unos aprovechados o como unos pardillos, y cualquiera de esas dos cosas era una invitación a que les subieran el precio del pasaje. De modo que lo descartó.

—De cara a otra vez —dijo después—. ¿Hay algo que vosotros necesitéis? Tabaco, balas, información... Conocemos a una buscadora que es la rehostia.

Cassandra asintió y se encogió de hombros con la respuesta que obtuvo.

-Pues entonces quien tendrá que pagar será ella... -dijo más para sí que para la audiencia.

Su rostro siguió inexpresivo y escuchó a sus compañeros tratar de arreglar su estropicio -Quizás es mejor que me quede yo, para lo que aporto...- pensó mirando a los dos más jóvenes -Trish ya sabe lo que tiene que saber-. No estaba de humor, o más bien nunca estaba de humor para salir, ella era feliz dentro de las paredes del Morris. Cuando había demasiados espacios abiertos a su alrededor, su paranoia se agudizaba y se expandía en la misma medida que éstos y ese día, a pesar que la niebla acotaba la visión y podía hacer parecer que el mundo no era tan amplio, no era una excepción.

No le gustaba que Daniel propusiese pagar el peaje de su bolsillo, aquello era un tema que incumbía a todos y no era justo, como tampoco lo era que su hermana pagase "al Jimmy" de forma personal. Ella no tenía nada más que su portátil y cada día que pasaba sin encontrar pistas con él le daban más ganas de cambiarlo por algo realmente útil. No fue hasta que escuchó a la peliazul hablar sobre una buscadora que era la rehostia que se dio cuenta de que otra vez volvía a hundirse en el pozo, cambió el peso de una pierna a la otra y con una dosis nueva de ánimo esperó por la respuesta.

El tipo soltó una carcajada, genuinamente divertido por la salida que había tenido Daniel. Dio un pequeño paso hacia el chico mientras él exponía su negociación y, cuando terminó, extendió la mano para tomar el preservativo. El brillo de sus ojos delataba que aquello había mejorado su humor de golpe.

—Con esto sí que pasáis los tres, pichabrava —sentenció, ignorando el chasquido que emitió el otro hombre con la lengua—. A callar, Seth. —Su sonrisa se amplió cuando le miró de reojo—. Ya sabemos que tú no lo necesitas, pero Ava y yo nos lo jugaremos a suertes y uno de los dos pasará una buena noche. 

Su mirada buscó a la mujer con aquella broma, pero ella seguía con la misma expresión hosca pintada en su cara y el rubio suspiró con resignación. Desde esa posición miró a Trish y se encogió de hombros. 

—Cualquier cosa útil puede servir. Las balas siempre vienen bien. —Hizo un gesto alzando el condón entre sus dedos—. Y uno de estos le da una alegría a cualquiera. Pero también puedes traerte directamente a esa buscadora. Puede que la Reina Roja quiera darle trabajo. Últimamente muchos buscadores están desapareciendo.

Dio un par de golpecitos en su hombro con el cañón de la recortada que tenía apoyada y luego se hizo a un lado dejando espacio para que los tres viajeros pasaran hacia el puente. 

—En fin... Bienvenidos al Bronx, que disfruten de su estancia —dijo entonces, fingiendo el tono que podría haber usado un recepcionista en los viejos tiempos—. No se admiten devoluciones ni reclamaciones. 

Seth, Ava, la Reina Roja... Nombres y datos que quizá conviniera guardar en los archivos de la memoria para darles uso en el momento adecuado. 

-Me llamo Daniel, a propósito -dijo este a su paso junto al rubio y tendiéndole la mano, con la esperanza de que este también diera su nombre-. Y espero que lo disfrutes. Con cierto cuidado y aunque reduzcas su eficacia, podrás darle más de un uso -la economía de guerra en aquellos tiempos era fundamental y nadie haría ascos a un preservativo limpiado y conservado para un par de disparos más-. Y cuando ya parezca que tan solo puedes tirarlo, no lo hagas. Es un buen sitio para guardar las balas sin temor a que se humedezcan si por un casual caes al agua. Riesgos de trabajar en un puente -dijo con un guiño divertido-. Ni devoluciones, ni reclamaciones y gracias por su bienvenida -aquel tipo, pese a todo, le caía bien. Se volvió hacia las dos hermanas y caminando de espaldas, se adentró en los primeros metros del puente, haciendo gestos para que avanzaran con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, haciéndolo parecer más joven y liberado de cualquier problema que acuciara a aquel mundo. 

Se sentía bien. Había captado la fugaz mirada que le había dirigido Cassandra tras usar el condón en la negociación, como si no le pareciera correcto que hubiera destinado su preservativo a pagar el peaje de los tres, pero tampoco estaba seguro de que hubiera sido por aquello. En cualquier caso, era una de las pocas veces en que se había sentido realmente útil más allá de lo que eran meras labores domésticas.

Lo que habían ido a hacer allí era importante y necesitaban obtener resultados. Y aquel primer obstáculo se había enquistado hasta un punto en el que parecía que deberían volver al Morris con el rabo entre piernas. Haber logrado un pequeño avance hacía que Daniel se sintiera exultante. Lo que fuera a ocurrir después... Bueno, fuera lo que fuera y surgieran los problemas que surgieran, los irían resolviendo sobre la marcha. 

Cassandra se alegró, y se enfadó a la vez, al ver que el nuevo pago compraba billete para tres. En su rostro no se notaron las contradicciones de su mente, pero cuando escuchó de labios de aquel armario que había trabajo con la Reina Roja pues los buscadores estaban desapareciendo, apretó los dientes y se forzó a callar. Quería preguntar tenían idea de lo que pasaba y la causa, pero no quiso llamar más la atención sobre su persona.

Asintió a los cobradores y se dispuso a seguir a Daniel. -¿Por qué están desapareciendo?- se volvió a preguntar mentalmente, desde que se había dado cuenta esa era la pregunta clave -Alguien quiere encontrar algo, o que otro no lo haga primero- y esa era la contestación más lógica -... alguien importante- pues se necesitaban recursos para hacer eso sin destaparse. Sin proponérselo otro misterio acudió a su cabeza: las furgonetas negras y las donaciones de sangre. Quizás podrían preguntar a la vuelta, si les quedaba algo con lo que pagar.

Al ver la reacción del rubio a la oferta de Daniel Trish dibujó una pequeña sonrisa y alzó una ceja. Nick siempre hablaba del viejo mundo, pero a Trish le daba la impresión de que la gente seguía queriendo las mismas dos o tres cosas. Y una de ellas, por supuesto, era el sexo. Y por una vez eso jugaba a su favor.

A la muchacha le hizo cierta gracia que el de la ametralladora llevase la contraria al otro. Aún así se puso un poco más seria con lo de después, cuando el tipo comenzó a responderle a ella. Caray, lo de la Reina Roja eran palabras mayores. Y lo de que tantos buscadores desaparecían...

Trish echó una mirada rápida a Cassandra antes de dar algunos pasos en la dirección que marcaba el puente. Podría haber seguido callada, pero en lugar de eso habló con naturalidad.

—Muchas gracias —contestó a su bienvenida, antes de ir a lo que de verdad le importaba.

—Si están desapareciendo casi mejor no traerla, creo yo —comentó—. Además de que le gusta trabajar desde su refugio. Pero si cuando volvamos tengáis un encargo concreto, se lo haremos saber. Me juego algo a que consigue lo que sea.

—Noah. —El tipo devolvió su nombre al estrechar la mano de Daniel. Su apretón fue firme y lo acompañó de un asentimiento de cabeza a los consejos del chico.

Contempló a Daniel y a Cass pasar hacia el puente y a las palabras de Trish se encogió de hombros. 

—Eso ya no es cosa mía —respondió, como si ni siquiera contemplase su propuesta como una posibilidad—. Que tengáis una buena compra. 

Se guardó el preservativo en el bolsillo y se dio la vuelta, retomando su posición en el extremo del puente, desentendiéndose de los viajeros. 

Pudieron sentir, sin embargo, la mirad de la rubia clavada en sus espaldas hasta que se alejaron lo suficiente para fundirse con la niebla.