Partida Rol por web

Desde que Poppy se había marchado a ayudar en San Mungo por la epidemia mágica en Londres, la enfermería había quedado a su cargo. Ahora estaba sola, tenía que encargarse de todos los jodidos niños ella sola. Pero sin Poppy de por medio, podría imponer su régimen de terror estricto y que al fin el silencio fuese lo único realmente palpable en el ala hospitalaria, junto a las maravillosas lágrimas infantiles.

Tú, ahí, señaló al recién llegado una camilla vacía.

No le interesaban los nombres de los chicos, así que a diferencia de Poppy, Madame Wainscott no miraba las listas encima de la mesa que subrayaba automáticamente al alumno que entraba en la enfermería.

¿Qué hechizo y donde te ha dado?, fue su pregunta. Su voz sonaba como la de una mezcla de locomotora arrancando y cerdo intentando hablar.

Me quedo mirando un poco sorprendido a la enfermera, tiene cara de pocos amigos y además de eso incluso da cierta sensación de intranquilidad mirarla diréctamente a los ojos.

Inevitablemente recuerdo la última vez que estuve en un hospital y un escalofrío sube por todo mi espinazo al hacerme eco de mi propia memoria... Y eso que en el hospital el personal parecía bastante más amable e implicado con el paciente que esta enfermera.

— Bu...— tartamudeo — Buenas tardes, esto...— cuesta hablar con ella mientras la miro— Fue «Elecella Fulminis», dos veces —llevo mi mano a señalar los puntos donde recibí el hechizo —. El primero lo recibí aquí, en el costado derecho un poco más alto de la cintura, y el segundo en el homoplato izquierdo, me escuece bastante y el profesor me dijo que viniese.

Tras una especie de gruñido, que más bien pareció el guarrido de un jabalí, Madame Wainscott dijo: Vete levantando la camisa.

Se marchó con sus andares bamboleantes, que le hacían parecer un vaquero recién apeado de un asno tras haber pasado todo el día cabalgando, o mejor aún, un armario con patas que trataba de bailar apoyando su peso de un lado al otro.

Pensando en cosas feas y desagradables que le haría a los niños del colegio, nuestra querida F. revolvió en la estantería bien ordenada de Poppy, buscando la pomada contra quemazones de electricidad. Murmuraba para sí, metiéndose con el criajo que solo debió contestar hechizo y lugar. ¿Buenas tardes? ¡Que se las metiera por donde le cupiera! ¿Que le escuece? Ojalá el uso de avispas estuviera permitido como cura, el niñato se enteraría de lo que era el escozor.

Volvió hacia el chico con un cuenco lleno de una sustancia marrón, que bien podía parecer pudding de chocolate pero que olía como algo recién sacado del retrete.

¡Quieto!, avisó a Edward. Sacó su varita y con unos movimientos que hizo parecer que el palito de madera sufriera de espasmos, un poco de la crema saltó del cuenco a las heridas de Edward, dejándole un manchurrón en el costado y otro en el omóplato.

Las heridas de Edward fueron absorbiendo la crema y desapareciendo poco a poco. La sensación de escozor fue menguando.

Contenta por haber acabado su trabajo con aquel repelente criajo en tan poco tiempo, una ligera sonrisilla afloró a su rostro, que claramente no mejoraba en nada su cara, más bien la empeoraba.

Olvidándose de él al instante, Madame Wainscott volvió a sus labores.

Cuando me levanto la túnica dejo visible una gruesa cicatriz que me cruza toda la espalda.

El escozor de las heridas no se me pasa hasta unos segundos después de que mi piel haya absorbido el ungüento.

— Muchas gracias por sus cuidados, espero no tener que volver a darle trabajo, hasta luego. — Me despido con temor a su reacción, pero antes de esta sencillamente me marcho.

¡Alto ahí! - Gritó la oronda enfermera. - ¡Aún tengo que ver que esa pomada haga su efecto! No puedes irte sin más. Siéntate y espera un poco. Dijo señalando una silla que había junto a la camilla donde ya había estado sentado Edward.

Tras lo que pudo haber parecido un tiempo excesiva, Wainscott volvió con sus bamboleantes andares hasta Edward.

¿Aún sigues aquí?, preguntó molesta y achicando la mirada que de por sí ya parecían los ojos de un gorrinillo.

Aburrido por estar tanto tiempo en la enfermería decido hacer algo útil, y saco mi varita para practicar un poco los hechizos de la clase de adivinación.

Voy estudiando sobre el hechizo que ya hemos practicado, intentando conjurarlo de nuevo con mayor soltura para intentar avanzar.

Lamentablemente el entorno tan extraño de la enfermería y el hecho de que estoy claramente preocupado juega en mi contra, por lo que no soy capaz de hacer nada a derechas.

— Gracias, hasta luego — me despido finalmente de la enfermera cuando me informa de que ya estoy en buen estado, y con esas palabras me marcho del lguar, esperando no tener que volver en mucho tiempo.

Viernes, maldijo la enfermera acompañado de lo que pareció un movimiento de sus tripas. Los niñatos estaban cerca del fin de semana y eso implicaba más tiempo libre para ellos, mientras ella tenía que quedarse en esa maldita enfermería con el horrendoroso olor a encierro y alumnos enfermos. No es que la gustara el aire fresco, pero tener que quedarse todos los días allí encerrada como una jodida elfa doméstica ayudaba a que se le agriara el carácter, aunque éste ya estuviera acre de inicio.

Sus pasos pesados y faltos de cualquier tipo de armonía la llevaron a la puerta de la enfermería, donde un pasmado alumno estaba quieto. ¿Y tú qué, quieres hacerme perder el tiempo?, gruñó al chico. Vamos, indicó con la misma sutileza que un camión atropellando a la jodida gallina que atraviesa la carretera.

Indicó una camilla al niñato. Conjuro y donde, fue lo único que preguntó. ¿Fue pregunta? No, no lo parecía, pero debía serlo.

Mientras vamos caminando hacia la enfermería voy preguntándole a cada poco a Edward si está bien. Me da algo de miedo ser pesado, pero es que me preocupa.

—Oye... ¿estás bien de verdad? Es que... me da miedo que acabes así ya dos veces seguidas en Duelo. Ya estabas algo tocado de antes, ¿no? Pues... eso... me da cosa —le digo cuando ya estamos llegando a la puerta de la enfermería. Lo cierto es que por mi cabeza pasan cincuenta mil posibilidades sobre qué puede haberle pasado para seguir tan enfermo después de ya bastante tiempo en Hogwarts, a cuál peor—. ¿Te duelen mucho las quemaduras?

Asiento con la cabeza intentando tranquilizar a mi amigo, las quemaduras me duelen y escuecen a partes iguales, pero no por ello voy a preocuparlo, la otra vez que me acertaron con el conjuro también me dolía así y se me curó en poco, aunque lo cierto es que no esperaba tener que volver a visitar a la «amable» enfermera tan pronto, contaba con tener 40 años e hijos para entonces.

— Estoy bien, tranquilo — le repito a Will —, escuecen y duelen un poco, pero ya está, no es algo tan grave. Además, he estado mucho peor y me he recuperado, así que no va a pasar nada por que me hayan quemado un poco, lo que me da rabia es que no consiguiese defenderme, te prometo que durante un momento me pareció que lo conseguiría...

Suspiro y al entrar en la enfermería miro a un lado y a otro aprovechando el momento para recuperar un poco el aliento.

— ¿Hola? — saludo esperando que alguien responda, espero que sea rápido mi estancia aquí.

Asiento, sin querer insistirle más.

—Bueno... me alegro... de que no te duela tanto. Y... bueno, de que te recuperases de... lo que fuera. Me alegro de haberte conocido —termino, cuando ya él ha preguntado por alguien en la enfermería, adrede, esperando que así no pueda contestarme y hacerme sentir tonto por haber dicho eso, o recriminarme por indiscreto. Miro la enfermería con curiosidad, fijándome en todo lo que hay y con muchísimas ganas de ponerme a tocarlo todo e investigarlo. Me doy cuenta de que hay un chico de Hufflepuff también ahí y lo saludo con un gesto de la cabeza sin dejar de servirle de apoyo a Ed.

Al ver aparecer a la enfermera me giro hacia William y pongo gesto de circunstancias dejando claro que no me gusta nada la idea de tener que ser tratado por ella.

— Disculpe, solo soy yo el herido — le digo a la enfermera con el tono más cordial que soy capaz de sacar mientras me tumbo en la camilla y me remango la túnica dejando ver mi torso y la herida en la parte entre el pecho y la tripa.

— Fue Flamine Fulminis, en la parte baja y central del pecho.

Al mostrar mi cuerpo se nota que se me marcan mucho las costillas, signo de una enfermedad bastante fuerte o algo similar, al igual que tengo pequeñas cicatrices por la piel.
 

Cuando veo el pecho de Ed me preocupo bastante por su delgadez y las cicatrices, y en mi cara es evidente, aunque me apresuro a quitar la mirada para no incomodarlo. Me hago a un lado para permitir a la enfermera hacer su trabajo y busco algún asiento.

—Perdón... ¿me puede enseñar cómo lo va a hacer? —pregunto, tímidamente pero con la seguridad de que quiero aprender todo lo que pueda para sorprender a mi tía—. Seguro que es muy complicado para mí, pero me gustaría trabajar en San Mungo cuando sea mayor, así que tengo que aprender todo lo que pueda. Y si necesita ayuda para algo... no dude en pedírmela, señora.

Cuando escuchó que solo uno de los criajos estaba herido, dedicó una mirada de asco al otro niño. ¿Ahora los alumnos de Hogwarts eran como niñas que iban de la manita a todas partes?, soltó un bufido y se olvidó del sobrante.

Cuando vio la herida y supo con qué conjuro tendría que lidiar, se marchó con andares bamboleantes que deberían haber hecho vibrar el suelo hasta una vitrina de al menos tres metros de alto por seis de ancho. Maldiciendo en voz baja, buscó el potingue adecuado para el Flamine. Se rio un momento en voz baja al recordar su ingrediente especial para la cocción de aquel cataplasma; el sonido se asemejaba demasiado al guarrido de un jabalí.

Volvió hasta el herido con un recipiente lleno de una crema de color verdoso.

No, contestó de forma categórica al niñato sobrante. ¿Qué mas la daba qué quería hacer aquel chico de mayor? La importaba bien poco y además la molestaba que se dedicara a cotorrear. Le miró un momento, tratando de parecer amable con una sonrisa que no arreglaba en nada su cara, sino más bien la hizo parecer aquejada de alguna enfermedad que la hacía aparentar ser medio troll y medio ogro: Me ayudarías..., empezó en tono bajito. ¡Yéndote!, finalizó con un grito.

Frunzo el ceño ofendido y asustado ante el grito de la enfermera y doy un par de pasos hacia atrás.

—No voy a irme. El Profesor Knower me dijo que lo acompañase y le voy a hacer caso... —digo, con algo de temblor en las primeras palabras, pero a cada palabra más seguro. Normalmente soy tímido, pero con los abusones me crezco. Odio el trato injusto y estoy demasiado acostumbrado. Si fuera una profesora y mi nota dependiese de ella, me iría sin rechistar aunque por dentro la odiase a muerte, pero no dependo de ella, así que me atrevo a jugar un poco con el límite. Me retiraré si veo que la cosa se pone fea, pero esto no se quedará así, y todavía le falta mucho para que yo me achante. Al contrario: que eche más fuego, y se va a enterar. Soy más listo que ella, por grande, gorda y fea que pueda ser—. Si quiere que me aparte, me aparto, pero he venido con mi compañero y me iré con mi compañero —sentencio, pronunciando cada una de las palabras hasta perder mi cerrado acento de Essex, y cruzándome de brazos. Me da igual si quedo pedante: de hecho, así mejor. Eso molesta mucho a los abusones y ésa es el arma de los que somos pequeñitos pero avispados.

Mi gesto se convierte en dolor cuando escucho la respuesta que la enfermera le da a William, encima de que mi compañero me acompaña hasta aquí, viene la otra y le suelta esa burrada.

Abro la boca para contestar, pero me empieza a aplicar el ungüento en la herida y tengo que apretar los dientes para no gritar un poco de dolor.

No obstante, me quedo mirando ojiplático la reacción de mi amigo, no me esperaba que reaccionase de esa forma... pero lejos de resultarme incómodo, me alegro de tener un amigo así.

Si algo le encantaba a nuestra querida Madame F. eran los críos listillos. No sería el primer ni el último Ravenclaw que por ver su estilizada figura y sus andares de damisela, acababan considerándola una tonta. Lo bueno era que la enfermería era suya y ella decidía sobre todo lo que acontecía ahí.

Wainscott se rio y una sonrisa, ésta vez completamente real y algo maliciosa transformó su rostro. Vaya, creo que esta crema está caducada, soltó después de hacer con la varita un movimiento y lanzar un chorretón a la herida de Edward. Qué pena, ¿no crees?, dedicó su mejor sonrisa de cabrona a William.

Ver al niñato haciéndose el gallito en su propio territorio hacía que quisiera llorar de risa. Ahora por su culpa, su amiguito no podría irse hasta última hora.

Voy a tener que hacer un nuevo preparado, dijo más para sí, con un atisbo de fingida pena. Tenía pomadas de sobra en la vitrina, pero estaba decidida a no dejar marcharse al herido hasta que el día estuviera a punto de acabar.

Tras entrar en la enfermería Árpád se quedó durante algunos segundos esperando a que la enfermera le viese y le indicara qué hacer. Por la impresión que la mujer le había dado la otra vez que había estado aquí estaba claro que sería lo mejor. Cuando ella le señaló una camilla él se subió a ella, y estaba a punto de responder a su pregunta cuando llegaron otro par de chicos.

Los dos Ravenclaw parecían ser muy amigos, y desde el primer momento hablaron entre ellos con naturalidad. Cuando uno de ellos - ¿William, se llamaba? - le saludó él devolvió el gesto, formando una pequeña sonrisa educada.

Pero la sonrisa se borró de su rostro cuando los acontecimientos empezaron a sucederse. Estaba claro que o bien no conocían a la enfermera o bien les daba igual meterse en problemas, pero al terminar Árpád tenía una cosa clara: él también iba a pagar el pato.

Con un suspiro de resignación se llevó una mano a la frente, antes de dejar que el peso que sentía en los hombros los hundiera un poco. Seguiría esperando a que el nuevo preparado estuviera listo. Al fin y al cabo, tampoco es que tuviera otro remedio.

Realmente estaba cansada ese día y lo que menos le apetecía era hacer el paripé de estar desarrollando una pomada. Así pues revolvió entre los específicos hasta que encontró la misma pomada marrón que había usado para curar el Eleccella y el Crystallus cuando se trataban de heridas menores. Ya cada una tenía su propia cura cuando se entraba en daños graves.

Con un movimiento de varita pringó las heridas de los dos críos y se marchó para no tener que oír la cháchara de los más pequeños de Hogwarts. Tenía una alumna de quinto a la que tenía que darla un crece-huesos y estaba ansiosa por escuchar sus gritos.