Partida Rol por web

Gabi observó a la enfermera con atención mientras le hablaba.

-Entiendo.- Le respondió antes de volverse a Arnold y decirle adiós con la mano, todo parecía indicar que por segundo día consecutivo no la verían en la sala común.

Se volvió nuevamente hacia la señora Pomfrey al escucharla regresar.

-Hum...- Hizo un esfuerzo por recordar, pero no tenía en ninguna parte de su mente el conocimiento para responder a la enfermera.

-No, la verdad es que no sé mucho de hierbasni nada de eso.- Le respondió decepcionada, realmente le habría gustado tener esa pomada para ayudar a sus compañeros en las clases.

Vaya, bueno, no importa. Si te gusta, podrás coger la asignatura de Curación y Sanación para el curso que viene, sonrió a la pequeña.

Se levantó de la silla donde se había sentado, cerca de Gabriela y volvió a su mesa.

Escribió un par de líneas en una hoja que tenía y casi al instante apareció un plato en la mesa auxiliar al lado de la camilla de la niña.

El plato no tardó en llenarse con aquello que la niña más solía comer, su plato favorito de todos los manjares que se servían en Hogwarts. Los elfos no eran solo mágicos y competentes, eran realmente una bendición.

Tras ir a decirle unas palabras a la enfermera Wainscott, pasó por delante de Gabriela en dirección a la salida. Vuelvo en un momento, que aproveche, se despidió.

Gabi se quedó pensando en lo maravilloso que sería ver la asignatura de Curación y Sanación para el curso que viene cuando su plato se llenó haciéndole recordar el hambre que tenía.

-Mi favorito, gracias.- Dijo a nadie en particular y comenzó a comer. Se despidió de la enfermera con su mano libre, pues su madre le había enseñado que era de mala educación hablar con la boca llena.

Una vez hubo terminado puso el plato a un lado, observando el lugar que la rodeaba con detenimiento. De pronto se sintió sola, detestaba esa sensación. Por lo que se levantó de la cama y caminó en dirección a la enfermera Wainscott casi sin pensarlo.

-Hola.- Saludó. -No quiero molestarla pero me da curiosidad ¿Qué pasa con la otra chica que está aquí?- Le preguntó. -La escuché quejarse hace unos momentos.- Añadió antes de darse cuenta de algo. -Yo soy Gabriela, por cierto.- Le dijo con una sonrisa.

No es de tu incumbencia, pequeña, contestó Wainscott poniendo especial énfasis de desagrado en el "pequeña"

Fue entonces cuando Poppy volvió y se encontró a Gabriela junto a Wainscott y la chica de Slytherin. Apenas había estado fuera, casi el mismo tiempo que la pequeña Gryffindor había tardado en cenar.

Se rompió las dos piernas en una caída de la escoba mientras practicaba con su equipo de quidditch. Estaban tan rotos sus huesos que hemos tenido que eliminarlos y darla una poción de Crece-Esqueleto. Se pasará unos días aquí con un pelín de dolor. Sació así la curiosidad de Gabriela.

Anda ven, vuelve aquí y siéntate. Una última revisión, dijo con voz agradable la enfermera, volviendo a la camilla donde había estado tumbada antes.

Sacó la varita y la movió por el aire unas cuantas veces. No murmuró ninguna palabra mientras lo hacía. Cuando acabó, revisó la herida ya inexistente de su costado. Bueno, ya está todo bien, sonrió. Puedes irte cuando quieras, comentó contenta. Y directa a la cama, eh.

Gabi alzó las cejas ante la respuesta de la otra enfermera, iba a darse media vuelta cuando esuchó a la señora Pomfrey volver. Le sonrió al escuchar su amable explicación y se lamentó por la situación de la chica Slytherin.

-Espero que te mejores pronto.- Le dijo en voz baja a la otra alumna para después seguir a la amable señora que la había atendido. Se volvió a sentar para que la enfermera la revisara y se aguantó las cosquillas que sentía todo lo que pudo hasta que terminó, concentrándose en ver los movimientos que hacía con la varita.

-Muchas gracias señora... ¿Cómo me dijo que se llamaba?- Le preguntó antes de despedirse. -Bueno, estoy muy agradecida, ya me puedo ir a dormir sin dolor. Adiós.- Se despidió  con una sonrisa, levantándose y tomando su mochila para después salir en dirección a la sala común.

-Eso de curar me gusta.- Pensó mientras caminaba.

La enfermería en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería está dirigida por Madame Poppy Pomfrey. Los estudiantes (y, presumiblemente, el personal) que sufren accidentes y lesiones durante el año escolar son enviados o llevados a la enfermería para ser curados. La enfermería está bien equipada para hacer frente a todo tipo de lesiones mágicas o mundanas, desde fracturas hasta renovación de huesos. Sólo en casos más graves los pacientes son enviados al Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas para tratamiento adicional.

Árpád recorrió el camino a la enfermería preguntándose por la gravedad de su herida. Lo que en medio del combate había sido sólo un escozor le dolía un poco más ahora, y su túnica estaba ligeramente quemada. Nunca antes había estado en la enfermería, y sin duda no habría esperado tener que venir tan pronto. Hacer el camino acompañado del profesor y de Maxwell le hacía sentir ligeramente ridículo... Y por mucho que trataba de consolarse pensando que esas cosas le podían pasar a cualquiera no podía evitar culparse por no haber podido desviar el hechizo de Ludmilla. Quizá si no hubiera faltado a la clase del día anterior...

Al llegar esperó a que la enfermera pudiera atenderle. Al fin y al cabo tampoco esperaba que fuese algo muy grave. Ojalá le diera tiempo de practicar alguno de los hechizos atrasados antes de la hora de la comida.

Maxwell se contuvo para no escupir, o gritar, o insultar, o tratar de patear, o lanzar un conjuro, o lo que fuese, al profesor. Por mucho que le jodiera, por escaso que fuera el sentido que le encontrara —es la misma puta defensa para los dos conjuros, joder— era consciente de que lanzar el otro conjuro podía suponerle una amonestación.

Tampoco iba a tratar de razonar con el profesor. En la escuela de profesores, se encargaban de expulsar a la gente razonable y coherente. Era una acción tan inútil como intentar agarrar la Luna entre las manos.

Se limitó a refunfuñar lo más bajito que podía. Hubiera preferido mantenerse en silencio, pero no era capaz. Tenía la cabeza tan llena de frustración, que la ira se le escurría por los huecos entre los dientes.

Patear el suelo para descargar la rabia quedaba descartado. La mano mágica que cargaba con él no le permitía alcanzar el suelo. Y era demasiado dura como para golpearla con los puños, como comprobó al pelarse los nudillos.

De nuevo en la enfermería. ¡Joder!

Desde que Poppy se había marchado a ayudar en San Mungo por la epidemia mágica en Londres, la enfermería había quedado a su cargo. Ahora estaba sola, tenía que encargarse de todos los jodidos niños ella sola. Pero sin Poppy de por medio, podría imponer su régimen de terror estricto y que al fin el silencio fuese lo único realmente palpable en el ala hospitalaria, junto a las maravillosas lágrimas infantiles.

Vosotros, ahí, señaló a los recién llegados dos camillas vacías.

Al ver al profesor de duelo, consiguió evitar dos sentimientos que trataron de llegar a su rostro a la vez, dejando que pareciera estreñido. Uno era el de alegría, porque gracias a Duelo, muchos niños acababan heridos y los de primero solían ser muy quejicas. Otro de asco por la misma razón, por culpa de Duelo se le llenaba la enfermería tras cada una de sus clases.

No le interesaban los nombres de los chicos, así que a diferencia de Poppy, Madame Wainscott no miraba las listas encima de la mesa que subrayaba automáticamente al alumno que entraba en la enfermería.

¿Qué hechizo y donde os ha dado?, fue su pregunta.

Al ver a la enfermera la cara de Árpád demostró su total asombro: sin duda no se la había esperado así. Sin embargo, sin decir nada, se dirigió a la camilla que le señalaba la mujer. Una vez allí se sentó erguido, sin saber si lo más apropiado sería tumbarse.

- Eleccella Fulminis. - Respondió algo amedrentado, antes de señalarse la pequeña quemadura que había en su ropa, en el pecho. - Aquí.

Tras una risa corta, que más bien pareció el guarrido de un jabalí, Madame Wainscott dijo: Vete levantando la camisa.

Se marchó con sus andares bamboleantes, que le hacían parecer un vaquero recién apeado de un asno tras haber pasado todo el día cabalgando, o mejor aún, un armario con patas que trataba de bailar apoyando su peso de un lado al otro.

Pensando en cosas feas y desagradables que les haría a los niños del colegio, nuestra querida F. revolvió en la estantería bien ordenada de Poppy, buscando la pomada contra quemazones de electricidad.

Volvió hacia el chico con un cuenco lleno de una sustancia marrón, que bien podía parecer pudding de chocolate pero que olía como algo recién sacado del retrete.

¡Quieto!, avisó a Árpád. Sacó su varita y con unos movimientos que hizo parecer que el palito de madera sufría de espasmos, un poco de la crema saltó del cuenco a la herida de Árpád, dejándole un manchurrón en el pecho.

Se giró hacia Maxwell, molesta porque tuviera que esperar por un jodido criajo. ¿Donde está?, gruñó en bajo tono.

Mientras, la herida de Árpád iba absorbiendo la crema e iba desapareciendo poco a poco. La sensación de escozor fue menguando.

La nueva enfermera resultó ser otra de las criaturas extrañas que habitaban el colegio. Una ogra, supongo. En los cuentos solo aparecían ogros varones, pero era lógico pensar que salían de algún lugar. Y Maxwell era lo bastante mayor como para saber de dónde salían los canijos.

Cuando se le acercó, gruñendo como un perro, estuvo tentado de bajarse los pantalones y señalarle dónde por dónde se pasaba su puto mal humor. Pero ya había tenido bastante con la mierda del profesor de duelo, así que se limitó a observarla con el mismo gesto con el que se mira el cadáver de un animal con las tripas desparramadas como serpentinas, en la frontera entre la curiosidad mórbida y la repugnancia absoluta.

Se subió la manga, descubriendo la quemadura del conjuro de Anthony.

—Lo mismo que él —dijo.

Con un refunfuño que perfectamente podía esconder una maldición, un insulto o incluso algo tan improbable como una palabra sin ponzoña, la enfermera hizo el mismo movimiento espasmódico con su varita y un manchurrón de la crema marrón embadurnó la herida del brazo de Max.

Contenta por haber acabado su trabajo con aquellos tejones en tan poco tiempo, una ligera sonrisilla afloró a su rostro, que claramente no mejoraba en nada su cara, más bien la empeoraba.

Olvidándose de ellos al instante, Madame Wainscott volvió a sus labores.

Cuando la enfermera agitó la varita Árpád siguió con la vista la pomada mientras saltaba a su pecho. No pudo evitar poner cara de asco al ver cómo se le formaba una mancha de un color tan característico, pero respiró aliviado al ver que desaparecía. Durante algunos momentos se había imaginado qué pasaría si se quedase así para siempre, y no le gustaba nada.

Luego observó cómo la enfermera hacía lo mismo con Max, y cuando ella se alejó comenzó a vestirse de nuevo. Al verse a solas con Max no tardó en darse cuenta de que realmente tenían pocas cosas en común. Estaban en la misma casa, iban a las mismas clases... Pero aún así la forma de pensar del chico era un misterio para él. No habían coincidido mucho en el tiempo libre, y cuando lo habían hecho había sido parco en palabras.

Aunque, pensándolo bien, sí tenían algo en común.

- Odio a Anthony. - Confesó, y decirlo en voz alta supuso de pronto un gran alivio.

Maxwell observaba atentamente cómo la piel absorbía gradualmente la desagradable pasta marrón, ajeno a la marcha de la ogra enfermera y los lamentos de los demás alumnos, cuando la voz de Árpád lo arrancó de su estado de contemplación. Alzó la cabeza lentamente y miró a su compañero a los ojos, preguntándose por un instante si esperaba algún tipo de respuesta o gesto fático.

—No es más que un chulomierda de poca monta —dijo al fin, cuando se convenció de que el otro niño había dicho eso para iniciar una conversación—. No vale lo bastante como para dedicarle más de momento. Menos aún para odiarle.

Tras lo que pudo haber parecido un tiempo excesiva, Wainscott volvió con sus bamboleantes andares hasta los dos chicos.

¿Aún seguís aquí?, preguntó molesta y achicando la mirada que de por sí ya parecían los ojos de un gorrinillo.

Árpád abrió los ojos algo sorprendido por la respuesta de Max a sus palabras. Desde luego, en cuanto a despreciar a la gente, se notaba que el chico tenía mucha más práctica que él.

- Ya nos vamos. - Respondió a la enfermera cuando ella se acercó, bajándose de la camilla.

- Iré a cambiarme a la habitación. ¿Te vienes? - Preguntó a su compañero.

—Aún tengo la masa esta —respondió—. Nos vemos en el comedor.

En realidad, la piel del brazo se la había absorbido prácticamente por completo. Y de todas maneras, la quemadura ya se había curado. Podía haberse quitado esa mierda del brazo y largarse. Pero los adultos ya le habían mangoneado bastante por un día. Si la jodida enfermera le decía que se largara, iba a quedarse un rato más.

No mucho, sin embargo. Después de esperar allí sentado durante una hora, los minutos pasaban tan lentos, que parecía que los estuviera moviendo uno de esos viejos ordenadores que no necesitaban un montón de trastos y cables dentro de una caja para funcionar.

Así que, cuando estuvo hasta los cojones de esperar, se bajó de la camilla y se fue de allí.

La enfermería en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería está dirigida por Madame Poppy Pomfrey. Los estudiantes (y, presumiblemente, el personal) que sufren accidentes y lesiones durante el año escolar son enviados o llevados a la enfermería para ser curados. La enfermería está bien equipada para hacer frente a todo tipo de lesiones mágicas o mundanas, desde fracturas hasta renovación de huesos. Sólo en casos más graves los pacientes son enviados al Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas para tratamiento adicional.

Llego a la enfermería cabizbajo por no haber conseguido encontrar a William, no sé qué le ha pasado pero desde luego me siento terriblemente culpable, teniendo en cuenta que tanto él como Helios me han ayudado hace tan solo unas horas, no me parece justo no poderle ayudar yo ahora.

Con esa idea en mente entro en la enfermería y miro de un lado a otro buscando al personal médico.

— ¿Hola? —saludo para intentar localizar a quien haya ahí. Siento escozor por todo el cuerpo, un escozor bastante desagradable.