Partida Rol por web

Taller de relatos cortos

Desafíos de escritura

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09/02/2013, 23:04
MarioSZamora
Sólo para el director

(Relato para el desafío acerca del laberinto)


Me llamo solo U. Soy maestro. Vivo en el gran desván. Hace muchos años viajo bajo techo por esta región del laberinto. Voy reuniendo mapas y planos como piezas de un inmenso puzzle. Pego fragmentos de papel, papiros, páginas de atlas. Arrastro piedras talladas que estudio con esfuerzo en mi galería. Mis conocimientos sobre el medio han avanzado exponencialmente desde que encontré un ordenador con acceso a la red virtual. La conexión con el exterior del gran desván supone un gran avance para mi objetivo.  Tengo contacto con miles de seres humanos con quienes, con mutua admiración, comparto conocimientos y perdición. Ellos me ayudan a entender nuestro contexto. Muchos cesaron la búsqueda, desalentados. Con desorientación se han creado, algunos, sus propias brújulas en otras regiones laberínticas.  Yo, maestro U, no ceso en mi empeño. Daré con la salida.

La luz de un bombillo amarillo sale por una ventana. Si alguien la viera desde la calle: ahí vivo yo, en esa estancia del gran desván. Pero, lamentablemente, desde que yo habito aquí nadie ha pasado por esa calle gris. Esa calle es el umbral de un misterioso sector del laberinto.

-Aquí el maestro U. ¿Os llega este mensaje virtual, hermanos? ¿Figura el gran desván en todos vuestros mosaicos espaciales?

Eso fue lo primero que escribí en la región de la red.

Desde entonces aparecieron grandes colegas exploradores. Espero respuestas que aporten luz a mi búsqueda mientras me asomo a la ventana. No me aparto de ella desde que la encontré. ¿Será eso de afuera un país? ¿Cómo se encuentran mis seres queridos dentro de este extravío? Confío en que hallaré la salida mientras me alimento de latas de conserva que voy encontrando en los estantes repletos de objetos. Nada me pertenece. Pese a eso manipulo objetos como si fueran míos y tomo las cosas con libertad (qué ironía mi libertad). No huyo por esa ventana porque me temo que la ciudad gris es tan solariega como el gran desván. Incluso parece más grande y enrevesada. Produce gran rechazo la ciudad gris. De hecho, no hay habitantes ahí abajo. Se vive mejor en el gran desván, en compañía de las chácharas de los viejos muertos.


-¡Queden tranquilos! -se manifiesta mi voz por el gran desván-. ¡Encontraremos la salida!


Los rumores cesan. Los fantasmas del gran desván se sosiegan cuando los vivos no tenemos miedo.

Aquí, exactamente donde resido yo, se han depositado trece telescopios, siete trozos de la mesa del Rey Salomón, una carretilla con cemento, maletines con herramientas, botes de pintura, juegos de mesa, cofres sin abrir, archivos abiertos, cajitas de música, cuadros, libros, la maqueta de un rascacielos, dos alfombras enrrolladas, piedras que apresan pergaminos desplegados por el suelo, dispositivos eléctricos sin batería, el ordenador, altavoces negros, partículas de polvo y un baúl donde me siento.


-¡Un ratón! -me alegro-. Un ratón.


Corre la criatura a través de los kilómetros de jaula.


-¡Huye, ignorante! ¿Te arrepentiste nada más entrar en el laberinto? Seguro que no. ¡Huye! Que sólo por tres de tus cuatro puntos cardinales hay estanterías, estanterías... estanterías.


Mi trabajo consiste en no llorar mientras trabajo. Escribo en un extremo de mi mapa cómo es la escala: un centímetro de este papel representa nueve kilómetros del gran desván. Me conformo por hoy cuando me canso. Cuanto más laberinto exploro más se alude a mi ignorancia. He dejado atrás pasillos, corredores, recovecos que no transito por falta de tiempo. ¿Tiempo? ¿Qué siglo es hoy?

Voy a abrir el baúl por primera vez. ¿Qué encontraré ahora? Sobre la tapa del baúl hay tristes periódicos. Estaba sentado sobre ellos sin darme cuenta. ¡Cuántos años sin ver uno! ¿Qué pasa exactamente ahora? Qué decepción. Toda la prensa está caducada. ¿Febrero? No lo entiendo. Según mis cálculos llevamos cuatro meses en noviembre. A mis pies cae un artículo revelador con la ilustración de un mapa.

-¿Será eso un país? ¿España? No lo entiendo. Según mis conocimientos España está bajo un puente de Berlín.

Planteo mi duda en los foros de la red virtual pero me insultan.

Me entretengo por los estantes repasando el dédalo de los Iberos, el enredo del bautizo de Hispania, la conjunción de embrollos de Toledo y las páginas arrancadas de Córdoba. ¡No lo entiendo!

Me acuerdo mucho de mis padres vivos. Gracias a la red virtual sé que ellos están en la región de los campos perpendiculares donde los caminos andan crucificados. 

Mi padre lucha al mus todas las tardes en Marte. Juega con analfabeta maestría guiñando un ojo árabe. Los otros viejos planetarios andan tan perdidos como nosotros: Júpiter, la izquierda, la derecha y Plutón cuando existía...

Mi madre trasciende pelando patatas con la nariz judía.

El ratón, a estas alturas, oye mi llanto lejano. ¿Qué iba a hacer yo sino llorar de nostalgia cuando empecé la vida llorando? Ah, sí, vieja alma, abre el baúl.

Cuando levanto la tapa, una ráfaga de viento fresco golpea mi cuerpo. Respiro la brisa del mar. Corro a comunicarme con mis hermanos virtuales. Dejo el baúl abierto ventilándolo todo. Caen papeles de los estantes. Suena una melodía cuando una ráfaga pertinente abre la cajita de música. El elaborado mapa que durante años confeccioné ahora se infla. Levita como un paracaídas terráqueo, chocándose con paredes y estanterías. Los fantasmas se alegran. Un día como hoy las cacofonías serían descaradas risas, claras como campos abiertos.

-Hermanos -escribo-, acabo de encontrar la salida del laberinto. Repito: ACABO DE ENCONTRAR LA SALIDA.

                                                  - Mario S. Zamora -.

               

 

 

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10/02/2013, 20:04
Bosque.
Sólo para el director


A Star and a Stray dog

El sol estaba por llegar a lo más alto del cielo, hacia muchísimo calor, pero eso significaba que la jornada estaba a punto de terminar. Se lamentó de tener que dejar el trabajo. La cosechadora que se trababa a cada rato y el trigo seco a su alrededor eran lo único que podía alejar su mente de los recuerdos. Maldijo, al ver las nubes oscuras que se acercaban por el horizonte. La lluvia le traía los recuerdos. La había conocido un día de lluvia y se había ido el mismo día.
Renegó un par de horas más con la cosechadora. Una máquina a punto de ser reemplazada por inservible, acompañada de un carro autómata que llevaba el grano cosechado. Afortunadamente, antes de que terminara la jornada, encontró la falla que por meses había la había aquejado. Avanzó una gran parte de la parcela, y luego de que sonara el timbre en su comunicador, decidió quedarse a terminar lo que faltaba.
No quería ver a sus compañeros, le hacían preguntas sobre lo que había visto y odiaba que se lo hicieran recordar. El trabajo lo distraía y lo calmaba, y por eso se contrarió al ver que había acabado. Con señas de la mano le índico al carro autómata que llevara el grano a los silos, mientras el condujo a los galpones la cosechadora.
El único movimiento que había en el comedor era el humo que salía de la carne de su plato, calentado por la mesa inteligente. Nada ni nadie impedirían que recordara, y cuando comenzó a llover, se resignó. Recordar, era doloroso al final, pero placentero al principio.
Llovía, diluviaba, otra tormenta de verano que parecía que iba a arrasar con el mundo. El campo estaba casi desierto, y los pocos que quedaban, guardaban sus herramientas con apuro, para refugiarse del agua y seguir a los que lo habían hecho antes. Igual que ahora.
Al salir corriendo del galpón fue cuando la vio. La piel del trabajador estaba curtida y oscurecida por las interminables horas del sol, era ancho y duro. Un pelo grueso cubría su cara, su cuello, su pecho y sus miembros. Ella era completamente opuesta. Era todo el brillo y la suavidad, casi opuesta a él adrede. Acurrucada y temblorosa bajo un árbol, con el agua chorreando entre sus pelos color ceniza y ojos casi blancos, entre una piel clara y sonrojada y esos labios azulados por el frío. Una muñequita a punto de desarmarse por el frío y la lluvia.
Corrió a todo lo que dio, y la levantó con la poca suavidad que pudo, para llevarla a algún reparo. Mientras se movía con toda la gracia posible, para que no sintiera los sacudones, los ojos de nieve y trueno no dejaron de mirarlo. Su cara y su mano de piel lechosa, estaban apretadas contra el pecho grueso, donde le latía el corazón. Más la hacía temblar la lluvia, más se acurrucaba entre sus brazos, que hacían que pareciera diminuta y frágil, como si en cualquier momento fuera a deshacerse en una nube de polvo enceguecedor.
No entró a la sala que estaba tras la galería que encontró, no pertenecía a los gritos las risas y los golpes de sus compañeros. Cerró la puerta para tranquilizar a la blanca y menuda criatura. Se sentó en el suelo con ella en brazos, con la garganta completamente anudada ante el espectáculo que contemplaba y sostenía. Nuca había visto a una de su tipo. Eran de una belleza atronadora, como los relámpagos. Se miraron sin decir una palabra, sin ningún sonido más que la respiración agitada del trabajador.
Ella miró donde tenía el corazón, y de repente estaba acariciando la mejilla con un toque casi imperceptible, pero tan cálido que daba cosquilleos de placer. Dijo unas palabras que estaba demasiado anonadado para comprender, en una voz melodiosa que opacó el canto de los pájaros. Las mejillas se le sonrosaron paulatinamente y lo miró encandilada hasta que se separaron.
La deseó, la deseó desde el momento en el que sus níveos padres se la llevaron mientras le agradecían enfáticamente. La deseó con más fuerza con cada día que pasaba. Un deseo que solamente se iba cuando sumergía su mente en el peso de sus labores. Y solo podía recordar.
En medio de sus ensoñaciones, la sala comenzó a reproducir música. Una canción de amor casi en broma. Sin mirar, acertó con un hueso de la carne al botón de apagado al otro lado de la habitación. Hacía esas proezas tan naturalmente como respiraba. Con la misma gracia que soldó a ciegas los circuitos de la cosechadora rota, con todo el brazo hundido entre sus grasosos y fríos mecanismos. Hacia eso y mucho más, porque era un Trabajador, de la casta de los Bajos.
Sus genes eran para alimentar, construir y fabricar para los Altos, que correspondían adentrándose en el nebuloso mar de los conocimientos, para descubrir maravillas, milagros y magia científica para beneficio de todos los hombres. Sus misiones estaban enredadas en una inseparable simbiosis, pero eran mundos completamente separados e inmiscibles, opuestos.
Se arrepintió de entrar en ese laberinto, de recordar otra vez. ¿Qué iba a hacer ahora con esos recuerdos que parecían desvanecerse? Parecía que regresaba, pero se esfumaba. Y volvía a intentar sentirla de nuevo, pero era un recuerdo.
El olvido o la locura, era lo que le esperaba al final del laberinto.

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11/02/2013, 02:02
Shiwk
Sólo para el director

Su curiosidad no era sino una diminuta mota de polvo oprimida por la angustia.
Oscuridad entre paredes, una y otra vez lo mismo.
¿Cómo encontrar algo que no puede siquiera verse?
¿Cómo encontrar algo que no sabes que estas buscando? Se preguntaba…
Pero era inútil, pues antes de empezar a discurrir sobre la respuesta,
un nuevo muro cortaba el paso a su frenética carrera…

¿Quién me mandaría a mí meterme en esto? Pensó…
Aunque tal vez no fuera decisión suya el ser partícipe de aquello.

Se arrepintió nada más entrar en aquel laberinto, pues ya consciente de
que supondría un reto tras otro, un quebradero de cabeza permanente,
allí estaba, avanzando como buenamente podía.

Su primer recuerdo era el de una tenue luz inundándole la vista.
Antes de eso no había nada. Un avance vertiginoso en los primeros momentos,
invadido por la novedad de aquello que lo rodeaba, y lentamente,
lo que fue prisa se hizo paulatinamente pereza, pausa, calma y quietud.

Meditando sobre esa enrevesada encrucijada de caminos avanzó, como una gota
que resbala por el dorso de una hoja tras la lluvia, hasta caer de golpe en el suelo.

Todo seguía igual que antes, pero sus ojos veían ahora de otra manera…
Recorría los mismos lugares por los que ya había pasado, buscando algo que tal vez
antes no estuviera ahí, un rayo de esperanza que sus jóvenes ojos,
no acostumbrados todavía a la oscuridad que lo rodeaba, hubieran pasado por alto.

Tal era su ahínco, que perdió la noción del tiempo. ¿Donde estaba el final?
¿Que le esperaba en el? ¿Quería acaso llegar hasta allí?
Mientras pululaba sin rumbo llegó a encontrarse cómodo en algunos lugares,
rondando por ellos casi instintivamente, parecía que cada vez era mas fácil
recorrer esos pasillos… A pesar de conocerlos ya de memoria, sentía como
si el espacio que los separaba se hubiera encogido.

Puede que fuera la monotonía, o el haber recorrido tantas veces los mismos senderos,
lo que hizo que sintiera que ese laberinto, en el que antaño llegó a marearse,
ahora no fuera sino una estancia apacible, un remanso de paz en el ojo del huracán,
y así pasó los días.

La puerta estaba cerrada. Pasaba por delante y, de vez en cuando,
trataba de girar el pomo sin éxito. No recordaba cuando llegó allí,
al centro de la habitación donde, entre idas y venidas pasaba las horas muertas.
Con el devenir de las horas, cada vez se sentía mas atraído por lo que se ocultaba al otro lado,
los largos paseos por su hogar fueron convirtiéndose en intentos, cada vez mas numerosos,
de alcanzar lo desconocido. Ora sentado enfrente, ora apoyado en su marco, el resto daba igual.
Se volvió una obsesión, estirar la mano hasta la puerta, y una vez mas no lograr nada.

Ocasionalmente, miraba alrededor. Tan solo oscuridad y nada mas.
Sorprendido cada vez que se percataba de que solo quedaba aquel umbral,
como un faro en las tinieblas, al abrir los ojos, olvidadas por completo sus andanzas.

De manera inconsciente, llegado el momento –Ojala hubiera sabido que momento era ese,
pues casi seguro se lo hubiera pensado dos veces- se levantó de su rincón,
en silencio sepulcral, con la decisión en sus acciones de un sonámbulo, directo a la salida.
Esta vez el pomo no ofreció resistencia alguna.

Pasó al otro lado, aun sin saber porqué, y cerró tras de si la puerta.
El sonido del pestillo hizo que volviera en si, una luz tenue se difuminaba a sus pies,
y no había vuelta atrás. Ni los golpes, ni el escrutinio del mecanismo le dieron resultado.
Tan solo un pasillo, sin recodos, sin cruces, sin opciones, sin esperanzas quedaba por recorrer.
Recordó, mientras caminaba quejumbroso, las carreras sin un destino definido
en el laberinto, cansancio. El pararse a pensar que era todo aquello, y las típicas preguntas
que asolan y asedian a los hombres… ¿Por qué a mí? ¿A dónde voy? ¿De donde vine?
El resignamiento y la rutina, cada vez en un círculo más cerrado, una correa mas corta,
una mirada en una sola dirección.

Sus pasos se hacían mas pesados, primero andaba de una pared a otra, avanzaba,
adelantaba un pie, se retractaba. Cambiaba de opinión continuamente, pero todo seguía igual, 
optó por avanzar en línea recta, sin pausas, sin saltos.
Y en ese mismo momento, una línea similar, junto a un pitido continuo,
se mostró en la pantalla del monitor de ritmo cardíaco.

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11/02/2013, 02:10
Shiwk
Sólo para el director

Notas de juego

Creo que era aquí donde había que postearlo no?
Autocrítica: Es una p*#!ñetera mierda... Y ahora en serio...
Sin inspiración no vale para nada, me hubiera gustado poder darle mas vueltas
(Soy de marear la perdiz a mas no poder hasta que quede justo como quiero)
pero si no sale, no sale... Al menos estoy calentando... La próxima mejor, eso seguro ^^

P.D: Una pregunta... Se puede utilizar el verso?? (El texto entero, parte del mismo, o de forma ocasional?)

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11/02/2013, 02:18
Meharis
Sólo para el director

Aunque comencé a escribir este relato pensando en el desafío, pues pese a producirse en un laberinto el sujeto que no es otro que el toro de Minos.

Por ello me era imposible una vez finalizado el mismo agregar la frase, y por tanto no he realizado el objetivo del reto.

Pese a ello, dado que escrito esta, y por no liarte entre escenas, aquí lo dejo para que lo pongas donde consideres oportuno. Ya sea como relato independiente o como desafío.

Notas de juego

El tiempo transcurre tan solo medido por el incesante goteo de pasos que como las agujas caprichosas de un reloj estropeado marcan mi constante búsqueda de la salida del infierno en el que me hallo.

Ya no recuerdo en qué momento decidí adentrarme entre este infinito de piedra que alcanza hasta un cielo inalcanzable. Un mar azul y negro, mi idealizada conexión con la realidad, pero…
¿Acaso ese falso techo, que no me enseña nubes, estrellas ni sol, es más real que las paredes contra las que apoyo mi cuerpo mientras exhausto, continúo mi avance eterno a través de esta cárcel de granito?
¡No! Tan solo es burla, mentira, espejismo que me invita a fingir que existe un lugar al que llegar. Me resulta indiferente. Ya no busco la salida pues he aceptado que no ha de existir aunque de hacerlo, jamás me atrevería a cruzarla.

Este nivel de martirio me basta, llega incluso a agradarme cuando agarrotados mis músculos por el dolor desfallezco en el duro suelo y reclino mi ser al refugio del que es mi hogar y prisión a un mismo tiempo.

Pese a ello recupero el aliento, alzo el que en vida fue mi cuerpo y prosigo. Continúo en la búsqueda nihilista de mi propia destrucción. Avanzo con pasos pavorosos no buscando más que huir de mi mismo. De esas ideas de abandono que brotan en lo más profundo de mi mente encerrándose en ella. Oprimiendo mi cerebro hasta hacerlo resonar como eco de mis pisadas vacías.
Pero no consigo dejarlas atrás, me persiguen desde lo más hondo de mi alma, y ante cada nueva esquina, cuando se alza ante mí un nuevo pilar que bloquea mi paso, o un pasillo que llega hasta donde ven mis ojos, vuelven con fuerza, toman forma, danzan etéreas ante mí pidiéndome que me entregue.
Entonces caigo de nuevo, lloro, gimo y me arrastro, clamando a Dios porque ponga fin a mi castigo. Que fulmine ya mi triste vida.
La oscuridad cae ahora, mis ojos dejan de ver pero aun me arrastro penitente.
No puedo, por más que lo deseo, entregarme al sueño. No logro rendir mi cuerpo inconsciente qué, incapaz de aceptar mi muerte, prosigue a tientas suspirando por la libertad.

Mis manos ensangrentadas recorren las paredes, pero aún disponiendo de mil nuevos atormentados no bastaría para marcarme un camino.
Mi cabeza cae desplomada sobre la fría losa, algo se escapa de mí ser y mientras oigo mi respiración fatigada y entrecortada comprendo que ya no habrá más pasos.
La libertad es una quimera, mi vida una sátira. Duermo.
El día se alza y aún sigo vivo, pretendo alzarme cuando soy golpeado por algo hacía tiempo olvidado. La luz. Claridad daña mis ojos que nunca han presenciado espectáculo similar . Rayos de los dioses cruzan mis ojos castigándome por ser testigo de semejante belleza.
Algo se alza ante mí, algo que no es un piedra ni pared e intercede entre el purificador elixir del sol y mi maltrecho yo.
Habla. Escucho.

-Tu castigo ha sido a mi pecado. Descansa ahora.
No comprendo pero me es igual. Me debato con todas mis fuerzas por seguir mirando. Por ver. Pero mis ojos se cierran cada vez mas como negativa a mí pretensión, intento pronunciar palabra pero de mi voz sale un sonido gutural, animal, me asusto de ello y cayo. Ya da igual.

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20/02/2013, 19:28
paloto

 

QUINTO desafío de escritura: "El sombrero, la máquina de escribir y la botella"

Plazo de escritura: del 20/01/2013 al 03/03/2013

Plazo de comentarios: del 04/03/2013 al 10/03/2013

DESAFÍO:

Un sombrero, una máquina de escribir, una botella, un catalejo, unas botas viejas, una pipa y una taza. Coge tres de estos siete objetos y construye un relato en el que tengan mayor o menor protagonismo, pero al menos deben verse reflejados en algún momento. Recuerda, coge tres de estos siete objetos y úsalos de inspiración.

EXTENSIÓN:

El relato puede tener un máximo de 900 palabras (aproximadamente dos folios de Word).

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21/02/2013, 14:46
Dante
Sólo para el director

El sonido de las teclas de una maquina de escribir son algo que llama la atención, por su percusión rítmica y constante, rematada por un largo sonido de timbre al finalizar con éxito una linea o introducir un punto y aparte en el texto que se escribe.
Sin embargo, algo aun mas impresionante era que la maquina de escribir encima de la mesa del despacho del detective Ambrosius de Scotland Yard se estaba moviendo sola, escribiendo informe tras informe sin pausa. Las hojas volaban al ser finalizadas hasta perfectos montoncitos alineados detrás de ella, organizados por categorías y destinos de manera eficiente y pragmática.
El detective Ambrosius por su parte y tras colgar el sombrero de la percha a lado de la puerta; el ritual que venia a significar para todo el mundo que estaba fuera de las horas de trabajo y no debía ser molestado por absolutamente nada, ni nadie; se limitaba a limpiar dos de las herramientas de trabajo mas importantes de las que disponia.
La primera era su pistola reglamentaria; una modelo nueva de esas automáticas que estaban causando furor en los círculos militares, si bien Ambroius echaba de menos su viejo y fiable revolver.
La segunda era su fiel y baqueteada pipa de brezo; cada una de las marcas sobre el objeto eran casi como canas en las blancas sienes del detective, cada una contaba una historia y muchas de ellas eran de las que podían protagonizar sus propias novelas de detectives.
Ante este ultimo pensamiento Ambrosius detuvo su actividad unos segundos meditando una cuestión muy importante, de ser llevada a ese nuevo invento llamado cine...¿ quien interpretaría su papel?. Hum...era una cuestión realmente importante.
Cargando la pulida pipa con una generosa cantidad de tabaco; que no se lo digan a nadie pero el tabaco del interior de la pipa era de contrabando; de las américas, la única marca que se podía fumar que no fuera directamente deleznable, Ambrosius disfruto del humo que flotaba hacia el techo de su despacho, degustando el recio pero al mismo tiempo suave como la seda, sabor del tabaco y su particular aroma.
Con un ting final, el ultimo de los informes de la maquina de escribir salio volando a su montón, Ambrosius sonrió al mirar hacia la maquina, que pese a no tener ojos se las apañaba para que de alguna manera fueras consciente de que no aprobaba en absoluto los hábitos de su dueño.
Una densa nube de tabaco salio volando juguetona hasta la maquina que tecleo furiosa y escandalizada, conformando letras en el papel que contenía, a modo de protesta vehemente por el maltrato que se le estaba dando.
Desde que se había formado ese movimiento en favor de las mujeres, la maquina estaba cada vez mas intratable, exigía derechos laborales, días libres, derecho a voto...Ambrosius había tratado de explicarle millones de veces que fuera razonable...que era una puñetera maquina de escribir, ¿ para que demonios quería el derecho a voto?.
En fin, en el Londres Victoriano de 1886, donde la nieblas de las calles ocultaban monstruos y bellezas por igual, una maquina de escribir inteligente y repipi bien podía encontrar su lugar. Lo había hecho su dueño que era otra anomalía aun mas grande de por si.
La maquina aun seguía tecleando furiosa protesta tras protesta con ese tono y vocabulario único que había logrado hacer famosas a las institutrices de toda Inglaterra en las obras y escritos populares. Desde luego tenían un cierto sabor único en sus formas que dudaba que jamas fuera olvidado; demasiados traumas habían causado con sus formas severas a todos los jóvenes y damas bajo su cargo como para ser olvidados tan fácilmente.
Ambrosius por su parte, emitía comentarios desganados para fingir que escuchaba a la protestona maquina mientras su mente trabajaba a varios niveles a la vez, desde el lunes y estábamos hablando de que el día actual era jueves, era la primera vez que se podía tomar un mas que merecido descanso.
Las labores del Foreign office no terminaban nunca y pese a que tenia el máximo de los respetos por Lord Holmes, de verdad que le vendría bien salir del club Diogenes y respirar aire fresco. En cualquiera de los casos, el Londres subterráneo, el Londres oscuro no descansaba nunca y Scotland Yard no estaba preparado ni por asomo para algunas de las cosas con las que Ambrosius tenia que tratar de cuando en cuando.
Fuera como fuese, necesitaba su pipa y un minuto de descanso; era completamente inconcebible que alguien pensara que podía estar cuatro días son dormir y aun así seguir siendo un modelo de caballerosidad, tenia un limite como todo el mundo, solo que le era bastante mas difícil alcanzarlo.
Unos nudillos llamaron a la puerta y la percha que sujetaba su sombrero se doblo con cuidad de no tirar la prenda colgado de ella, abriendo la puerta con elegancia y discreción, en el exterior un pequeño hombrecillo barbudo y pelirrojo masticaba tabaco gruñendo en voz baja.
-Amo, ya están aquí esos %$)%$%#* que llama asociados- masticaba las palabras siendo lo mas gruñón y molesto posible.
Levantándose de la silla y con la pipa aun humeando, Ambrosius recogió los montones de papeles sobre la mesa, se calzo el sombrero de nuevo y se marcho del despacho con unas ultimas ordenes a la maquina de escribir que comenzó entre pitidos de protesta del rail central a trabajar de nuevo.
La cabecera del documento era clara:
Por la presente:
Presidente del Honorable Club de Caballeros extraordinarios
Le invita muy cordialmente a la reunión que se celebrara en el Club Diogenes el 28 de Julio de 1914 para clarificar un protocolo de actuación frente a el evento que se producirá ese día.
Rogando su asistencia
Muy atentamente
Al servicio de su Majestad la Reina Victoria.
Lord Myrddin Emrys Ambrosius
 
PS:
Asistencia obligatoria, por si alguno albergaba alguna duda al respecto...
Estas ultimas lineas hicieron que el teclado de la maquina chirriara en protesta...pero su trabajo era servir y obedecer a su amo.
El sonido de las teclas continuo con un cansado deje protestón, conforme la historia se iba tejiendo.

Notas de juego

Mi candidatura...tras un largo periodo de sequia cerebral..:XDDD

 

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26/02/2013, 22:16
MarioSZamora
Sólo para el director

                                            QUINTO DESAFÍO: "EL COLGADO"

      Me despierta a las tres de la madrugada el olor a tabaco y la voz de un hombre que fuma en el salón de mi apartamento. Comprendo súbitamente, por los contornos cóncavos que han tomado las cosas, cómo salgo de viaje astral hacia la cocina. Estoy casi desnudo.


- La muchedumbre es como una mujer - dice el fumador saludándome con un apretón de manos.


- ¿Quién es usted?

- El hijo del herrero - contesta vaciando su pipa en la tierra de mi maceta, incomodando a la quieta planta.


- No haga usted eso. Ahí tiene un cenicero. 


- No recibo órdenes. Sólo las doy.


- ¿Cómo dice usted?


        Los tiempos y los lugares, a veces, se acoplan sin estar relacionados al igual que no se ajustan las piezas de un puzzle si no se corresponden. Hay algo forzado en esta presentación. El hombre no está exactamente ante mí o lo está a intervalos. Hay una nebulosa entre él y yo, una junta acuosa, justo debajo de la lámpara, en el centro exacto de la breve estancia. Pestañeo aclarando mis ojos. Me sirvo un vaso de leche aliviado al comprobar que, al menos, la nevera es cierta.


- He visto lo que ha ocurrido esta tarde en España -dice el visitante-. Multitudes en contra de lo que debería ser una imposición. El pueblo necesita mucha compasión y un poco de desprecio. Esta gente precisa un dictador a quien amar y a quien temer, un hombre fuerte. El pueblo es como una mujer.


         Siento un frío de muerte que me advierte de una inminente pesadilla. Las galletas que mojo en leche fría no se ablandan y me fastidia porque soy perezoso para encender un fogón y esperar a que la leche se caliente en un caldero. Estoy ansioso.


- La pena capital...


- Mire, cállese -digo mordiendo galletas con rapidez-. ¿Ha visto usted qué año es?  ¿Ha venido a visitarme para decirme que los españoles necesitan una dictadura?


      Mirando a su alrededor mueve la cabeza imperceptiblemente. Apunta enérgico:
- Un ataque militar a ese gentío restauraría, tarde o temprano, el orden necesario.


      Soy consciente de que este insólito huésped está estudiando mi fisionomía: lo tiene fácil porque visto camiseta interior y calzoncillos. Planea una escaramuza o una pelea conmigo si le resulto enemigo. Con desconfianza me cuenta que es un periodista socialista pero algo le pasó en la I Guerra Mundial que le hizo cambiar de profesión y de ideas. Él es el creador del fascismo.
      De pronto, empieza la pesadilla. Apuro el vaso de leche a toda prisa. El hombre golpea con furia la maceta que cae rotunda al suelo. Se aplasta la planta, se extiende la tierra.


-¡Le ordeno a usted una oportunidad! ¡No me prejuzgue! -grita.


      Con temblorosas manos coloco la maceta vacía en su sitio. Dejo la tierra esparcida. Se ven las raíces de una planta desterrada. El señor Mussolini saca tabaco de su bolsillo, rellena su pipa y la enciende repentinamente tranquilizado. Acomoda su espalda en el sofá, posa sus pies en una silla. Hay barro en sus viejas botas militares.


-Don Benito, comprendo su desorientación. Hay democracia: por eso el pueblo sale a expresarse. Hoy es veintitrés de febrero de dos mil trece. Yo entiendo que usted se sienta confuso pero debe retirarse a descansar para siempre y dejarme a mí dormir hasta las ocho de la mañana, al menos.


-¿Quiere saber la fecha de su muerte? Yo la sé. Podemos negociar.


-Yo también sé la suya, Don Benito, y la manera en que los mataron: a sus socios, a su esposa y a usted. No le mortifico con eso y le ruego encarecidamente que se ahorre sus negocios conmigo.


    De pronto, su figura mediana se voltea en el aire lentamente, se invierte hasta posar boca abajo en el vacío. Le aprieta un nudo atroz en su tobillo izquierdo estrujando el cuero de su bota: el comienzo de una cuerda que sostiene su cadáver. No consigue evitar que su sombrero caiga de su enrojecida calva.


-No tengo amigos -explica abatido-. Mi carácter hace que esto sea imposible. Mi forma de ver al ser humano tampoco es compatible con la amistad. Mis visitas nunca duran demasiado y siempre resultan dolorosas -se queja mientras intenta sin fruto desasirse el nudo del tobillo-. Mire cómo me pagó Italia. ¡Me fusilaron y me colgaron como a un cerdo! ¡Alemania me ninguneó! ¡Clara, amor mío, también te colgaron a ti!


      Su imagen se difumina sin presura simulando fases de descomposición. Para no impresionarme demasiado, Don Benito se pudre entre colores inoloros. Le pregunto por qué golpeó mi maceta. No contesta. Está entretenido recreando fastuosamente su silencio sepulcral. Digo:
-Con todo el tiempo que ha pasado desde su muerte conserva usted un espíritu muy temperamental.


-Y usted goza de una vida con buena calidad pese a estar desempleado -musita levemente-. Ha hecho usted muy bien en quedarse tomando el sol en el jardín eludiendo mezclarse esta tarde con los golpistas de la izquierda radical. Esa manifestación llamada 23F no conseguirá su propósito. Aproveche este humilde apartamento al lado del mar mientras que usted pueda. Yo también lo haría.


   Su cuerpo se eleva ágilmente atravesando lo sólido, desvaneciéndose en lo gaseoso. Esta aparición ya desaparece. Recupero la tierra arrojada por el dictador y vuelvo a plantar, con democracia, lo que quede de vida.

                                            - Mario S. Zamora -.

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27/02/2013, 15:57
Aranía Serigala
Sólo para el director

ESCRITO EN SEPIA

El exilio es una vida realmente dura, pues comienzas a hablar mucho contigo mismo. A veces no sólo es conmigo mismo, a veces incluso es con mis objetos. Está mi máquina de escribir: Las teclas oxidadas por sus años, su rodillo ya duro de tanto ser corrido, pero era mi mejor compañía, mis manos pueden pasear sobre ella con toda libertad. Como una prostituta pero que no cobra. Gracioso ¿No? ¿Será eso posible? ¿O estoy perdiendo la cabeza? Ella es mi confidente, tanto así que es en ella en donde escribo esta confesión.

He pasado tanto tiempo en el encierro que todo se ve de color sepia. Siempre plano, siempre antiguo, siempre así. Me he dedicado a mirar por la ventana a las personas que están en mi barrio, con la esperanza de que alguna me de una historia para contar. Pero todos son tan sepia. Todos con la misma figura, con el mismo color. Todas las mañanas me levanto al alba, cojo mi botella de whisky y poniendo mis labios sobre ella como besando a una amante excitada, bebo su néctar con una necesidad tan grande, que me invade el deseo de sentir su contenido bajando por mi garganta. Sólo cuando mis sentidos comienzan a confundirse de función, es que me siento a escribir. Por mi catalejo observaba, día tras día a aquellas personas y comenzaba a escribir sobre su vida. Todo se veía sepia y me pregunto si acaso el lente del catalejo estaba tan viejo que se había curtido y todo se veía de ese color. ¿O tal vez eran mis ojos los que se habían curtido y ya no podía distinguir el color? ¿O tal vez mi cerebro? Nadie puede saberlo.

Me asomaba por la ventana todos los días y creo que pude haber pasado por loco, sicópata y muchas otras verdades, pero en medio de mi exilio, no lo notaba. Los veía hablar pero no salían palabras de su boca sino versos para mis líneas.

Llegó el momento en que ya no tenía nada de qué escribir y que mis historias se volvían ciclos viciosos de monotonía. Todas las personas eran planas debido a que todos habíamos vivido en el mismo barrio durante toda nuestra vida. En la niñez estábamos llenos de colores, pero con el pasar del tiempo se perdieron esos bellos colores y nos volvimos planos, rutinario, tal vez con la excusa de ser adultos. El fracaso de mis escritos casi me hace destruir a mi única amiga, una noche en vela en que lo único diferente que ocurrió fue una tormenta, pero intentaba entender por qué incluso ésta era de color sepia. No encontraba mi botella y con la furia a flor de piel, por casi acabo con mi oportunidad de redención. Tal vez me detuvo el color de la ira pues comenzaba a sentirlo surgir de mi curtido corazón.

Un día, algo cambió en nuestro oxidado barrio. La anciana que vivía frente a mi casa, murió de un paro cardíaco. Nadie se explica cómo pero ella simplemente cayó. No tenía familiares ni amigos, era una pobre viuda que se había dedicado a cuidar de su casa tras la muerte de su esposo. Llegué a pensar que se había vuelto loca pues hablaba todo el día consigo misma pues movía los labios como si estuviera en una conversación, pero luego me di cuenta que ella sólo hablaba. Parecía hablar con alguien, lo que me llevó a pensar que su esposo le ayudaba a cuidar la casa y era con quien hablaba.

La viuda dejó una vacante disponible que fue ocupada rápidamente ya que era una casa grande, con un hermoso jardín y pintura fresca. La conmoción del barrio fue notoria al ver llegar a la nueva integrante de nuestro mundo sepia, pero lo que llamaba la atención era su dorado cabello, sus labios color carmesí, su blanca piel, su caminar. Toda ella llena de color y de un aire fresco. Los hombres rondaban por su casa como buitres en busca de la carne tierna de un bebé. Ella se paseaba por su ventana, ofreciéndose a todos pero sin acercarse a ninguno. De repente la botella no era sepia sino que era del carmesí de sus labios, el catalejo se había vuelto suave como su piel y la máquina de escribir dejó de estar sepia para teñirse del dorado de su cabello. No podía separarme de la ventana y ver las sobras que ella dejaba en la ventana. Todos los hombres la pretendían pero yo nunca salí. Escribía todo sobre ella y los colores de su existencia se impregnaban en mis escritos. Todo el barrio estaba conmocionado, no había una sola persona que no quisiera conocer a aquella mujer multicolor.

Yo me dedicaba a verla dormir, a verla comer. En ocasiones la veía bañarse y llenaba folios enteros sobre su belleza. Por primera vez en mucho tiempo, sentía la pasión de sentarme a escribir y de no parar de teclear. Era tanta la excitación que sudaba y mi boca se secaba. Quería más de ella, cada vez más. Mi apetito se volvía insaciable y mi curiosidad se volvía una obsesión.

Uno de los días es que escribía sobre ella, noté algo diferente. Una persona tocaba a su puerta pero esta vez, ella sí respondió. Estaba muy elegante y movía su cuerpo en forma sensual pero más que de constumbre. Cenaban y hablaban, pero era más mi goce al escribirlo que el de ellos al vivirlo. Después de pasado un tiempo y haber tomado varias copas de vino, el hombre se avalanza contra la mujer pero ella lo rechaza. Los versos se vuelven canciones. No podía describir lo que sentía al escribir. Las canciones se volvieron ruido, el ruido gritos y el grito después de mucho estremecer... Se volvió silencio.

Aquel hombre quebró una botella en su cabeza y ella cayó al suelo tendida. De su cabeza brotaba mucha sangre que se confundía con el carmesí de sus labios y su piel se iba volviendo cada vez más blanca. Seguía viva pero el hombre no iba a averiguarlo y se marchó. Lo vi irse con mucha prisa y la miraba a ella. Mis manos pararon de escribir porque era tanta la magia del momento que debía grabar en mi memoria hasta el último detalle.

Al terminar de escribir, me di cuenta que la ambulancia llegó y dieron el aviso de que podían salvarla, pero ella murió en la camilla. Entrando en un trance, contemplando mi obra, me doy cuenta que algo falta... ¿El villano? No, ¿La víctima? No... ¿Entonces qué era? ¿Tal vez... un héroe? Estaba desconcertado pues pensaba que era perfecta, pero luego noté que eso era lo que hacía mi relato incompleto.

Después de dar muchas vueltas por la habitación y haberme tomado mi botella de un solo sorbo, sucumbo ante la influencia del alcohol me tropiezo, le pego al catalejo que cae al suelo rompiéndose su lente y la máquina de escribir cae sobre mi brazo. En medio del mareo y el dolor, me quedo mirando el techo y me digo a mí mismo frustrado por la imperfección de mi relato - Fui yo quien la asesinó -.

Notas de juego

Objetos: Máquina de escribir, botella y catalejo.

 

Tristemente, ya había empezado y llevaba la mitad de la historia pero se murió el pc y perdí lo escrito T.T. Tuve que comenzar de cero. Aún no termino pero ahí voy. Aunque la primera versión me había quedado mejor T.T

Relato terminado :D

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02/03/2013, 01:04
Donbarbosa
Sólo para el director

Cadáver exquisito

 

Siguiendo las indicaciones del plano, encontré en lo más profundo de aquel bosque de pinos viejos el refugio que buscaba. Orgullosamente apartada de cualquier camino principal, la cabaña, toda ella de madera noble, se encontraba, sin embargo, pulcramente liberada del avance de la maleza y con los cristales resplandecientes, como si algún humilde criado hubiera recorrido todos los días el estrecho sendero que comunicaba con ella para que su ocioso propietario la hallara habitable el raro día que decidiera pernoctar allí.

A primera vista resultaba imposible datar su antigüedad. Aquel estilo colonial de planta cuadrangular con porche y tejado de paja a dos aguas se había empleado en Nueva Inglaterra desde hacía tres siglos e incluso hoy en día resultaba relativamente frecuente que algunos urbanitas, nostálgicos de aquellas modestas edificaciones del pasado, levantaran simulacros en donde pasar sus vacaciones alejados del bullicio de la gran ciudad.

Las bisagras de la puerta no chirriaron, lo que me llevó a pensar que probablemente fuera una construcción reciente, pero lo que vi en su interior hizo que me asaltaran de nuevo las dudas. La única estancia de que estaba compuesto el cobertizo albergaba una rústica cocina de leña, un camastro de paja limpia, y en el centro, un escritorio y  una silla de aspecto confortable, todo ello inundado del embriagador aroma de una mano reciente de barniz.

Mi tío David Pasha, antiguo corresponsal ya jubilado del Boston Globe, me había estado insistiendo durante varios años para que me tomara unos días de descanso en aquel extraño lugar. “El sitio ideal para escribir” -me había dicho-, y al parecer estaba en lo cierto. Allí, en lo más profundo del bosque, no se escuchaba otra cosa que el más absoluto silencio. No el silencio relativo al que nos hemos acostumbrado los que  ya no somos conscientes de la lejana marcha de un vehículo o del cercano motor de una refrigerador. Aquel era un silencio auténtico, profundo, que no permitía más distracción que la que brindaban los propios pensamientos.

Sobre la mesa reposaba en su letargo una vieja máquina de escribir, y a su lado una botella de vino español de la época de cuando la industria vínícola todavía no pegaba etiquetas comerciales en los vidrios, obligando al sibarita cauto a confeccionar las suyas para recordar el origen y la añada. Necestiaba algo para sacar el corcho, así que abrí el cajón superior de la mesa de escritura, pensando que por ser aquella la única gabeta de la sala, también sería el único lugar en que mi desconocido huesped podría guardar la herramienta perforadora. Y efectivamente, allí estaba. A su lado, una vieja pipa de roble y una tabaquera de cuero llena de tabaco fresco que al abrirla trajo a mi mente viejas reminiscencias caribeñas y, debajo, un grueso legajo de papeles mecanografiados.

Degusté con complacencia el sabor añejo de aquel caldo envejecido en barrica, e inhalando el rancio aroma de la pipa, me lancé a leer aquellos papeles. El primero de ellos estaba datado en 1820. Poco a poco fui descubriendo el carácter y la personalidad de Jeremiah Hist, el apocado poeta que a sus treinta años ya renegaba del amor y del mundo; escuché la voz de la conciencia de Llewellyn Morrin, secretario del governador Coburn durante la guerra de secesión, quien después de haber iniciado en su día una lucha pertinaz por los derechos humanos, abandonó la política hastiado de las corruptelas del partido republicano; y estudié las proféticas reflexiones del filósofo Hannibal Dana, en las que auguraba un siniestro futuro para la humanidad de no apartarse con resolución del camino del pragmatismo.

La lista de autores continuaba algunas generaciones más hasta que me topé, en la última sección, con el nombre de mi tío David. Todos los escritos mostraban la misma tipografía, como si hubieran sido escritos con una misma máquina. Siete hombres que, pese a sus diferencias, compartían todos ellos la misma intención de transformar el mundo a través del pensamiento y de la palabra. Fue un verdadero placer para la inteligencia poderlos leer de corrido, advirtiendo la progresiva falta de desgaste del papel y las sutiles variaciones en la expresión de cada época histórica, y cuando, ya de noche, acabé con aquel legajo, no pode resistirme a la tentación de lanzarme con una fruición febril a continuarlo.

Acostumbrado como estaba a los usos de la informática, se me antojaba difícil teclear con aquella herramienta primitiva, consciente de que cualquier pulsación errada me obligaría a reescribir el folio, pero no sé si sería porque aquella botella de vino había estimulado mi mente o porque me hallaba en el ambiente más propicio para verter mis ideas en el papel, pero el caso fue que una tras otra fueron desarrollándose con tal inusitada claridad que apenas fueron necesarias las correcciones.

Al mediodía siguiente emprendí el camino de regreso a Boston. Bajo el brazo, el plano de la cabaña que guardaría con celo hasta encontrar a la persona indicada para legárselo. Mis pensamientos se detuvieron en la alumna más aventajada de mis clases de literatura. Brigitte... ¿qué sería de esa muchacha dentro de 20 años?

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04/03/2013, 00:43
Meharis
Sólo para el director

Café con Kumis.

-¿En qué puedo ayudarte?-Pregunto aquel sombrero desde el sillón, rodeado por la insidiosa neblina que desprendía un grueso cigarro brillando bajo el. Aparte la nebulosa con las manos y tomé una bocanada de aire más o menos puro (más menos que más) antes de comenzar.
-Bueno, vera… -Las palabras se secaban en mi garganta saliendo con un tono que me hizo escudriñar a mis lados en busca de si había alguien más en esa sala o aquella era realmente mi voz. Ante la imposibilidad de ver dos palmos más allá volví a centrarme en el puro que me observaba y proseguí.- Se trata de una mujer…
El puro dejo entrever un par de filas de dientes tras él y estos me saludaron sonrientes.
-Siempre hay una mujer.-Pronunciaron.- ¿Se acuesta con usted o es lo que pretende?
Pese a lo impertinente de la pregunta no pude evitar responder, me sentía bastante cohibido en aquel ambiente.
-Es… Solo es una amiga, estoy bastante preocupado por ella…
-Así que es lo que pretende. -Volvió a interrumpir la sonrisa más amplía ahora. No podía apartar la vista de ella dudando entre si faltaba algún diente o estos estaban ocultos por la suciedad y el obscuro entorno.
-No, no. Es solo que hace un par de semanas que no va a trabajar. –Intente explicar como si de un muchacho pillado realizando alguna comprometida tarea me tratara y aquel sujeto fuera quien me había descubierto.-Solo quiero saber si está bien. Solo eso. ¿Me entiende?
-Sí, sí, ya. Lo que usted quiera. No se preocupe.-Los dientes dejaron de sonreír, parecían decepcionados. Me sentí sinceramente culpable por no haberlos podido complacer.-Necesitamos su nombre, y ¿Tiene alguna foto?
-No. Tan solo su nombre…-Era extraño lo mal que me encontraba, no estaba resultando una experiencia emocionante para aquel hombre tratar conmigo y era consciente de ello. Intente ponerle remedio.-Permítame que le explique. Yo suelo ir los viernes a una café…
Por tercera y última vez fui interrumpido. El sombrero se levantó y junto a él partieron el puro, los dientes y una pequeña nube negra. Yo también.
-Sí, de acuerdo. No se preocupe. De los datos a Cindy e investigaremos a su novia.-Una nueva sonrisa, esta con algo de maldad impresa.-Le explicara nuestros honorarios y concertara una nueva cita. No se preocupe, ha acudido usted al lugar adecuado señor Talpen.
Una recia mano salió con presteza desde algún lado cogiendo la mía a su vez. Sin saber muy bien como nos hallábamos junto a la puerta del despacho y mientras intentaba salir de mi sorpresa estaba fuera del mismo.
Hablé con la tal Cindy que resulto llamarse Rosa. Le dije lo poco que sabía sobre la chica y mucho sobre mí. Rellene cantidad de papeles y firme donde sus esmaltadas uñas me indicaron. Deje de leer lo que aceptaba cuando vi algo sobre renunciar a lo firmado en la convención de Ginebra.

Una vez en la calle y tras tomar cuantiosas dosis de aire me dirigí a casa. No podía borrar la experiencia que había tenido de mi memoria. ¡Maldita sea! A aquel tipo mis problemas le importaban una mierda y desde luego Rosindy no iba a encargarse del caso con más ahincó. Todo este asunto debía investigarlo alguien cuya ¿sagacidad? (nunca he escuchado esa palabra, me imagino que será sagacidad) y espíritu no estuviesen movidos por el dinero. ¡Todo este asunto debía ser investigado por mí! ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

Corrí a casa a pasos acelerados. Con el corazón palpitante esquive a mi casera, subí las escaleras y pase bajo las faldas de mi vecina que por algún motivo se hallaba frente a mi puerta. Todo ello al más puro estilo Indiana Jones, y como tal me sentía. Quizá me planteara más adelante la opción de adoptar un niño asiático.
Abrí el armario y extraje una vieja gabardina que había permanecido ahí desde antes de que yo me mudara a aquel lugar. Quizá durante antes incluso de que el antiguo inquilino lo hiciera. Registre los bolsillos curioso y encontré una vacía botella de lo que traduje por la etiqueta era leche fermentada de yegua de nombre “Kumis”. Me negué a comprobar la fecha.
Tenía todo lo que una buena gabardina ha de tener para resolver un crimen, incluso estaba plagada de cuadros. Reconocí un Polock.
La puerta sonó mientras llenaba una taza de la misteriosa bebida. Supuse que mi vecina persistía en su empeño de hablar conmigo y me dio vergüenza que pudiera verme así ataviado. Daba igual, ese era yo ahora. El detective Talpen. Gozaba de cierta sonoridad. Anduve hasta la puerta repitiéndomelo a mí mismo en voz baja. “Saludos, soy el detective Talpen.”, “No se preocupen. Detective Talpen.” No podía menos que sentirme satisfecho, era un nombre escrito para ser impreso detrás de aquella palabra.
Abrí la puerta. No era mi vecina.
-Te…Te he… Te he estado buscando. -Acerté a pronunciar.
-Me has encontrado. -Respondió.
-Soy un detective cojonudo.

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04/03/2013, 17:35
Paladin Taza
Sólo para el director

   El catalejo

   Me había costado un mes y medio de disgustos y fatigas, pero por fin llegué a Santiago de Cuba para cumplir la tarea que el diario me había encomendado: cubrir de cerca las operaciones de la flota española en Cuba. Como el viaje se prolongó más de lo esperado, para cuando llegué la armada estadounidense había bloqueado el puerto y las fuerzas terrestres yanquis amenazaban con tomarlo. España ya había perdido una flota entera en Filipinas y las cosas ya solo podían echarse a perder.


   Apenas hube entrado en el camarote me asaltó la calidez del sol colándose por un ojo de buey solitario, el olor a tabaco negro y el pulcro orden de los documentos y carpetas dispuestos sobre la mesa. Me quité el sombrero de rafia y carraspeé, pero el capitán no se volvió enseguida. Parecía ensimismado en sus pensamientos mientras perdía la vista a través del pequeño ventanuco. Desvié la mirada por el espartano mobiliario. Metálico y grisáceo, anodino y funcional. En una palabra, castrense. Una mesa, dos sillas cubiertas de cuero y un archivador verde. Y desde una de las paredes metálicas, la reina regente parecía observar la estancia con una sonrisa enigmática y serena. El capitán se giró y me desarmó de golpe con una mirada escrutadora y penetrante. Si su mirada me desarmó, su larga barba marinera fue como un directo de derecha.


   ¡Qué barba!


   Aquella barba era a ese hombre, como una falda boscosa a una montaña escarpada. Era la ilustración del propio concepto de barba.


   Me dejé caer en la silla metálica y saqué precipitadamente las cuartillas que usaría en la entrevista. Aquel hombre con aspecto de socrático, deslizó su mirada por mis manos temblorosas y escuálidas. Levantó una ceja desdeñosa y con parsimonia, cogió varias hebras de tabaco de un sobrecito blanco, lo introdujo en una pipa de cazoleta de marfil, lo estrujó y lo prendió. El humo lechoso comenzó a danzar sobre las duras facciones del capitán, para después extenderse como una cortina malvada por el techo del camarote. Por un momento, por un momento al menos, la guerra pareció lejana e imposible en el interior de aquel crucero.


   —Así que usted es el escritor.


   Una voz que sonaba a una banda entera cañoneando al enemigo, una voz de tormenta, de turbina de carbón a plena potencia.


   —Sí. —Incliné la cabeza y miré mis pequeñas manos entrelazadas sobre el metal. —Yo pondré la guerra.


   Por toda respuesta el capitán exhaló el humo de su tabaco y se me quedó mirando. El puerto de Santiago era apenas un murmullo a través del ojo de buey y las explosiones se sucedían cansinamente en la distancia. El barco se mecía suavemente y el agua chapoteaba bajo el casco acorazado del Infanta María Teresa.


   Seguía mirándome sin decir nada, y cuando ya pensaba en derretirme allí mismo, alguien llamó a la puerta y en nada el sobrecargo dejó entre resoplidos a mi querida amiga Tania. Era una Blickensderfer Stamford de piel de ébano y sensuales curvas que hacía las delicias de mis dedos. La máquina se quedó en silencio sobre la mesa, esperando dignamente que comenzase la historia que yo había ido a pescar a aquel barco.


   —¿El camarote es de su agrado? —De nuevo el capitán tenía la vista perdida en el mar.


   —Sí, es excelente. —Introduje metódicamente la primera cuartilla bajo el pasador. Corrí el rodillo y deslicé el carro hasta la posición de partida.


   —Es una lástima que tenga que dejarlo hoy mismo. —Una explosión más cercana de lo normal extendió su eco por todo el puerto.


   —¿Cómo dice? —Pensé que había oído mal. Pero la visión de aquella barba entrecana me infundía tal respeto que callé y asentí.


   —El almirante ha ordenado que la flota parta al encuentro del enemigo. —El capitán dejó una nota arrugada sobre la mesa y se acercó hasta el archivador. Al cabo de un momento, depositó con sumo cuidado un abollado catalejo de latón sobre el escritorio. —Si quiere hablar de la guerra, este catalejo le dará todas las claves. Perteneció en su día al brigadier de la Armada Don Cosme Damían de Churruca, quien halló la muerte en Trafalgar luchando contra el inglés. —El tabaco formaba una neblina espesa que me irritaba los ojos. —Al mando del San Juan Nepomuceno, solo contra seis buques ingleses, solo se arrió la bandera cuando una bala de cañón le quitó la vida.


   Se volvió hacia el ventanuco. —Marineros sin experiencia enrolados a la fuerza, sueldos que no se cobraban, barcos mal mantenidos y un almirante francés que salió a la mar cuando todos lo desaconsejaban. —Exhaló una última voluta de humo. —Ésa es la guerra de la que ha de hablar.


   El capitán se quedó en silencio. Cogí el catalejo y me quedé dudando. Finalmente dejé en aquel camarote mi máquina de escribir. Alargué la mano hasta la nota arrugada, donde el almirante Cervera se dirigía al ministro de marina en estos términos:


   Con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto unánime de los generales de Marina que significa la desaprobación y censura de mis opiniones […].


   Tiempo después se hablaría del desastre del 98. Pero aquel 3 de julio, la flota sufrió  371 muertos, 151 heridos y 1670 marineros fueron hechos prisioneros. Un barco fue hundido y el resto fue embarrancado por sus capitanes. Un estadounidense murió y dos fueron heridos.

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12/03/2013, 14:11
Meharis

SEXTO desafío de escritura: “El pasajero”.


Plazo de escritura: del 12/03/2013 al 27/03/2013


DESAFÍO:


De alguna forma debe presentarse a un tripulante o pasajero de cualquier tipo de transporte. No importa el contexto histórico en el que este aparezca.


EXTENSIÓN:


El relato puede tener un máximo de 900 palabras (aproximadamente dos folios de Word).

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22/03/2013, 02:06
Donbarbosa
Sólo para el director

Triunfo

 

Al son de una fanfarria de trompetas, el carro que transportaba la jaula que me llevaba recluido cruzó al fin la enorme puerta de piedra y la misma muchedumbre enfervorecida que hacía apenas unos momentos había vitoreado al cónsul vencedor callaba ahora para contemplar horrorizada el fiero despojo cubierto de barba, de sangre y de mierda en el que me habían convertido.

Lejos quedaban ya los días en los que, tras la imponente piel de un león, lanzaba arengas a mi pueblo contra el invasor de nuestros sagrados bosques... Ahora los mejores de aquellos valorosos guerreros, aquellos que habían resistido hasta el final del asedio al lado de su rey, caminan en fila cabizbajos, desnudos y atados con férreos grilletes para el regodeo de la plebe que, contagiada por la euforia de la victoria, les dirige palabras de odio en una lengua desconocia y hasta les escupe por haber sabido ofrecer resistencia a sus disciplinadas legiones cuando quisieron arrebatarnos nuestras tierras. Los peores, aquellos que no habían acudido a la llamada de su rey en el momento en el que más los necesitaba, estarían entonces disfrutando de la severa paz romana comprada con su traición.

El lento avance de mi exigua prisión me iba revelando la aldea más grande que jamás se había levantado sobre tierra. Tras la multitud alcancé a ver erguidas soberbias columnas de piedra blanca, colosales estatuas de divinidades poderosas con miradas llenas de serena majestuosidad y edificios tan inmensos que bien podrían dar cabida ellos solos a cualquiera de nuestras aldeas. Y ante tal muestra de grandeza, ¿qué sentido tenía que el despojo en el que me había convertido siguiera haciéndose llamar rey? ¿Para qué implorar a los débiles dioses de nuestros antepasados cuando los suyos se alimentaban con las ofrendas y sacrificios de una aldea mil veces más grande que la mayor de las nuestras?

Volví a dirigir la vista a mi pueblo, antes orgulloso de su libertad y ahora condenado a la servidumbre al enemigo, y entonces comprendí la razón de nuestra derrota. Mis bravos guerreros habían combatido con tanta fiereza o más que sus legiones, pero a difierencia de ellas, uniformadas, disciplinadas y unidas bajo un mismo mando, mi pueblo luchaba cada cual por su clan, blandiendo sus propios emblemas y obedeciendo a decenas de caudillos ambiciosos que solo olidaban sus antiguas rencillas cuando el oro o la amenaza de un enemigo común los obligaba a trabar frágiles alianzas. Y el oro llevaba grabado en su reverso el águila de Roma.

El sol abrasador del mediodía y el hambre de varios días hicieron que las voces airadas de la multitud sonaran cada vez más débiles para mis adentros como un coro espectral que vaticinaba mi muerte inminente; pero justo cuando mis ojos se cerraban para abrirme el camino del encuentro con mis ancestros, pude oir un sonido metálico contra los oxidados cerrojos de la jaula, y sentí en mis carnes la afilada punta de una lanza que desde el extremo opuesto me impelía a salir al exterior. Movido más por un acto reflejo que por las exiguas fuerzas que aún me quedaban, me di de bruces contra el suelo empedrado entre las carcajadas y el escarnio de la multitud que rodeaba el templo más grande que ningún hombre hubiera visto jamás. Intenté levantarme, pero mis piernas, adormecidas después de tres semanas de reclusión, flaquearon y volví a caer.

Las lanzas y las patadas de mis captaron consiguieron que acabara arrastrándome por la escalinata que ascendía hasta el tempo del dios vencedor. A ambos lados, sendos grupos de ancianos cubiertos con túnicas púrpura. ¡Sus jefes! Varios pasarían de los ochenta años y ninguno parecía lo suficientemente fuerte como para esgrimir una espada. De hecho, más de uno tendría serios problemas para bajar aquellos escalones sin reposar ambos pies tras cada paso. ¿Y aquellos hombres, apenas capaces de mantenerse en pie, eran los que mandaban sobre los destinos de decenas de miles de guerreros capaces? ¿Sería aquella la razón de su gloria o el principio de su propia destrucción?

Al fondo de la nave, bajo una severa imagen del cruento dios del rayo, tan envejecido como los hombres togados, aguardaba el sumo sacerdote junto a la conocida figura del general triunfal que comenzaba a hablar con voz grave:

- Yo, Julio César, descendiente de Venus y cónsul de la república, ofrezco hoy a Júpiter Óptimo Máximo la vida del caudillo Vencingétorix, enconado enemigo de nuestro pueblo, como trofeo tras la victoria de nuestras gloriosas legiones.

Agaché la cabeza, dispuesto a que su espada acabara de una vez por todas con mi vida y pusiera fin a mi humillación, pero antes de morir aun tuve tiempo de mascullar entre dientes en la sagrada lengua de los druidas la oscura maldición que pesaría sobre él y todos sus descendientes.

Que tu ambición sea la semilla de tu muerte
Los mismos que hoy te aclaman
levantarán mañana contra ti el puñal.

Que tras tu caída tu pueblo se desangre
En una lucha fratricida
Para coronar al tirano
Y al monstruo que derrocará al tirano.

Y así, hasta que de estas gloriosas murallas
No quede más que polvo y ruinas.

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22/03/2013, 02:54
Meharis

Hasta el día limite te dejo revisarlo.

 

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07/04/2013, 22:21
Paladin Taza
Sólo para el director

Pingüinos locos

La cubierta parecía estar barnizada por una pátina de estrellas que reflejaban la distante y mortecina luz del sol de media noche. El viento cortante se colaba a través de las escasas ranuras de la ropa, y los pequeños copos que arrastraba, revoloteaban en todas direcciones como si hubieran olvidado las consideraciones más elementales acerca de la gravedad y el significado de arriba y abajo. Como me pasaba a mí siempre que llegaba al Ártico, cuando la noche se retiraba a la otra cara del mundo y dormíamos bajo la luz.


Todos mirábamos en ese momento sobre la borda de estribor, arracimados en torno a una puerta. Todos nosotros enfundados en abrigos de colores vistosos, algunos con trajes térmicos, guantes, manoplas y gruesas bufandas. Parecíamos una extraña tribu de pingüinos luchando por conservar el calor mientras observábamos una puesta de sol que era a la vez amanecer. El amanecer de medianoche, lo llamaban. Me sentía afortunado por estar allí, lejos del tráfico de Madrid, de los horarios, del estrés. En el seno de aquel grupo de científicos. Mi tribu de pingüinos locos.


El amanecer de medianoche marcaba el ecuador de nuestra campaña de sondeo a bordo del Sirio. Era un barco oceanográfico de diez mil toneladas provisto de todo lo necesario para sobrevivir en el mar durante meses. Seis grupos de investigación recogíamos muestras biológicas, extraíamos testigos de los sedimentos y medíamos parámetros físicos y químicos de gran interés para varios proyectos de investigación. Para ello, teníamos cuatro meses y un equipo de marinos que nos miraban a veces con simpatía, a veces con desconfianza. Y no me extraña. Porque entre nosotros, no solo había científicos de todas las ramas y rincones del mundo, también había todo tipo de personajes.


Dejamos la puesta de sol y volvimos dentro apresuradamente. Aquel día habíamos preparado una fiesta por todo lo alto: una suculenta cena, una velada de juegos (team-bounding lo llamaban los guiris) y una pista de baile con los hits del momento. Corrió la cerveza y el vino caliente. Comimos feijoada, knödel y otras muchas cosas que no sabría identificar. Para acabar había multekrem, un postre típicamente noruego. Empezamos hablando del IPCC y del cambio climático, y acabamos hablando de posturas en la cama. Como siempre.


No sé cómo acabó la noche. Sé que desperté en el camarote de Ana y que mi cabeza me retumbaba. Sé que mi orina podría haber ardido si le hubiese acercado un mechero, y que en una de las duchas me encontré a Víctor Prattchenko durmiendo en su propio vómito. En definitiva, el día después de la fiesta, el barco era una ciudad de muertos vivientes.


  No fue hasta la hora de la comida cuando el director de la expedición nos dio la mala noticia. Además de algunos actos vandálicos, apareció una bolsa repleta de heces humanas en el interior de uno de los laboratorios, alguien se había dedicado a arrancar los cajetines de la red Wi-fi del barco. Uno a uno, había cortado los cables y las centralitas habían desaparecido.


No comprendimos enseguida lo que significaba aquello. Sabíamos que el barco era una isla de civilización en medio del un desierto de gélida agua salada. Recuerdo que alguien me dijo que caer en aquellas aguas era como nadar en ácido sulfúrico, que la muerte por hipotermia sobrevenía en cuestión de pocos minutos. De momento, podíamos seguir refugiándonos en la cálida panza del barco en compañía de nuestras convenciones sociales y costumbres, pero sin la red Wi-fi, nuestro cordón umbilical con el resto del mundo se había partido.  Quizás alguien decidió usarnos como cobayas para su estudio sociológico. Quizás fue una simple ocurrencia. Lo cierto es que sin Twitter, Facebook ni Skype, no podíamos mantener contacto con nuestras familias ni amigos. La comunicación por radioteléfono era insuficiente. Sin esas redes sociales, un acto de comunicación tan cotidiano como necesario se volvió imposible.


Cuando Rosalía se tiró al mar todos comprendimos que habíamos atravesado una frontera, que nuestra tribu se deshacía. Que quizás nuestro grupo nunca había sido tal, y que dependíamos en gran parte de un grupo mucho mayor y lejano. Que quizás nunca habíamos sido pingüinos locos conservando el calor de la colonia.


La expedición se canceló y volvimos a Kiel, pero solo cuando volví al bullicio de  Madrid, fui plenamente consciente de lo mucho que había sufrido esos días.


Al menos creo haber sacado algo en claro de todo aquello. Nuestra cordura dependía de esa sensación de que pertenecíamos al mundo.

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07/04/2013, 22:35
Neriah
Sólo para el director

El último viaje de Roberto.

Me subo al primer transporte de la mañana. Es cálido y me protege de lo más crudo del invierno, pero apesta. Miro a mi alrededor, el resto de pasajeros van agarrados tan fuerte como sus extremidades se lo permiten, y yo me desplazo hasta que encuentro un hueco que me gusta, allí me acurruco y decido que es buena hora para empezar con el desayuno.

De pronto, el movimiento cesa por un instante y todos los pasajeros nos ponemos tensos cuando el transporte se estremece y nuestros sitios empiezan a dar sacudidas. Muchos salen volando de sus posiciones, quizá jamás sepan qué ha pasado, ni por qué han muerto. Por suerte para mí, el lugar que he escogido me protege de las sacudidas más fuertes y logro mantenerme en él agarrándome con todo lo que tengo.

Y de nuevo reanudamos la marcha, parece que la crisis ha pasado y podemos seguir. Tras un par de horas de viaje, he hecho un transbordo en el parque del oeste. En esta ocasión el olor es mucho más agradable y aquí, incluso la comida sabe mejor. Es extraño, pero no veo a ningún otro pasajero, salvo los dos que han hecho el transbordo conmigo. Nos dispersamos por el espacio que tenemos, como si no quisiéramos estar demasiado juntos. Y a pesar de que el hueco es mucho menor, al no haber más pasajeros, tenemos mucho más sitio que en el anterior, además, este no da las terribles sacudidas que daba el otro, así que nos ponemos cómodos.

Pero algo extraño me pasa, no me encuentro bien, mis extremidades sufren espasmos. Algo no está bien en esta comida. Veo que mis compañeros están en la misma situación y eso no es lo peor, de pronto vemos como unas rejas bajan y empiezan a acercarse, no puedo moverme, estoy completamente paralizado. Las rejas me empujan y termino por salir despedido del transporte, caigo al suelo, oigo un grito de asco y lo último que veo antes de morir es un pie que baja para aplastarme.

Y estas, señores, fueron mis últimas horas de vida. Dejadme al menos que me presente, mi nombre era Roberto, Roberto la pulga...

Notas de juego

Siento la brevedad, pero es todo lo que me ha dado de sí el cerebro con tan poquito tiempo

Un saludo.

He editado para poner el título en negrita y arreglar una falta de ortografía que hubiera sacado más de una córnea. (Si no se puede avisad y lo vuelvo a dejar como estaba...)

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11/04/2013, 11:34
paloto
Sólo para el director

Ver las estrellas contigo

 

En sueños escuchó un ensordecedor rugido que hizo temblar el suelo y las paredes. En el silencio que le sucedió, se volvió a dormir.

- Despierta, Dewi. Vamos.

Se incorporó frotándose los ojos intentando recordar dónde se encontraba.

- ¿Qué ocurre, Van?

Van era lo único de lo que estaba segura en aquel momento. Había estado a su cuidado desde que Dewi recordaba. Era un trotamundos que su padre había contratado para la fábrica. Como no tenía hogar, se instaló con ellos y desde entonces había sido un miembro más de la familia.

- No, aún es de noche. Tienes que venir, rápido. Ponte esto -añadió tendiéndole el chaleco salvavidas que había bajo la cama.

Un profundo sonido metálico recorrió toda la habitación. La lámpara del techo se agitó mientras todo el barco parecía lamentarse.

«Claro, estoy en el barco», recordó saltando de la cama y poniéndose la chaqueta.

-  Pero... ¿Qué pasa? -preguntó  algo asustada.

- Es una sorpresa. Acompáñame.

Sin replicar salió tras él a rápidas zancadas sin poder reprimir un bostezo.

- Verás, Dewi. El capitán va a convertir el barco en un parque de atracciones. -dijo él sin dejar de caminar -Pero para poder montar en las atracciones debemos ser valientes, ¿de acuerdo?

Ella estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa. ¡Un parque de atracciones en el mismo barco! Era una idea genial. Asintió sonriente. Continuaron caminando por el pasillo. Los crujidos del casco se repitieron, lo cual era para Dewi un claro indicio de que lo que le había dicho Van era cierto. El barco ya se había empezado a transformar.

Giraron por uno de los pasillos y vieron cómo se había empezado a inundar y a inclinar ligeramente. Unos metros más adelante, un hombre apareció corriendo con el rostro compungido. Los miró aterrado y se alejó gritando por un pasillo transversal.

- Van, ¿qué le pasa?

- Viene de la casa del terror. El capitán se enfadará con él. -dijo convincente -Eso no ha sido muy valiente.

- No, señor -corroboró Dewi.

Su camino se vio interrumpido cuando tuvieron que atravesar un pasillo inundado.

- Es la piscina del polo norte. Está muy fría -había dicho Van con una tranquilizadora sonrisa.

Atravesaron soportando el frío la zona inundada. El agua llegaba casi hasta el techo, dejando el espacio justo para que mantuvieran la cabeza y el cuello fuera del agua. Cuando salieron se encontraron a un numeroso grupo de gente. Se alejaron de allí a la carrera recuperando el calor. Cuando alcanzaron la cubierta corrieron hacia la zona trasera del barco y vieron que el último bote había zarpado con una docena de hombres a bordo.

- ¿Qué ha ocurrido? -preguntó a una mujer que los observaba alicaída.

- Lo han robado a punta de pistola.

Van se derrumbó.

- Vamos, Van -le dijo Dewi intentando inútilmente levantarlo- Ya montaremos otro día. No pasa nada.

Él alzó la vista, contempló a la niña y aún con las lágrimas cayendo por su rostro, sonrió.

- Es cierto -dijo poniéndose en pie -Vamos. Conozco otra atracción.

El barco se había inclinado aún más, pero ayudados por una barandilla, lograron avanzar hacia la proa. Alcanzaron el frente de una de las cabinas de mando y se sentaron.

- Verás, Dewi. Ahora el barco se seguirá inclinando. Debemos apoyar nuestras espaldas en esta pared y cuando se levante, miraremos las estrellas, ¿vale?

Ella asintió sonriente. Guardaron silencio durante varios minutos en los que la cubierta fue ganando pendiente. Poco a poco, lo que antes era el suelo, se  convirtió en pared, y lo que era pared, en suelo. De pronto, el barco dio un bandazo.

- ¡Uuuuoooo! -gritó Dewi en un estallido de júbilo -¡Qué divertido! ¡Otra vez! ¡Otraaa!

Van la miró.

- No, Dewi. Ahora miraremos las estrellas.

La proa volvió a elevarse, poco a poco, inexorablemente. es Dewi y Van contemplaron las estrellas en silencio, mientras notaban como comenzaban a descender al tiempo que la proa se levantaba. A sus espaldas, 46.000 toneladas de metal se hundían en un rugido que se volvía ensordecedor por momentos.

- ¿Qué es eso? -preguntó ella gritando para hacerse oír.

- La maquinaria de la atracción.

- Ah...

Guardaron silencio unos instantes.

- Van.

- ¿Sí, Dewi?

- Me gusta ver las estrellas contigo.

- A mi también, Dei.

Pero él no miraba ya las estrellas. Miraba a la niña que tumbada a su lado contemplaba el cielo con aire soñador, ignorando que el vasto océano estaba a punto de tragárselos.

Notas de juego

Sugerencia: Paladín Taza y yo ya hemos intercambiado estos relatos y nos los hemos comentado mutuamente. Sería conveniente que no tuviésemos que volver a hacerlo entre nosotros :P

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16/04/2013, 01:09
Meharis

SÉPTIMO  desafío de escritura: "Un futuro programado"


Plazo de escritura: del 16/04/2013 al 05/05/2013


Plazo de comentarios: del 05/05/2013 al 12/05/2013


DESAFÍO:
Introduce en tu relato dos de las siguientes situaciones, desarrolladas de la forma que consideres oportuna:
-Un personaje de la historia amenaza con acabar con su vida.
-Caen del cielo elementos inusuales.
-Una cámara de seguridad es testigo de un acto inusual.
-Un personaje pretende aislarse de la sociedad.
-Un subordinado conspira.
-Un elemento tecnológico se revela.
-Se produce una burbuja especulatoria sobre un elemento cotidiano.
-Un alto dirigente comete un acto bochornoso.
-La probabilidad de que ocurra una catástrofe es ignorada.


Valorar positivamente el que la acción desarrollada este planteada en un contexto futuro (No obligatorio).


EXTENSIÓN:
El relato puede tener un máximo de 900 palabras (aproximadamente dos folios de Word).

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24/04/2013, 11:33
Neriah
Sólo para el director
Un futuro programado

El lunes del fin del mundo comenzó como cualquier lunes. Vale, cualquier lunes no habría empezado con una lluvia de ranas en Tokio, pero para el resto del mundo, empezó como cualquier otro día…

Aunque quizá me estoy adelantando a los hechos, a la mayoría de la gente no le interesa saber qué pasó durante el Apocalipsis, sino cómo no cargamos el planeta. A algunos, incluso, eso les importa poco o nada y sólo quieren saber por qué narices llovían batracios en la capital nipona. No os preocupéis, todos tendréis respuestas.

Si bien es cierto que el meollo de la cuestión comenzó el viernes, en realidad la causalidad venía de mucho antes, venía de tan atrás que fácilmente podríamos confundir causalidad con casualidad. Quince años antes, una mariposa volaba tranquilamente, sin preocuparse de los tifones que podría estar causando al otro lado del mundo, un simple insecto pululando por ahí, sin ser consciente de que, en parte, sería la culpable de que el mundo tocase a su fin.

Detrás de ella corría un niño pequeño y detrás del niño, como la “vigilante” madre estaba muy ocupada gritándole a su teléfono móvil, sólo corría era el viento. Y siguiendo al lepidóptero, el niño saltó a la carretera. Apaciguad vuestros miedos, que nada malo le pasó al pequeño. Peor suerte tuvo el conductor del Wolsvagen que venía por el mismo carril. Consiguió dar un volantazo a tiempo para no atropellarlo, pero al hacerlo, se llevó por delante una señal de stop y el buzón de correos que había detrás.

Y eso fue el principio del fin, no por el niño, ni por la mariposa, ni siquiera por el hombre que se quedó sin coche y sin costilla. No. Lo que inició el Apocalipsis fue la carta que nunca llegó a su destino.

En ella, el doctor Uberhaüfer, gran científico y mejor médium, detallaba los peligros de la investigación de la nueva vacuna en desarrollo de los laboratorios Shinkusuri, pero la carta se perdió, y el docto Alemán murió poco después de un infarto, así que nadie supo cuáles eran esos peligros.

Quince años después, el viernes antes del fin, los laboratorios Shinkusuri estallaban de emoción, después de tantos años de investigación, lo habían conseguido. ¡La vacuna contra el envejecimiento estaba terminada! Los últimos sujetos experimentales, llevaban dos años sin envejecer ni un poquito. Se preparó un simposio para el lunes siguiente, se llamó a los altos dignatarios y, cuando todos los preparativos estuvieron listos, se descorchó el champán, se calentaron botellas de sake y toda la compañía se unió a la celebración. Incluso el señor Takahito, presidente de la compañía, y japonés serio y trabajador, como sólo un japonés puede serlo; se permitió unirse a una de las congas de celebración, con una botella de sake, la corbata anudada en la cabeza y cantando Doraemon a voz en grito.

Era lunes y Dios escuchaba los Laudes cuando Uriel se le acercó con los informes matutinos. –Malas noticias. –Dios alzó una ceja metafísica y esperó a que el arcángel continuase. -¿Recuerda que en el 2000, contra todos nuestros consejos, usted pospuso el Apocalipsis, porque la tierra era un modelo antiguo, que seguía ronroneando como un bebé? –El Señor asintió. -¿Y que en el 2012, tras fallar la primera ITV, usted la arregló un poco y consiguió que siguiera aguantando, contra el pronóstico de los Mayas? –Un nuevo asentimiento. –Bien señor, ya no se puede posponer más, el fin del mundo es inminente. – ¿Qué quieres decir? –Digo que empieza en diez minutos. Los humanos han descubierto una nueva manera de eludir a la muerte, y bueno, ya sabe usted como es Muerte… Se lo ha tomado como un reto personal y ha decidido acabar con la vida antes de que la vida acabe con él, así que ha cogido el libro de los sellos y se ha liado a abrirlos sin consultar a nadie. Tenemos nueve minutos para organizarlo todo antes de que empiece el acabose.

Dios se levantó de un salto. -¡Rápido! ¡Que traigan las plagas! ¡Y el fuego! ¡Y el azufre! –El ángel carraspeó. –Verá señor, las plagas fueron enviadas al infierno tras la reforma cristiana. Y no tenemos fuego y azufre desde Sodoma. -¿Y entonces qué tenemos? –Bueno, acaban de llegarnos cuatro ranas de un laboratorio, están esperando el juicio de San Ped... -¡Que las traigan! ¡Y avisa a los jinetes! -Esto… -¿Tampoco tenemos jinetes? -Como ya dije, Muerte está empezando sin nosotros. -¿Y el resto? –Verá señor, Peste andaba deprimidillo desde la invención de la penicilina, pero cuando descubrieron la cura del SIDA, se volvió loco, dijo que lo dejaba, que no aguantaba más… -¿Y Hambre y Guerra? –El ángel titubeó. –Bueno, Hambre, ha dicho que la agencia de modelos va muy bien y no piensa dejarlo y Guerra no llegará a tiempo, viajaba a X-42 en la nave colonizadora. – ¡Maldita sea! ¡Bah! ¡Tráeme las ranas! ¡Y que venga mi hijo, que tiene que multiplicarlas!

Y así fue como llegó el fin, con Dios lanzando ranas bien apuntadas hacia Shinkusuri, Muerte trayendo la ídem allá donde pisaba, Hambre intentando salvar lo poco que quedaba de la pasarela de Milán y Peste pescando en las tranquilas aguas de Chernobyl.

Afortunadamente, en una galaxia muy, muy lejana, un grupo de humanos comandados por Guerra, preparaban la invasión del planeta x-42, pero eso es otra historia, y deberá ser contada en otro momento.