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Taller de relatos cortos

Relato 010 - Ossyahn [INDEPENDIENTE]

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11/04/2013, 02:07

 

El Perro De Wutang

 

La sensación del agua helada estrellándose en su cabeza le hizo despertar. Lo siguiente que notó fue el sabor dulzón y metálico de su propia sangre. Sintió el entumecimiento de una soga en las muñecas y un respaldo de madera clavándosele en las costillas. Le costó un par de segundos recordar dónde estaba y qué hacía allí. Intentó abrir los ojos, pero sólo uno de ellos no estaba lo suficientemente hinchado. La lámpara de gas que sostenían junto a su cara le obligó a parpadear varias veces haciéndole lagrimar. Un leve gemido escapó de algún lugar en su interior mientras su visión se hacía cada vez más nítida.

– Ha abierto un ojo.

Reconoció su voz y su expresión. Le observaba a un palmo de distancia con aire divertido, con la lámpara colgando de su mano derecha, tan cerca que ambos notaban su calor en las mejillas. La luz bañaba sus facciones, sus ojos rasgados y sonrientes y parte de su uniforme. Pudo ver como se giraba para comprobar si su comentario había hecho algún efecto. Otro soldado que se apoyaba junto al portón lo complació con una risita forzada.

El pequeño quinqué de latón no alcanzaba a iluminar del todo la estancia, pero se podía apreciar a simple vista que se trataba de una cuadra, de tamaño considerable, y que había vivido tiempos mejores. Seguramente había servido para alojar bueyes o vacas, pero los pesebres estaban destrozados y aquí y allá había escombros y restos de barriles. Incluso se podía ver el cielo estrellado mas allá de las vigas a través de algunas partes del techo.

El joven sargento volvió a mirarle, aún sonriente. Luego se irguió y comenzó a caminar alrededor de la silla con el mismo ademán que un rey paseando entre sus súbditos.

– Te lo estás poniendo muy difícil.– dijo despreocupadamente. El quinqué seguía balanceándose en su mano conforme caminaba haciendo que la luz bailase sobre el suelo y las paredes.– Sabes que si no nos dices lo que queremos saber va a ser  una noche insoportable. Échate una mano y podrás volver para jugar con tus cabras.– Otra mirada hacia su compañero. Otra risita forzada.

– Ss…– lo que debía ser una vocal se quedó en su garganta. Tosió.– Solo pasó por mi granja… a pedirme comida… y se la di…

– Eso ya lo has dicho.

– No sé nada más…– un sollozo se abrazó a las últimas sílabas.

La mueca del soldado se torció en un gesto de insatisfacción claramente fingida. Soltó un suspiro, se ajustó la correa de cuero sobre los nudillos y le plantó un puñetazo en medio de la cara.

– Está bien. No me gusta repetirme, pero qué se le va a hacer… – hizo una pequeña pausa y carraspeó.– Ayer, por la tarde alguien llamó a tu puerta. Cojeaba y llevaba un Springstone del calibre 40, el fusil regular del ejército, un tanto ilegal en manos de civiles. Es un mal bicho, un criminal y no sabemos dónde está. ¿Me sigues?¿O tendremos que seguir moliéndote a leches? Porque yo ya me estoy cansando.

La única respuesta que recibió fue un gemido ahogado. El pobre hombre cabeceaba en una posición patética y un hilo de sangre y baba caía de su boca hasta el suelo.

– Joder…– el soldado le levantó el rostro agarrándole del pelo y lo observó con mirada experta.– Éste no aguanta otra tanda.

No es que le importara demasiado. De hecho sabía que no le sacaría nada más la primera vez que se desmayó, pero de vez en cuando uno tenía que sacudirse el aburrimiento de encima. Le habían pedido que lo ablandara. Pues muy bien, más que blando lo había dejado.

– Igual te has pasado un poco.– el soldado junto a la puerta habló por primera vez. El joven sargento le dedicó una mirada molesta.

Un ruido de cascos comenzó a distinguirse viniendo de fuera del edificio, a cierta distancia. Ambos se quedaron en silencio y escucharon. El que estaba junto a la puerta cogió un fusil que descansaba en la pared y corrió el cerrojo del arma lentamente, haciendo que una bala se deslizara dentro la recámara con un suave chasquido. Finalmente tres o cuatro caballos llegaron junto a la puerta y se oyó un pequeño intercambio de palabras con los dos hombres que mantenían guardia en el exterior.

– Mierda… ya están aquí.– el sargento comenzó a mirar inquieto por la habitación. Después de asegurarse de que no había nada que no debiera estar, se alisó la ropa como pudo y se colocó en posición de firmes.– Aparta eso, idiota.– el otro, que aún apuntaba hacia la puerta, al ver su gesto volvió a dejar el rifle en la pared e hizo lo propio.

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30/04/2013, 16:23
Meharis

 

El Perro De Wutang , 2 parte.

La puertecilla que había en uno de los batientes del portón se abrió de golpe y dos figuras entraron sin muchos miramientos.

Los dos eran algo más altos que los soldados. Uno de ellos, que caminaba medio paso adelantado, llevaba galones de oficial en la guerrera. El otro vestía un traje de chaqueta y pantalón sencillo pero elegante, con una corbata fina y un sombrero bajo de fieltro. El oficial apenas miró a los hombres que le recibían tiesos como dos columnas de granito, porque sus ojos estaban fijos en la silueta cabizbaja que esperaba sentencia al final de la sala.

El hombre que le acompañaba ocultaba una mirada escrutadora detrás de unos anteojos redondos y la sombra que ribeteaba el ala de su bombín. Unas patillas espesas, que se unían con el bigote en un corte sobrio, distorsionaban el talle de su rostro, de manera que las únicas facciones que se podían distinguir eran el mentón y los labios, que apretaba en una expresión severa. Mientras el oficial cruzaba la estancia a grandes zancadas éste le acompañaba de cerca con un maletín médico de cuero negro y observaba el entorno con una mezcla entre ansiedad e interés.

El sargento, que vio cómo el oficial pasaba por delante suyo sin prestarle el menor caso, se apuró a cogerles el paso.

– Mayor Bradshaw, señor. Le estábamos esperando.– dijo, intentando parecer complaciente.

Eduard Bradshaw se paró a un par de pasos del hombre de la silla. En la penumbra, rodeado de polvo, paja y mierda parecía más patético todavía. Le arrancó al sargento la lámpara de gas de las manos y se acuclilló junto a la silla intentando enfocar al pobre hombre desde abajo. Por la cara que puso después de dejar la lámpara en el suelo y volver donde él se encontraba, el sargento supo que las cosas no habían pasado exactamente como estaba previsto.

– Imbécil.– No pareció un insulto, simplemente un hecho que el Mayor Bradshaw vio pertinente resaltar. Era relativamente joven para su rango, no más de veintisiete o veintiocho años, pero no le faltaba la frialdad, la autoridad y la exquisitez exacerbante de los oficiales que te hacían cagar en los pantalones. – Corríjame si me equivoco, señor Elder, y en realidad no recuerdo mis palabras exactas, pero estoy seguro de no haber ordenado machacar a nuestro único testigo y por lo tanto lo más parecido que tenemos a una pista concluyente.– El inglés del Mayor Bradshaw era de un acento casi impecable y hablaba de manera clara y sorprendentemente sosegada para que el inglés mucho más rústico del sargento captara el mayor número de palabras posible. A pesar de eso, para el sargento, lo que decía no tenía ningún sentido.

– Pero señor…

– Cállese. ¿Entiende la diferencia entre interrogar y machacar, señor Elder? Porque me resulta tremendamente perturbador imaginarle haciendo saltar dientes cada vez que tiene que pedir la hora.

Pero en la cabeza del pobre Sargento Elder sólo cabía que tan sólo había hecho exactamente lo que se le había pedido. Todo el mundo sabía lo que ablandar significaba. Sí que era verdad que a veces se le iba la mano, pero tanto él como muchos otros habían ablandado a docenas de personas por petición del Mayor y nunca les habían dado nada que no fuera un asentimiento y una palmada en la espalda. Y más aún cuando se trataba de dar refugio a Sujetos Peligrosos. Algo había diferente esta vez y la mente oxidada del sargento buscaba una respuesta a base de chirridos, bajo la presión de la reprimenda del Mayor Bradshaw que aún continuaba. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de los ojos azules del Mayor y observar el extraño del traje oscuro y el maletín. Ahora creía entenderlo, pero la tormenta seguía cayendo sobre su cabeza.