—Yo lo digo. Pero te admito que el tiempo es un hándicap para ti.
Fue todo cuanto respondió, observando mejor su sonrisa. Y su risa explosiva, como una chispa inesperada que no terminaba de encajar con el resto... aunque de algún modo sí lo hacía.
—Tipos de blandengues... —reflexionó— Entiendo. Como sea, me gusta el resultado que veo, Thestral.
Se encogió de hombros, sin añadir peso a lo dicho.
—¿Gryffindor, insensato? Bueno... por un lado, el que salió quemado llevaba ropas que se prendían con facilidad y no preparó runas defensivas. ¡Ni siquiera sabía que los dragones escupen fuego y tienen garras y dientes! Seguro que pensaba que eran lagartijas. Y por el otro, hay pocos tesoros o conocimientos que merezcan la pena y no requieran cierto riesgo. La fortuna sonríe a los audaces, dicen.
Lo siguiente le hizo fruncir apenas el ceño. Había algo familiar en ese peso, algo con lo que había aprendido a cargar sin que se notara.
—¿Los Sagrados 28? Ah, sí... las familias británicas más puras —rodó los ojos apenas—. La élite de la élite. Expectativas, compromisos, alianzas, reputación... —enumeró con desgana— Lo mismo en todos lados. Sólo cambia el idioma del brindis.
Se pasó una mano por el cuello, como sacudiendo algo invisible.
—Ah, y pues... otro dragón, supongo, le pone el anillo.
Entonces, con toda la solemnidad innecesaria que pudo reunir, se inclinó levemente, teatral:
—Gracias por permitirme disfrutar de vuestra compañía.
Ni preguntó por el Hufflepuff. Era demasiado específico para ser mentira. Y demasiado absurdo para no serlo también. Ambas cosas eran posibles con ella.
Cuando volvió a hablar sobre volar en las tormentas, Aksel no discutió. No valía la pena. Para él, sonaba como una justificación con poesía añadida. Una manera elegante de llamarse pragmática sin querer soltar el lirismo.
Estiró el cuello con gesto pensativo.
—Quid pro quo.
Fue todo cuanto dijo al respecto de caballeros, princesas y dragones. Al menos en eso, estaban en el mismo lado del tablero.
Entonces llegó la frase final. Lo miró, con ese filo en la voz, preguntándole si pretendía arreglarla.
Aksel no parpadeó.
—No te estoy pidiendo nada. Tampoco lo ofrezco y, mucho menos, voy a arreglar nada. Sólo estoy aquí. Sólo te daba una opinión. Para eso estamos aquí, ¿no?
Se quedó en silencio unos segundos más. Observaba sin invadir, con la atención del que ya ha notado algo. Algo que no parecía tan leve como al principio. Una vez más. Una sola más, y tomaría medidas.