Cuando bromeó con lo del sillón, el regazo y los ronroneos, mi expresión osciló entre la risa contenida y una sorpresa suave, con esa chispa que aparece cuando alguien dice justo lo que no esperabas... pero que parte de ti deseaba oír.
—Hmm... ¿caricias y trono felino incluido? Miau —maullé apreciativamente, con una media sonrisa—. Puede que tengas más poder del que pensaba y lo estás usando peligrosamente bien. Quizá sí seas ese villano encantador.
Cuando al fin habló de su musa, algo dentro de mí vibró con una intensidad cálida, como si sus palabras hubieran rozado un hilo invisible en mí que nadie más había sabido tocar, a pesar de la de veces que había escuchado esas mismas palabras de muchos más labios.
—Deberías dejarle propinas a tu musa. Porque se lo ha ganado —susurré, con esa sonrisa que había llegado a mis ojos.
Luego vino esa sonrisa suya con ese guiño y me quedé un minuto intentando apreciar lo que podía del gesto antes de sonreír, como si no estuviera tan segura de querer silenciarle.
—Quizá no quiera hacerlo. Quizá solo quiera oír qué más tienes que decir pero esta vez sin nada más entre nosotros.
Y entonces... entonces bajó la cabeza. Su rostro se ocultó detrás de ese cabello pelirrojo como si quisiera esconder algo que no sabía cómo ofrecer. Me quedé en silencio sin saber qué decir al principio. Solo sentí cómo el corazón se me aceleraba, sin prisa pero sin tregua, cuando dijo que me dejaría hacerlo... especialmente con los labios. Y cuando añadió lo del baile, cuando insinuó que quizá... sin el cristal... Mi corazón dio un vuelco que ni siquiera intenté disimular.
—Entonces encuéntrame y veremos qué ocurre, pero hazlo antes de que me acostumbre a la idea de que solo eras un reflejo bonito.
Sentía que el tiempo se nos escapaba entre los dedos y quería saber una última cosa antes de que el espejo amenazase por cortar finalmente la conexión.
—Si pudiera robarte un pensamiento ahora mismo... ¿cuál sería?
No respondió de inmediato. La miró. Pero no como se mira a alguien con quien juegas a coquetear o impresionar. La miró como se observa algo que no se quiere romper. Como si sus palabras fuesen hilos y tuviera miedo de tirar demasiado fuerte.
Cuando la oyó maullar, bajito, con esa media sonrisa entre insinuación y juego, se le escapó una risa grave, cálida, que no le pidió permiso.
—Estoy un poco más cerca entonces... —dijo, dejando que la voz se le suavizara al final—. Me gusta.
Aflojó los hombros apenas, como si su cuerpo por fin encontrara una forma de descanso rara frente a ese cristal. La miró con los ojos entornados, como si quisiera guardar la imagen exacta en una caja.
—Espero que, como mínimo, mi encanto esté dándote un buen rato ahí... frente a este espejo tan idiota. Yo... estoy agradeciendo cada segundo.
Cuando ella dijo que su musa merecía una propina, asintió, muy solemne.
—Leche calentita y galletas de jengibre recién horneadas. Y una nota que diga: "sigue viniendo, musa, me haces parecer interesante".
Su sonrisa se mantuvo, ladeada, contenta con la idea.
—Pero si no vas a callarme... entonces tendrás que dejar que te lo susurre al oído. Incluso dormida —se acercó un poco más, hasta que el vaho volvió a empañar parte del cristal, y sacó la lengua, infantil y provocador—. Y no vale poner cara de seria después, Menta.
El juego bajó un poco cuando ella dijo lo del reflejo. Y él asintió, esta vez sin sonrisas burlonas ni bromas entre líneas.
—Coincidimos en algo, entonces. El reflejo frente a cada uno de nuestros ojos es bonito. Bonito por lo que muestra. Pero también por lo que deja entrever.
Cuando le preguntó qué pensamiento le robaría si pudiera... guardó silencio. No por no saberlo. Sino porque no quería decirlo mal.
La miró, con ese brillo de algo que aún no se ha dicho y lleva tiempo esperando salir. Y cuando habló, su voz fue baja, honesta.
—Pensaría en cómo sería tu cara por la mañana, justo al despertar. Con el pelo alborotado, sin defensas, sin nada que demostrar. Con las marcas de la almohada aún en la mejilla y los ojos aún sin enfocar. Querría saber si te ríes al verte o si te tapas la cara... si bostezas fuerte o en silencio. Pero sobre todo... querría ver la honestidad que solo existe justo en ese instante. Ese segundo sin filtros.
Y no añadió más. Porque eso ya era mucho.
—Si tienes un pétalo... Tómalo. Pero no me digas aún a qué sabe. No todavía.
Y esta vez no preguntó más. Solo esperó. Como si el tiempo estuviera dispuesto a alargarse solo por ella. Aunque aún quería saber si conseguía llegar a canela con pimienta.
Me quedé quieta, tan quieta que sentí el latido del corazón en las yemas de los dedos, como si respondieran al eco de su voz. Esa forma de mirarme... no me hizo sentir pequeña. Me hizo sentir real, como si no fuera un espejismo, como si, por una vez, no hiciera falta ser perfecta para ser vista.
Su risa grave me acarició como una melodía inesperada, cálida y auténtica. Me reí también, bajito, cuando habló de la leche y las galletas para su musa, como si estuviera imaginando de verdad dejarle una nota junto a una taza humeante.
—Pide que venga más veces... pero no demasiado seguido. Si no, vas a acostumbrarte a sentirte interesante —bromeé, aunque mi sonrisa se suavizó al verle tan cerca.
No sabía qué pensar de su forma de hablarme, me gustaba y eso era más que evidente, pero a la vez sentía que él intentaba poner cierta distancia. No había dicho que me buscaría en el baile a pesar de haber hablado de besarnos pero luego vino su respuesta y preferí dejarme llevar por el momento antes que por las dudas.
Ese pensamiento que me habría robado si pudiera. Me mordí el labio, sin saber si sonreír o llorar, porque me había imaginado tantas veces sola, a oscuras, medio dormida y medio rota. Nunca pensé que alguien querría ver justo ese instante y precisamente no para juzgarme sino para memorizarlo.
Me incliné ligeramente hacia el cristal. Como si eso pudiera acortar la distancia.
—No me cubro la cara —susurré—. Pero sí tardo en abrir los ojos, como si me costara aceptar que la mañana no es un sueño, como si quisiera quedarme en uno antes que en la realidad.
Sentí cómo el espejo vibraba, apenas perceptible, como si el tiempo se estuviera replegando sobre sí mismo. La magia se agotaba. Lo noté en el aire, en el latido repentino de urgencia que me subió por el pecho. Era el final o algo muy parecido.
—Ojalá pudiera responderte a qué sabe el pétalo —murmuré, posando los dedos sobre el cristal empañado y acerqué mi rostro a él, rozando con la nariz la superficie, como si estuviera ofreciéndole un secreto al oído—, pero no tengo ninguno a mano ni sabría ahora mismo cuál podría ser su sabor. Quizá en el baile pueda darte otra respuesta.
Y sonreí, una sonrisa pequeña, pero real, como una promesa escondida.
—Si esto se rompe ahora... gracias por existir al otro lado y por regalarme este rato.
Y me quedé ahí, por si era lo último que iba a poder decirle, intentando quedarme con cada mínimo detalle que apenas podía ya percibir. Por si ese reflejo, al final, me ofrecía más verdad que todas las miradas del mundo.
No respondió enseguida. No por falta de palabras, sino porque las que tenía se le quedaron atrapadas detrás del pecho, como si no quisieran estropear el eco de lo último que ella había dicho.
La vio acercarse al cristal con esa mezcla de ternura y urgencia que solo puede tener quien sabe que algo está por acabarse, y sintió —de forma tan física que le dolió un poco— las ganas de borrar esa distancia. De acortar, con un gesto, lo que la magia aún no sabía cómo unir.
—Entonces quizá... —dijo al fin, con voz baja, casi como quien responde a una plegaria— solo necesitas que un sueño se haga real. Y yo… quiero verlo.
Su sonrisa apareció despacio, ancha, confiada, con esa chispa que mezclaba la picardía con un fondo de ternura tan transparente que no podía ocultarse. Como si hubiera encontrado una forma nueva de mirarla, y no pensara soltarla.
—Si en el baile decides venir... puedes preguntar por Aksel. O puedes venir con otra cara. Con una poción multijugos, con máscara o con alas. Me da igual —inclinó un poco la cabeza, con una sonrisa que le encendía la mirada—. Igual voy a querer saber a qué sabe ese pétalo. Y si no vienes, más te vale esconderte bien.
Levantó los dedos, apoyándolos donde creía que estaban los de ella al otro lado, sin importarle si el gesto llegaba de forma precisa o no. Porque algo dentro de él ya sabía que sí.
—Y si esto se rompe ahora... entonces hagamos que dentro de un rato exista algo mejor. Uno que no dependa del cristal.
Tenía más palabras nacientes en la garganta, pero se quedaron ahí, atascadas. El cristal vibró otra vez, ahora con un susurro de despedida que ya no se podía ignorar. Y sin embargo, Aksel no parecía triste. No del todo.
—Gracias por dejarme ser ese reflejo. Por volverlo real. Aunque solo haya sido por un momento.
Se quedó mirándola hasta el último segundo, y cuando el brillo empezó a resquebrajar la superficie mágica, cuando supo que el final era inevitable, sonrió.
Y fue una sonrisa tan amplia, tan confiada, tan infantil como rebelde, que parecía decir "nos vemos luego" aunque el mundo entero se deshiciera entre sus manos.
Y justo antes de que el espejo se apagase del todo, murmuró en noruego, solo para sí, casi con timidez:
—Vær der. Kom tilbake.