Partida Rol por web

La escuchó con esa atención suya que no era solo cortesía, sino presencia real. A veces asentía, a veces sonreía sin mostrar los dientes, y otras parecía simplemente guardar silencio como si no quisiera interrumpir ni una palabra.

—Vodyanoy —repitió por ella, con una sonrisa suave—. Y sí... al menos para mí, es justo donde necesitaba estar. No es el más popular, pero me centra. Me hace bien.

Cuando habló de buscar su cabeza roja, rio por lo bajo, mirándola con esa mezcla de diversión y curiosidad que cada vez le salía más natural con ella.

—Solo prométeme que si te cruzas con otro pelirrojo, no le grites mi nombre por error. Sería... confuso.

Añadió con una pequeña sonrisa de lado.

—No pareces alguien que se pueda pasar por alto, por cierto —le dijo, medio en broma, medio en serio—. Y eso del... haggis, creo que se llama así, me suena a algo que tengo que probar. En mi casa me enseñaron el lema universal: "come, no preguntes. Si preguntas, no comes". Muy útil.

Cuando le contó lo del pastel con diablillo, le soltó un gesto de dolor compartido.

—Te entiendo perfectamente. El mío me lo dio uno de mis primos en Navidad, lo confundí con uno de jengibre. Lloré con dignidad. Creo.

Cuando ella aceptó aprender el hechizo del aliento, asintió en silencio. Algo en sus ojos cambió brevemente, como si ya lo estuviera ensayando en su cabeza para enseñárselo bien.

—Será un buen truco para compartir en la pista. Ya verás.

Y luego... lo de Netflix. Se quedó serio un segundo, intentando comprender, pero finalmente asintió como quien acepta un concepto abstracto que se le escapa.

—Vale. Magia muggle. Entiendo. He oído algo de la música muggle, también. Curiosa. A veces... muy buena.

Se rió un poco cuando ella se ofreció de guía y fingió que se lo apuntaba mentalmente.

—Perfecto. Y a cambio, si alguna vez visitas Durmstrang... te consigo la mejor vista desde el tejado del invernadero.

Cuando ella prometió guardar el secreto, asintió agradecido, y cuando dijo que su historia era mejor que mariposas, su mirada se suavizó aún más. Le costaba poco bajar la guardia con ella. Y eso no era común.

—Sari aún está conmigo. Vive en una caja de madera, en el desván de las cosas importantes. Todavía vigila. No se mueve... pero está. Como una promesa.

Y entonces, el espejo empezó a estremecerse.

El temblor lo hizo tensarse un poco, pero no apartó la mano ni un instante. La escuchó, viéndola poner ambas manos al otro lado, y cuando dijo que lo buscaría, algo en él se aferró con fuerza al cristal, como si con eso pudiera evitar que se apagara.

—Sí nos vamos a ver —dijo con la voz más firme que le salió—. En el baile. Búscame, ¿sí? Me debes uno. Como mínimo.

Y justo antes de que la imagen comenzara a desvanecerse, bajó un poco la mirada, se mojó los labios y luego la miró directo otra vez, con esa seriedad tranquila que tenía cuando algo sí le importaba de verdad.

—No me arrepiento de haber venido. Ni un poco. Estar aquí, contigo, en la intimidad del espejo, esto ha merecido la pena.

Y mantuvo la mano en el espejo, aún después de que ya no hubiera reflejo, como si con eso pudiera asegurarse de que ella supiera que iba en serio.

La imagen se desvaneció y al intentar separar la mano del espejo vieron que no era posible. El espejo les preguntó por su elección con una canción ridícula, al uso del sombrero seleccionador de Hogwarts. Cada uno hizo su elección. Algunas basadas en el amor, la atracción o el miedo, miedo al rechazo, miedo a no ser elegido.

Una vez hecha la elección el espejo brilló. Lo que antes era el espejo era un portal, y al fondo del mismo, se oía la música. El baile de los pasos perdidos estaba listo para empezar.