Partida Rol por web

—_¿Rob...in? —La voz de Nate sonaba tenue y frágil, insegura como nunca solía hacerlo—_{. ¿Robin, cómo...?} 

La mano familiar de su padre, se fue hacia el rostro del chico, acariciando su mejilla como si necesitase aquel contacto para asegurarse de que Robin estaba allí de verdad. Su respiración era sibilante, como si tuviese un silbato en algún lugar de su sistema respiratorio. El chico recordaba haber leído sobre eso alguna vez y sumando eso a la localización de la herida no le cupo duda: Nathan tenía perforado el pulmón y no le quedaba mucho. El hombre tosió entonces y gotitas de sangre salpicaron sus labios. Sonreía. Sus ojos estaban húmedos, pero sonreía al mirar a su hijo con una ternura infinita. No sabía cómo había llegado allí, pero se alegraba de verlo. 

—_Robin —volvió a decir su nombre una vez más en un susurro—_{. Es...cucha... No encontraron lo que buscaban. La escondí, lejos de aquí. La cruz...} —Intentaba incorporarse un poco, lo suficiente para mirarlo más de cerca, pero no le quedaban fuerzas para ello y tosió de nuevo. Boqueó, intentando coger un aire que se le escapaba y Robin pudo ver cómo sus ojos se llenaban de determinación al reunir unas fuerzas que no tenía para hablar de nuevo—_{. La cruz no está aquí... está en Pequeño Tokio. Una vez te llevé, cuando eras pequeño... Me esperaste fuera de la capilla... ¿Te acuerdas Robin? ¿Recuerdas el camino? Tienes que ir, poner la cruz a salvo...} 

Relajó el cuello y cerró los ojos, respirando con dificultad, pero sin que su mano abandonase el rostro de su hijo. 

—_{Le hablé a Elijah de ella, no debí... hacerlo... Tienes que ir... Robin. Pero es... peligroso. No vayas solo, llévate a Nick} —añadió, al parecer ignorante de que el cuerpo de su amigo había dejado de respirar a pocos pasos de él—_{. Pon la cruz a salvo} —musitó—_{. Escóndela... Te quiero, hijo.} 

Abrió los ojos de nuevo. Seguían húmedos, pero ya no era capaz de centrar la mirada en el rostro del chico, sino que parecía estar contemplando un punto vacío del aire. Entonces su sonrisa se amplió y una lágrima se escapó de la comisura de su ojo. 

_{^{—¿Marjo? Marjo, has venido}} —dijo en un susurro suave y cálido—_{^{. Has venido a buscarme. Marj~...}}

No dijo nada más. Su voz se desvanecía con el soplo de aire que Robin sintió pasar por su lado y al instante siguiente Nathan había quedado inmóvil, con los ojos abiertos y una enorme sonrisa prendida de los labios. 

El humo era cada vez más denso y el crepitar de las llamas se iba alimentando de las cabañas con glotonería, avanzando cada vez más rápido. Los gritos con los que Hope se había aferrado a las ropas de sus padres se habían ido convirtiendo en sollozos y cuando la chica se acercó a Robin, lo hizo con los ojos anegados de lágrimas y las manos y las mejillas manchadas de una sangre que no era suya. Lo miró, temblando como una hoja, pero sacó fuerzas de algún sitio para hablar. 

—Tenemos que irnos. Tenemos... tenemos que irnos, Robin —repetía, con los labios trémulos y cara de estar a punto de entrar en shock—. El fuego... Tenemos que irnos. 

El pelirrojo sintió que su corazón volvía a encontrar latido cuando la voz de su padre encontró sus oídos, y unos y otra se enlazaron en la más dulce música que el mundo jamás hubiese compuesto. Sin embargo, poco sabía Robin cómo acababa toda opera y canción tras el gran climax, dispuesto con sadismo para reparar un corazón y que así se rompa más fuerte.

Toda la calma que habia conseguido burbujear en la desolación, ira, nervios y agotamiento de Robin reventó con el último susurro de Nathan.

Intentó tapar los labios de este con la mano para contener su aliento dentro dentro de él, negar que hubiese agotado sus fuerzas con el absurdo nombre y embrollo de su hermano, e intentar creer en la magia más allá de la ciencia para que esta vez, solo esta vez, actuara y lo mantuviera com vida, con él.

Pero no lo consiguió y todo quedó en silencio.

En un largo y frío silencio.

Solo existió una semilla de paz, puesta en el joven aunque aun no encontrada, por la caricia de su madre en el viento que recogió a Nate.

Y de no ser por Hope, el cada vez más pequeño petirrojo, hubiese dejado que su nombre se fundiera en el rojo de la muerte y en el todavía más rojo del fuego. Si no fuera por su cuñada, Robin hubiera olvidado que aquello que su nombre pregonaba existía.

Sin querer asumir lo ocurrido, tomó el anillo de su padre dejando un último beso en sus dedos. Luego fue a Nick, y le recolocó el pelo para que estuviera peinado para siempre y cogió su revolver.

Con Hope, el joven, se levantó del lado de los últimos padres que le quedaban, contempló los rostros de amabos y por fin les susurro aquellos que nunca había necesitado decirles y que sabía que siempre habían oído cuando lo pensaba.

— Os quiero —lanzó un hilo de voz a la desesperada, como el último reclama a esas vidas que aún debían estar cruzando al más allá, esperando que pudieran replantearselo y regresar—.

Había mucho más amor por sus fallecidos del que le quedaba por quién seguía en pie. Pero el humo tomó aquel sentimiento y lo encarceló entre barrotes de lava y truenos.

Y entonces hizo lo que nunca se hubiese imaginado ser capaz de hacer. Alargó el brazo para rodear los hombros de la pequeña, sin preguntar, y la apretó contra su costado, sin preguntar, esperando que por osmosis sus enfados se equilibararan y, tal vez, llevando cada uno la mitad del horror que habían vivido lograban moverse.

— Ve —le dijo al soltarla— coge la mochila de Nick Bennet —le indicó empujando ligeramente su espalda para ayudarla a iniciar la huída—. Necesitaremos a Anastasia —aseguró yendo en dirección opuesta a la que empujaba a Hope—.

— La necesitaremos —confirmó su parte contable, aquella que nunca dormía y a la que prefería dejar el control en ese momento—.

La chiquilla dio un leve respingo cuando Robin tiró de ella, pero enseguida rodeó con sus brazos la cintura del muchacho y se aferró a él con una fuerza que parecía nacer de la necesidad. Durante el tiempo que duró el abrazo, pudo sentirla con claridad, con la respiración agitada y las manos temblorosas.

—_^Alec... —murmuró, tan bajito que a Robin le costó entender esas dos sílabas. No dijo nada más, su voz estaba teñida de demasiadas preocupaciones como para ser puestas en palabras. 

Cuando la soltó, ella seguía todavía un poco aturdida, pero al menos su mirada se había vuelto más firme y no parecía que fuese a colapsar de inmediato. Sus ojos se fueron hacia el cuerpo de Nick y aunque el escritor no había llevado encima ninguna mochila, ella obedeció igualmente. Asintió y se acercó para registrarlo. 

Mientras ella soltaba la funda de la pistola, la cual encontró en el suelo, cerca de los dedos de Nick, y vaciaba sus bolsillos, con cierto repelús al encontrar allí sólo munición, Robin pudo acercarse al lugar donde la vaca se revolvía, tratando de escapar del incendio que estaba a punto de alcanzar el cuerpo de Cratos. Anastasia tenía los ojos inyectados en sangre y bramaba con cada choque de su testuz contra la madera. De normal era un animal tranquilo y aburrido, que hacía poco más que pastar y mirarlo todo con sus enormes ojos indiferentes. Pero en aquel momento la vaca estaba histérica, ansiosa por salir de su redil y correr lejos, todo lo que le dieran sus patas.

En cada embestida la cuerda que llevaba atada al cuello y que usaban para controlarla, oscilaba, de modo que Robin debería sujetarla en uno de esos movimientos, si quería que Anastasia se quedase quieta una vez abriese la valla. 

—¡Robin! —llamó Hope entonces, poniéndose de pie con la pistola y su funda en una mano y el guardapolvo que Nick siempre se ponía cuando quería parecer un tipo duro en la otra. No parecía que el escritor llevase nada más interesante encima.

La muchacha empezó a acercarse, con sus enormes ojos brillantes por la pérdida y por el miedo, vigilando el fuego de reojo a cada paso, pero no esperó hasta llegar a la altura del chico antes de seguir hablando con la voz rasposa.

—El fuego va muy rápido. Corre, suéltala. —Nueva mirada alrededor sin dejar de caminar—. Nos tenemos que ir.  

El joven empujado a ser adulto, decidió, consciente y fríamente, no escuchar aquél nombre dado por Hope, porque de otro modo se hubiese quebrado de nuevo.

Ansiaba preguntarle a la niña dónde demonios estaba su hermano pero con la misma intensidad que la necesidad de saber presionaba el miedo a conocer.

Se alejó de ella cargando a su lengua de peso para no animar a la de su cuñada a hablar más fuerte.

Y al llegar a la cabaña de Anastasia, escondió las manos en las mangas del jesrey antes de apartar la madera que la cerraba.

— Hey cabrona —la llamó con suavidad levantando las palmas hasta volver a hacerlas visibles fuera de la ropa—, calma, ¿vale? —le pidió sabiendo que no entendía ni media palabra al lanzarse a su correa.

Quería reconfortarla como hacía el australiano del que le solían hablar Nate y Katia, quería perdonarla y llevársela. Pero por encima de todo quería salvar al menos aquella anoréxica vida.

Así por lo tanto, de no quedarse con él, escucharía el ruego de Hope, la soltaría y correría con la niña fuera del bosque y detrás de la vaca, hasta que uno acabara o la otra se calmara.

Un bramido fue la única respuesta que Robin consiguió por parte de la vaca que tan cara le había salido al chico. El animal estaba ciego y sordo, con el crepitar del fuego metido en el cuerpo y el ruido de las detonaciones aún mareando su cabeza. No se lo pensó dos veces y en cuanto Robin abrió la puerta salió disparada hacia fuera, haciendo que la cuerda se resbalase entre los dedos del pelirrojo. Su enorme cabeza se movió hacia un lado y hacia otro, escogiendo el camino que la llevaría lejos del fuego sin cesar en su carrera y emitiendo aún esos sonidos que parecían hablar de pura desesperación.

Hope cambiaba el peso de una pierna a la otra, haciendo un esfuerzo consciente por centrar su mirada en Robin y sólo en Robin, evitando a propósito el punto en el que se encontraban los cuerpos inermes de sus padres. En cuanto la vaca se escapó y echó a correr hacia el camino que llevaba al exterior del bosque, la muchacha dio un respingo y al instante siguiente estaba corriendo junto a Robin, en pos del animal. 

El humo era espeso y se metía en los pulmones dificultando la carrera de los dos jóvenes. Sin embargo, sabían que detrás tenían el fuego mordisqueando sus talones, como una inyección de adrenalina que devoraba a pasos agigantados todo el horror que había quedado en el lugar que el muchacho había llamado hogar durante mucho tiempo. Podían verse el uno al otro por el rabillo del ojo, cogiendo ánimos de su presencia para escapar del infierno que dejaban atrás. 

Robin puso los ojos en planco palideciendo un poco más su semblante cuando la vaca empezó a correr. Le molestó que no supiera quién era, que ni siquiera existiera un mínimo sentimiento de deuda para con él; aunque sabía que no podía pedirle nada similar a un animal.

Y con todo, agradeció que tuviera las suficientes fuerzas para correr lejos del fuego.

Volvió a subirse la bufanda de skyler apretó fuerte las manos en las asas de su mochila y salió corriendo detrás de la vaca. Repetidamente alternaba la mirada entre el camino estudiado desde las copas de los árboles y el horizonte a Hope, para asegurarse de que ésta le seguía el ritmo. Si el fuego tenía que llevarse a alguien más en esa sangría, no sería Hope.

Aquella era una carrera contra el fuego, por la supervivencia, y ya había comenzado. La vaca no tardó en salir por patas a toda velocidad y pronto se perdió de la vista de los dos muchachos, metiéndose entre los árboles. Podían, al menos, localizarla todavía, por los bramidos que iba soltando cada pocos pasos. 

Tras una mirada rápida para orientarse Robin y Hope localizaron un sendero casi borrado, uno que no era otra cosa que un atajo en línea recta hacia la salida del bosque. Dejaron el camino principal para tomarlo y, por los sonidos que oían más adelante, podían imaginarse que Anastasia también iba por allí. 

Los dos jóvenes corrían más o menos a la par y cuando Robin echaba la vista hacia la chiquilla se encontraba la suya de vuelta. Hope jadeaba por el humo, pero tenía las piernas fuertes y estaba acostumbrada a hacer ejercicio, así que no le costaba mantener el paso del pelirrojo. 

A sus espaldas podían oír los crujidos de la madera verde del bosque al prenderse, como si el mismo fuego les lanzase amenazas en la distancia, presente en su nuca mientras ellos no dejaban de correr. 

El joven ardía aun escapando del fuego, el calor arañaba su piel pegándose como una nueva piel.

Y el crepitar de la madera se adentraba en sus oidos como una amenaza directa a sus huesos que pronto se unirían al coro.

Hope corría huyendo con él de la tumba de su familia y de algún modo veía en ella y en su carrera una valentía que admiraba sin reparar en la similitud de lo que él estaba haciendo.

Intentó otear entre la vegetación para asegurar, más allá de imaginar, el paradero de Anastasia. Pero más le importaba seguir por delante de la carrera del fuego, aterrador, endemoniado y sediento de destrucción, sin duda, nacido de Elijah Bullrich.

Lo que debía haber comenzado como un pequeño incendio en el almacén del Unhood se extendía ahora por el bosque, pisándole los talones a los dos muchachos que escapaban de allí lo más rápido que podían. Una junto al otro, los dos mantenían el mismo ritmo, siguiendo el atajo que los llevaría fuera del bosque.

De mirar hacia atrás podrían ver cómo el fuego se movía cada vez más rápido, como si tuviese prisa por saciar su hambre. Conseguían mantener la distancia con él, pero estaba ahí, presente como una amenaza constante que soplaba su aliento cálido en sus nucas. 

¡!

Si al pelirrojo le hubiesen dicho que un día se alegraría de ver acabar el bosque, hubiese reído incrédulo entre dientes. Pero ese día se alegraba de ver acabar el verde que pronto sería carbón, y aunque esa alegría le dolía, se alegraba.

La chiquilla detuvo su carrera en cuanto sus pies tocaron asfalto. Jadeaba, con las mejillas encendidas por el esfuerzo y la cara sucia de barro, sangre y hollín. Su melena estaba despeinada, con mechones de cabello apelmazado, y sus ojos lagrimeaban por el humo. Tosió con fuerza tres veces y luego escupió a un lado, un salivatazo lleno de puntitos negros. 

La vaca no había dejado de correr por salir del bosque y en ese instante podían verla girando la curva al final de la calle. Seguramente terminaría por detenerse, cuando se sintiese a salvo y lejos del peligro, pero a saber en qué dirección seguiría corriendo una vez fuera del parque. De éste salía una espesa columna de humo que ascendía, como señalando el lugar del incendio para cualquiera que mirase hacia el cielo en esa dirección. Ya no había bomberos ni nada por el estilo, así que tal vez los de las Tres Cruces se encargasen de organizar gente para apagarlo, ya que estaba en la linde de su territorio. Si consideraban que no era asunto suyo nadie más lo haría. 

En ese instante, Hope se frotaba los ojos con la manga del abrigo de Nick, emborronando la suciedad de su cara. Todavía tenía la respiración alterada cuando miró a Robin, con cara de susto. 

—¿Estás bien? —preguntó, tosiendo de nuevo al hablar. Dio un par de pasos, indecisa sobre la dirección en que encaminarlos, y su mirada se fue de nuevo hacia el bosque en el que dejaba prácticamente toda su vida—. ¿Vamos? No deberíamos pararnos... Por si acaso. 

Los pies del pelirrojo frenaron con Hope, pero él seguía corriendo en el ritmo de su pulso, en su cabeza y en la adrenalina que le hacía temblar los dedos de las manos.

No miró atrás. La curiosidad se había vuelto pequeños harpones que tiraban del rabillo del ojo hacia la columna de humo que indicaba el inicio de su carrera y el final de sí mismo. Pero no cedió. No quería ver de dónde venía, no podía afrontarlo ni en ese momento ni si debía seguir siendo el adulto del grupo.

Alargó la mano y despeinó los cabellos de Hope como Nick había hecho cientos de veces con los suyos.

— Corres como una veterana —elogió omitiendo responder con más que un asentimiento abstracto y, del mismo modo, evitando preguntar—. No deberíamos —estuvo de acuerdo, aunque en ese instante poco le importaba el "por si acaso"—. Busquemos a la estúpida vaca.

Empezó a marchar, a buen ritmo, por donde la había visto desaparecer.

— Y Hope, ¿dónde mierdasestá tu hermano? —espetó al fin conteniendo para él la ira e intentando ser como un paño de manzanilla con ella.

Mientras esperaba respuesta buscó situarse y decidir si volver sobre el camino hecho o recorrer el que su dolor tenía predicho marcar.

La muchacha intentó esbozar una sonrisa con el elogio del pelirrojo, pero no fue capaz de sacar más que la sombra lejana de una y no tardó en convertirse en mueca cuando tuvo otro acceso de tos. 

A pesar de que ella misma había propuesto que no se detuviesen allí, tardó un par de pasos de Robin en conseguir que sus ojos abandonasen el bosque para trotar hasta alcanzarlo. Y con aquella pregunta los ojos de Hope se humedecieron de nuevo. 

—No lo sé —reconoció, sin disimular la angustia que empapaba su voz—. Hace un par de días se fue del campamento. Sólo me dijo que Cratos lo había mandado en una misión secreta súper importante. Intenté que me dijera dónde iba al menos, pero ya sabes cómo es de cabezota y no quiso. —Se pasó de nuevo la manga del abrigo por los ojos, antes de que empezasen a lagrimear y tomó aire con fuerza—. Él siempre está bien, se sabe apañar, pero... cuando vuelva y se encuentre todo, estará solo y no sabrá... —La voz se le quebró con fragilidad y caminó en silencio cuatro o cinco pasos antes de tomar aire de nuevo—. ¿Qué vamos a hacer, Robin? Cuando encontremos a Anastasia.

Robin desapretó el nudo de vueltas de la bufanda que había hecho de un rudimentario filtro para el humo con la tos de su cuñada que acabó con una sonrisa todavía por nacer.

Dio aire a su cuello y poco a poco deshizo las vueltas hasta tenerla toda enredada en la mano.

Lo había hecho para ofrecérsela a Hope, aunque ahora no le sirviera para nada relacionado con respirar, pero su brazo no se movió hacia ella como él había planeado en una especie de guión de tres segundos. No. Su brazo se quedó inmóvil a medio camino entre estar doblado para levantarse y estar descansado junto a su cuerpo.

Sintió en esa bufanda un peso que no se sentía dispuesto a renunciar. Quería a Hope pero quería mucho más a Skyler y entregarle a la chica la bufanda de su hermana le hacía sentir como si renunciara de ella o la pusiera en segundo lugar.

La miró de reojo al escuchar que llegaba trotando y aprovechó para intentar una vez más darle la bufanda, aunque fuera para abrigar el cuello que bastante debía estar pasando, pero su brazo no se movió hasta que la humedad en los ojos de Hope lo hizo saltar como un resorte.

No añadió ninguna información al porqué se la daba, ni lo creyó necesario ni quería interrumpir, menos cuando el tema era Alec.

La impotencia ante la escena que la pequeña le exponía hacía arder su piel desde el interior como si el fuego aun estuviera en las burbujas de sus líquidos.

No podía imaginarse el dolor de Alec, completamente solo, sin saber quién habría escapado y contra quién dirigir su enfado y sed de venganza. No podría imaginarlo avatido, con el corazón descuartizado y escuchando a su peor parte. Temía que encontrase alguna pista de a quién culpar entre la escoria del incendio y se lanzara a llenar su vacío. Sabía que era más inteligente que eso pero lo era cuando tenía padres y a...Elijah.

Miró dentro de sí mismo, en un control de daños por sus muertos y se sorprendió al ver que aun se reconocía. El duelo apretaba y amenazaba con romperlo pero seguía viéndose, seguramente gracias a no estar solo -como lo estaría Alec-.

Apretó los labios controlando una ola de lágrimas azuzadas por la frustración dentro del caos de su sufrimiento y abrió bien los ojos para que ninguna gota saliera de ellos.

¿Qué haremos? Esa era una buena pregunta.

— Cuando encontremos a la vaca —pasó de repetir el nombre del animal por despecho— iremos a un escondite que tu hermano solía ir cuando no quería ser visto — guardó un ligero silencio al perder el aliento al darse cuenta del eufemismo de la realidad que había en el hecho de haberle acompañado a ese lugar—. Creo que si encuentra... Si vuelve y no sabe nada irá allí. Le esperaremos dos días, si no viene, te llevaré al otro campamento o al Morris, lo que tu prefieras, ¿Te parece?

Quería preguntar por el otro grupo de Titanes pero la presencia de Maron en Unhood le hacía temer que también habían pasado por ahí. Además no le parecía seguro, los diablos que habían masacrado su familia a cambio de nada, seguro que seguirían buscando, y Hope era como una gran señal luminosa si llegaban a relacionarla con Unhood y Cratos.

— Pero antes de nada, vamos a beber agua —ordenó como si hubiese ganado cinco años de golpe pasando su mochila de la espalda al pecho en un juego de brazos y asas, abrió la cremallera y le pasó la cantimplora a la chica.

La chiquilla alzó la mirada hacia la mano que le tendía una bufanda y ni siquiera pareció llegar a plantearse el motivo de aquella ofrenda, simplemente la cogió por pura inercia y la enredó entre sus manos en un gesto nervioso. 

La respuesta de Robin le sentó bien, más por tener alguien que organizase sus siguientes pasos que porque realmente pudiera pensar en días hacia delante en ese instante. Asintió con la cabeza como respuesta, aceptando su plan sin titubeos y después se frotó la mejilla con el dorso de la mano. 

De nuevo su cabeza respondió con un asentimiento al ofrecimiento disfrazado de orden y se puso el pañuelo de Skyler alrededor del cuello antes de aceptar la cantimplora. Bebió un trago y tuvo que parar porque le dio la tos. El siguiente fue más cuidadoso, lento y breve, como a pequeños buchitos. Después se la devolvió al chico y escondió sus labios detrás de la bufanda. 

—Si no viene iré contigo al Morris ese, si te parece bien —dijo entonces, saliendo de su escondite tras el pañuelo para mirar al pelirrojo—. Na~ —cortó en seco el nombre y apretó los dientes antes de seguir hablando— dicen que está muy lejos, así que mejor que no vayas solo. 

Después de eso se quedó callada, aunque no dejó de caminar apretando el paso ni uno solo de ellos. Para ese momento llegaban al final de la calle, por donde habían visto perderse a la vaca, y el incendio cada vez quedaba más atrás, a sus espaldas. Delante, a unos veinte metros, había un arbusto con más ramas que hojas, y allí vislumbraron de lejos la mole que era Anastasia, que parecía estar intentando comérselo sin demasiado éxito. 

Hope apenas le echó un vistazo al animal, perdida en sus propios pensamientos, y tras dar un par de pasos en su dirección, volvió a hablar de nuevo, con la voz teñida de la angustia que llenaba su pecho. 

—Pero no lo entiendo, Robin —se quejó, aunque no parecía que el muchacho fuese en realidad el objetivo de su queja, sino más bien el hombro sobre el que llorarla—. ¿Por qué han hecho eso? Si no se han llevado nada... Y si lo queman todo no pueden quedarse el campamento... Ni siquiera se han llevado a Anastasia... —la voz se le ahogaba con cada frase, pero negó con la cabeza como si con ese gesto pudiese oponerse a lo sucedido—. ¿Por qué entonces? No entiendo nada. 

Que Hope aceptara el plan dejó a Robin más traspuesto de lo que estaba, se había colocado al borde del precipicio y había dejado que su cuñada le empujara a la cuerda floja.

Ahora debía cumplir. Debía seguir siendo responsable de otra vida y de otra calma más días de los necesarios y -temía- más días de los que era capaz de seguir siendo como un patito en un lago: aguantando la fría calma mientras bajo el agua peleaba por no ahogarse.

Bebió un poco de la cantimplora, un sorbo dado con obligación. No le apetecía beber, ni comer, ni hacer nada que le hiciera sentirse vivo pero lo estaba y tras pasar por las uñas de un incendio debía hidratarse, aunque fuera en un sorbo simbólico para poder seguir considerándose médico.

El chico sonrió a la decisión de Hope, le agradaba que viniera aunque le preocubaba que traerla consigo supusiera tener que sufrir la mala hostia de Morgana. Ahora que Ni...

Rompió el nombre de su tío en sus pensamientos al tiempo que empezaba y moría tempranamente el de su padre en los labios de Hope, como dos metáforas de sus verdaderas muertes que les acompañarían siempre.

— Si viene, también puedes quedarte en el Morris —comentó sintiendo a su lado la fuerza de Trish que trenzó con su promesa—.

Lo dijo sin pensar en lo poco que le iba a agradar a Skyler, siempre habían sido ellos, solos contra el mundo, y no se le pasaba por alto la manía que le tenía a la peliazul, creyendo, con soberbia, que por su amor hacía ella. Asi que le preocupó que no acogiera a Hope con el mismo cariño con el que le arropaba a él, aunque por otro lado, a Hope no la quería ni una cuarta parte de lo que quería a su prima o a Trish.

— Eres imbécil —se dijo ante ese sucedáneo de consuelo deteniendo el paso al ver el arbusto y la vaca—.

— Lo siento Hope —se disculpó por lo poco afortunado de sus pensamientos y disimuló alargando la frase—, pero tendrás que ir tu a pillar a Annastacia, paso de que se vuelva a asustar.

Sin embargo, la pequeña tenía otros planes en ese segundo que le hicieron volver a ser adulto.

Miró a la niña y vio a una mujer tan hecha que ni los pucheros podía hacer sombra a esa realidad. Menos cuando sus propios ojos se contagiaban con esas mismas lágrimas que ahogaban la voz y los pensamientos de la joven.

— Me alegra que no lo entiendas, eso te hace diferente a ellos y mejor —inició sin pensar—. Eso ha pasado porque Elijah es un hijo de puta —sentenció y el desprecio de su voz le golpeó lo suficiente para darse cuenta de lo que acaba de decir y de a quién afectaba aquello; así pues eslizó una fuerte y sincera disculpa a su abuela y madre del ángel que había sido su padre. Sabía que ella lo entendería existiera o no el más allá—.

Tomó aire en un suspiro invertido que hizo doler su pecho tanto en el músculo como el nudo de su interior.

— No siempre hay un porqué. Pero ellos buscaban algo, no lo encontraron y seguiran buscando. Así que esto volverá a pasar .