Partida Rol por web

Marian decide encargarse de la bitácora. Se mueve silenciosamente por la cabina, como un ratón de biblioteca, farfullando números, mirando el mapa, asintiendo, pasando páginas, mientras susurra cosas en francés, asiente para ella y se concentra en la tarea. Por instantes sus ojos se despegan de las páginas y observan hacia el vacío, a veces en dirección a Mina, a veces hacia la cubierta del barco. No observa realmente, sino que piensa, discutiendo para sí, y desentrañando la jerga náutica de aquel diario.

Mientras tanto, el marinero observó fijamente a Mina cuando ésta le empezó a hacer preguntas. Empezó a hablar, pero podéis notar que en su voz hay cierta aprehensión natural, como si el impulso de no hablar ganase fuerza. Sus ojos comienzan a agitarse con algo de fuerza.

-No... no sé- dice dudando, sus palabras salen secas, cortas, con esfuerzo. -Punition- susurra en francés. -No... no confiábamos en ellos. No egan leales. Entonces...- traga saliva, cada afirmación es regurgitada en una arcada que intenta imponerse fútilmente a los encantos de Mina. -El capitán y el... pgofesog les llamaban a la... a la cámaga- continúa diciendo. Su piel adquiere un tono brillante a medida que el sudor empapa su rostro. -Y eso ega todo.-

-Quinn- dice el francés entre dientes, no sin cierta molestia. -Quinn était un traitre... un tgaidog- dice y escupe hacia el suelo casi que por reflejo. -Se meguecía su final...- dice rasposamente mirando a Mina, con una expresión de terror y angustia al seguir hablando de estas cosas.

Escuchando la confesión del francés, Marian sintió deseos de golpearlo. De hacerle pagar por lo que estaba diciendo. Si estaba entendiendo sus palabras, al menos un hombre había muerto a manos de la tripulación de aquel barco. Quizás los cuatro, dependiendo de qué castigo estuviese hablando. Nada le hubiese gustado más que arrastrarlos a todos ante la justicia en aquel mismo momento. Pero a la rabia también la acompañaba el miedo. Sus sospechas sobre el barco eran acertadas en cierto punto, habían conseguido descubrir información importante. Pero desastrosamente equivocadas en otro. Había esperado que el mayor peligro al que tuviesen que enfrentarse era un capitán enfadado por la presencia de intrusos en su barco. Pero si los tripulantes ya habían matado para proteger sus secretos, no dudarían en hacerlo de nuevo. Y aunque aún no comprendía qué clase de poderes poseía Mina, y se había sentido disgustada por sus métodos, no deseaba verla morir.

Recogió la lista y el diario. No iba a dejar allí los documentos. Quizás no hubiese nada más que descubrir en ellos, pero lo sabría cuando saliesen de aquel barco. Si salían de aquel barco.

-Venía de París. Transportaban algo que querían mantener en secreto, las referencias a la carga están borradas o son vagas.-Le dijo a Mina, hablando rápidamente. Cuanto menos tiempo pasaran allí, menos riesgo correrían-El capitán, Legrand, escribe que el cargamento es para un tal B.Cromwell, un nombre probablemente falso-Aunque una elección curiosa, el apellido de quien asumió el gobierno de Inglaterra después de la ejecución de Carlos I*. Quizás carente de significado, quizás no.-Me gustaría avisar a Lestrade y a sus hombres para que acudan inmediatamente al barco, pero...-Marian dirigió una mirada al marino, la duda evidente en su mirada. Si lo dejaban allí daría la voz de alarma. Y a pesar de la ira que le provocaba lo que había ocurrido a bordo, no deseaba tener sangre en sus manos. No más de la necesaria, en todo caso.-Si lo atamos, pueden descubrirlo, y descubrir que hemos estado aquí. ¿Podemos llevarle con nosotros?-Le repugnaba privar de su voluntad a otro para conseguir lo que quería. Demasiado cercano a lo que otros habían hecho con su hermana. ¿Pero qué otra forma había?

No era difícil sacar conclusiones de las palabras del marino, castigo a los “desleales” y al traidor. Aquellos nombres parecían casi sin duda una lista de posibles ejecuciones, dependiendo del castigo al que decidieran someter a cada uno. Pero a Mina le intrigaba algo más del discurso.

-¿quien es el profesor? - inquirió la mujer observando la palpitante vena del cuello del marino, antes de escuchar las palabras de su compañera volviendo el rostro hacía ella, a la espera de una respuesta– llevarlo con nosotros es aún más arriesgado – sentenció

Mantener el control sobre aquel hombres suponía un arriesgado juego que Marian no comprendía, si lo llevaban con ellas y prologaba mucho más aquel siniestro control ella podía perder el suyo. Y no sería bueno para ninguno de los presentes. Espero paciente la respuesta del hombre mientras observaba a Marian recogiendo los papeles y el diario.

-adelántese, la alcanzare en un minuto – invito con cautela a la mujer a la espera que sus ansias por abandonar el navío la llevaran a seguir sus palabras

El doctor asistió a cómo Adler frenaba las intenciones de aquel hombre con una mezcla de determinación y mano izquierda, y en cierto modo le pareció admirable. Era capaz de manejar a todos aquellos marineros musculosos como si no sintiera ni el más mínimo temor a acabar desplumados, a que los atacasen o a que decidieran tomar aquello que tanto estaban pidiendo.

Con su petición, Henry Jekyll le acercó los dados continuando con su papel de buen perdedor. Esa parte era más fácil que la de ella, sin duda, y los dados desde luego le estaban ayudando al no ayudarle.

El doctor empezaba a preparar el dinero de la siguiente ronda cuando sintió los dos golpes en la espalda que prácticamente recolocaron sus huesos. Miró al hombre y asintió mientras una voz dentro de él hablaba de cómo no permitir aquel tipo de confianzas, cómo demostrar quién era el más fuerte de los presentes, al que más motivos tenían para stemer. Aquellos comentarios no eran atractivos, ni sugerentes: el doctor tenía bien claro lo que estaba haciendo. Sin embargo, esa astuta voz no tardó en volver a ser susurros en su oído, en esa ocasión hablando de cómo no ser, directamente, un inútil y cómo obtener en sólo unos segundos lo que habían venido a buscar.

Por supuesto, Henry Jekyll no llegó a escuchar demasiado. En lugar de eso pagó la ronda, lanzó los dados y los observó en privado. Mientras tanto había llegado alguien, un hombre jadeante, y el doctor se propuso observarlo. No tardó en descartar que aquel tipo tuviera algo que ver con ellos: parecían asuntos entre él, las personas que estuvieran allí haciendo algo malo y la policía.

Lo que sí hizo el doctor fue mirar a los que los acompañaban mientras seguía jugando, intentando ver si había alguno preocupado de más por el asunto que se estaba tratando.

El juego iba desarrollándose e Irene seguía con la mirada cada intervención, aunque en realidad no le interesaba quien ganase o perdiese, siempre que el doctor no estuviese en el primer grupo. 

Sin embargo, cuando la cortina se abrió de repente, la mujer llevó la mirada hacia allí para contemplar al hombre agitado que traía las noticias. Y vaya que sonaban preocupantes esas noticias. Irene frunció un poquito el ceño y se inclinó sobre el hombro de Jekyll para dejar un susurro tenue cerca de su oído. 

—Disparos. 

Al instante siguiente su atención estaba de nuevo en el recién llegado, pero esperó a que tomase algo de aire antes de dirigirse a él pues le parecía que estaba a punto de echar hasta los higadillos. 

—¿Ladri'os? ¿Por qué? ¿Qu'está pasando? —preguntó, imitando el acento del hombre mientras apretaba el hombro del doctor con la mano que tenía sobre él. 

-El profesor...- comienza a decir el marino. Su voluntad intentaba resistirse, esta palabra parecía más dura, más reacia a escapar, mientras la lengua se movía en su boca, y la garganta soplaba suavemente el vocablo que habría de irrumpir en el silencio y la anticipación. -Roch-

El nombre en sí mismo no os decía nada, pero había algo en el miedo con que escapó de su garganta, en el nerviosismo en sus ojos que reflejaban cierto terror mientras los secretos eran arrancados de su mente, había algo que os estremeció, causándoos un leve escalofrío. Quizás era el frío en la noche, quizás eran los temblores de la lámpara de gas que daban vida a las sombras, o quizás fue aquel sonido que os hizo veros mutuamente a los ojos, entendiendo que ambas habían escuchado algo... abajo, en la puerta de la cabina en cubierta.

Escuchas los ruidos abajo, varios pasos. No hay lumbre, pero no te queda duda, hay intrusos allá afuera, sus pasos pareces merodear muy cerca a la puerta, y la manivela es tomada. No los habías notado antes desde la cabina, así que tu mente trabajaba a toda velocidad... quizás fueran miembros de la tripulación alarmados por no encontrar a su compañero, o quizás intrusos. Pero parecía que estáis a punto de averiguarlo.

Escuchas los ruidos abajo, y tus sentidos, siempre alerta, logran identificar dos pares de pisadas: hay dos personas, y a juzgar por la firmeza de sus pisadas y la dirección, podrías asegurar que estaban familiarizados con el barco y que seguramente eran dos hombres. No estaban usando una lumbre y todo parece indicarte que estaban revisando alrededor antes de ingresar a la cabina por la puerta en cubierta.

No habías oído otra puerta abrirse y habías notado que sus pasos venían desde la pasarela... habían subido al barco también. ¿Quiénes eran esos extraños y qué buscaban allí? Todo parecía indicar que estábais a punto de averigüarlo.

La mesa no parecía haber puesto demasiada atención al recién llegado. El turco estaba más pendiente de los dados, Diego parecía también mirar su vaso, como preguntándose si valdría la pena ir por más antes de que se acabase, el rubio no le quitaba los ojos de encima a Adler, y el resto parecía hablar y bromear en castellano. El único que no sonreía y estaba prestando atención era el otro inglés de vuestra mesa, quien había inadvertidamente detenido el flujo del juego, sosteniendo su cubilete en las manos mientras miraba hacia donde estaba el recién llegado.

Este pequeño espacio no parecía haber llamado la atención de los otros, quizás entre ebrios y jocosos, no había prisa por reanudar las apuestas, por más que no hubiese nada más interesante para hacer. 

El recién llegado mira a Adler. El color va lentamente retornando a sus mejillas, y sus ojos parecen enfocarse en las cosas con más seriedad. Pasan unos breves instantes, en donde reacciona primero a la voz, luego a la pregunta, luego a la mujer, y la expresión de su rostro pasa de sorpresa, a cierto mutismo, y luego a un interés difícil de disimular.

-Yoquesé- responde el hombre finalmente, tratando quizás de salvar su imagen. -Táfuera lleno de jilgueros. Habrán matao a'n cura o algo- dice encogiéndose de hombros. -Pero 'ce un rato'an ladrao. Dos ladri'os, cerc'al muelle. Algún plato'e gazpacho s'a puesto contento. Liarán caza...- continúa contando. -Me'or no salir un rato, ¿m'entiendes primos?- dice y como recuperado por completo, le guiña el ojo a Irene.

El Jack en la mesa interrumpe con un carraspeo. -Sí, lo mejor será quedarse un poco más, mientras haya tanto jilguero afuera. Se pasa mejor aquí- y con eso da inicio a otra ronda, mientras chiste va, risa viene, las apuestas suben, pero es Fernando quien hacer caer el silencio cuando exclama algo en español seguido de -¡Mentiroso!- y hace que el buen doctor pierda de nuevo la ronda. Los aplausos van y vienen, y de nuevo se escucha un "¡Fernando!" al son del que todos beben.

-Señorita, al parecer su... amigo tener poca... suerte- le dice a Adler, como intentando llamar su atención nuevamente, y lanzándole una sonrisa presumida a Jekyll.

-Vienen de la pasarela. Parecen dos hombres, sin usar lumbre y que conozcan el barco. Creo que están revisando el barco antes de venir aquí-Le susurró Marian a Harker. En cuanto había escuchado los pasos se había dirigido tan rápida y silenciosamente como había podido hacia ella y había puesto los documentos en sus manos. No sabía exactamente lo que Harker era capaz de hacer, pero sabía que si alguien podía salir de allí era ella, y eso significaba que los documentos estaban más a salvo en su custodia. -¿Escondernos, bajar o huír?-No se le ocurrían muchas más posibilidades. Si no llevaban algo para alumbrarse, puede que lo hombres no los vieran bajo la mesa, si el marinero colaboraba y no hacía ruido. Algo de lo que no estaba muy segura, el control de Harker no era perfecto. E incluso así, sería arriesgado. Si bajaban, no sabían lo que iban a encontrar; si tendrían ocasión de huír cuando los hombres se fueran, si es que no bajaban también o si encontrarían otro acceso a la pasarela. Y huír...Marian no creía que esa fuera una opción para ella, pero probablemente sí lo fuera para Harker. Y quizás esa fuera la mejor opción. Marian no se hacía ilusiones sobre sus posibilidades si se quedaba sola, y mentiría si dijera que no tenía miedo, pero si los documentos llegaban a las manos adecuadas, y con el relato de Harker, podrían detener a aquellas personas, y eso era lo importante. Y quizás incluso, conseguir ayuda.-Mantenga los documentos a salvo, y escape si puede.

No había tiempo, sus sentidos habían estado sumidos en la oscuridad más profunda, su fuerza de voluntad conteniendo lo incontenible, ahora estaban atrapadas.

-ganar tiempo – respondió al acercarse Marion a ella-

Sus ojos, enturbiados por esas oscuridad que trataba de emerger cada vez con más fuerza, pasaron de su compañera al marinero parado junto a ella. El instinto de supervivencia la llevo a reclamar una vez más la atención de su presa, se alzo sobre sus pies apoyándose en el hombro de este para alcanzar con más facilidad el lóbulo de su oreja, susurrando las palabras que precisaba con suma calma.

-aleja a quien se acerque, sal corriendo, ahuyéntalos – comando volviendo a posar los pies en el suelo mirando a Marian que le tendía los documentos, mirándolos incómoda – no voy a dejarla aquí Marian, ahora escondase lo mejor que pueda, veremos si nuestro caballero de brillante armadura muestra su valía, si no improvisaremos

La mente de Irene se había puesto a funcionar enseguida con las palabras de aquel recién llegado. Su rostro parecía atento, pero en el interior de su cabeza los engranajes giraban como en el interior de un reloj, planteando hipótesis y posibilidades. Parecía no estar escuchando a los que empezaban una nueva ronda de juego en la mesa, pero al escuchar al español hablar hacia ella, se puso una mano en la cadera con el brazo en jarra y dio un par de golpecitos en el hombro del doctor. 

—Está claro —respondió, risueña—. Hoy no es su noche, Henry, la fortuna no le sonríe. —Dejó que con esas palabras su sonrisa adquiriese un tono más cálido y se inclinó para rozar con sus labios ese punto indefinido entre su mejilla y su cuello. Cuando habló de nuevo su tono era más meloso—. Menos mal que me tiene a mí para compensar su mala suerte con el juego. 

Las atenciones del tal Fernando eran demasiado inoportunas en aquel momento y llegados a ese punto Irene quería marcharse y averiguar más sobre los disparos. Si podían llevar consigo al tal Diego, perfecto. Si no, al menos habrían pasado un rato divertido. Le dedicó a Jekyll una caída de ojos ensayada para resultar seductora sin caer en lo inapropiado.

—Si están ladrando ahí fuera creo que debería llevarme a casa Henry. Una dama no debería correr ese tipo de riesgos, ¿no es así? —Echó un vistazo hacia la mesa, sin apartar su mano del doctor—. Quizá Diego pueda acompañarnos para que le expliquemos ese trabajo... ¿cuando terminen esta mano?

Al doctor le costó un poco seguir el hilo de las respuestas que dieron a Adler. Sin embargo creyó que estaba comprendiendo, lo que podía significar que su oído empezaba a acostumbrarse a ese acento desgastado y a las sustituciones de palabras sin ningún tipo de sentido. El truco había sido dejar de buscárselo, y simplemente centrarse en el tono y el contexto.

Henry Jekyll no tenia nada claro qué significaba aquello para ellos. Por un lado tenía la sensación de que era el momento más importuno para tratar de marcharse, por otro que no habría uno mejor. Pero no habían conseguido en ese rato ni respuestas ni la compañía de uno de aquellos tips.

Al perder una vez más el doctor emitió un suspiro y negó con la cabeza.

—Vaya... —musitó antes de mirar brevemente al tal Ferando.

Los golpes en su hombro atrajeron su atención. Miró a Adler, y al notar ese roce entre la propia piel y los labios de ella tragó saliva. Ese algo que estaba dentro del doctor reaccionó como una fiebre pulsante y recurrente, y para la mujer propuso marcharse él se agarró como pudo a esa idea.

—Es así, es así —asintió él ante la pregunta probablemente retórica de ella. Miró entonces al tal Diego y luego a los demás, y prestó escasa atención a sus dados antes de iniciar la nueva ronda—. Seis cuatros.

El marinero asiente, con su mirada hueca y con la urgencia que le transmite la voz de Mina,camina escaleras abajo hacia llegar a la puerta de allí y la abre, mientras comienza a exclamar con voz fuerte, y se mueve bruscamente para salir -Buuh, buuh- se escucha de repente, por parte del marino francés, y la respuesta de sus compañeros no se hizo esperar, también en francés. Había una mezcla de sorpresa y desconcierto en sus voces que a pesar de la barrera lingüística, lográbais entender.

El intercambio fue extraño, pero los pasos afuera os hacen pensar que los tres se están moviendo de alguna errática manera con la entrada del vigía. La algarabía aumenta de volumen, lo que os hace pensar que podría atraer más atención poco solicitada y complicaros las cosas. Tenéis a lo mejor unos preciosos instantes para ejecutar la segunda parte de vuestro plan, cualquiera que fuese.

Cada milésima era crucial, y un error, por mínimo que llegase a ser, podría significar multitud de problemas... o cosas aún peores.

Logras entender las frases incompletas que llegan del exterior.

-¿René? ¿Pero qué coños...?

-Tío, espabílate, ¿qué...

-Buuuh, buuuh

-...borracho? ¿Qué te...?

-Me lleva... calma...

La nueva ronda se movió con rapidez. Diego observa a Irene y se encoge de hombros -¿Perros?- dice el grandulón en su fuerte acento, sin entender el comentario. Fernando, quien parece haber dividido a partes iguales su atención entre la mesa y la dama. -¿Pero irse? !Muy pronto!- dice alzando la voz. Notáis como el inglés delgaducho os lanza una mirada directa, y luego parece restarle importancia. 

-¡Siete cuatros!- dice casi inmediatamente el rubio, a lo que quien está a su izquierda exclama algo en castellano y luego -¡Mentiroso!- en el inglés de la reina. La mesa se queda muda cuando, contra toda probabilidad, hay exactamente siete dados que muestran el cuatro. Todos estallan en risas, aplausos y otro brindis al son de -¡Fernando!- A lo que el marinero se pone en pie, pone su pie derecho sobre la silla, apoyándose en ella, y comienza a cantar algo que no comprendéis bien, pero que sonaba bastante a alguna tonadilla burlona de victoria.

Al acabar su demostración, toma por la cintura a Irene y la acerca hacia sí. -Quizás señorita deber irse conmigo. Hoy tengo mejor suerte que su amigo. Y yo defenderla mejor- dice mientras flexiona su brazo y muestra sus músculos. Las carcajadas no se dejan esperar, el inglés delgaducho parece también divertido, y algunas miradas de reojo le son dedicadas a Jekyll.