Partida Rol por web

Taller de relatos cortos

Desafíos de escritura

Cargando editor
23/12/2012, 21:55
lobosol
Sólo para el director

-Agujero negro-

Uno no es consciente de la oscuridad hasta que tiene con qué compararla.

Y el fondo negro de mi consciencia desapareció cuando abrí los ojos, las luces de neón le pusieron luz a las tinieblas de los sueños, a los mundos oníricos de mi cabeza. A continuación sentí mi propia respiración lenta y profunda, y es que en el silencio de la estación espacial se podía escuchar perfectamente todo sonido.

¿Por qué? - Me pregunté una vez más -¿Porqué tuve que meterme en un proyecto así? Diez malditos años solo, en este infierno negro

Por dinero, lo sabes bien, por eso te metiste - Y lo estaba haciendo otra vez, odiaba darme cuenta que estaba hablando conmigo mismo, lo mejor sería levantarme cuanto antes para tomarme el café, luego un poco de footing sobre la cinta y más tarde aún a la rutina de los experimentos.

Costó mucho colocar esta estación en órbita, llegar y salir de ella también consume ingentes dosis de energía, por eso solo hay una persona en la estación, transportar un kilo a la estación cuesta una fortuna, así que decidieron que con una persona era suficiente.

Un par de horas más tarde, para distraerme de los estúpidos experimentos que no conducían a ninguna parte me asomé a la ventana, me fascinaba mirar el agujero. Era una vista que pocos privilegiados habían tenido la oportunidad de contemplar, el centro del agujero totalmente negro, era bien sabido que la luz no puede escapar de un objeto de este tipo, pero no era así del todo, de los polos surgía un chorro de materia a casi la velocidad de la luz y un aura de color púrpura resplandecía circunvalando tan extraño fenómeno, más lejos... la negrura del espacio, pero no total, había una constante lluvia de estrellas que caía en el agujero, lluvia de estrellas, aquí si que era totalmente cierto, pedacitos de estrella, toda la galaxia desmenuzándose lentamente sobre mi cabeza, todo iba a parar al negro absoluto.

Me costó apartar los ojos de allí pero había que volver al trabajo, mi cuerpo prosiguió con los experimentos, pero mi mente estaba atrapada, en aquel círculo negro que lo atraía todo ¿Acaso sería capaz de atraer mis pensamientos?

Las horas se sucedían rápidamente y de nuevo plantado en la ventana, había perdido la noción del tiempo, no recordaba cuanto hacía que había dormido, ni por cuanto tiempo, lo que no podía evitar era mirar de nuevo aquel disco perfecto, el ojo de Dios.

No pasaban sólo las horas sin sentido, también los días ¿Los días? ¿Qué sentido tiene contar días? En la estación nada cambia, la misma luz artificial, la oscuridad de fuera... El círculo negro... Eso era lo único importante, contemplarlo el máximo tiempo posible, si pudiera abrazarlo... Si pudiera... ¡Basta!

Y por fin el gran día llegó, corrí por el pasillo, muy feliz, no recordaba la última vez que lo fui tanto, llegué al final del pasillo, presuricé la puerta tras de mí y me pegué a la ventana, mi rincón favorito, ya estaba todo hecho, y solo quedaba esperar.

Cuando la cuenta atrás terminó... ¡ZUMM! Fue un tanto decepcionante, esperaba algo más grandioso, pero sin duda el sonido de la explosión fue apagado al abrirse el boquete, aunque no importaba la explosión sino sus efectos. Ignoré las alarmas de seguridad, ellas no podrían menguar mi alegría.

El oxígeno escapaba con rapidez por el otro extremo de la estación, y todo principio tiene su reacción, si mis cálculos eran correctos lenta pero de forma inexorable la nave dejaba la órbita, al principio casi no se iba a notar, pero mi amada, la oscuridad del agujero negro se encargaría del resto, de acelerar más y más sin fin. Por fin iba a comulgar con ella, ¡Y por Dios que estaba nervioso!

Cargando editor
24/12/2012, 18:02
MarioSZamora
Sólo para el director

RELATO DEL SEGUNDO RETO

Violeta, la republicana, sabe que una de las hermanas Amapola va a morir. Violeta se halla sumida en su rutina, en el trasiego de su casa azul y púrpura, riega las violas odoratas de la repisa, pule los cubiertos, repasa las copas. Los habitantes del pueblo llegan a la plaza principal con música y panderetas. Los viejos se acomodan a la lumbre de los soportales. Violeta, la republicana, observa el festejo con la discreción de un espectro electromagnético. Atiende a los comensales del convite, transporta bandejas cargadas de berenjenas horneadas en harina, despeja las mesas. La orquesta redobla los tambores. Se extiende una alfombra cuando una de las hermanas Amapola hace aparición por la calle Mayor.

Violeta contempla todo tras el sutil escondite que conforma su propio ser, su aura hecha de la séptima franja del arcoiris. Violeta es la última en aparecer, la primera en dejar de ser vista y la más difícil de apreciar. 

La hermana de las Amapola cae exactamente en el momento en que se acomoda en su trono, se desvanece por la alfombra con su vestido vaporoso. Muere para siempre. Algunas mujeres gritan, empiezan los llantos. Violeta, la republicana, camina hacia el trono con visión borrosa, con ojos sobre ojeras azuladas de esperar despierta. Los guardias se abalanzan para detener el paso de la republicana pero un fogonazo de potasio llena la atmósfera de llamas violáceas haciendo a todos retroceder. Violeta esgrime su mano izquierda, portadora de un anillo de amatista, fulmina el trono sin violencia y se sitúa en su lugar con los pies desnudos amoratados por el frío. La hermana de las Amapola que ha fallecido se desintegra entre el aire y el suelo atildado de moqueta y presunción. Sin nubes en el cielo, el sol se pone a llover. 

La otra hermana de las Amapola, aquella que aún vive, se acerca a Violeta, la republicana. Ambas mujeres fogosas estrechan sus manos terrosas, se besan por el aire y dejan que entre ellas se iluminen de amarillo todas las aguas del pueblo libre.

- Mario S. Zamora -. 

 

Cargando editor
07/01/2013, 10:03
paloto

 

TERCER desafío de escritura: "Punto ciego"

Plazo de escritura: del 07/01/2013 al 20/01/2013

Plazo de comentarios: del 21/01/2013 al 27/01/2013

DESAFÍO:

El relato debe girar en torno a un personaje ciego. Puede ser el protagonista, al antagonista o un personaje secundario. Al igual que en el anterior desafío, cuanta más relevancia tenga el personaje en la historia, más se adaptará al desafío.

Si queréis un reto mayor, probad a contar el relato en primera persona del pasado y haced que el protagonista sea el propio ciego ¡A afinar las plumas! :)

EXTENSIÓN:

El relato puede tener un máximo de 900 palabras (aproximadamente dos folios de Word).

 

Cargando editor
10/01/2013, 12:14
Sólo para el director

 

La noche debía haberse puesto, lo sabía por el olor a humedad producida por el roció de la noche y por los sonidos de las aves nocturnas, mi oído y tacto se habían convertido en mis ojos.

Como era de costumbre me dirigí a mi mesita donde descansaba un pequeño cuenco.

Uno, dos, tres, cuatro…siete. Conté subconscientemente los pasos que separaban el sofá de la puerta que daba al largo pasillo. Uno, dos, tres, cuatro…dieciséis. Conté nuevamente los pasos que separaban la puerta del salón de la habitación.

Así me había movido desde que perdí la vista, contando cada paso que daba una y otra vez pero eso estaba a punto de terminar gracias a la operación a la que me había sometido unas semanas atrás.

De nuevo a contar me dije cuando tuve el cuenco en mis manos.

En el baño llene el cuenco de agua y me dirigí a mi cama deje el cuenco a mano y me introduje en la caliente cama una vez dentro solté la venda que cubría mis ojos y me dispuse a hidratar mis ojos…

No podía ser, aun con mis ojos cerrados lo normal era notar ese escozor que me había atormentado durante todas las noches desde que llegue del hospital. No pude evitar el abrir los ojos y de nuevo la decepción se apodero de mi, todo negro…  Negro gris, gris, gris claro y de pronto empecé a ver unas sombras no muy nítidas pero estaba viendo era como nacer.

O eso pensé yo al principio.

La habitación se ondulaba y se movía sin sentido, los colores descritos por mi hermano nada tenían que ver con lo que yo imaginaba. Busque el cuenco de cristal para humedecer un poco más mis ojos ya que tal vez estaban sucios de no haberlos usado en tanto tiempo.

Alargue mi mano sin atinar a calcular que distancia era la que mis ojos mal acostumbrados le indicaban a mi cerebro tirando al suelo el cuenco y el agua.

De pronto cerré los ojos y dese que todo volviese a ser como antes.

Notas de juego

Titulo: Volver a nacer.

Cargando editor
10/01/2013, 22:57
_Ameyal_
Sólo para el director

Ya no tenía los ojos cerrados y lo sabía pero me sentía así. En medio de ese mundo lleno de recuerdos brillantes y fugaces de imágenes que ya nunca más volvería a ver. Había recibido la noticia del suicidio de mi hermano y del accidente de su mujer un día antes de tener mi propio accidente pero ya poco me importaba; estaba convencido de que la vida me estaba arrebatando todo lo que yo quería y si era así, ya le quedaban bien pocas cosas para quitarme. Me senté en la cama y sentí el filo de ésta con la palma de la mano, decidiéndome a levantarme o pensando si era mejor ni salir de la cama. Aún no podía andar en mi casa, como había visto que hacían todas las personas que no veían, no, aún no me sabía mi casa de memoria.

Estaba en ello cuando de pronto escuché las llaves en la cerradura, sólo una persona tenía las llaves de mi casa y sentí un vuelco en el corazón, finalmente había vuelto y ahora, me tocaba darle la cara, aunque nunca más pudiera mirarle a los ojos. Bajé la cabeza sin atreverme a moverme del asiento.

-¿Querida?

Me llamó la voz que tantas veces me había despertado y yo no atiné a responderle hasta que escuché sus pasos muy cerca de la habitación y luego cómo soltaba la maleta que golpeaba contra el piso. Ahora tenía mucho más claros los sonidos y los olores pues su fragancia me golpeó como un ventarrón helado y entonces estiré la mano.

-Aquí… Aquí estoy…

Lo sentí arrodillarse ante mí y hundir su rostro entre mis piernas. Al principio no me atrevía a tocarle pero poco a poco y escuchando su respirar irregular, acaricié sus mejillas, estaban húmedas, había estado llorando desde que entró y yo, sólo así podía saberlo. Intenté consolarle pero yo misma necesitaba consuelo, así que ninguna voz salió de mi boca, sólo atiné a secar sus lágrimas. El dolor que sentía por no poder ver su rostro nunca más, era mucho más fuerte que el odio que sentía por él por haberme dejado sola. Cerré los ojos y escuché un tenue y tímido perdón que salió de su boca a trompicones.

-No digas nada, por favor… No, por favor…

Intentaba convencerlo de que no había sido su culpa, durante todo el tiempo de nuestra relación, nunca era su culpa. Sus berrinches y enojos, siempre eran entendibles para mí y cuando yo le hacía alguna escenita, me disculpaba una y mil veces, convenciéndome de que no tenía razón para hacerle aquellas cosas. La mañana del accidente, él iba a llevarme a ver a la mujer de mi hermano porque este no estaba bien pero se había quedado dormido y aún cuando intenté despertarlo, no había conseguido más que alguna queja de su parte. Además, tenía un viaje de trabajo esa misma tarde y por ello yo no había insistido. Apreté sus mejillas entre mis manos y respiré profundo, recordando el momento en que había subido al auto y luego el cuchillo en el cuello, fue cuestión de segundos, me pedía las llaves con el filo en la garganta, no me negaba pero el delincuente creía que sí. Fue entregarle las llaves, que me hiciera moverme al asiento del copiloto y cuando se plantó frente al volante me roció el rostro con aquel ácido. El dolor era indescriptible y aunque recordaba a detalle cada momento, no podía contarle a él cómo había sido pues era precisamente lo que me estaba pidiendo en ese momento.

Quité mis manos de sus mejillas y me las llevé a mi rostro, no era el mismo. ¿Podía yo condenarle a una vida junto a mí? ¿Un monstruo de piel quemada y que no podía siquiera mirarse en sus ojos? ¿Qué iría tropezando por toda la casa? Nuestra casa… No, no podía.

-Tienes que irte…

El levantó la cabeza y me miró o al menos eso creo, en la penumbra de una mente que no atinaba a acertar nada en la vida, me di cuenta que aunque él intentaba que le doliera, también se sentía ligeramente aliviado de no tener que ser él quien decidiera irse. Su ‘¿qué?’ salió aún más claro que su intento de perdón. Respiré profundo y me alejé un poco de él; no quería sentirlo a mi lado por misericordia y remordimiento, así que sin llorar, volví a decirle que se fuera, que hiciera sus maletas y se fuera. Ahora o nunca.

-Me las arreglaré, no te reprocho nada…

Balbuceó algo que no entendí y con los ojos apagados sentí una lágrima resbalar por mi mejilla. Me removí en la cama por la humedad que salía de mis ojos y estiré la mano, no estaba ahí pero estaba tibio su lado de la cama, recién despertaba, había sido un sueño que lo echara de mi lado pero lo que no era un sueño era que mis ojos jamás volverían a ver su sonrisa.

¿Por qué tenía que ir aquel día a ver a mi cuñada?

Volví a cerrar los ojos y pretendí dormir mientras él volvía de la ducha, me abrazaba e intentaba despertarme para llevarme a la ducha mientras me decía cuánto me amaba. Tardé un rato antes de darme vuelta y medio secar mis lágrimas con las sábanas para echar mis brazos en su cuello y escuchar un breve:

-Estoy aquí, nunca te dejaré…

Notas de juego

No te lo dije, pero mis escritos son continuados... Igual no es necesario que se los avises a los demàs :).

Cargando editor
13/01/2013, 21:45

Salgo del parking acelerando al máximo. No respeté el STOP, no miré si venían coches, estaba totalmente ofuscado, una rabia resurgía en mi interior, necesitaba llegar a aquella discoteca, ¿cómo se llamaba?, ¿la jungla?.


Mi rabia me recomía, apretaba los dientes, saqué un chicle y lo mastiqué con fuerza, parecía que iban a saltarme los empastes. Me paré en un semáforo en rojo, y muy nervioso apretaba el volante con las manos, antes de que se pusiese en verde, apreté a fondo y salí chirriando ruedas dejando una pequeña bolsa de humo. Finalmente  llegué al bar.


No frené como lo habría hecho, sino que con la rabia tiré del freno de mano, y en vez de apagar el motor, calé el vehículo. Salí fuera de este sin mirar por el espejo, y un coche pasó muy cerca quemando el claxon. Ni lo miré. Me puse la capucha de la chaqueta, abrí el maletero y busqué un bate de baseball de aluminio que siempre llevaba… nunca se sabe…


Me dirigí hacia la puerta mientras apretaba el mando para cerrar el coche. Encapuchado, con gafas de sol y bate en mano, abrí la puerta de una patada. Era pronto, pero aun quedaba gente, supongo que también funcionaba de after este local. Todos me miraban, y sin decir nada, grité:


-¡Zara, estoy aquí!


Me dirigí hacia la barra, y reventé una bandeja llena de copas y vasos, cuando de repente…


¡ZASSS! – noté un fuerte golpe en mi nuca.


Frio, notaba frio y humedad, alguien me estaba mojando la cara. Abrí los ojos, y no vi nada, pero tampoco me moví. Si estaba a oscuras, no quería moverme hasta acostumbrarme a la oscuridad. De repente, un olor muy desagradable llegó a mi nariz, introduciéndose por mis fosas, y juraría que perforó mi cerebro.


No pude evitar mover la cabeza, y empecé a escuchar.


-Está vivo. “Trraigan” mis utensilios. Por lo menos la yonki hizo bien su “tarrea” de cuidarlo, y que no le pasase nada “porr” la noche. La “ceguerra” no sabemos si es un efecto nuevo, o del golpe.


Era una voz con un acento alemán muy marcado.


Unas manos frías, tocaron mis párpados para abrirme los ojos, parecía que quería sacarlos de las órbitas, y comencé a removerme, intentando liberarme de aquellas manos  húmedas, huesudas.


-Rápido, “trraigan” un  ”trranquilante”,  “her” paciente parece que está más vivo que antes, y uno de los efecto “secundarrios” que tenemos localizado es una “grran” “furria”. “Podrría” dañarnos…


No me gustaba aquella voz ni aquella persona, noté como un hilo de baba caía por mi barbilla, líquida, tibia, ácida. Apretaba los dientes con fuerza mientras movía los brazos, hasta que…


-Cariño, no te muevas, por favor. No quiero que te hagan daño.


Esta vez, escuché otra voz femenina, con un acento exótico. No sabría diferenciar de donde exactamente, pero si que era de Centroamérica, o del sur de esta. Parecía que me calmaba mientras pensaba:


Acércate… ya verás que sorpresa cuando sepa dónde estás.


Dos manos me atraparon las mejillas, esta vez cálidas, suaves, de mujer, y noté que se acercaba mucho a mi. Me preparaba para saltar, y en contra de lo que tenía planeado noté como unos labios carnosos me asaltaron, dándome el calor de su aliento, apretándose contra mi frente, dando un sonoro beso, y la chica continuó hablando:


-No ves nada cielo, queremos revisarte la vista.


Con mucho mas tacto que el alemán, abrió mis párpados lentamente, mientras me susurraba:


-Soy tu Zara, sabes que no podría hacerte daño.


Zara… ¡la encontré!


Continuaba hablando, pero no lo hacía para mí, su voz parecía dirigirla hacia otro lado:


-Las pupilas responden.


Me removí.


-Shhh, tranquilo cielo, no querrás que Ludendorf te ponga una inyección. Ahora me he de ir, luego volveré y hablamos.


Pasó un dedo por encima del tatuaje que me habían hecho en el cuello. Raspó un poco con las uñas, produciéndome dolor, y me dijo:


-Te ha quedado divino.


Escuché pasos de zapatos de tacón, como se abrió una puerta a mi izquierda, y luego como se cerró de repente dando un gran portazo:


-Bien, “querrido”, “ahorra” que no está tu “prrotectorra”, te aconsejo que te “porrtes” muy bien.


Maldito alemán…


Clavó otra vez sus huesudas manos en mi mandíbula, y me giró la cara sin avisar. Noté un crujido en mis cervicales, y lancé un brazo a ciegas. Golpeé algo metálico, que cayó al suelo causando un gran estruendo, miles de objetos cayeron ensordeciéndome.


-Atadlo. –dijo-


Unos brazos fuertes agarraban a los míos, yo pateaba, pero no servía de nada, estos estiraban de mi hacia detrás con fuerza, y entonces, unas cinchas atrapaban mis muñecas y comencé a gritar:


-¡Soltadme hijos de puta!


Apretaron las muñequeras, produciendo el típico sonido del cuero apretándose, crujiendo en mis extremidades, y luego, otra vez las manos frías. Estiraban de la manga de mi camiseta.


Un fuerte olor a alcohol llegó hasta mi nariz, y como un algodón o algo así, rozaba con fuerza mi piel, dejando un rastro frio que al contacto con el aire helaba mi piel, hasta que… empecé a notar un pinchazo. Una aguja se metía por dentro de mi piel, avanzando milimétricamente, desgarrándome, hasta que se paró, y el dolor no cesó, sino que empezó a introducirme alguna sustancia, que hacía que mi carne ardiese por dentro. Me encontraba mal, muy mal… y perdí el sentido.

Notas de juego

Bueno, yo sigo con mi historia. Si no es molestia, intentaré continuar la historia, introduciendo tus retos en ella.

Pido otra vez que mis correctores sean los anteriores, y si no pudiesen, que sean mis dos primeros relatos.

Gracias.

Cargando editor
15/01/2013, 20:16
lobosol
Sólo para el director

El tiempo hace estragos en la memoria, pero lo que ocurrió en aquellos días de 1940 jamás lo olvidaré.

Me llamo Justine Girard, por aquel entonces yo era enfermera en el St Michelle de París. Las primeras semanas de la guerra transcurrieron tranquilas, parecía que la guerra era algo lejano e irreal, pero de pronto las cosas se precipitaron. Bueno, no deseo hablar de la guerra, ya está suficientemente documentada, lo que quiero contar la historia de un soldado, un soldado francés que fue herido defendiendo a su patria.

Llegó junto con los primeros heridos, la primera semana, tan al inicio y el hospital ya había ocupado la mitad de sus plazas, el soldado en cuestión estaba en una de las camas que me correspondían, tenía una venda que le cubría toda la cabeza y estaba inconsciente. El doctor cerró las cortinas y procedí a retirar la venda que habían improvisado en el campo de batalla.

Durante mi carrera he visto muchas heridas, pero una no es de hierro y sé que detrás de cada paciente hay una historia. Las de este soldado me impresionaron, la parte frontal de su cráneo estaba destrozada y donde debían de estar sus ojos... Bueno, no entraré en detalles morbosos, pero lo que parecía increíble era que siguiese con vida.

El doctor negó con la cabeza y dijo – No hay nada que hacer, limpie las heridas y véndelo de nuevo, está en coma y... sólo es cuestión de tiempo, que Dios acoja su alma

Me mordí el labio tratando de no pensar y asentí. Me puse a hacerlo de inmediato, haciendo mi labor con el esmero que me caracteriza. Sentía mi corazón encogido, pero nada se podía hacer, cuando terminé proseguí con otros heridos.

Pero dos días más tarde por la noche, sucedió algo insólito. Me encontraba de guardia y escuché a uno de los pacientes hablar, estaba llamando a alguien que no entendí, “Teniente...” y algo más. Pensé que sería cualquier otro soldado con una pesadilla, pero se trataba de él, había despertado del coma.

Lo increíble es que no deliraba, no sabía donde estaba pero por lo demás se encontraba completamente consciente. Me afané en tranquilizarlo, le expliqué que se encontraba en un hospital y que yo me encargaría de cuidarlo. Tras ver que no tenía información sobre sus compañeros me preguntó por sus heridas, mentí, no fue algo premeditado, pero me sentí incapaz de decirle que sus posibilidades de supervivencia eran remotas. Le dije que debería llevar la venda durante unos días y que yo sería sus ojos.

Aquella noche no quiso dormir, no lo dijo, pero sabía que tenía miedo de dormir y no despertar, estuvimos charlando, como si fuésemos dos viejos amigos. Me rogó que le mandara una carta a sus familiares, me redactó una bonita y emotiva carta a sus padres, yo bromeé diciéndole que como era que con lo apuesto que era no tenía novia y me respondió que su chica especial no había llegado, pero presentía que estaba al caer.

Tras un incómodo momento de silencio me derrumbé, actué de forma incorrecta y le conté que quizás esas heridas no sanaran nunca. Me arrepentí nada más decirlo pero su forma de reaccionar me sorprendió totalmente – Calma – Me dijo – Yo estuve allí cuando estalló el obús, sentí como se desprendía una parte de mi cara.

Su frialdad al relatarlo me hizo estremecer, solo pude decirle que si podía hacer algo por él solo tenía que decirlo. No tardó realizar una petición, me dijo que quería dar un paseo fuera de este lugar con olor a

desinfectante. Me negué como no podía ser de otra forma, pero él insistió, me dijo que como podía negarle el ultimo deseo, su forma de convencerme fue demoledora y accedí, aun sin tenerlo muy claro, a llevarlo a dar un paso nocturno.

Siempre me gustó el jardín del St Michelle y ahora en primavera estaba precioso, me recordó que yo le dije que sería sus ojos y comprendí. Comencé a describirle la luna sobre nuestras cabezas, las flores, la glorieta, sinceramente, no se veía mucho, pero sabía como era de día y al resto... le eché imaginación.

Fue un paseo agradable, pero luego me pidió que me describiera a mi misma, eso hizo que me ruborizara, me describí superficialmente, me daba vergüenza. No se conformó y me pidió permiso para tocarme la cara con sus manos, eso encendió aún más mis mejillas pero accedí, era todo un caballero y me sorprendí a mi misma deseando que lo hiciera.

Posó sus manos en mi y tanteó con las yemas de sus dedos, fue delicado, no me molestaba, hasta me hizo reír un poco con las cosquillas que me produjo. Y así, tras pasar sus dedos por mis labios me dijo – Dijiste que serías mis ojos ¿Sabes que te digo yo? Que quiero ser tus labios.

Jamás me imaginé que haría algo así, pero lo besé. Fue el beso más sentido, dulce y apasionado que me han dado, un beso que valía por toda una vida, tan bello que me dolió el corazón cuando pude pensar.

Volvimos al hospital y lo acosté, la noche mágica había finalizado y el destino no nos perdonó. Al día siguiente el soldado volvió a entrar en coma y murió, la guerra se llevó a otro buen hombre y una parte de mí se fue con él.

Cargando editor
16/01/2013, 02:43
Donbarbosa
Sólo para el director

-La senda luminosa-

Esculpido sobre el risco de la inaccesible montaña, el monasterio de Heng Shan se alzaba por encima de la aldea desafiando las leyes de la arquitectura y mostrando al visitante la superioridad de la vida contemplativa sobre los vulgares afanes de los campesinos.

En la sala de oración, un rayo de luz matutina iluminaba el arrugado rostro de Xen Fai el Venerable, quien, hierático como la roca, meditaba con la mirada perdida en alguna de las 64 esferas del firmamento. El silencio de la estancia se vio interrumpido  por el sonido de unos zuecos de madera que anunciaron la llegada de un monje joven, apenas un adolescente que vestía el kesa púrpura del aspirante.

El discípulo se acercó ceremoniosamente al centenario anciano cuya barba, larga y lacia, le otorgaba un aspecto de serena majestuosidad, y sentándose sobre sus rodillas, en la posición que los cánones fijaban para dirigirse a un hermano de mayor dignidad, pronunció con una voz tan baja que apenas rasgaba el silencio:

- Maestro, he acudido ante vos en busca de sabiduría.

Xen Fai el Venerable permaneció largo tiempo en silencio, pero el aspirante no se atrevió a reformular su petición de audiencia, pues pese llevar pocos meses en el monasterio, sabía ya que las palabras juiciosas exigían un largo tiempo de reflexión.

- Has hecho bien, hermano. El hombre que busca la sabiduría en ocasiones la acaba encontrando. ¿Qué es lo que deseas saber?

Xen Fai el Venerable ya no era capaz de recordar los nombres de todos los aspirantes, pero aun así los trataba a todos sus hermanos con consideración.

- Anoche me sobrecogí cuando me contaron la historia de cómo perdisteis la vista y he querido hablar con vos para confirmar la verdad del relato.

Es muy probable que lo fuera. En esta casa no se tiene por costumbre propagar rumores ni historias falsas. ¿Qué fue lo que te contaron?

- Me dijeron... que todo había ocurrido hace muchos años. Durante la guerra. Por aquel entonces el glorioso ejército imperial había ocupado las aldeas del norte y cometido atrocidades contra los campesinos indefensos como represalia contra los disturbios. Cuentan que los insurgentes acabaron sus días sufriendo horribles tormentos en los cuarteles, pero que los que no combatieron tuvieron que cargar el resto de sus días con la infame losa de la vergüenza.

- Cierto. Yo tendría tu edad por aquel entonces y el miedo se apoderó de mí, así que contemplé todo aquello paralizado por el terror como si unos firmes grilletes me ataran al suelo.

- Entonces, ¿lo que hicisteis a continuación fue una especie de expiación?

- No. Sería necio castigar al hombre que fui, porque ese hombre ya no existía. Lo hice porque no deseaba volver a ver aquello que vi.

- Entiendo. Perdonadme, maestro, pues llegué a pensar que había sido producto de la locura que subierais a esta misma montaña a desafiar al sol con vuestra mirada, dispuesto a no volver a apartar la mirada ante nada.

- Llámalo locura si quieres, pero desde entonces veo las cosas con la mirada interior del alma, a salvo de las engañosas apariencias.

Un segundo silencio, esta vez más prolongado se hizo en la sala profanado tan solo por el canto de un jilguero que desde el exterior del templo celebraba la llegada de una nueva primavera indiferente a aquellas sutilezas metafísicas.

- Entonces, ¿la vista es un obstáculo para la iluminación, maestro?

- Para mí lo fue. Pero el camino de la iluminación no es el mismo para todos los hombres. Al igual que en este monasterio yo necesito del trabajo de otros para alimentar mi cuerpo, y ellos necesitan de mi meditación para alimentar su espíritu, el ciego también necesita de otros para que lo guíen por el mundo de las sombras. Esa es la razón por la que vivimos en comunidad y no como ermitaños aislados del resto de los hombres.

- Sí, lo comprendo. Y esa es la razón por la que cumplo con mis obligaciones con el templo, pero algún día desearía ser sabio con vos y desprenderme también de las ataduras del mundo.

- En ese caso no solo de la vista te habrías de desprender, sino también del oído que alegra hoy tu alma con el trino de las aves y el sentido de mis palabras. Tendrías que renunciar a continuación al olfato que enerva tu conciencia con la fragancia de los inciensos que quemamos cada mañana. Y aun entonces, no podrías renunciar a sentir el cansancio tras una caminata prolongada, ni el azote del gélido viento del invierno ni las blandas caricias del sol estival. Y aun cuando hubieras renunciado a las sensaciones, aún te restaría la más ardua tarea de suspender tu conciencia para dejar de llamar al universo por sus miles de nombres y comprender su íntima unidad.

Un tercer silencio se hizo entre el maestro y el discípulo: esta vez, el silencio solemne que sigue a la revelación. 

- En ese caso creo que no deseo seguir la senda luminosa, maestro- replicó el entonces aspirante, quien años más tarde merecería el nombre de Lin Rimpoché-.

 - Entonces ya la has empezado a recorrer, pues nada aparta más rápidamente al hombre de la iluminación que el celo por perseguirla.

Cargando editor
17/01/2013, 16:17
Bosque.
Sólo para el director

Las llamas comenzaban a hacer una mancha negra en el techo de la cueva, mientras alumbraba las imágenes de dioses y de caza en las paredes. El viejo seguía en la misma posición cuando el niño regresó de la noche con ramas secas bajo el brazo. Estaba con los ojos cerrados, en la pose de respiración que siempre le enseñaba, sentado con las piernas cruzadas “como durmiendo, pero sin dormirse”. El chico se limitó a avivar el fuego y romper el resto de las ramas, y cuando las llamas crecieron un poco, el anciano de piel cuarteada comenzó a hablar. Y el niño escuchó con toda la devoción que pudo, porque el chamán hablaba con sabiduría y él era su aprendiz.

- Cuando estamos despiertos caminando por la selva, somos ciegos a los sueños, que están llenos de sabiduría. Pero cuando soñamos, dejamos de ver la selva. Por eso son peligrosos si soñamos demasiado. Un conejo que vive entre las raíces de un árbol puede ver esas raíces, pero no puede ver la luz del sol. Un lobo no habla, no puede ver lo que le cuentan sus hermanos de tierras lejanas, pero nosotros no podemos ver las huellas invisibles que ellos ven. Así como no podemos ver el fondo del lago que mira el yacaré, que no puede ver la selva. - Entonces el viejo quedó en silencio, mirándolo con sus ojos oscuros. Era el momento de la pregunta, cuando “tenía que mostrar su sabiduría mostrando cuanto no sabía”.

- Sería muy feliz si pudiera ver la selva, los sueños, las raíces de los árboles - se detuvo para pensar como seguir - el fondo del lago y las huellas invisibles de los lobos, todo a la vez. ¿Podré hacerlo algún día sabio anciano? -

Y el chamán habló de nuevo - Las cosas que te dije con como las carpas de nuestras aldeas, como las cuevas de las montañas. Puedes estar en una y después en otra, pero nunca en dos a la vez. Cuando estás dentro de una puedes ver todo lo que hay dentro, pero nunca lo que hay en otra. Así son las visiones del chamán, joven aprendiz. No puedes verlas todas a la vez. Puedes mirar solamente una, mientras eres ciego a todo lo demás. Por eso todos somos ciegos, por más que podamos ver muchas cosas. -

- ¿Cuándo podré ver esas visiones que siempre me cuentas? Siempre miré las cosas que miran los de la tribu que no son chamanes, pero nunca vi las cosas que usted puede ver en las otras cuevas de sus visiones. -

- Porque no ves este mundo, la carpa donde estás ahora. Miras la fogata y solo ves llamas, donde yo veo al árbol y a la sabia que fluye por dentro de él. Donde yo veo los anillos de la madera, las ramas, las sombras, las hojas y las frutas. Donde yo veo los inviernos y los veranos, las noches y los días que vivió durante muchos años. Hay una semilla creciendo entre las raíces de sus padres, donde yo veo las cenizas que mañana volarán con el viento. Donde tú ves llamas, joven aprendiz, yo puedo ver muchas cosas sin dejar de ver las llamas. Para salir de tu carpa, de la carpa donde están todos los de la tribu que no son chamanes, primero tienes que abrir los ojos y ver lo que hay dentro, y después lo invisible, que es lo que compone la mayoría de la carpa. -

- Entonces estamos ciegos aunque podamos ver. - contestó el chico y el anciano sonrió en silencio.

Cargando editor
18/01/2013, 15:57
Meharis
Sólo para el director

-Aquel hombre no era ciego, y lo se porqué yo si lo era y al igual que lo era aun lo soy, pues comprenda usted que la ceguera rara vez se trata y aun menos se cura. Lo que no implica que no funcione a la viceversa, por lo que aquel hombre que no era ciego entonces tal vez si lo fuese ahora, y digo tal vez porqué como bien sabe, muerto ha.
Y me preguntan como se que el veía. ¿Qué como podía tener esa certeza sin yo poder presenciar, al menos de forma visual, acto alguno en el que incumpliera aquella forma de vida, tan repetida y monótona, llena de normas y mejores formas en las que vivimos los que no presenciamos nunca el amanecer? Pues óigame, usted es perspicaz, no se deje engañar, sabrá pues que aunque ciego no estoy mas que parcialmente impedido, conservo otros dones que el señor, en su benevolencia, permitiome conservar y entre los mas destacados hallara en mi una gran dote detuctiva.
Le explicare, pues es requerido, que los invidentes por costumbre hacemos uso del excusado como lo haría una mujer, colocando posaderas sobre taza, y es que el no tener un objetivo al que apuntar hace que se pueda herrar el tiro con demasiada facilidad, dígame pues, ¿Que buen hombre comete tamaña ordinariez de manchar lo que otro a su ida habrá de limpiar? Siendo, sobre todo, un elemento tan desagradable como el que usted y yo sabemos que estamos tratando.
Pero desvarió, centrémonos.
Me hallaba en el baño del centro cívico de las ****** cuando escuche el ejercicio de la micción siendo ejecutado en el cubículo contiguo, y curioso aunque educado pregunte quien se hallaba a mi lado. Respondió el hombre del que tratamos, un ser repugnante, sensiblero y narcisista, que con sus falsos relatos de arduo sufrimiento y superación traía de calle a todas las mujeres que acudían a las reuniones de Invidentes Anónimos, nombre curioso para tal organización pues raro sería que nuestra tara pasara inadvertida, aunque cortes como fui criado nunca comente sobre esto con nadie de la misma.
Como decía, respondió pues el hombre al que ya hice referencia y tras un breve intercambio de trivialidades, se abrocho su cremallera y marcho, más ruido no escuche y en un principio no di importancia a esto hasta que, finalizado mi mundano quehacer, me dispuse a ir al retrete contiguo, en el que aquel inepto sujeto había miccionado sin siquiera tirar de la cadena. Mi intención no era otra que subsanar este error, que en otro podría ser considerado descuido pero que seguro estoy era costumbre en este ente.
Por un azar del destino tropecé, y mis manos fueron a parar a no otro lugar que la alzada tapa del wáter. ¿La había el levantado sin yo escucharlo? No, no solo improbable, un imposible. Mis oídos son en exceso sensibles debido a mi dependencia de ellos y mi memoria prodigiosa lo cual podría aun demostrar recitándole la lista de reyes godos que aún perdura en la misma.
No había pues otra respuesta que el que aquel hombre había hecho uso del retrete estando de pie. Asqueado tantee la pared hasta coger el rollo y pasarlo por la taza que a toda lógica debía estar salpicada cuanto menos, pero para mi sorpresa en la misma no había gota alguna de fluido. Poseído por la curiosidad introduje en un acto de impulsiva locura mi mano en aquel lugar donde quedan flotando las deposiciones y con gesto de asco palpe entre su orín sin hallar trozo de papel alguno, prueba de que él tampoco había limpiado la taza tras su uso. Mientras me lavaba reiteradamente las manos pensaba en esto, y se presentaba ante mí una única, clara y lógica respuesta. Aquel hombre no era ciego.
Era necesario desenmascararlo, pero no hallaba forma en la que pudiera, pues al igual que yo, todas las personas allí (exceptuando al infame mentiroso) eran invidentes, por lo que urdí magistral plan en el que gozara de mayor prueba que mi palabra.
Mientras reunidos en circulo todos hablaban, en el momento en el que el comenzara a hacerlo, me excusaría y apagaría la luz, con toda probabilidad él se sorprendería y comentaría algo, gracias a lo cual dejaría en evidencia su farsa.
Así lo hice, mientras el comentaba con lacrimosa voz fingida que hartas ganas de reír producía en mí, me levante con cautela y, sin mediar palabra, me dirigía al interruptor de la luz que ya había localizado con anterioridad y pulse el mismo.
No se inmuto. El malnacido había debido intuir mis intenciones y proseguía con exasperante calma. Con un reto labrado en su discurso. Una burla a mi inteligencia.
Perdí la cabeza, pero incluso en ese momento conserve mi genial ingenio. La luz estaba apagada, por lo que como nunca hasta ahora, aquel hombre era ciego al igual que todos los otros presentes. Con la mano extendida busque en la mesilla del café un cuchillo, lleno de huellas de todos los presentes y mientras nadie prestaba atención a mis sonidos, camuflados por las palabras del incauto impostor, me coloque tras él guiándome por su voz y introduje una y otra vez este en lo que creí su cuello.
Bien, aquí tienen ustedes su confesión, díganme ahora, ¿Cómo demonios supieron que fui yo?
-Estaba usted bañado en su sangre…
-…

Notas de juego

Creo que tenía unas 897 palabras la ultima vez que lo revise.
He editado el texto tras haberlo colgado para eliminar una palabra repetida en el mismo párrafo.

Cargando editor
19/01/2013, 03:04
Paladin Taza
Sólo para el director

El viejo en el claro

Marco y el viejo se conocían desde hacía mucho, pero aún no habían tenido tiempo para hablar demasiado. Los dos estaban sentados en un claro. El romero y el tomillo entonaban su melodía mediterránea con el permiso de las chicharras. Ambos tenían la mirada perdida en el brillo metálico del mar, en los cascos perezosos de camino a Génova. Marco con las piernas cruzadas y el viejo sobre una roca cubierta de líquenes naranjas.

 

—Dime viejo, ¿quieres un poco de agua?


El viejo gruñó. —Tengo toda la que quiero.


El mar entero se abría ante ellos, la brisa traía hacia la costa las risas de las gaviotas. Compartieron el silencio como solo dos viejos amigos pueden hacer.


—¿En qué piensas?— Marco observaba a su viejo conocido con el mentón apoyado sobre las manos.


—En el mar.


—¿Y por eso lo miras aunque no puedas verlo?


El viejo volvió hacia Marco sus ojos grises, opacos y ásperos. —Prefiere que me siente de espaldas, ¿joven impertinente?

 

Marco bajó la cabeza y sonrió. —No. Solo quería saber qué ves. En qué piensas, por qué te pasas aquí las mañanas y las tardes, haga frío o calor, llueva o truene.


El viejo suspiró despacio. Como si intentase albergar en su pecho todo el aire del mediodía. Parecía casi que se hubiera dormido pero su voz quejumbrosa despertó de nuevo.


—Veo a unos niños jugando con su perro en la playa. El muy idiota les seguía a todas partes agitando la cola. Les lamía y luego estornudaba, intentando en vano deshacerse de la sal. —Marco estiró la cabeza hasta la cala que se abría más abajo, ahora completamente desierta. El viejo prosiguió. —Sí, era un lugar muy frecuentado, cuando la gente aún vivía en esas casas blancas que se llamaban… ¿cómo era? No lo recuerdo ya.


—¿Gropallo? Era un pueblo de pescadores, pero ardió en un incendio. —El viejo asintió lentamente, corroborando las palabras de su compañero.


Las duras hojas de las encinas se agitaban entre susurros.


—Veo las velas blancas navegando como palomas por el horizonte. Transportando hombres y bestias, aceite, vino y cerámica. Veo sus cascos brillando y sus caras orgullosas curtidas por la sal y el viento. Eran hombres tenaces.


—Vaya, ¿pero cuánto llevas aquí, viejo?


— Callarse es lo primero que hay que hacer para escuchar. —Los ojos opacos del viejo seguían clavados en el mar. Marco se tapó la boca y guardó silencio.


—Eran hombres tenaces, pero al igual que las flores marchitan, ellos dejaban viudas en los puertos. A veces me gustaría sumergirme en el agua para poder escuchar de nuevo sus voces. Todos sus recuerdos, perdidos en el mar. Flotando como peces de plata antes de morir en el azul inmenso.


—Vaya, no sé si volveré a bañarme.


—Ríe, pero la verdad perdura. El mar, estas aguas, están teñidas con la sangre de los que imaginaron las ciudades de ahora. Ellos escribieron los libros, dictaron las normas. Esculpieron nuestro destino. —Marco asintió y el otro siguió. —¡Ah! Pobres infelices. Algunos valientes vivieron bien, aunque su final no siempre les hizo justicia. Cuántas desgracias, cuántas lágrimas. Y también risa y victorias. El mar es testarudo pero generoso a veces con sus tesoros. ¡Sí! ¡Yo lo vi, lo vi como te veo ahora, por mucho que ya no me quede vista!


Marco desvió la mirada hacia la playa. Una pareja caminaba de la mano justo donde las olas dejaban paso a la arena. Sonrió y le dijo al viejo:

—Míralos, su vida pendiendo de un hilo y aún así se aferran el uno al otro.  ¿No es un milagro? —El mar iba borrando las huellas que dejaban a su paso.


El viejo asintió. —Sí que lo es. El hombre vive, pero el mar dispone. Calma chica, galernas, horizontes infinitos y corrientes traicioneras. Un auténtico cementerio. —Suspiró y se agitó un momento, antes de concluir. —A veces la gente navega sobre  estilizadas y poderosas naves, otras bracea con desesperación, pero siempre en un mar de penurias, solo por la promesa de tesoros al alcance de la mano. —El viento agitó las ramas de los árboles. —Y eso es la vida.


Marco cerró el cuaderno y guardó la pluma en el bolsillo de su cazadora. La pareja se alejaba por la playa hacia algún lugar. Se levantó y miró por última vez al viejo.


Nadie sabía cuánto tiempo llevaba aquella encina en el claro. Encaramada a una roca cubierta de líquenes, con el tronco inclinado hacia el cielo como si contemplase el mar de reojo. Las ramas caídas suspirando con sus duras hojas por volar. Había visto pasar muchas generaciones, pero parecía que le hubieran dado la espalda, pues poca gente paraba a la sombra de aquel árbol.


Marcó acarició la áspera corteza y se apeó de la roca. Volvió hasta el coche por el camino que habían practicado las excavadoras.


Estaban construyendo un nuevo hotel, así que tanto el encinar como el claro desaparecerían en unos cuantos meses. No, ya casi nadie miraba al mar con sus ojos cerrados y su tiempo efímero.

Sonrió. Al viejo le gustaría saber que aún alguien le escucharía, aunque fuese sobre las páginas de un periódico.

Y, por encima de todo, el mar seguiría en su sitio, a pesar de la contaminación y del expolio de sus riquezas. Siempre estaría repleto de historias y de recuerdos. A fin de cuentas, el hombre siempre se ha reflejado en sus aguas.

Cargando editor
19/01/2013, 13:42
MarioSZamora
Sólo para el director

Tercer desafío de escritura:  Muere otra vez.

 La actriz norteamericana Talula Ba, fallecida en 1968, coincidió conmigo en la sala de espera de oftalmología de un centro de salud. Lo que yo aún no sabía es que Talula era una aparición dimensional a las dos y cuarenta y cinco de la tarde, con un bochornoso siroco capaz de dejar aturdido al lugareño más acostumbrado.
-Buenas tardes -oí saludar.
Los pasos de Talula transitaban por la sala de un lado a otro, su brisa y la posición de su respiración, de su voz, me decían que flotaba sin tocar el suelo. Imaginé que iría vestida con un traje de raso parecido a un pijama escarlata.  Olí su perfume cuando sus manos ahuecaban, supongo, su abundante melena parda. Eché la cabeza hacia atrás.
-Hace calor entre los vivos -dijo soplando.

     Yo supe que se trataba de ella. Conocía todas las entonaciones que salían de su garganta, la admiraba y llevaba las gafas de sol con su nombre como marca comercial. Charlé con Talula como lo haría mirándome a un espejo. Me dijo que mi acento isleño, holgado, no perdía mi dulzura pese al ascenso de una fiebre mortal, mi fatiga sin almuerzo, mi rotundo malestar general. Cualquier persona con la conciencia dormida, de haberme visto a través del sentido que siempre me faltó, de haber sido testigo ocular de lo que me pasó en los últimos minutos de mi vida, me hubiese hallado muy enferma y hablando sola. Quien tuviera buen corazón, hubiera llamado urgentemente a la puerta del consultorio donde el doctor atendía a otro paciente. Lamentablemente, allí no había nadie mortal más que yo misma. Talula traía el recuerdo de mi juventud, del cine que me gustaba, del maíz tostado, de los actores de doblaje, de las voces impostadas, los silencios que me desorientaban, las bandas sonoras, las suaves butacas, los golpes de efecto sonoro que me hacían reir mientras los videntes se asustaban.

Talula y yo somos la misma ánima: una de gran ciudad, otra de cumbre volcánica; y ahora nos sintetizamos.

-¿Te acuerdas de ti, Talula Ba? -me preguntó la propia Talula-. Te tomabas en serio el dinero. Te fijaste como objetivo una suma determinada que nunca alcanzaste por ser terriblemente extravagente. Tuviste que pedir un préstamo para poder salir de Londres. Dejaste todas las facturas pagadas exactamente como haces ahora. Te tomas tu crédito muy en serio. Pero, Talula, otra vez has fracasado en el amor. Siempre necesitas un hombre.
-Pero yo no soy así -dije, quizás a una pared, con dificultad al respirar-. ¡Me tomo en serio el matrimonio, demasiado en serio como para permitírmelo! No quise la fama a toda costa como tú, libertina camionera.
-A ti también te criticaron. Lo hicieron tus vecinas. También tenemos en común todos nuestros insultos que fueron injurias de gente envidiosa y mal intencionada.

La vida se me iba por la boca cuando los brazos de Talula impidieron que mi cuerpo cayera. Me dijo, susurrando cercana y cálida, que cuánto sentía mi vida sin imágenes. Después, se anticipó llorando ya mi muerte.
-Me voy, Talula, me voy otra vez -le decía-. Aprendí a hacer queso, crecí en una cueva alejada de Hollywood y anhelaba el sábado para ir al cine a casi verte.  ¿No merezco una recompensa tras mi kármica existencia, percibirte más allá de mis cuatro sentidos? ¿Para qué guardaba tus fotografías, Talula, para qué? Si antes de haber ganado la vista que nunca tuve, pierdo todo lo demás.

Sonó mi teléfono móvil. Me alcanzó intuir a mi hermana. No pude moverme. Dos puertas se abrieron. Por una de ellas el doctor se apresuró a socorrer mi cuerpo. Por la otra se fue todo mi blanco resto.

(A Tallulah Bankead y a su siguiente retorno,  mi amiga Pino Mar. Con respeto aquí constan tus últimos minutos. No consigo olvidarte.)
                                         - Mario S. Zamora -.

Cargando editor
19/01/2013, 17:15
Sólo para el director

He tratado de repasar mi discurso pero soy incapaz. El nerviosismo me lo impide y no puedo concentrarme. Por los murmullos que escucho y los aplausos que dirigen al comandante Vargas me hago a la idea de que en la plaza deben de estar concentradas al menos dos mil personas. El número de ciudadanos que escuchan la transmisión ilegal debe ser diez veces mayor.

Alguien se acerca a mí y coloca su mano en mi hombro -Vanesa, te toca entrar en dos minutos, yo te ayudo -el hombre me ayuda a levantarme y me guía con su mano. En otro tiempo no me habría hecho falta su ayuda pero los acontecimientos del último año han provocado que vuelva a ser una inútil, al menos para lo que estoy habituada y para todo lo que me he preparado durante mi vida.

Camino insegura por la total oscuridad a la que nunca me acostumbraré, notando como se hace el silencio en la gran plaza cuando salgo finalmente al balcón donde los oradores lanzan sus discursos.

-Y ahora os dejo con una de las víctimas de nuestros fanáticos enemigos, la doctora Vanesa -proclama Vargas a la muchedumbre cuando me coloco junto a él en el balcón. -Sé que lo harás bien, todos confiamos en ti. Si te quedas en blanco sólo cuenta lo que sabes y lo que sientes -me susurra al oído antes de que sus pasos se alejen en el interior del edificio.

Tengo ganas de correr y de salir de aquí aunque sé que soy incapaz de andar diez metros sin ayuda. La sequedad de mi garganta cada vez es mayor y tengo la impresión de que si continúo durante mucho más tiempo callada no seré capaz de decir ni una sola palabra.

-Hola a todos, soy Vanesa, una antigua científica que ha perdido su trabajo tras la llegada al poder de los “Hijos de Dios”. Este grupo de fanáticos integristas a los que nos hemos enfrentado con honor y valentía en las batallas de Silarius, Ronda y… -trato de recordar pero me he quedado en blanco demasiado pronto. Sé que fue la batalla en la que el sargento Medina logró aguantar durante dos horas los incesantes ataques de los regulares de los “Hijos de Dios” en una enorme desventaja, pero no logro acordarme del nombre. Mientras los nervios emergen de mi interior con fuerza, confundiéndome aún más, doy un par de pasos hasta que me choco con algo que cae al suelo, seguramente uno de los micrófonos que me rodean.

En un intento por tranquilizarme hago caso a las palabras del veterano Vargas y comienzo a relatar lo que siento tras coger una profunda bocanada de aire -Como todos sabéis soy ciega, una dolencia terrible. Pero yo os digo que la ceguera en sí no es lo peor. Lo más terrible es nacer sin esta carencia e ir perdiendo poco a poco la capacidad para ver. Los iluminados y coloridos paisajes se oscurecen poco a poco, perdiendo su realismo, su vida. Los rostros de los seres queridos comienzan a emborronarse y a ser confusos -este no es el discurso que quería hacer pero son las palabras se atropellan en mi boca con la intención de salir y no puedo hacer nada para evitarlo -es algo terrible, mucho peor que nacer ciego. Sin embargo existe algo que produce aún más dolor, el hecho de recuperar parcialmente la vista y que esta te sea arrebatada de nuevo por un grupo de integristas, radicales e ignorantes.

Mis palabras evocan la furia que siento por la impotencia que he sentido en el último año -Hace cinco años el autoproclamado “hijo predilecto” creó su grupo religioso. Pocas personas pensaron que los “Hijos de Dios” podrían alcanzar esa cuota de éxito pero en menos de dos años ya eran una fuerza con mucho peso en la mayor parte de las ciudades. En esa época yo estaba trabajando, gracias a un innovador artilugio que me permitía ver la realidad de forma borrosa y con menos color, en las posibilidades de las células madre como mecanismo para curar algunas de las enfermedades más extendidas de nuestro siglo, entre ellas la ceguera- no puedo evitar recordar como un día llegué al laboratorio tarde, pues las calles estaban abarrotadas, y lo encontré totalmente destrozado y a mis compañeros muertos, víctimas de los fanáticos. -Hasta que ellos consideraron toda ciencia un acto de herejía-

-Los “Hijos de Dios” quieren sumirnos en la oscuridad más absoluta, desean acabar con la razón y el progreso. Imponen un mundo sin ciencia, sin saber ni cultura, cuyas únicas premisas sean la oración y el acatamiento de las leyes morales que el “hijo primogénito” dicte. Nuestros ancestros lucharon para abrir los ojos de nuestra especie y ahora ellos quieren volvernos ciegos. ¡No podemos permitírselo! Me enfrentaré hasta la muerte a esos profetas de la oscuridad y la irracionalidad y quiero que vosotros, mis conciudadanos, luchéis conmigo hasta que volvamos a ver la luz de la ciencia y el progreso-. Escucho con alegría y soberbia como los aplausos rompen el silencio de la plaza con una fuerza arrolladora. Nada puede truncar este momento.

En ese instante se escucha el ruido de disparos y cañonazos. La multitud comienza a gritar de terror y se provoca un caos que colapsa mis oídos. Alguien tira de mí, haciéndome entrar en el edificio, mientras me grita al oído -Nos atacan-

Notas de juego

Creo que el mensaje es aquí, si no lo es siento las molestias. Son 900 palabras exactas según mi word.

Un saludo.

Cargando editor
19/01/2013, 21:21
Aranía Serigala
Sólo para el director

MI AMADA INMÓVIL

Hace muchos años que ya no la veo. Hace muchos años que se fue. Siempre quise poder contemplarla por última vez, pero la eterna oscuridad de mis ojos me deja con su imagen de adolescente. La soledad es aún más dura en la oscuridad.
Muchos fantasmas vienen por mi habitación, me preguntan cómo me encuentro. Sé sus nombres: Lucía, Hugo, Alberto, Sofía. Todos, como robots preguntan siempre lo mismo: - ¿Cómo te sientes hoy? ¿Deseas algo? ¿Has comido? ¿Te has bañado? Todos los días lo mismo.

En ocasiones creo que son ilusiones de mi misma soledad pues como vienen, se van. Pero su olor puedo sentirlo, tal vez porque lo dejan en mi tapete, en los cojines de mis sillas. En la cortina que corren en las mañanas, incluso en mi mismo cuerpo. Soy una mezcla de todos esos fantasmas, incluso a veces no sé quién soy. ¿Seré otro fantasma o serán ellos una parte de mí?

Sólo estoy seguro de tu existencia. Llegaste a consolarme cuando ella se marcho. Tu tez áspera y seca, tu tacto frío, tu falta de curvas, tu sensual silencio que me acompañaba en las noches que tanto placer me dabas. Sentía cómo mi vista se recuperaba en esos momentos en que mi éxtasis llegaba hasta el cielo, pero estos fantasmas siempre te alejaban de mí. - Está muerta. Es sólo una pintura - decían.
Pero yo podía sentirte, mi querida Helena. Podía olerte, amarte y meterme dentro de ti. Esto por medio de mis manos.

Cuántas noches no me acompañaste. Viste lo mucho que yo sufría y me tendiste tu lisa mano. Únicamente contigo me sentía vivo, únicamente contigo yo era feliz. Tú eras la única luz que mis ojos podían ver. Ya ni el piano tocaba, no comía, no dormía, no hablaba, porque tú y yo no necesitamos eso. Nos tenemos el uno al otro y eso basta.

- Papá, debes comer algo, estás muy debilitado - la fantasma llamada Lucía era la más amable, pero siempre intentaba alejarme de ti, mi querida Helena. No debimos dejar que lo hiciera.
- Papá, el médico dijo que estás empeorando. Por favor - suplicaba pero yo no le entendía. Yo me sentía pleno y feliz. No sé por qué insistían en alejarme de ti si tanto bien me hacías.

Un día, sin que yo pudiera evitarlo, se reunieron los cuatro fantasmas en torno a mí y comenzaron a gritarme incoherencias. No entendía una sola palabra de lo que decían pero tú estabas a mi lado, dándome tu apoyo y amor. Entre todos, enojados a mi parecer, te apartaron de mí y te sacaron de la casa. En medio de gemidos de ira y balbuceos, trataba de salvarte pero sin ti a mi lado, mi cuerpo simplemente palidecía. Mis piernas no eran las de antaño, mis manos eran de goma y no podía moverme.
En medio del llanto y la desesperación te fuiste y nunca pude sentirte otra vez. Mi oscuridad se extendió por todo mi cuerpo hasta que éste se apagó. Eras lo que me mantenía vivo pero te fuiste y ya no tengo por qué vivir. Aún tenía tu espíritu conmigo, en el otro lado de la cama que hace años estaba vacío y que tú llegaste a llenar de luz.

Mi vida se fue ese día contigo y yo y mis fantasmas, nos hundimos en el silencio...

Notas de juego

Por fin pude participar en uno XP... Lo bueno de estar en vacaciones ya

Cargando editor
22/01/2013, 13:07
paloto

CUARTO desafío de escritura: "El Laberinto"

Plazo de escritura: del 28/01/2013 al 10/02/2013

Plazo de comentarios: del 11/02/2013 al 17/02/2013

DESAFÍO:

El desafío consiste en escribir un relato que contenga la frase "Se arrepintió nada más entrar en aquel laberinto".

** Se permite variar el tiempo y la persona de la frase: "Me arrepentí nada más entrar en aquel laberinto", "Me arrepiento nada más entrar en este laberinto" o "Se arrepiente nada más entrar en ese laberinto".

Puede contenerlo de inicio, en el medio o al final, indistintamente. Puede tratarse de un laberinto lúdico, una trampa, una prueba o incluso alguna especie de laberinto metafórico. Echadle imaginación ¡y a escribir! :)

EXTENSIÓN:

El relato puede tener un máximo de 900 palabras (aproximadamente dos folios de Word).

Cargando editor
01/02/2013, 18:20
Dragut
Sólo para el director

El relato :)

Había sido una apacible tarde, tanto Noemí, Sara y Paco se lo estaban pasando realmente bien, aquella ciudad había sido maravillosa igual que muchas otras que habían visitado por toda Italia, aquel curso de primavera-verano estaba siendo maravilloso


Noemí – seguro que aun queda mucho que caminar, porque no comemos algo antes- dijo con cierto desespero y es lo que pasaba cuando no se desayunaba y se pasaba uno todo el día caminando.


Paco – ya estamos a punto  de llegar o acaso no lo ves- dijo con una sonrisa picarona.
Ante el grupo de tres podía verse el Coliseo de Roma en todo su esplendor, o todo el que quedaba al menos.


Paco - ¿valía la pena o no?- dijo con cierto orgullo


Los dos chichas asintieron con la boca abierta mientras asentían. Sara no pudo si no mirar de reojo a Paco y es que algo estaba ocurriendo, puro amor.
Sara era una chica joven que se había casado joven y había tenido una niña y un niño preciosos, a sus 28 años había decidido pegarse una escapada para ir a visitar Italia y aprender el idioma. Su sorpresa mal disimulada ocurrió una mañana cuando al ver a Paco recién salido de la cama, algo ocurrió, al principio intento ocultarlo, pero poco a poco, excursión tras excursión, algo había cambiado y con la necesidad de entenderse y explicarse se lo conto a Noemí, esta quedo confusa por la situación pero no supo responder debido a su juventud apenas 19 años, pero escucho con paciencia y devoción las confidencias de su nueva amiga.


Pero volvamos al coliseo. En aquel momento, el grupo de amigos estaban sacando bocadillos y bebidas para comer sentados delante de la escultura, que ya cerraba sus puertas. En ese momento con el corazón en un puño Sara tomo la mano de Paco, con el que había pasado la noche anterior de aquel viaje, en un pequeño hostal cerca de la estación de Termini, pensando en lo injusto de la situación, su marido, sus hijos, etc.  Y aun así reconociendo un nuevo futuro junto con aquel hombre, algo mas joven que ella pero de buen corazón.
Paco la miro de reojo y aparto la mano, no como un gesto de reproche o enfado, pero había dejado claro que aquello era cosa de ella y él, sin terceras personas aun con lo difícil de la situación.


Sara en ese momento no pudo reprimir una lágrima, y levantándose para marcharse miro a Noemí, aquella cara de amargura hirio en lo mas profundo a aquella joven que soltó a los cuatro vientos – ¡es que no ves que te quiere!  ¡ que te quiere mas que cualquier otra cosa!- dijo mientras señalaba con el dedo a Sara y pensaba un segundo después para si mismo "Me arrepiento nada más entrar en aquel laberinto”, pensó para si misma. En ese momento Noemí había pisado en terreno fanganoso y profundo y ya con el barro hasta la rodilla, dijo con el poco orgullo que le quedaba-¡me voy! ¡y arregladlo!- dijo a una boca abierta y ojos igualmente que era Paco, y a una Sara que no pudo contener una media sonrisa, aun con lo amargo de la situación.
En aquel momento Naomí confusa, cansada y aun hambrienta puso tierra de por medio, intentado dejarles intimidad y deseándoles lo mejor.


La extraña pareja, hablo largo y tendido durante el resto de la tarde y entre paseo y discusión llegaron a muchas conclusiones. La noche no se hizo esperar y abrazados besándose quedaron en un inmortal recuerdo, como una de las muchas estatuas de aquella gran ciudad.

Notas de juego

A quedado un poco raro colocado :S

Cargando editor
03/02/2013, 20:48
Donbarbosa
Sólo para el director

-Metrópolis-

Cuando, por pura casualidad, me topé en neorred con aquel artículo sobre Metrópolis, mi vieja pasión por la arqueología se despertó de nuevo y decidí dedicar mis siguientes vacaciones escolares a visitar la desolada estepa septentrional que había albergado, antes del enfriamiento global, al corazón político y financiero del planeta.

Las fotografías de satélite mostraban las monstruosas ruinas de un conjunto  arquitectónico que parecía responder mejor a leyes puramente biológicas que a las del urbanismo planificado, como si todo aquel viejo conjunto residencial, industrial y comercial hubiera crecido más por la colisión de intereses particulares que por algún tipo de ordenamiento orientado al bien común.

Víctima de un primitivo sistema económico conocido como “capitalismo”, la colosal urbe que, según cuentan, en sus mejores tiempos había llegado albergar a casi la mitad de la población planeta, comenzó un lento pero imparable declive cuando la inmensa mayoría de sus habitantes, desalentados por los ominosos índices de corrupción, polución, y desempleo, decidieron, sencillamente, dejar de traer hijos al mundo para que reprodujeran sus miserables formas de vida. De esta manara, Metrópolis se fue convirtiendo en una ciudad fantasmal, no solo por el número cada vez mayor de barrios deshabitados y abandonados al desgaste del tiempo, sino sobre todo por la indolencia de sus habitantes, enfermos de una oleada de pesimismo que los historiadores denominaron la “edad de la desesperanza”.

El sector meridional de Metrópolis (si es que aquel informe coglomerado de asfalto y ladrillo pudiera ser dividido en algo similar) había sido concebido como parque temático.  Sin embargo, yo tenía claro que no deseaba formar parte uno de aquellos paquetes turísticos que incluían la proyección a una velocidad anormalmente lenta de imágenes bidimensionales, la asistencia a un primitivo espectáculo deportivo en el que unos hombres en ropa interior empujaban con los pies un cuero inflado para introducirlo dentro de unas mallas, e incluso, para los más valientes, en la ingestión de vegetales al natural. Ahora que había llegado hasta allí, lo que quería era adentrarme en aquel entorno de pesadilla para comprender mejor cómo había sido posible que nuestros antepasados fueran capaces de sobrevivir más de medio milenio con aquel un modo de vida.

No fue fácil convencer a las autoridades para que me concedieran el permiso, pero tras varias horas de espera pude convencer al comandante a cargo del distrito de que mi trabajo como docente justificaba aquella expedición. Después de rellenar una declaración jurada en la cual reconocía haber sido advertido de los peligros a los que me sometía y eximía al gobierno de cualquier tipo de responsabilidad, pude montar al fin en el propulsor y emprender el viaje que cambiaría definitivamente mi vida.

Lo que vi hizo que me arrepintiera nada más entrar en aquel laberinto. A ambos lados de las avenidas de asfalto e impidiendo que la vista se pudiera extender hacia el horizonte, se erguían como colmenas bloques de viviendas divididas en minúsculos apartamentos en los que, al parecer, habían llegado a vivir hacinadas hasta cuatro o cinco personas. Lo más incomprensible era cómo aquellas gentes podían haber llegado a dedicar más de la mitad del exiguo salario que percibían por extenuantes jornadas de más de cuarenta horas semanales para poder pagar el derecho de habitar en uno de aquellos reducidos espacios sujetos a la más salvaje especulación.

Tras imaginar la clase de seres que podrían haber vivido allí, me estremecí ante la idea de encontrarme con uno de aquellos que, viciados por la degradación moral de hábitat, se habían negado a someterse a las regulaciones del nuevo estado mundial en materia de higiene, trabajo y control de la natalidad para continuar viviendo entre las ruinas de la ciudad maldita y conservar sus abominables costumbres de reproducción natural e ingesta de carne animal. Pero, privados por una parte de la educación y la ciencia y por lo tanto incapaces de desarrollar una industria alimentaria compleja como a nuestra, y por otra condenados a vivir sobre aquel suelo de asfalto, no podrían obtener  proteínas cárnicas si no era de los repulsivos seres que se decía que habitaban en el infecto sistema de alcantarillado: ratas antropomórficas, según algunos zoólogos, u homínidos ratimorfos según otros que no descartaban el canibalismo entre las prácticas habituales de aquel linaje de nuestra propia especie que no podíamos sino contemplar con repugnancia.

El resto de mi incursión me permitió contemplar también los viejos polígonos industriales de antes de la robotización, en los que cientos de obreros se alineaban a lo largo de opresivas cadenas de montaje desempeñando trabajos más propios de una máquina que de un ser humano.

No habría pasado ni media jornada cuando ante mis ojos apareció, al fin, la horrible imagen que haría que renunciara a seguir explorando los secretos de aquella deplorable civilización: al fondo de una monstruosa avenida afeada por lo que antaño fueran gigantestos paneles publicitarios de bebidas gaseadas y multinacionales financieras, me topé de lleno con el vertedero de la región. Aunténticas cordilleras de residuos procedentes de varias generaciones se amontonaban sin el menor criterio paisajístico y mostraban a las claras las consecuencias de aquella anárquica barbarie. Y sobre ellas, pude distinguir a la rojiza luz del ocaso las siluetas de un grupo de niños escarbando entre la inmundicia con la esperanza de encontrar alguna desechada antigualla, seguramente para venderla a cambio de algo con que llenar sus estómagos antes de dormir.

Cargando editor
05/02/2013, 11:43
Sólo para el director

Laberinto:
¡PLOC, PLOC, PLOC, PLOC!
Escuchaba un sonido martilleante, me despertaba.
Abrí los ojos con mucho cuidado, mientras masticaba el aire dentro de mi boca. La tanía muy pastosa. Me incorporé de golpe, y un mareo hizo que me recostase otra vez varios segundos, hasta que conseguí ver algo encima de la mesita:
Mis gafas, mis llaves, unas monedas y mi cartera.
Me levanté de sopetón, recordando cómo había llegado hasta allí, y me coloqué las gafas como si fuesen una diadema. Bebí agua del grifo que estaba goteando insistentemente, y lo cerré bien. Observé con detenimiento el morado que tenía en el brazo, y decidí levantarme e irme de allí. No me gustaba nada aquel lugar, y no acababa de entender nada.
Con cuidado, abrí la puerta, y me asomé por ella. No había nadie, perfecto…
Salí de puntillas, cerré la puerta tras de mí , y comencé a caminar por aquel pasillo lleno de puertas, todas totalmente iguales, como si fuesen réplicas las unas de las otras, y entonces, un dolor fuerte de cabeza comenzó, la vista comenzaba a nublarse otra vez, la paredes parecía que se combaban ante mi vista, y apoyé mi brazo contra la pared para guardar el equilibrio.
Muy mala idea la de salir de mi habitación, quiero volver, descansar y ver que me cuenten que demonios pasa.
Giré sobre mis pasos, mientras la paredes parecía que querían comerme, todo se desmoronaba a mi alrededor.
Intenté abrir la puerta por la que había salido, o eso me parecía, y no pude.
Maldita sea, ¿dónde demonios estoy?
Todas las puertas eran iguales.
Abrí una, me metí corriendo llegando a otro pasillo, continué caminado rápido, abriendo otra puerta, llegando a otro pasillo. Todos idénticos.
Me arrepentí nada más entrar en aquel laberinto de pasillos y puertas idénticas.
Azarosamente iba entrando, abriendo puertas, llegando a otros pasillo, abriendo más puerta, mas pasillos.
Apoyé mi brazo otra vez en la pared intentando respirar hondo y recuperar el resuello.
Céntrate, joder, de alguna manera hay que salir de aquí.
Y entonces…
-Cariño, no te muevas de donde estás, ahora mismo voy a por ti.
Una voz metálica resonaba por unos altavoces, era la voz de aquella chica, la de Zara. Su acento exótico para mí era inconfundible.
Bañado en sudor, decidí sentarme en una esquina, esperando a que me recogiesen.
Ya no podía ni moverme, todo me ardía, los músculos, los pulmones, los ojos.
Me habían derrotado… o no

Notas de juego

Bueno, mi relato de capítulos va a llegar pronto a su fin.

Si puede ser, que me puntúen correctores que ya sepan de que va al historia.

En uno o dos mas, finalizará.

Gracias por vuestra paciencia.

Cargando editor
06/02/2013, 00:22
_Ameyal_
Sólo para el director

El calor era agobiante aquella mañana y mientras cerraba la puerta de su departamento, se obligaba a pensar en otra que no fuera que hacía diez años había dejado la casa de sus padres pero no podía, los recuerdos se agolpaban en la mente como los eslabones de una cadena, una muy difícil de romper. Por último, aunque no menos importante: los gritos de su madre, los reclamos, los reproches por dejarla sola en el peor momento pero tenía otros hermanos y a ellos no les había hecho el mismo planteamiento, ya no los tenía pero no era algo que le importase demasiado, nunca fueron demasiado unidos. Se metió las llaves en el bolsillo y cuando iba a dar la vuelta, sintió un golpe que lo cegó y lo hizo caer en dos segundos. ¿Le iban a robar, lo iban a matar? No lo supo y no lo sabría en ese momento o quizás nunca porque cuando abrió los ojos, paredes angostas lo rodeaban.

-¿Qué clase de broma macabra es esta?-pensó.

Se llevó la mano a la parte trasera de la cabeza y se levantó lentamente, bastante adolorido, esa era la verdad. Miró al frente y sólo parecía un pasillo sin más gracia, paredes de color gris lo rodeaban pero aquello no tenía techo.

-¿Qué demonios es?

Comenzó a avanzar por curiosidad detrás de él no había nada pero decidió ir al frente y conforme avanzaba se daba cuenta de que aquello parecía no tener salida para cuando decidió volver, ya había avanzado lo suficiente para no recordar por dónde había venido. Se sintió como un ratón perseguido por un gato en un mundo donde la salida estaba a infinidad de pasos lejos de él o quizás ni siquiera existía. Conforme avanzaba las paredes doblaban o seguían rectas pero con muchos caminos por tomar, la mente de James se confundía cada vez más y su cuerpo empezaba a sintomatizar la angustia: el aire le faltaba, había comenzado a sudar y su boca estaba seca como si hiciera días que no bebiera agua.

-Eres demasiado terco, un día esto te va a meter en problemas.-repetía su madre una y otra vez cuando era más joven y aún vivía con ella.

Pero eso él ya lo sabía y de sobra entendía en ese momento a su progenitora. Negó suavemente con la cabeza, tomándose de las paredes para avanzar; bajo él, el suelo de césped y, a veces barro, se movía lentamente como si tiraran de él desde atrás. De pronto comenzó a sonreír creyendo que frente a él se alzaba una salida, clara, llana y libre de cualquier tropiezo pero no fue así porque un nuevo revés se presentó ante él tras dar el último paso a la supuesta y ansiada libertad. Bajó la cabeza confundido, angustiado y decepcionado de sí mismo. Se arrepintió nada más entrar en ese laberinto pero ya era tarde, ahora sólo quedaba encontrar la salida.

El silencio era su compañero cuando no arrastraba los pies y las voces en su cabeza le decían que por más que se alejara, no encontraría una salida. El corazón le latía con fuerza, las manos apretadas en puño eran su señal de lucha, de que no se dejaría vencer. ¿Y qué? Era tarde, no había cosa más tangible en aquel laberinto que su locura y se dejó caer embarrándose de una realidad que odiaba, de un recuerdo en el que el villano le robaba la inocencia a un niño que no era él. Abrió los ojos lento, las paredes acolchadas de su pequeño encierro lo recibieron como cada mañana; la pequeña ventanita que custodiaba su puerta se abrió para entregarle un pequeño vasito transparente de plástico con un montón de pastillas de colores. Jamás saldría de ahí, su cabeza seguía zigzagueando en las paredes de aquel laberinto.

Cargando editor
09/02/2013, 15:14
Paladin Taza
Sólo para el director

La mirada huidiza del ratón


   Estudiábamos el comportamiento de los ratones antes y después de extirparles una región cerebral relacionada con los circuitos de recompensa. Entre otros artilugios, usábamos un sencillo laberinto donde podíamos colocar compuertas, pequeñas bandejas con comida o electrodos capaces de producirles dolorosas descargas.


   Observamos que los ratones eran capaces de atravesar una y otra vez los electrodos si anteriormente habían aprendido que la comida aguardaba detrás de ellos. Por muy intrincados que fuesen los laberintos, eran capaces de buscar el dolor con el fin de llevarse algo a la boca, pues sus sistemas de recompensa les conminaban a buscar la comida, por mucho que sufrieran. Sin embargo, cuando les habíamos extirpado las regiones de recompensa, su comportamiento era errático y desapasionado, como si no encontrasen motivos para caminar o siquiera seguir respirando.


   Nunca olvidaré aquel ratón moteado. Abrí la compuerta y dio un par de pasitos rápidos en el laberinto. En seguida se irguió sobre sus dos patas posteriores y se quedó mirándome con sus ojillos rojos, a la vez que movía frenéticamente sus bigotes. Le empujé con el dedo, pero el ratón se limitó a dar dos pasos más antes de recuperar la misma postura, como si se hubiese arrepentido de entrar en aquel laberinto. Me sobrecogí. Sus ojos rojos seguían posados en mí y parecían leer la compasión en lo más profundo de mis pupilas. Aquel ratón no podía saberlo, pero era un sujeto de prueba destinado a un laberinto donde solo encontraría paredes y electrodos. Y encima tras la prueba, la muerte le aguardaba en la jaula de dióxido de carbono.


   ¿Por qué no lo entendí entonces?


   Por aquel entonces yo ignoraba mi reflejo en los espejos. Vivía una vida monocromática. No percibía la ceguera de alrededor. Así que no puedo decir que no me lo buscase.


   Acabé mi investigación y con ella mi programa de posgrado. Después de mi estudios solo me esperaba infojobs. Era el momento de enviar currículos, correos electrónicos y cartas de recomendación.


   Los meses se arrastraron unos tras otros y no encontraba trabajo. Por fin un familiar me ofreció un puesto como camarero y empecé a trabajar en la zona centro.


   Estaba muy ocupado con mi trabajo. Pasó el tiempo y me fui a vivir con mi novia a un pisito de techos altísimos. Todo nos iba bien, incluso pensábamos en casarnos en un par de años, pero entonces tuve un accidente que lo cambió todo.
En un descuido, el cuchillo de cocina pasó por la palma de mi mano y estuvo a punto de cortarme varios ligamentos. Me dieron la baja y me quedé en casa.


   No sé por qué, pero aquella línea roja en mi mano marcó un antes y un después, partió mi vida en dos. Como no tenía ningún trabajo que consumiera mi tiempo, me dedicaba a leer, a pasear al perro y a hacerle la comida a mi novia. Cuando acababa con todo esto, pensaba mientras limpiaba el polvo una y otra vez por las mismas paredes de la casa. Supongo que estaba deprimido, que me sentía atrapado aunque no supiera por qué. Nada me apetecía, nada me ilusionaba. Mi novia estaba enfrascada en su trabajo y el sexo no era ni por asomo comparable al que teníamos antes de vivir juntos. Supongo que ésta fue una de las principales causas que nos hicieron dejar nuestra relación.


   Me aferré a lo que me quedaba de vida como una garrapata ilustrada. Devoraba libros en la biblioteca y comencé a escribir para volcar mis ideas en una maraña descifrable.


   Esta tregua no duró para siempre. Era una tarde lluviosa de domingo y no tenía mucho que hacer. Abrí el correo de la asociación literaria y leí el contenido del último desafío. Me pedían escribir sobre laberintos. Los laberintos pensé, son mi especialidad. Miré a Motas, erguido sobre sus dos patas traseras y mirándome con sus ojillos rojos y curiosos a través del plástico de su jaula. En mi habitación era el único testigo de mi pasada vinculación con los laberintos. La lluvia chocaba contra la ventana y el viento aullaba entre las ramas del jardín.


   Pobre ratón, le había rescatado de la muerte y los electrodos, pero le había condenado a una existencia filtrada por el metacrilato de su jaula. ¿Para qué le había sacado de aquel laberinto si no le había dejado vivir?


   Vivir.


   Dar sus propios pasos.


   ¿Se habría preguntado el ratón qué quería hacer en su vida? ¿Qué era lo que deseaba? Más allá de los electrodos y las bandejitas, más allá del trabajo y las nóminas.


   ¿Se lo había preguntado?


   El paralelismo me hizo sonreír. Al principio.


   Supongo que tuve un ataque, o que eso dirían mis padres cuando vieron mi habitación revuelta. La jaula de Motas reventada contra el suelo. Los libros desparramados, la cama desecha. Supongo que empezarían a pensar en una fuga cuando descubriesen que la caja fuerte estaba vacía.


   Salí bajo la lluvia con una mochila a cuestas. No sé cuánto tiempo estuve caminando porque iba enfrascado en mis pensamientos. Lo que sí recuerdo es que me despedí de Motas y le solté bajo unos arbustos. Recuerdo que cuando estaba en el avión rumbo a Chile vomité estas palabras como si fueran el punto y final de una historia y el comienzo de otra.