Partida Rol por web

Un gran laboratorio, perfectamente equipado con todo lo necesario para que una clase entera haga pociones durante horas. Calderos, retortas, morteros y demás instrumental se distribuye por las mesas, tanto de los alumnos como del profesor.

Aparte de ser el lugar en el que se imparten las clases de alquimia, los alumnos tienen acceso libre a estas instalaciones entre las 7:00 AM y las 21:00 PM, siempre y cuando haya algún profesor supervisando.

Un gran laboratorio, perfectamente equipado con todo lo necesario para que una clase entera haga pociones durante horas. Calderos, retortas, morteros y demás instrumental se distribuye por las mesas, tanto de los alumnos como del profesor.

Aparte de ser el lugar en el que se imparten las clases de alquimia, los alumnos tienen acceso libre a estas instalaciones entre las 7:00 AM y las 21:00 PM, siempre y cuando haya algún profesor supervisando.

El sótano era camino obligado para pasar hacia el laboratorio de alquimia. Y no te importaba en absoluto, ya que el olor a viejo y a cerrado que siempre había por allí, te traía recuerdos de las clases de aquella asignatura. Olor que siempre precedía al aroma del fuego, de las mixturas alquímicas, de las pociones herbales... Un conjunto de perfumes que sólo podía describirse como "olor a laboratorio del alquimia".

Sin embargo, al entrar en el laboratorio, te llamó la atención un fuerte aroma a canela. Eso era raro, no era algo que abundara en el laboratorio. Rápidamente identificaste a los culpables: unas bandejas de deliciosos rollitos de canela reposaban sobre varias mesas. ¿Serían del profesor? Como se los quisiera comer todos, moriría de indigestión como mínimo...

 -¿Eh? ¿Y tú qué haces aquí, muchacha?

Habías oído los pasos del profesor de alquimia por el pasillo, pero aún así su presencia repentina te sorprendió.

 -Espero que la niña zombi no te haya mandado a robar rollitos de canela. ¡Porque los tengo contados al detalle!

La niña zombi... Sólo podía referirse a Anneka Jónsdóttir, la alumna de 2º... Bueno, ahora de 3º que a pesar de ser una muerta viviente con todas las de la ley, prefería atiborrarse a dulcerías antes que a cerebros humanos.

Aida no se dio cuenta de que estaba caminando hacia los laboratorios de alquimia hasta que todos aquellos olores tan nostálgicos y familiares para ella chocaron contra su agudo olfato. La peliblanca cerró los ojos con una gran sonrisa de satisfacción y se dejó llevar por la diferente gama de olores que hacían que su corazón saltase de emoción.

Sin importarle el exagerado peso de su maleta siguió adentrándose por el sótano, hasta llegar a las puertas del laboratorio, donde contempló aquél escenario tan familiar para ella y hizo que su sonrisa se ensanchara aún más; nadie nunca la había visto sonreír de esa manera, solo se permitía sonreír así cuando sabía que estaba a solas. No obstante, un olor peculiar hizo que frunciera un poco la nariz, confundida, y llevó su vista inmediatamente a la fuente de ello.

―¿Rollitos de canela? ―murmuró la licántropa para sí misma, extrañada de que el salón de alquimia estuviese lleno de ellos. El olor de la canela se antojaba bastante fuerte y molesto para su agudo olfato, cosa que la hizo estornudar de forma tierna. Un segundo estornudo venía en camino, así que llevó el dorso de su mano libre hasta su nariz y-...

De la sorpresa que se llevó porque el profesor Refur la encontrase soltó la gran maleta; esta cayó con rapidez al suelo haciendo un ruido sordo. La sonrisa de Aida se borró por completo, en su lugar empezó a abrir y a cerrar la boca con premura, tratando de dar una explicación del porqué estaba allí.

―¡Profesor Refur! ―Aida se quedó pasmada en el acto, a pesar de que realmente no estaba haciendo nada malo― Yo solo vine porque... Bueno..., ―ser tomada desprevenida hizo que sus nervios se salieran de control― yo solo quería... ver como estaba todo. ¡Juro que no vine por los rollitos! ―y otra oleada de canela asedió su nariz, haciendo que volviese a estornudar, esta vez con un poco más de fuerza. Dándose cuenta de ello se llevó ambas manos a su nariz y miró ruborizada al profesor. 

Fue una mala idea venir hasta acá.

El zorruno profesor te miró de arriba a abajo mientras se fritaba el mentón en actitud pensativa.

 -Hmmm, no te he visto por la mañana. Y por la maleta tan grande que llevas deduzco que acabas de llegar. Y lo primero que has hecho es buscarme porque fui tu tutor el año pasado, ¿verdad?

Refur se puso aún más pensativo.

 -¿Fui tu tutor? ¿O el año pasado ya estabas en tercero y sólo te vi en clases?- el profesor agitó la cabeza intentando centrarse -¡Da igual! Lo importante es que te creo y que si quieres te ayudo con la maleta, si tú me ayudas con los rollos de canela. Hay que subirlos al salón de actos, la fiesta de bienvenida comenzará dentro de poco.

La peliblanca se quedó en su sitio mientras miraba con expectación de qué forma la reprendería el profesor esta vez; estaba segura de que se había metido en problemas. A medida que ele zorro cavilaba más y más Aida quería que un agujero negro la tragase. Probablemente el campo gravitatorio la atraparía ahí por el resto de la eternidad sin posibilidad de escapar. ¡Eso era mucho mejor que admitir que extrañaba el laboratorio de alquimia! Simplemente no podía hacerlo, ella estaba acá para aprender a manejar a la perfección la magia, no la alquimia. 

No debí venir, ¿por qué haces esas tonterías, Aida? Eres una chica torpe, muy torpe. ¿Ahora cómo se supone que saldré de est-..?

―Fiesta... ¿de bienvenida? ―dijo confundida, al mismo tiempo que las palabras hacían eco en su cabeza. ¡Era verdad! ¡La fiesta de bienvenida! Lo había escuchado en el autobús, pero lo pasó por inadvertido. Eso quería decir... que no estaba en problemas. Relajó su postura y aclaró su garganta mientras mantenía su puño frente a su boca― Está bien, profesor Refur, cuente conmigo ―¿fiesta de bienvenida? ¿Se vería con los demás estudiantes? Eso hizo que algo en su estómago hormigueara un poco, pero no tenía tiempo de dudar; llevar los rollitos de canela era mucho mejor que dar explicaciones... aunque... ¿aguantaría el penetrante aroma? 

Se dirigió con algo de duda a la bandeja más cercana y la tomó entre sus manos. El olor a canela era una tortura para su agudo olfato, se estaba conteniendo mucho para no estornudar. Las orillas de sus ojos empezaban a humedecerse y su nariz se enrojecía. ―Entonces... al salón de actos ―preguntó al profesor, para confirmar que había escuchado bien―. Me pongo... en marcha.

Regresaste al laboratorio de alquimia, el cual tras haber sido vaciado de rollos de canela había recuperado buena parte de su olor natural, a humedad, reactivos alquímicos, hornillos quemados y plantas medicinales.

Tu maleta estaba justo en el lugar en el que la habías dejado, afortunadamente. Con la reputación que tenían los sótanos de estar infestados por toda clase de criaturas mágicas, suerte tenías de no habértela encontrado cubierta de duendes de las piedras o algo por el estilo.

Aparte de tu maleta y la debacle olorosa volviendo a la normalidad, no había nada más que pudiera perturbar la paz de aquel sótano y del laboratorio de alquimia.

Aida ya se sentía mucho más tranquila en un ambiente más despejado. Se dedicó a disfrutar bastante emocionada del olor del salón de clases, emoción que no mostraría de no estar sola. ¿Hacía cuantos meses que no estaba allí? Sabía la respuesta: muchos. Eso le causaba mucha nostalgia, ya que en su hogar no había podido practicar la alquimia. Recordó que antes de irse de vacaciones estaba desarrollando una poción para ocultar temporalmente sus orejas de lobo. Sospechaba que iba por buen camino. No obstante, hacía falta un ingrediente, aunque no sabía aún cuál. Llevaba semanas tratando de conseguirlo, con muchos intentos fallidos que acababan en una explosión muy fuerte de color lila. 

―¿Debería intentarlo ahora? ―pensó, tentada ante la oportunidad de hacerlo. 

―¡Bien, lo haré! ―la licántropo aplaudió emocionada y todo ápice de duda desapareció por completo. 

Olvídándose por completo del entorno que la rodeaba y de que podía ser sorprendida practicando la alquimia sin consentimiento, empezó a buscar todos los ingredientes y instrumentos que utilizaría para crear su poción de transformación. Lo primero que necesitaría era un caldero mediano, donde agregaría más o menos medio litro de agua destilada. Una vez hizo eso, montó con mucho cuidado (y algo de torpeza) el caldero en una de las hornillas mágicas; la encendió, y esperó que el agua empezara a hervir.

Mientras esperaba que el agua hirviese comenzó a buscar los ingredientes que necesitaría. Con un dedo entre los labios y unos ojos bastantes agudos, empezó a buscar entre los frascos de las repisas. Al cabo de un par de minutos, ayudada de sus conocimientos y de su olfato, ya tenía en una mesa más de una decena de frascos con diferentes ingredientes de todo tipo.

―Ala de mariposa azul; flor azul de montaña; trigo; escamas de dragón; garras de oso; sales de vacío... ―mientras contaba los ingredientes con los dedos de sus manos, fruncía los labios de una forma bastante tierna. Se encogió de hombros y fue llevando de dos en dos los recipientes hacia el caldero― Esta vez debería salir bien.

Ya cuando el agua destilada estaba hirviendo a muy altas temperaturas, Aida empezó a agregar uno a uno y con mucho cuidado cada ingrediente.

―Doscientos gramos de trigo; cuatro escamas de dragón y revuelvo ―empezó a aplicar todo el procedimiento que ya se sabía de memoria, revolviendo y aplicando con mucho cuidado. Al cabo de unos minutos ya tenía la preparación casi completa. La poción se estaba tornado espesa y de color lila; el resultado final que ella quería. No obstante, ahí era donde las cosas se ponían feas. Habían tres ingredientes que le daban el toque final a la poción de transformación: polvo de hueso, un trozo del envoltorio de una colmena de abejas mágicas y azúcar lunar. Dejó de revolver la mezcla burbujeante por un momento y se llevó una mano bajo el mentón, para meditar. La última vez había descartado el polvo de hueso, ya que creyó que ese sería el problema principal de la poción. No obstante, necesitaría algo con las mismas propiedades que pudiese sustituírlo de forma eficiente... ―¿Mora Tapinella? ―pensó, mientras inflaba los cachetes. ¿Polvo de hueso por Moras tapinellas? ¡Eso no sustituiría nada! La licántropa se encogió de hombros y decidió probar a la suerte, ya que eso era lo mejor que se le venía a la mente. Con su olfato empezó a buscar en los estantes el recipiente que contenía ese tipo de moras. Una vez lo encontró, se dirigió al caldero y aplicó la cantidad de cinco Moras tapinellas, mientras revolvía con la paleta de madera y aplicaba el pequeño trozo de colmena y los cincuenta gramos de azúcar lunar.

―¡Esta vez tiene que salir! ―entornó sus ojos en el caldero burbujeante y tragó saliva, expectante del resultado de su poción.

El caldero burbujea a alegremente y cada ingrediente que añadías a la mixtura hacía que una nubecilla de vapor saliera de su interior. Al añadir el último ingrediente, la nube que surgió era más grande y densa y descendió para envolver tu cabeza. Por unos pocos instantes te apabulló un olor a bosque húmedo y lleno de hongos silvestres, pero no duró demasiado, ya que la nube se desvaneció en el aire.

Al mirar en el interior del caldero, comprobaste con horror que éste estaba ahora vacío. ¿Qué narices? Sin embargo, cuando te pasaste la mano por la cabeza casi pegaste un respingo. ¡Tus orejas no estaban! Bueno, sí que estaban, pero con otra forma y en otro lugar. ¡Ahora parecían dos orejas humanas normales!

Revuelve, revuelve, revuelve ―pequeñas gotas de sudor perlaban la frente de la licántropo mientras que, haciendo uso de una paleta de madera tomada con firmeza por ambas manos, seguía revolviendo fervientemente a la espera de los resultados de su poción.

Cuando agregó por fin la cantidad completa del último ingrediente, la desconcertó la reacción que nunca había visto en la poción. Cerró sus ojos instintivamente para evitar cualquier daño que esta pudiese causar en su vista y se mantuvo así unos segundos, con los labios apretados y tragando saliva hasta que el olor a hongos silvestres se desvaneció.

Miró con recelo el interior del caldero, para encontrarse que no había nada. Sintió una pequeña punzada en el pecho. ―Así que esta vez tampoco ha funcio-... ―no obstante, sintió algo raro en su cabeza. Normalmente cuando la licántropo se entristecía sus orejas se caían. Sin embargo, esta vez no sucedió... cosa que la desconcertó. Se llevó ambas manos a la cabeza y empezó a buscar sus orejas. Al principio se desesperó por no encontrarlas en el lugar que siempre estaban.

―¡Me he quedado sin orejas! ―pensó en voz alta, mientras entraba en pánico. Al tiempo que su cara empezaba a palidecer y perlarse en sudor la licántropo no detuvo su búsqueda... hasta que dio con sus nuevas orejas temporales. 

MUYUM, MUYUM.

Apretó con bastante curiosidad esas extrañas orejas bajo su capucha. Tragó saliva una vez más... ¿Eso quería decir que...? Con miles de cosas pasando por su cabeza en ese mismo momento, buscó un cristal o un espejo en donde pudiese mirarse. Una vez frente a él se bajó la capucha y se quedó boquiabierta ante lo que sus ojos azules presenciaban.

―¡No están! ―pensó, bastante alarmada, mientras señalaba su reflejo un poco temblorosa... y emocionada. 

MUYUM, MUYUM.

Seguía apretando con bastante asombro las orejas que tenía a cada lado de la cabeza. Era muy raro tenerlas allí y no sobre la cabeza; además, no podía moverlas. En ese momento no podía hacer más que contemplar el extraño aspecto de sus orejas... ¡Lo había conseguido! ¿Por cuánto tiempo duraría el efecto de la poción? ... ¿¡A quién le importaban esas cosas!? Ella estaba demasiado emocionada al ver que su poción de transformación había sido todo un éxito. No obstante, una idea fugaz pasó por su cabeza: ―¿Y si alguien llega justo ahora? ―la sola idea la hizo escapar un chillido y mirar para todos lados, recelosa de que alguien pudiese estar observando. Volvió a ponerse la capucha y sonrió, bastante emocionada. ¡Lo había conseguido! Aunque... ¿qué había conseguido en realidad? Solo había ocultado sus orejas de mujer lobo temporalmente. ¿Qué tenían de malo sus orejas? ¿Por qué quería cambiarlas? ... Ella solo deseaba encajar y creía que esa era la mejor manera. Se apresuró a limpiar todo lo que había usado y guardar los ingredientes. Probablemente si el profesor descubría que había llevado a cabo la preparación de una poción sin su previo consentimiento podría regañarla. Se movía dando pequeños y rápidos pasitos. A cada tanto aprovechaba para tocarse las orejas; estaba realmente emocionada por su éxito rotundo.

―Bien ―Aida aplaudió, sacudiendo sus manos, y exhaló un gran suspiro de satisfacción. Una vez terminó de limpiar todo fue a por su maleta... no sin antes mirarse una última vez ante algún cristal y volverse a poner la capucha. ¿Cuánto tiempo habría pasado desde que comenzó a hacer la poción? Era hora de que fuese marchando hacia su cuarto, debía aprovechar para desempacar.

―La poción ha sido un éxito... ¿Podrá este ser un mejor año que el anterior?