Partida Rol por web

Ese latido se fue acelerando en vuestros oídos, cada vez más, haciéndose auténticamente insoportable, obligándoos a taparos los oídos, cerrando los ojos con fuerza por el dolor, deseando que parara... Finalmente, en posición fetal, notasteis algo... Suelo bajo vuestras rodillas, un suelo blando y húmedo, desagradable. Y el latido ya no estaba, aunque el olor fétido golpeó con fuerza vuestro olfato, abriéndose paso a través de cualquier protección. 

Cuando por fin abristeis los ojos, os encontrasteis con la oscuridad que ya conocíais, aunque por suerte todo volvía a funcionar con normalidad. Os encontrabais sobre un suelo de tierra húmeda, entre paredes de vieja y mohosa piedra. El ambiente era realmente húmedo, con lo que debíais seguir dentro del antiguo alcantarillado. Y si había alguna duda, la presencia apabullante de aquel olor dulzón y nauseabundo de la materia orgánica en descomposición dejaba poco espacio a la imaginación. 

Aunque, por supuesto, había un detalle más... El resto no estaban por ninguna parte. Y ahora que lo pensabais, ¿olía así de mal antes?

Ese latido se fue acelerando en vuestros oídos, cada vez más, haciéndose auténticamente insoportable, obligándoos a taparos los oídos, cerrando los ojos con fuerza por el dolor, deseando que parara... Finalmente, en posición fetal, notasteis algo... Suelo bajo vuestras rodillas, un suelo de ¿hierba? Todo había cambiado, el latido ya no estaba, y el frescor de las alcantarillas había sido sustituido por el calor del sol y una humedad arrebatadora. De hecho, a través de vuestros párpados cerrados se notaba la luz de alguna estrella iluminando todo a vuestro alrededor, y los sonidos... ¿Desde cuándo en una cloaca trinaban los pájaros? ¿Es más, qué pájaros eran esos?

Cuando abristeis los ojos, el panorama no podía ser más chocante: estabais al aire libre. En alguna especie de bosque tropical o jungla, a juzgar por lo que os rodeaba. Los árboles eran terriblemente densos, y parecía haber vida a vuestro alrededor, vida salvaje, así como nubes de mosquitos que empezaban a acercarse a vosotros... Aunque el ser más peligroso estaba algunos metros más allá. 

Mirándoos con expresión confusa en su abominable cara, un orko cubierto de pinturas primitivas y empuñando un hacha de aspecto tan primitivo como peligroso os miraba, quizás valorando si realmente estabais allí. Aunque quedaba más allá de toda duda, a juzgar por el cuerpo de un gran simio que yacía a sus pies mutilado y la sangre que empapaba su arma, que una vez reaccionara no iba a ser pacífico.

Ese latido se fue acelerando en vuestros oídos, cada vez más, haciéndose auténticamente insoportable, obligándoos a taparos los oídos, cerrando los ojos con fuerza por el dolor, deseando que parara... Sin embargo, algo en Vitaly empezó a brillar en aquel momento, con una luz pura y reconfortante, y de algún modo alejó el latido, generando un aullido lejano y disipando las sombras. Vitaly aterrizó donde recordaba haber estado, aunque Cedrik si observó que se había desplazado algunos metros por aquel lugar. 

Puede que lo primero más impresionante fuera, sin embargo, que el resto no estaban. No había ni rastro de ninguno de ellos. Ni siquiera una huella, o polvo, nada. Lo segundo era que, si no les fallaban los visores y linternas, a ellos se acercaba, con paso pesado y medido, un Ángel del Emperador. Enfundado en una armadura amarilla con un puño negro en la misma, parecía haber reparado en vosotros. 

Además, a lo lejos, los ecos de aquel aullido de dolor se disolvían... Sea lo que sea, seguía allí. Con ellos. ¿Pero dónde? Haber perdido todos los mapas no era precisamente una buena noticia en aquel momento. 

La guerra en Sélica estaba muy lejos de ir bien, pero hasta hacía no mucho, el Alto Mando se había resistido a desplegarte, queriendo reservar tu presencia como un as en la manga y resistiéndose a emplear en la picadora de carne que era la trinchera a un Ángel del Emperador, a pesar de tus esfuerzos para que comprendieran que aquel escenario no te era desconocido. Sin embargo, tras un intento de asalto fallido, parecían haber cambiado de opinión.

Y en ello tuvo su buena parte de responsabilidad el Inquisidor Harkon, que ejerció su influencia para apoyar tus argumentos. Sin embargo, sabes que esa gente nunca hace nada porque sí, y aquello no fue una excepción. Quería cobrarse el favor de haber logrado ponerte en el tablero, y quería hacerlo ya. Una breve reunión privada sirvió para ilustrarte: parecía que no todo era paz y armonía en el territorio de vuestros aliados. La interrogadora y alumna del Inquisidor, así como varios de sus escoltas, habían acudido hacía días a una festividad en Grouxvignon, la nueva capital de los leales... Y habían desaparecido. 

De momento no sabía qué habría podido ser de ellos, pero tal contratiempo había disparado todas las alarmas del agente de los Ordos, y subido su paranoia y desconfianza a lo más alto. Sin embargo, por algún motivo que se te escapaba, tenía las manos atadas para acabar con aquel asunto al modo de la Inquisición (o quizás no era de la escuela de "vuela el planeta, pregunta después"). Tras algunas indagaciones, había llegado a la conclusión de que lo que fuera se ocultaba en las alcantarillas del lugar. 

Que uno de los trenes que devolvía a los "veteranos" de aquel asalto fallido hubiera sido atacado en aquella ciudad no hacía más que respaldar aquellas teorías. Tu misión, por tanto, era simple: debías introducirte en las alcantarillas, contactar con las fuerzas de choque que ya había desplegado el Inquisidor, y ayudarles a llegar al fondo de aquel asunto. Probablemente debiste olértelo: nada es simple con la Inquisición. 

Cuando ya estabas cerca del muro donde debía encontrarse la puerta secreta al cubil de los soldados de asalto, un latido te asaltó. Todo se apagó, y despertaste en lo que luego supiste que era otro lugar. Un enorme desierto que tuviste que recorrer de punta a punta, bajo un sol abrasador. A juzgar por los huesos y armaduras de caparazón resecas por el sol, con una I de plata sobre su ceramita negra, parecía que no habías sido el único en acabar allí. 

Sin embargo, el Emperador te sonreía en aquel momento. Tras días de caminar, lograste llegar a... Algo. Una especie de desgarro en el tejido de la realidad, a falta de forma mejor de definirlo. Decidiste cruzarlo y, de repente, volvías a estar en unas cloacas. Un poco más allá, te parece ver a dos soldados, probablemente de la guardia imperial, que parecen haber reparado en tu presencia. Y a lo lejos, un aullido de dolor alejándose en la distancia. 

Era frustrante, realmente frustrante ver como se sacrificaban vidas de hombres fieles mientras él tenía que contentarse con estar sentado, atendiendo a las innumerables reuniones de planificación mientras el imperio sufría una derrota tras otra y cedían terreno al enemigo. Por mucho que se esforzó en hacerles entender que aquel era su terreno el alto mando había decidido reservar su presencia esperando el mejor momento para sorprender al enemigo. Un momento que parecía no llegar nunca.

Por suerte para Vorgen, el Inquisidor Harkon necesitaba de sus servicios y movió sus contactos para que lo mandasen al frente. La reunión con el inquisidor fue breve y sin rodeos, como a Vorgen le gustaban. Había perdido gente, su alumna y varios de sus escoltas habían desaparecido y el inquisidor no tenía ni idea de donde habían ido a parar. Aquello preocupó un poco al marine, si era un secreto para la inquisición es que no se trataban de unos enemigos corrientes. Pero pocos hay tan buenos como para ocultar su rastro totalmente de un inquisidor y este había conseguido rastrearlos hasta las alcantarillas. Vorgen se encargó de conocer y memorizar los nombres y aspecto físico de los miembros desaparecidos antes de poner rumbo al punto de encuentro.

La misión que parecía sencilla se complicó por momentos. Algo le había hecho perder el sentido y le había trasportado a mitad de un maldito desierto. A su alrededor, los cuerpos de varios miembros de la inquisición yacían esparcidos. Se encargó de registrarlos buscando sus identificaciones y cualquier información o mensaje que puediesen haber pasado por alto sus asesinos. Tras haberlos registrado bien, les dio apropiada sepultura y elevó una oración por sus almas. Había caído en servicio a Él que está en Terra y debían ser honrados una última vez. 

Tras honrar a los caídos, Vorgen comenzó a caminar en busca de algo que le resultase familiar. Caminó durante días en aquel desierto interminable hasta que algo llamó su atención en el horizonte. Algo rasgaba la realidad creando en el horizonte una distorsión en la luz. Ante la idea de vagar eternamente por aquel desierto o hacer frente a lo que sea que se encontrase al otro lado de aquella grieta Vorgen no dudó. Inspiró hondo y cruzó al otro lado. 

Las alcantarillas lo esperaban al otro lado. A pesar de los sonidos que llegaban desde la alcantarilla, Vorgen pasó unos segundos inspeccionando aquella fractura de la realidad. Estaba claro que aquello era obra de algún poder así que se preparó para enfrentarlo. 

Una vez hubo terminado de inspeccionar la anomalía, Vorgen caminó hacia las voces que provenían de la alcantarilla. Una imponente figura enfundada en una armadura amarillento apareció por la esquina pistola bolter en mano. El marine se detuvo e inspeccionó a los soldados para determinar si se trataban de una amenaza antes de romper el silencio. - Nombre, Regimiento y Planeta en el que nos encontramos. - preguntó mirando primero a uno y luego al otro. 

El latido se intensificó hasta resultar incluso doloroso, pero no tenía forma de detenerlo o siquiera amortiguarlo, ya que ni siquiera podía llevarse las manos a los oídos, ni siquiera sentía si seguía teniendo manos u oídos. Y de repente, desapareció sin más.

La oscuridad no se fue, pero si la pesadez que sentía en el ambiente. Aquella oscuridad se debía a que no había luz alguna en la zona. Se palpó, suspirando de alivio al sentir su cuerpo de nuevo, y tanteó en busca de su linterna. La encendió nada más encontrarla, y se dispuso a ver lo que tenía a su alrededor, pero estos no eran para nada como antes. Además, con ella, tan solo pudo ver al medicae Lantanita y a uno de los especialistas del Treceavo. ¿Qué demonios había pasado? ¿Dónde estaban los demás?

Eran preguntas sin respuesta, por supuesto, por lo que no llegó a hacerlas en voz alta. No podía demostrar flaqueza en aquél momento. Debían moverse y encontrar al resto de la expedición, si es que seguían en aquellas alcantarillas — ¡Informe! — exclamó — Comprobad vuestras armas y que todo este perfectamente — ordenó a los cinco soldados que quedaban bajo su mando, mientras pasaba la linterna por los dos caminos que se abrían ante ellos. El olor a mierda y podredumbre era mucho más acusado que antes, incluso a pesar de los respiradores — Fiks, dígame que sigue teniendo ese auspex.

El Enviudador agradeció una vez más llevar la mascarilla integral, la sensación de desasosiego y confusión le invadía aquella oscuridad no podía ser normal. Había caído en alguna clase de emboscada por parte de los poderes ruinosos y ahora estaban separados de los diferentes grupos que habían formado, dejarse llevar tan solo alimentaría el caos reinante. Empezó a concentrarse en su respiración mientras trataba de mantener la calma a medida que enfocaba de nuevo su vista, casi como un reflejo mecánico empezó a cumplir las ordenes de la sargento revisando metódicamente su equipo, eso le salvo de caer en el histerismo devolviendole de golpe a la realidad. Era un soldado, perteneciente a uno de los mejores cuerpos de la galaxia, criado desde niño para dicho cometido, Quintus Noctis un Enviudador.-Lock and loaded sargento, Fiks necesito lecturas ya no veo ni una maldita cañerías. Es hora de sacar la impaciente del saco.-la situación había cambiado drásticamente, ya no era una misión de exploración ahora era una misión de evacuación y él abogaba por abrirse plasma bajo el sagrado amparo del bendito fusíl de plasma que el Emperador le había confiado.

aquello no tenía sentido, primero estaban en la alcantarilla y de repente ese extraño sonido, tanto que no soy capaz de aguantar y acabo en posición fetal, como un niño asustado, pero lo mas extraño era que no había cemento bajo mis pies, sino que había hierba, creía que era un engaño de mi mente, pero parecía que no, era hierba de verdad, y el sitio no era una alcantarilla sino un mundo jungla con bastante calor, lo cual no era un buen añadido, aunque cuando me levanto y veo al orko, sabía que algo no iba bien.

lo primero que hago es apuntar sobre el asqueroso xeno, y mi lado estaba el penal, el cual creo que se llamaba Arthur, y tambien estaba Albius, "no se que hace un asquerosos xeno aquí, ni donde estamos, pero creo que lo mejor es matarlo" digo a mis compañeros, y no me había fijado si Fabio también estaba, pero de momento iba a apuntar con mi rifle de plasma al orko hasta que se moviera para vaporizarlos.

Arthur tenía experiencia con las malas resacas. Si alguien en esa maldita galaxia podía decir que tenía experiencia con las malas resacas, de hecho, era él. Las había tenido de todo tipo. Lengua hinchada, dolor de cabeza punzante, piel seca, ojos picantes... incluso había pasado días ciego y sordo alguna vez. Nunca había viajado en el espaciotiempo, eso era nuevo. A no ser que fuera un elaborado efecto alucinogeno. Eso si le había pasado. Y no parecía el caso.

El olor a ozono de la penetrante jungla se filtró a través de la máscara mientras se levantaba del suelo. Sentía el peso de sus todas sus cosas y un vistazo rápido le confirmó que, al menos, no era una resaca de las que uno tiene que afrontar desnudo. Pipeboy no andaba lejos, gimoteando como siempre, y parte del grupo seguía con él. Dos de los que iban con cosas de las caras. No estaba en la alcantarilla. No estaba en Sélica, olía diferente. Y había un tipo grande y verde frente a ellos. No parecía simpático. Al menos no mientras estuviera sobrio.

Uno de los otros sugirió pegarle un tiro. Arthur evaluó la situación. Casi siempre había tiempo para disparar a la gente.

- Un momento, podría haber más de esos bichos por aquí- gruñó, levantándose con la ayuda de su rifle láser, se desabrochó la mascara de gas, dejando que colgara de un lado.- ¡Oye tú!- llamó la atención del orco, levantando la mano.- ¿Hablas mi idioma?- ¿porque hacía tanto puto calor?

Kolya no pudo evitar inspirar profundamente ante las palabras del sargento de esas tropas de asalto Inquisitoriales, un sargento de tropa, de tropa de élite, pero sargento al fin y al cabo.

-Por supuesto que le acompañaremos, sargento -dijo el lantanita- pero solo quiero recordar que el comisariado y el mando me otorgó el liderazgo de la misión de exploración y rescate en las alcantarillas, por lo que no permitiré ningún tipo de fuego contra cualquiera de los otros equipos de búsqueda. Nos aseguraremos de que son enemigos antes de disparar a lo que sea -miró a sus hombres- ¿entendido?.

Bolsas para recoger pedazos. Alain no había podido evitar escuchar al extraño decir eso, y ya no podía desoírlo. La frase se repetía en su cabeza una y otra vez, en bucle, con una severidad que parecía que se amontonaba y que iba en aumento. Lo peor era que, por como lo había dicho, no podía discernir si los pedazos en cuestión iban a ser la obra del enemigo en las alcantarillas, o más bien el fruto del gatillo alegre de su escuadra. El medicae suspiró, silenciosamente, tratando de pasar desapercibido, y se dedicó a revisar su equipo, asegurándose de que todo estaba donde tenía que estar. La verdad era que, para ser el primer Tempestus bajo el mando de la Inquisición al que veía —y probablemente también el último—, estaba haciendo honor a la reputación que tenía. El sargento Kolya volvió a hablar, mezclando a partes iguales sentido común y lo que Alain empezaba a ver como cierto paternalismo para con sus hombres, lo cual hizo que se sintiera algo más tranquilo. Marcel, sin embargo, estaba más inquieto por la otra cosa que había dicho. Cada vez más obsesionado con ello, preguntó: 

—¿A qué se refiere con "cosas"? —dijo, justo antes de que Alain le propinara un codazo. 

Se encontraba visiblemente tranquilo, eran amigos, eran de los buenos y encima de la élite; solo no tenían que contrariarlos y todo podría salir a pedir de boca. Eso pensaba Malek, y por eso sus ojos se abrieron de par en par cuando el sargento Lantanita fue tan brutalmente directo queriendo mantener el liderazgo. No es que estuviera en desacuerdo con él, sino que simplemente temía la reacción de las tropas de asalto inquisitoriales.

Se humedeció los labios y miró de soslayo a su hermana justo cuando cambió el hombro en el que apoyaba su láser largo - fuere como fuere... seguro que pronto podremos avanzar ¿si? no tenemos tiempo que perder, no sabemos nada de los otros equipos y todo esto me da mala espina - apostilló con voz suave. 

Vitaly reapareció en los tuneles, y si no hubiese sido por el resplandor que lo había devuelto a ese lugar hubiese tenido que cerrar los ojos para no quedarse mareado al recuperar la vision. 
Supuso que el Torcedor les había capturado con sus poderes demoniacos pero que el había quedado protegido por su bendecida medalla, pero a lo lejos vió al soldado fezzornita así que resopló decepcionado y supuso que simplemente fue cosa del azar.
Allí no estaba Fiks, ni los pedantes del treceavo ni la sargento fezzornita, por lo que imaginó que le tocaba, otra vez, explorar las alcantarillas solo, pero entonces apareció el mastodonte amarillo y supo que se había vuelto loco, o peor, que seguía en las garras del Torcedor.
Pero cosas más raras se veian en ese mundo, asi que no se arriesgó a provocar al grandullón. Sin mirarlo directamente, respondió mientras se aseguraba que su rifle de plasma volvía a funcionar.
- Vitaly Lazarevic, 15° de Zapadores Lantanitas. Estamos en Selica, o eso creo, señor

Se estiró cuan largo era, sintiendo el entorno cuanto apenas, enfundado en su armadura como iba. Recuperando la verticalidad con presteza, miro a su alrededor, descubriendo que ya no estaba en unas alcantarillas, si no en un bosque. 

- Brujería. - masculló, cogiendo el bólter pesado y sintiendo su familiar peso. - Celonius aten.. - no llegó a terminar la frase al escuchar a sus compañeros, girándose y viendo a aquel enorme xeno que se había encontrado a su espalda. 

Poco a poco empezó a sentir el calor, fijarse en las nubes de mosquitos... Nada tenía importancia frente a aquel enorme bicharraco que los iba a destripar si le daban oportunidad. 

No tenía ni idea de qué es lo que había pasado, ni como habían llegado allí, pero no se había pasado doscientos años en la disformidad para ser jodido por un xeno verde. 

- Entretenlo mientras preparo el bólter, sólo necesito que lo mantengas a 2 metros de mí durante 5 segundos. - le dijo al penal que les acompañaba. 

Fiks guardó tanto silencio que hasta dejó de respirar por miedo a hacer ruido; sólo el que los demás rompiesen la quietud con su voz le llevó por fin a moverse, a asentir a sus peticiones, activar sus gafas mientras se situaba donde los haces de luz de las linternas no diesen y arrancando la consola del Áuspex... En caso de que todavía estuviese en su mano.

- De inmediato, Sargento; ya mismo, Enviudador - respondió a ambos, su cabeza moviéndose a un lado y a otro, tratando de escuchar lo mejor que pudiese alrededor para hacerse una idea de dónde se encontraban, qué les rodeaba y hacia dónde ir.

Me levanté confusa, y aunque nunca lo admitiría, avergonzada por aquella posición de extrema debilidad en la que me había encontrado al abrir de nuevo los ojos. No sabía que estaba ocurriendo, y mis pensamientos fueron directos hacía la herejía que se había producido en este planeta. Jugar con fuerzas así acababa corrompiendo la realidad, por eso todos habían desaparecido, y yo me había encontrado sintiendo un dolor tan intenso y casi atemorizada. Tenía que ser eso.

Todo me pareció inmensamente extraño, aquel sonido rítmico similar al que producían los relojes de algunos mundos antiguos, aquella urgencia que me apretaba el pecho y me hacía sentir que pronto no podría respirar más. Apreté la empuñadura de mi espada, más por la necesidad de aferrarme a algo que por las ansias de combate y venganza hacia todo aquel que fuera un enemigo del Emperador.

—Sargento —dije, dirigiéndome al único hombre que había quedado conmigo—. Debemos marchar de aquí cuanto antes.

Entonces, después de esperar unos pocos segundos a un gesto de su parte, marché hasta donde el pasillo torcía hacia un lado y me asomé con todo el cuidado que podía, evitando ser vista si apreciaba la presencia de enemigos. Que en esos momentos empezaba a pensar que todo lo que nos encontrásemos lo sería.

Secretos dentro de otros secretos, como compartimentos estancos. Modus operandi típico de la Inquisición, por lo poco que Paul había oído sobre la Ordo Malleus. Se estremeció al pensar en el destino del resto de los equipos pero decidió no decir nada en aquel momento. Sobre todo porque el tal Marcel había hecho la pregunta vital en aquella situación: qué exactamente era lo que podía reducir a varias escuadras de veteranos de la guardia imperial a "pedazos".

Aprovechó para aflojarse la máscara, dar un trago a la cantimplora y revisar su armamento. Estaba listo para la acción y esperaba también para enfrentarse a aquello que vagase por los corredores.

El hombre que tenía delante parecía tan desconcertado como él. Vorgen dudó sobre el origen de su inquietud hasta que Vitaly terminó de presentarse. Reconoció el nombre del regimiento, era uno de los desplegados en Sélica para la defensa del planeta así que decidió confiar en ellos. - Hermano Vorgen, 3º Compañía de los Puños Imperiales. - dijo mientras avanzaba hacia ellos. - ¿Caminen conmigo, quieren? Veamos de donde proviene ese aullido de dolor. - pidió mientras lideraba al grupo moviéndose en dirección al origen del sonido. 

Parece confuso soldado Vitaly. - dijo casualmente mientras avanzaba. - ¿Cómo es posible que no esté seguro del planeta en el que se encuentra? - preguntó. Creía saber la respuesta que iba a recibir, pero no vendría mal poner a prueba la sinceridad de aquellos dos soldados.