Partida Rol por web

Nueva York, lunes 16 de noviembre de 2037, 11.45.

Cassandra y Robin estaban en la calle, charlando cerca de la puerta de la consulta de Nicolás. Parecían estar allí, simplemente esperando a sus compañeros del Morris. 

Morgana, Daniel y Trish surgieron de una bocacalle cercana y se acercaron a ellos. Daniel parecía estar algo atontado y tenía sangre en el cuello. La exmilitar lo llevaba medio arrastrado, con un brazo del chico sobre los hombros y sosteniéndolo por la cintura. Ella también parecía herida, tenía un desgarro en la ropa en el costado, también manchada de sangre. Trish caminaba nerviosa, con las manos en los bolsillos y mirando hacia atrás cada pocos pasos, pero no parecía estar herida.

En cuanto llegaron a la consulta del doctor de La Comunidad, la expresión de Morgana era la propia de un basilisco al que le habían pisado la cola. Sus ojos derramaban fuego, su mirada arrasaba con lo que veía, su cara de mala leche espantaba. Su pecho se agitaba por el esfuerzo y el cansancio, la pérdida de sangre, aunque por fortuna no en exceso, mellaba sus fuerzas. Soltó a Dani sobre Robin si mediar palabra alguna ni delicadeza en absoluto. Después de esa acción se fue directa hacia la puerta de las instalaciones médicas. 

-Para ti tu puto novio de mierda. 

Abrió la puerta de forma brusca, rabiando por la quemazón del dolor del balazo a quemarropa. Se apoyó un segundo en la pared antes de entrar y se giró mirando con una sonrisa aviesa hacia Cass. Tomó aliento. -Ha ido bien. Tenemos el acuerdo. -señaló a Dani- Te va a encantar esta historia, es un verdadero fan tuyo este hijo de puta. ¿Y tú, todo bien?

Ni siquiera ella había intentado matar a nadie del Morris.   

Se limitó a andar, como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos y hubiera tenido que aprender a caminar por sí misma, sin el motor de una mano rectora. A cambio sentía la mano de Morgana aferrada a su costado, una presa tan férrea y firme como la que había mantenido en torno a su cuello, suspendiéndolo en el aire y golpeándole contra el muro, y en torno a sus testículos. 

Sentía su cabeza palpitar y cuando se tocó la nuca, notó el pelo apelmazado por la sangre y un punzante dolor que le hizo apretar las mandíbulas. Pero no era lo único que percibía. Rítmicas y violentas, le llegaban las oleadas de odio y violenta frustración que emanaban del cuerpo de Morgana como si de un púlsar se tratara golpeando contra él. 

Lo que debía haber sido una salida normal y sin mayores problemas, se había transformado en un caos que podría conllevar profundos cambios en el Morris. Podría justificar sus propias reacciones pero se sabía tan responsable como la propia Morgana. Aunque dudaba que ella viera las cosas de ese modo. No dudaba de que la militar lo consideraría a él y solo a él como causa de todo y responsable final de todo. Tanto daba que daba tanto. El propio Daniel, pese a su reciente y fugaz epifanía, dudaba de su permanencia en el Morris. 

Cuando al final de lo que se le antojó una travesía por el desierto alcanzaron al resto del grupo, alzó la mirada y vio el contorno borroso de Robin y Cassandra. Una mezcla de sentimientos y emociones encogieron su estómago. Culpa, alivio, nerviosismo, amor, miedo, vergüenza... Acabar de forma violenta entre los brazos de Robin, haciéndoles trastabillar a ambos, fue la forma de Morgana de deshacerse de él y de acuerdo con su mentalidad estratega y esclava de su propio veneno, fue la primera en mover ficha. 

Los brazos del pelirrojo se encontraban preparados para sujetar el peso plomo de la buscadora, por si acaso la respuesta a su pregunta llegaba de un modo más físico que verbal, sin embargo, al ver aparecer a sus compañeros en ese estado tan lamentable hizo que el pelirrojo perdiera la noción de su conversación para centrarse en el dolor que goteaba de Daniel.

La culpabilidad por desatender a su amiga ni siquiera abrió la boca mientras el pelirrojo se ahogaba en sus propios latidos que parecían querer desmembrarlo desde dentro acentuándose cada vez más en la garganta a medida que Daniel se acercaba.

Su visión entró en efecto túnel difuminado todo lo que rodeaba al patinador y cuando esté cayó en sus brazos, no supo hacer más que apretarlo contra sí con firme suavidad, rodeando su espalda con mucho cuidado con el brazo derecho y dejando su mano ligeramente ahuecada para que Daniel pudiera recostar esa hermosa y dañada cabeza de serle necesario.

Con la siniestra buscó apartar los cabellos del chico de su rostro para poder contemplar su mirada con un ojo analítico de médico y otro angustiado desde el enamoramiento.

— Dan...—le llamó con suavidad prácticamente sin separar los labios al ver que éste movía sus ojos— No te duermas —le pidió por encima de todo. En ese momento ni siquiera tenía necesidad ni siquiera curiosidad por saber qué había pasado, solo le importaba que el fuego no llegase a hasta ellos. No podía perder a nadie más—.

Una fuerte punzada rasgó su corazón arrancando del adulto a marchas forzadas una queja que utilizó para acomodar mejor su cuerpo contra el de Daniel, apoyando sien contra sien en un pequeño mimo circular.

— Vamos a dar dos pasos más ¿Te parece? — le dijo para conducirle a la sala de espera del doctor y que al menos pudiera sentarse pero su corazón, vulnerable, se lo tomó como una declaración más allá de lo que el propio Robin era consciente.

La imagen de los tres compañeros apareciendo por la bocacalle cercana atrajo toda la atención de Cassandra, sus ojos escanearon la escena rápidamente viendo el estado en el que venían y alarmándose, pero donde realmente se detuvo fue en el pelo azul que siempre buscaba primero. Ver que su hermana parecía estar bien físicamente le quitó la mano invisible que estaba apretando su corazón y lo siguiente fue Morgana y sus ilustrativas palabras.

Sólo entonces fue cuando tuvo tiempo de fijarse en ambos heridos y su ceño se frunció, más valía que los otros hubiesen quedado peor.

-Todo perfecto. -contestó a la última pregunta de la ex militar mirándola y acercándose, Daniel ya tenía quien lo cuidase y Trish... parecía estar bien, le dedicó un rápido vistazo cargado de intención, hablaría con ella más tarde -Entremos a que os vea el doctor.

Cuando estuvo a su lado miró más detenidamente la zona herida, si viese manar sangre presionará con su mano la zona mientras cogerá a la mujer por la cintura para entrar con ella, si no sangrase igualmente la acompañaría al interior. Las explicaciones cuando ambos estuviesen bien.

Al llegar junto a los demás Trish parecía, ante todo, nerviosa. Miraba hacia atrás, como para comprobar si alguien les había seguido, o visto, y sólo cuando estuvo segura de que no era así se permitió apoyar las manos en las rodillas y respirar. Hizo un gesto con la cabeza, saludando a Cassandra y a Robin, pero no dijo nada al principio. No sabía ni qué decir.

Miró tanto a Morgana como a Daniel un instante. Quería preguntarles cómo estaban... Y al mismo tiempo no quería hacerlo. No sabía con cuál de los dos estaba más enfadada. Sin embargo, su enfado no era como una explosión, sino más bien como una disolución de agua con sal. De modo que se alegró de que ambos estuvieran siendo atendidos por sus compañeros y miró hacia otro lado unos segundos, intentando recuperar algo de calma.

Su primer reacción a las palabras de Cass iba a ser asentir, y decir que ella esperaría fuera. Aprovecharía para comprobar que todo estaba en orden por la zona, acercarse al lugar del que se habían marchado... Pero entonces se dio cuenta de algo y negó con la cabeza.

—No —enunció con determinación—. Morgana no puede ir. Hemos venido corriendo para que no sepan que tuvimos nada que ver con ese disparo. Si la atienden aquí, estamos jodidos. —Miró entonces a Morgana—. Salvo que estés segura de que ni Anabela ni nadie se enterará por boca de Nicolás.

Morgana apartó con una mano a Cass -Ya puedo yo solita. Ocúpate de los críos -soltó de mala leche.

Se detuvo al escuchar a Trish. -Me importa una mierda Anabela y su puta madre. -Morga no pensaba demasiado en lo que decía, su furia seguí allí, alimentando la energía de la militar -Nicolás no dirá nada.- Se miró el pantalón, la parte de arriba estaba manchada, podía ser sangre, podía ser otro líquido, se confundía con el azul oscuro de la prenda.

La intención de Morgana es entrar en la sala, directamente donde está Nicolás, de manera rápida, la conocen, es la enfermera...La idea es que deje la visita con la que está para quedarse a solas con él. Solo será un momento.

Cassandra encajó que su ayuda no fuese aceptada, al fin y al cabo cada cual era libre de efectuar las acciones que quisiera, y entró en la sala de espera tras la ex militar, pero al ver la intención de la mujer de entrar sin miramientos se interpuso deteniéndola e indicándole una silla.

-Dentro hay una niña pequeña... con su padre. Aquí podemos esperar sin llamar la atención, si entramos eso no será posible, no deberían tardar en salir.

El hombre no parecía tener mucha paciencia, menos con su hija por enmedio, y por lo que parecía la discreción era muy importante. La buscadora se moría por preguntar qué diablos había pasado pero, a pesar de la soledad reinante en la estancia, en cualquier momento podía aparecer cualquiera o simplemente escuchar desde el otro lado de la endeble cortina.

Morgana miró de hito en hito a la Buscadora. Entrecerró los ojos.

Se sentó a esperar. Abrió su chaqueta de piel, introdujo una mano, sus dedos palmaron la herida, orificio de entrada, siguió con el examen, orificio de salida. Por la ubicación y su estado de salud estaba segura de que el proyectil no tocó ningún órgano.

Sangraba un poco. Rompió el extremo de su camiseta e introdujo un poco de tela en cada herida. Luego, apoyó su mano en el costado. Notaba como se le iba empapando de sangre.

El silencio se extendió por la sala de espera vacía que los viajeros del Morris habían ocupado. Desde el otro lado de la cortina llegaban algunas voces lejanas, el tono suave del doctor y una más infantil y cantarina. También otra de hombre, más grave y seria. 

Pasaron varios minutos antes de que la cortina se abriese y por ella saliese el hombre que habían visto un rato atrás, llevando a la niña en brazos. Se tensó al verlos a todos en la sala de espera, pero no detuvo su caminar. Tan sólo hizo un gesto con la cabeza que parecía dirigido hacia Cass y Robin y se fue por la puerta. La pequeña agitó la manita mientras parloteaba en español en su dirección algo parecido a «¡Adiosadiosadiosadiós!».

Tras ellos emergió Nicolás, que asomó la cabeza como queriendo comprobar si tenía algún paciente esperando. No debía esperarse verlos a ellos allí de nuevo, porque sus cejas se alzaron con sorpresa. 

—«Vaya, vaya, mira nada más lo que tenemos aquí de nuevo...» —murmuró en español para sí mismo, recorriendo con ojos veloces a cada uno. Su mirada se detuvo un instante de más en Daniel, que aún parecía algo mareado. Puso los brazos en jarras—. Venga, pasad —dijo, señalando hacia la cortina con la cabeza, y miró a Morgana, a la que conocía mejor—. ¿Qué ha pasado?

Se mordió los labios. Allí sentada pensó en que había recibido más hostias en dos días que en el medio año anterior. Se le torció una sonrisa cínica. A los moratones de la cara, el pinchazo en la espalda y los cortes en el brazo ahora sumaba esto. "Un fin de semana movidito", se dijo, sin contar otros acontecimientos. Este pensamiento, el recuerdo de esos momentos le hizo sonreír con más ganas y que se olvidase momentáneamente del momento presente.

Abrió su chaqueta y le enseñó la zona ensangrentada a Nicolás, y un gesto vago con la mano, "estas cosas pasan".- Los putos hispanos, que sois todos unos tocacojones.

Se puso en pie -Échale un vistazo a este capullo. No tiene más que un golpe contra un maldito muro. Te cuento ahí dentro.

Morgana apartó de nuevo la cortina para pasar a la zona interior de la consulta que tan bien conocía. Adelantaría trabajo mientras el doctor se ocupaba de Dani.

Robin solo apartó los ojos de Daniel al escuchar hablar ese idioma que ni conocía ni identificaba en un acto reflejo para suplir un sentido pues, en alerta como estaba, no podía dejar las incógnitas del oído sin analizar. 

Intentó sonreír al padre y a la niña pero solo ellos supieron si lo había conseguido ya que el muchacho no despegó sus atenciones y pensamientos de la nuca del patinador.

Al volver a volcar la mirada en él, fue directo a sus labios y recogió los suyos reprimido el inoportuno arrebato de besarle nacido de la ingenuidad de que tal vez así no pudiera dejarle.

Sus latidos se detuvieron en seco al escuchar al doctor a quién buscó con una mirada a caballo entre la suplica y la disculpa solicitándole que no le hiciera encargarse a él, no por ser incapaz, sino por estar demasiado alterado para hacerlo bien. 

Esperaba que lo entendiera y que con el tiempo le enseñara a superar esa debilidad profesional.

Parpadeó volviendo a Dan un poco más tranquilo al escuchar que el golpe había sido con un muro. Y esa parte fue completamente irracional como si saber que el cómoc no llevaba un quién, hiciera un poco menos grave el golpe.

— Te... —«quiero» engulló la palabra envuelta en saliva y sudor frío al darse cuenta de lo que había estado a punto de hacer— ¿Te puedes tender en pie? Quiero decir, ¿te mareas?

Cuando vio que la ex militar le hacía caso y se sentaba, Cassandra se acercó a su hermana a esperar su turno, no dijo nada, sólo estuvo a su lado hasta que la cortina se abrió. Dedicó un cabeceo al hombre como respuesta a su gesto y luego una pequeña sonrisa apareció en su rostro mientras agitó la mano en dirección a la pequeña, no entendió lo que ella dijo pero tampoco le dio mayor importancia, era una niña, no sería nada importante.

Con la invitación del médico de entrar en la zona de la consulta, la buscadora se dirigió hacia allí guiando sutilmente a Trish para que no se quedase atrás.

-¿Tú estás bien? -le preguntó en un susurro aprovechando la cercanía y el ruido del movimiento.

Una vez dentro se quedaría en la entrada, apoyada en la pared y con la mano en la cortina. Un ojo puesto en el exterior por si entraba alguien y debían callar lo que estuviesen hablando, el otro dentro por si se calentaban las cosas y los oídos atentos para ambas estancias.

¿Qué ha pasado?

Una gran y fácil pregunta con una difícil repuesta, al menos si lo que pretendían era guardar un prudente silencio ante desconocidos. No era algo que le preocupara, quizá inconsciente del alcance de según y qué respuestas, quizá aún lo suficientemente embotado como para no racionalizar adecuadamente la situación. Pero fuera como fuera, allí estaba Morgana, siempre lista, siempre dispuesta, su desprecio colgando de sus labios como un cigarrillo apagado, negando cualquier evidencia, rechazando lo que no le convenía. Daba igual.

¿Te puedes tender en pie? Quiero decir, ¿te mareas?

Negó con la cabeza y sintió un inmediato mareo. Alzó la mano a la nuca, donde la sangre reseca taponaba la herida que pudiera tener, fruto de aquel inoportuno y único golpe recibido contra un muro en palabras de la exmilitar.

-Sí, puedo mantenerme en pie, pero si me ayudas a caminar, te lo agradeceré.

Al ver que los otros pasaban a la sala de espera Trish había dudado un instante antes de hacer lo mismo. Parecía disconforme con la situación de una manera que no estaba expresando en voz alta, cosa poco habitual. Al ver pasar al hombre con la niña siguió con las pupilas a la pequeña, y le hizo un gesto con la mano en respuesta a lo que la niña hacía.

Poco después, cuando Nicolás se asomó y Morgana mostró su herida, Trish apretó la mandíbula al oír sus palabras. Se quedó allí sentada, decidida a tomarse unos minutos para buscar la calma, y cuando vio a Cass pendiente de ella asintió sin obligarse a sonreír.

—Estoy bien, sí —enunció—. No te preocupes. A mí no me ha pasado nada.

El médico alzó un poquito las cejas al ver la herida que le enseñaba Morgana, pero no pareció espantarse por ella. Sin duda habría visto cosas mucho peores. Sostuvo la cortina para que Robin y Daniel pudieran pasar al interior y entró con ellos y Morgana, dejando a Cassandra custodiando la linde entre consulta y sala de espera y a Trish aún sentada en esta última.

Al otro lado de la cortina se encontraba la consulta de Nicolás. Una mesa llena de papeles en un lateral, con una silla a un lado y tres al otro, un armario con vitrina lleno de cajas, vendas y distintos útiles médicos, y una camilla situada debajo de la lámpara formaban el mobiliario principal. Sin embargo, había otra cortina separando esa zona del espacio más allá que no estaba corrida del todo y podían intuirse algunas camillas más. 

El hombre caminó con su paso bamboleante ayudado por el bastón hacia la camilla y se la señaló a Robin, considerando que era el que llevaba el timón de la pareja. 

—Siéntalo ahí, «chico» —pidió, rodeando la camilla para poder examinarle la cabeza desde atrás. 

Dejó el bastón apoyado en la pared y empezó a apartar el pelo para poder observar la herida. Primero la estudió con los ojos y luego empezó a palpar con los dedos. A pesar de que lo hacía con cuidado, Daniel pudo sentir una punzada de dolor atravesándole el cráneo. Al final, Nicolás emitió algunos sonidos como de asentimiento para sí mismo.

—Te has dado un buen golpe —dijo, enderezándose y dando un par de palmaditas en el hombro del chico—. No parece grave, pero te voy a dar un par de puntos para que cicatrice más rápido. ¿Te has desmayado? —preguntó, extendiendo esa pregunta al resto con la mirada.

Se puso en pie disimulando las punzadas de dolor que le subían desde la herida y se enroscaban en su cerebro clavándole los colmillos igual que serpientes hambrientas. Se pasó la lengua por los dientes, tomó aire con fuerza y pasó al interior bien conocido de la consulta, no sin antes echar un vistazo a Trish, sentada y muy seria, con aspecto preocupado. Morgana le ofreció una sonrisa torcida, y un brillo intenso apareció en su mirada, pero podía significar cualquier cosa o ninguna.

Bebió un poco de agua de una botella, y mientras Robin y Nicolás se encargaban de Daniel, ella recogió lo necesario de la vitrina y descorrió la otra cortina. Se fijó en que Cass se quedaba de centinela, le pareció bien y cabeceó en señal de aprobación hacia ella. Se desvistió al lado de una de las camillas: se desprendió de la chaqueta, el jersey y la camiseta, se quedó solo con el sujetador tipo deportivo que solía usar, y para estar más cómoda incluso se quitó el pantalón, dejando al descubierto su atractivo cuerpo, atlético, fibroso y fuerte, con algunas contadas cicatrices aquí y allá, el brazo izquierdo vendado desde el hombro hasta la muñeca. Limpió la herida con un paño empapado en alcohol, apretó los dientes, se apoyó en el lateral de la camilla. Usó el yodo y si hubiese antibióticos, se inyectaría una dosis (o si es en pastillas) * . Esperó a Nicolás a que examinara los dos orificios y la remendase.

-No se ha desmayado. Solo está un poco atontado. Aunque eso viene de serie.

Sintió los dedos recorrer su nuca, suaves y desagradables a un tiempo, y cuando llegó el dolor, cerró los ojos con fuerza. Sintió que empalidecía al tiempo que una arcada se enroscaba en su garganta como una serpiente, el estómago absolutamente revuelto. Siguió un breve momento de alivio al que sucedieron el sudor frío y una sensación de náusea que se resistía a abandonarle. 

Fue a responder al médico, pero una vez más, Morgana hubo de adelantarse, aprovechando cualquier ocasión para escupir su veneno.

-No, no me he desmayado -cerró los ojos. No soportaba verla en aquel momento, con sus ínfulas, con su pretendida autosuficiencia, creyéndose por encima de todo y de todos, repartiendo palmaditas o escupitajos según creyera oportuno-. De acuerdo -dijo en referencia a los puntos. 

La mirada que Morgana le dedicó al marcharse provocó que el enfado dentro de Trish se revolviese un poco. No, no fue su mirada, sino su sonrisa. La chica apretó los labios y se echó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y mirando a uno y otro lado.

Los primeros segundos sola le sirvieron para respirar un poco. Oía a los otros, incluso a Nicolás, pero sólo veía a su hermana, lo que desde luego estaba bien. Se sentía como una idiota. Se llevó una mano al bolsillo de la chaqueta, y el peso de lo que llevaba dentro hizo que inspirase hondo y liberase el aire poco a poco. Volvió a inspirar y a exhalar, y miró hacia la puerta de la calle, y luego hacia la cortina. Sentía su propio silencio pesándole como una lápida, pero no quería hablar de más con Nicolás ahí. Las palabras empezaban a quemarle en la parte baja de la garganta, y sentía la necesidad de hacer algo... Pero no podía hacer nada. Y al asumir esa verdad fue cuando su postura se relajó, y con su siguiente exhalación el enfado fue convirtiéndose en otra cosa. En algo que podía esperar a estar de vuelta en el Morris, por lo menos.

En ese punto la muchacha se puso en pie y tras pensárselo un instante se acercó a su hermana, dedicándole una breve sonrisa.

—Luego te explico —prometió, aprovechando el momento para mirar al interior. Al ver allí a Robin, Daniel y Nicolás llevó la vista más allá, hacia Morgana. Con calma caminó en su dirección.

—Eres una idiota, y a lo mejor te mereces que te duela —le dijo, consciente de que con todo lo que estaba haciendo ella sola tampoco debía ser una terrible agonía—, pero déjame echarte una mano.

Y tras esas palabras se dispuso a ello.