Partida Rol por web

Aidane se sentó junto a Miriel, sin parecer incómoda porque él sujetase con suavidad su brazo. Una nueva y pequeña sonrisa para indicar que le haría compañía.

- No te sientas mal, Miriel - Susurró mirando hacia la fuente- Hiciste lo que creías que debías hacer, y demostraste valentía. De nada sirve castigarte por no haber tomado decisiones distintas, hicimos lo que hicimos y ahora estamos aquí. Aceptémoslo y actuemos en consecuencia.

No pretendía parecer impositiva ni mucho menos, ella menos que nadie tenía el carácter necesario para imponerse a otro, simplemente quería que Miriel no se sintiera mal por sus acciones pasadas. 

Luego algo cambió, una imagen en el agua, una nueva lucha, una nueva fata en aquel lugar. Aidane frunció el ceño. 

- No lo entiendo... - Volvió a musitar casi para ella misma - La Vanya que yo conocía era... Ella... Me ayudó tanto. Me guió. 

Parecía que eran los fata del bosque los que más morían.

Rais podía manipular los votos de los demás, así que pensaba que Anya estaba jugando con el resto. Pero cuando llegó una nueva Fata, supo que era verdad su poder. No porque conociese a Anya, en realidad si la había conocido ni siquiera recordaba su rostro. Pero sabía que la Fata que había llegado allí no era Anya. Conocía demasiado bien esa Fata. Era... Tarma.

¿¡Tarma?! - dijo Rais incrédulo de verla en ese lugar. Quería decir más preguntas, pero se le atragantaban en la garganta, en parte porque era consciente de porque no estaba allí Anya, aunque no porque precisamente ella. De todas las Fatas, tenía que haberla elegido a ella...
 

Quería ser fuerte, quería demostrar que aquello no me importaba, y que era mejor estar en el mundo de los muertos, que en aquel mundo de vivos donde todos se apuñalaban a través de palabras sin sentido. ¿Quién mentía? ¿Quién decía la verdad? Ni lo llegué a saber, ni me importó. Lo único que trascendía ahora era mi nueva identidad recuperada.

La carcasa humana había caído, inerte, tras luchar contra las mentes lentas de entendimiento, y yo me encontraba en mi pleno esplendor, siendo yo misma, por fin, ante mis hermanos.

Los sonreí con algo de tristeza, pero, en el fondo, estaba algo feliz por ver sus rostros, como hacía cientos de años que mi pequeña mente los recordaba.

—Quién quiere la vida de un mortal— dije, haciendo un gesto vago con la mano, tratando de sonreír.

Recorrí los rostros de mis compañeros, y fruncí el entrecejo al ver a alguien quien aún creía vivo.

—¿Rais?— dije, sin poder dar crédito a lo que veía—. ¿Qué haces aquí?— pregunté de manera estúpida—. ¿Caíste? ¿Cuándo?— maldije mi mente humana infantil, que no me dejó llegar a comprender todo lo que había ido pasando aquellos últimos dos días—. Qué destino el nuestro llegar a parar a un sitio como éste. 

No tenía respuestas para Loth. Aina le miró y se encogió suavemente de hombros mientras un pequeño mohín se formaba en sus labios. - No lo sé, Loth - . Le dijo en un leve murmullo.

Entonces empezó la batalla en el otro lado y Aina se apartó de la fuente. Tenía suficiente con verlo una sola vez y no quería seguir martirizándose con aquellas imágenes. Se acercó al mantel y rellenó su copa de vino, llenando una nueva para el que llegara a ese lugar. 

Antes de que el cuerpo de Tarma se materializara, ella ya sabía quién había sido la pobre infeliz. 

Observó su cuerpo de fata, tan diferente al de niña que llevaba como carcasa, y se le acercó.

- Lamento que estés aquí - . Le dijo mientras le tendía la copa de vino. Escuchó su sorpresa al ver a Rais y enarcó suavemente una ceja. - Veo que sí que estabas perdida allí - . Le dijo, con una suave sonrisa. - ¿No entendiste su mensaje? Él me pidió que no dijera quién era, pero te llamé por tu nombre. Esperaba que eso bastara para que entendieras que era él quién te lo enviaba - . 

Chasqué la lengua ante la condescendencia de aquella barquera que se movía entre dos mundos, pero, inmediatamente después, me lamenté haberlo pensado. Me sentí mal conmigo misma, porque ellos no tenían la culpa. De hecho, eran los que menos culpa tenían.

Escuché las palabras de Aina, y sonreí, negando con la cabeza.

—No es que no las entendiera, es que cuando las dirías, yo ya no estaba allí— le recordó, tomando la copa que le tendía, y oliendo su contenido—. Me iba con aquel hombre ciego, tratando de buscar algo de tranquilidad ante tanta acusación sin sentido. No lo oí. No oí tu mensaje— resumí, torciendo el gesto. 

¡Mentirosa!

Al escuchar las palabras de Tarma, Aina frunció el ceño y le lanzó una mirada gélida. Había esperado cualquier otra excusa, como que había estado en el otro lugar encerrada... Pero no, aquello era absurdo.

Sus labios se torcieron en una mueca y un brillo peligroso asomó en sus ojos.

- Vaya... Debe ser que él es ciego y tú debes ser más sorda que una tapia - . Le dijo con un pequeño retintín en su voz. - Y más cuando allí se puede escuchar hasta el más leve susurro. Invéntate otra historia más creíble, pero no te hagas la idiota. Todos hemos estado allí y hemos podido escuchar cualquier conversación, viniera de donde viniera - . Le recordó, arqueando ambas cejas.

Negó con la cabeza y se apartó de ella. Se acercó de nuevo a la fuente y, con un suspiro, se volvió a sentar sobre su superficie de cristal. 

Puede que me haya pasado...

Aina había mirado su reflejo en el espejo que formaba la cristalina agua y no le gustó ver su expresión de enfado. Su ceño fruncido la hacía parecer más vieja y su mirada parecía la de una fata de la Linde, que vivían entre lo conocido y lo desconocido. Suspiró y suavizó su expresión, volviéndose a mirar de nuevo a Tarma. No debía olvidar que ella no merecía estar allí. La que tendría que estar era Vanya.

- Perdona por mis palabras - . Se disculpó y una pequeña mueca se formó en sus labios. No estaba acostumbrada a pedir disculpas. - Quizás me he sobrepasado un poco. Puede que estuvieras distraída y no debería haberte insultado - . Se levantó, dando un suave saltito y se acercó a ella, tomándole de una mano. - ¿Me perdonas? - Le volvió a pedir, haciendo un pequeño mohín con sus labios y mirándola a los ojos con tristeza.

Pestañeé varias veces, sin entender cómo no me había percatado de aquello. Estaba tan sumida en mis propias preocupaciones, y en poder escapar un poco de aquel campo de batalla verbal que se había formado entre dos bandos que ni me había dado cuenta en que tenía palabras dirigidas para mí.

Supuse que las obvié porque creía que era más información que era incapaz de procesar con mi pequeña mente mortal, de aquella carcasa de niña humana en la que había habitado durante los últimos diez años.

Miré a la danzarina de dos mundos, y me encogí de hombros, quitándole importancia al asunto.

—No me enteré, Aina— confesé, torciendo el gesto, compungida—. No te disculpes. Estos días han sido tan locos que no entendía lo mucho que se decía allí. Y, cuando creía que lo entendía, volvía a haber más gente asegurando otras cosas— suspiré, y miré a todos—. Los vivos se están señalando sin compasión, y sin dilación. 

Aina asintió suavemente y soltó la mano de Tarma con un leve suspiro. - Estamos todos que sacamos las uñas, y más cuando se acerca la noche y no sabemos quienes son los asesinos - . Una trémula sonrisa se dibujó en sus labios. Según se movía la joven, iba dejando una dulce estela de olor a almendras. 

- Pensaba que quizás no habías escuchado mis palabras porque te hubiera pasado como a Elendire - . Le dijo, volviéndose a mirar a la fata nombrada. - No sabemos cómo, pero parece ser que hay alguna fuerza, o alguien, que puede encerrar a las fatas en otros lugares y ocupar sus cuerpos - . Explicó, mirando de nuevo a Tarma. Tras esas palabras, levantó su copa para chocarla suavemente con la que sujetaba la fata y llevársela después a los labios.

Dilaté mis aletas de la nariz para oler la fragancia de Aina, y sonreí para mis adentros, recordando el bosque. Era el bosque.

Escuché sus palabras, y asentí, seria, ante lo que decía. Torcí el gesto, y miré mi copa y la suya chocando haciendo un leve tintineo. Yo no bebí. No me gustaba el vino. Lo mío era más el zumo de frutas.

—Sí, lo de las posesiones— corroboré, arrugando el ceño—. No tengo ni idea de cómo puede suceder algo así— confesé, encogiéndome de hombros—. Entiendo mucho menos de lo que me gustaría, y lo que me más me duele es que podría haberos sacado de aquí a dos de vosotros, pero quería aguantar un poco más. No me gusta tener a nadie cumpliendo mis órdenes u obedeciéndome— añadí, haciendo un gesto de negación, horrorizada ante la idea—. Me hubiera gustado usarlo para poder libraros de la muerte. Ahora…— dejé la frase morir, y bufé por la nariz, sintiéndome algo tonta.  

Tranquila Tarma. Quiero pensar que si no te percataste de mi mensaje, tampoco lo hizo Anya, y que no te eligió en su lugar por mis palabras. Eso sería... - la voz de Rais se quebró, aunque rápidamente volvió a tomar fuerza y miró a Aina - Dile a Anya que puede rezar por aparecer mañana por la mañana muerta. Porque en caso contrario, voy a derribar todos los muros que hagan falta, para que pague por lo que ha hecho. Muy pronto conocerá mi nombre de Fata, y sabrá lo que es el miedo.

Tras unos instantes, Rais empezó a reírse tímidamente y rascarse la cabeza. Lo que había dicho iba para los de fuera, ahora ya hablaba en clave interna.

Bueno claro, eso contando que de verdad pueda volver a la vida. Y aunque me gustaría vender que mi poder podría contrarrestar al suyo, quiero pensar que fue un truco único. - Se encogió de hombros y sonrió un poco más - Aunque a riesgo de que pueda volver a hacer lo mismo, con tal de poder hacerle pagar, me arriesgaría a volver a caer yo mismo a esperarla aquí.

- Jo... Pensé que os íbais a partir la cara, como dicen los humanos- dijo, con un mohín- Qué pena, supongo que es bueno que no lo hagáis, pero es que estoy tan aburrida... 

Suspiró, atusándose el pelo antes de acercarse a la recién llegada- Esa Vanya... Es un poco tozuda. Se comporta como si no tuviera miedo. Y no tiene en cuenta que hay más fata que esos traidores amigos suyos capaces de matarla. -se encogió de hombros- Yo creo que para cuando amanezca estará muerta. ¿Queréis apostar? Al menos así pasamos el rato. 

El vagabundo escuchó la discusión entre la recién llegada y Aina en silencio, e incluso no hizo gesto alguno cuando su compañera de por vida dijo que se aburría... pero decidió intervenir cuando se habló de la siguiente noche.

- Estoy de acuerdo contigo. En mis viajes he aprendido que, cuanto mayor es un poder, más agota utilizarlo. Así que si ella ha podido esquivar la muerte una noche, no podrá hacerlo otra vez.