Partida Rol por web

- Eso espero noble Dravescu. Eso espero…- respondió en un tono en el que quedaba claro que él no tendría un día más tranquilo. Sabía que después de la tempestad de aquella noche él iba a ser uno de los que iba a tener que encargarse de todos los desperfectos.- Buenas noches a vos también. Y a vos, Caballero Zuyla. Espero que vuestra afección haya sido pasajera. Ah, antes de que se me olvide. Envié hace ya un buen rato a uno de los lacayos para que trajera al maestro Maserrak y todavía no ha regresado.- Aquello no podía dejar de resultarle extraño, pero tenía tantas cosas en la cabeza que difícilmente podía prestarle más atención.- Cuando regrese por favor excusadle y decidle que puede retirarse a descansar.

Se giró hacia los otros dos miembros del servicio que eran familiares del que faltaba.

- Innya, Dagu. Y vosotros tres también, conmigo- añadió dirigiéndose a los otros lacayos que habían cargado con las ollas de agua y vino.- Hora de regresar a la zona del servicio.

El caballero de los Cárpatos caminaba en silencio, como si estuviera realmente harto de hablar y hablar sin sentido. Sin embargo, a mitad de la escalera, Flaviu escuchó su voz nítida y habitual.

- ¿Qué prefieres? ¿Tu rostro o tu cuerpo?

El petimetre flojo el paso ante la pregunta del caballero, ¿el rostro?, pero se mantuvo firme y contesto a la pregunta de su señor sin que la voz le temblara. Sabía que no podía mostraba debilidad ante el caballero, si flaqueaba el caballero se ensañaría aun mas con él. Preferiría en el cuerpo, en la espalda, para no fallar en mis serviros. Hoy tengo mucho trabajo, y quisiera que vuestra armadura luciera en todo su esplendor antes del medio día, como muy tarde. El escudero no quería decir nada que enfureciera al caballero, no quería parecer débil, ni que trataba de zafarse del castigo. 

- El Chambelán Otto, Innya y Dagu se dirigen a las cocinas.

Iacobus movió la cabeza. ¿Realmente le parecía que iba a colar semejante intento?

- Muy necio preferir la apariencia. ¿Acaso podrías servir a alguien, incluso a ti mismo, con una mano menos, con una columna quebrada, con una rodilla inservible? Un tuerto camina con la cabeza en alto, un manco o un cojo, no.

Flaviu, a su espalda, no había visto el inicio de la sonrisa seca en sus labios.

- Pero, bien, cuerpo será.

Las escaleras llegaban a su fin, y Iacobus abrió la puerta sin detenerse. Sin detenerse tampoco, dejó pasar a Flaviu y, cuando el petimetre hubo traspasado el marco de la puerta, el caballero de los Cárpatos la cerró. Acto seguido, le arrió un guantazo a mano abierta en medio de la cara, con el guantelete aún puesto.

Callo al suelo sujetándose la cara en el lado en el que había recibido el golpe, entre sus dedos, pálidos por el frio de la estancia, empezaban a correr hilos de sangre. No emitió ningún gemido ni grito al caer.

No podía saber la gravedad de la herida, si el guantelete simplemente le había arañado la cara o por el contrario el golpe le había fracturado la mandíbula y había arrancado parte de la piel.

Se incorporo todo lo rápido que pudo, y quito la mano con cierto esfuerzo de la mejilla dañada. La sangre le hervía, pero la mejor baza que podía jugar en esa situación era quedarse callado mientras esperaba el siguiente golpe, permanecer frio. Un intento de huida o una palabra solo agravarían la situación.

Fijo su mirada en los ojos del caballero, aunque no mostraba ningún sentimiento.

PASILLO:

- Llega Visany y de inmediato localiza a los Dravescu.

- También está en el pasillo el Guardia Tomescu.

Al llegar y no ver al Chambelán Otto me quedo un tanto extrañado. Me acerco al Guardia. - Disculpad, ¿sabéis donde puedo encontrar al Chambelán Otto? - le pregunto.

- Farkas Deli llega buscando al Chambelán, pero no está aquí. Enseguida supone que estará en las cocinas.

Farkas no logró encontrar a Otto en las estancias del Caballero Zuyla como suponía, así que supuso que estaba en las cocinas haciendo algún tipo de preparativo. Dio media vuelta y se dirigió hacia allí.

- Farkas Deli y Visany salen del pasillo y se dirigen a las cocinas.

Los nudillos del guantelete habían abierto una herida, atravesando la carne de una mejilla. La sangre corría, pero no había modo de igualar la que se desprendía de la armadura del caballero que observaba. Iacobus, sí, observó al petimetre caer, levantarse como un resorte, intentar clavar sus ojos en los de él. Por un momento, permaneció en silencio, tal como Flaviu permanecía, como si pensara qué hacer a continuación o por dónde empezar. Pero, repentinamente, se echó a reír.

- Joder, deja de hacerte el duro. Puedo percibir perfectamente lo que sientes. ¿Por qué no usas la cabeza, esa de la que estabas tan orgulloso, en vez de querer mostrar que la tienes larga?

Se despojó del guantelete, y del otro, moviendo la cabeza.

- Demasiado bla, bla, bla, y poco sentido común, que es lo que te hará sobrevivir a toda esta mierda. ¿Acaso no te diste cuenta que tenías que callarte, en el salón, afuera? ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Sobrevivirás a los ataques de Durius?

Ahora, con las manos desnudas, volvía a sostener la espada Basarab, la cual continuaba bañada en sangre. Giró hacia Flaviu, que continuaba tieso como si tuviera un palo en el culo. Joder, la gente era increíble.

- Te voy a azotar sólo porque abriste la boca cuando no debías y si no te ven azotado, lo que harán contigo te hará desear no haber nacido. Pero este golpe en la cara - señaló la herida, bien formada, una herida abierta al mismo centro de vanidad del petimetre - te ahorrará dolor, y también preguntas, entenderán que fuiste castigado como correspondía. ¿Acaso no te diste cuenta de ello? No, imagino que ni lo pensaste.

No tenía un látigo, pero sabía perfectamente cómo construir uno. Hizo un gesto, mientras sus ojos se deslizaban por la habitación.

- Quítate la ropa. Date la vuelta.

El petimetre siguió las indicaciones del caballero y empezó a quitarse la túnica para dejar su espalda al aire. El color pálido y la poca musculatura de su cuerpo indicaban que no estaba acostumbrado a los rigores del trabajo físico.

Señor, siento si os he fallado, y prometo que no volverá a ocurrir. El petimetre pronuncio las palabras automáticamente como si se tratara de una oración aprendida de memoria. Solo quería que el mal trago pasara lo antes posible. Sabía que nada de lo que dijera iba menguar su castigo.

La situación le hizo volver a las mazmorras del castillo de su tío unos años atrás, nuca le había fustigado era un preso “político”, pero desde su húmeda celda oían los gritos de los condenados. Recordó como los carceleros se mofaban de algunos reos que habían perdido la lengua, al mordérsela cuando eran azotados. Si me permite señor, no querría perder esta lengua que tan mal oficio me ha hecho. Con un gesto rápido saco de uno de los bolsillos de la túnica un pañuelo y se lo puso en la boca, para evitar morderse la legua cuando gritara. Aunque la intención de petimetre era no gritar.

Pero algo le había sorprendido de toda la escena, el Caballero de los Cárpatos había mostrado interés por su supervivencia en el castillo, ¿Qué podría significar eso?.

Iacobus parecía sorprendido por algo pero Flaviu, por estar de espaldas, no lo vio. No, no era sorpresa, era diversión. O algo que se le parecía, algo mucho más cercano al humor negro que a otra cosa. Es que la frase automática e irreflexiva, mezclada con la preocupación por perder la lengua, le decían muchas más cosas de aquel hombre de las que una charla podría haber sacado. En fin, que se terminara rápido. El escudero no parecía tener suficientes cojones para dialogar, lo que era normal, habida cuenta de las cosas que Iacobus acababa de decirle sobre largar la lengua.

- ¿Por qué me preguntas si te lo permito, y lo haces sin que te conteste? - sonó la voz de Iacobus, extrañamente divertida, mientras los ruidos de sus pasos lo desplazaban y lo devolvían a su lugar.

¡SCCCHKKKT!

La herida se abrió en la espalda flaca y blanca del petimetre, más rápida de lo que hubiese podido anticipar.

- Esa clase de cosas son las que te ponen en esta posición. 

¡SCCCHKKKT!

- Por ejemplo, le dijiste a alguien que puede matarte o dejarte vivir que aceptabas que te impusiera un castigo, el que le pareciera. Tus palabras sonaron a que le dabas permiso para hacerlo. ¿Por qué lo hiciste?

¡SCCCHKKKT!

- Si sabías perfectamente que todo dependía de su voluntad. ¿Qué tenías que decir tú que lo aceptabas? ¡Por supuesto que lo ibas a aceptar! Porque iba a ser de todas maneras.

¡SCCCHKKKT!

La voz de Iacobus no reflejaba molestia, simplemente hablaba como si estuvieran manteniendo una conversación normal.

- Sentido común. No es tan difícil.

¡SCCCHKKKT!

- Bah. Con esto es suficiente.

Arrojó la soga que había rescatado del baúl, la cual muy rápido debía haberse enarbolado en su mano para lograr el efecto del látigo que había plagado la carne de Flaviu de heridas. Aunque el petimetre podía jurar, o desear, que la fuerza con la que lo había hecho no podía ser toda con la que contara el caballero de los Cárpatos.

- Vístete. Y hazte cargo de esta mierda, que ya no sé cuánto tiempo la llevo teniendo puesta.

Empezó a ponerse la camiseta y noto como la sangre empapaba la tela. La camisa estaba limpia y parecía ser el mejo sustituto para las vendas. La sangre de la cara ya empezaba a secarse y comprobó con alivio que solo se trataba de un corte abierto en la mejilla. El caballero había aplicado el castigo sin excederse, el petimetre sabia por experiencia que si hubiera querido, el caballero le podía haber destrozado la mandíbula, ya lo había demostrado barias veces su colosal fuerza. No le guardaba rencor hacia el caballero.

Sin mediar palabra el escudero empezó a quitarle la armadura a su caballero, para empezar la larga tarea que le esperaba, limpiar y abrillantar la armadura que apenas se podía distinguir bajo el amasijo de vísceras y sangre reseca.

TRANSCURRE EL RESTO DEL AÑO NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.

NOCHE DEL TREINTA Y UNO DE ENERO, AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

La noche del 29 de Abril de 958 llega a Alba Iulia una pequeña comitiva que escolta a un noble. La comitiva atraviesa la ciudad rápidamente, plantándose ante las puertas del castillo, que naturalmente permanecen cerradas. La comitiva, que consta de un carruaje, se para y dos guardias, que estaban subidos en el techo del vehículo, bajan, quedando dos sirvientes sentados en el pescante. 

Los guardias aporrean fuertemente la puerta, y gritan:

-¡Abrid las puertas, dejad paso al noble Kars Kadar, sobrino lejano del Conde de Satu Mare Opor Kadar, y pariente del Duque Gyula Kadar!

Finalmente, la comitiva consigue entrar en el patio del castillo.