Partida Rol por web

- ¿Y bien? - pregunto a Mikail. ¿Cual es tu plan para sacarnos de aquí?

Mikail miró a Vasilov como si fuera una pesada losa que tuviera que cargar a la espalda. Si pro él fuera huiría solo, sería mucho más fácil. Sin embargo, las últimas palabras del Primer Caballero aún resonaban fuerte en su cabeza.

- No parece haber rastro de nuestro Señor Durius y los Basarab ya están atacando la ciudad. - El lacayo dejó salir el aire que parecía que había estado conteniendo en un sonoro suspiro.- Si no salimos de aquí lo más seguro es que acabemos muertos.- Miró a la pobre Enrietta. Lo que pudiera pasarle a ella quizá fuera aún mucho peor que la muerte.- Por lo que he podido oír las puertas sur de la ciudad están abiertas y son un coladero para la gente que sale huyendo.- Al parecer la milicia estaba dejando salir a la gente sin problema.-Lo único que puedo proponeros es que lo intentemos. Que cojamos un carro, el del fallecido Senescal Stolnic que está en el establo,  las cosas más valiosas del tesoro de la boda y algunas armas. ¿Qué me decís?- En teoría el plan era del mismo Durius pero ponerlo en práctica conllevaba unos riesgos que debían asumir ellos mismos.

- La puerta que da al Patio se abre y por ella entran Hakir y otro guardia.

En cuanto oyó la puerta Mikail dio un respingo.

Tenía que haber cerrado con llave.

- ¡Joder,qué susto!- Dijo al ver que era Hakir con otro de los guardias. Estaba empezando a volverse paranoico. Antes de volver a dirigirles la atención dio unas rápidas órdenes a Enrietta.-Enrietta, prepara todo en las habitaciones privadas del Primer Caballero. Todo debe estar listo por...- Su voz ni le sonaba convincente a él mismo, pero aún así debía hacer un esfuerzo.-...pos si regresa. - Se giró sobre los talones para encararse a los guardias.-¿Podemos ayudarles en algo?- Tenían muchas cosas que hacer.

Enrietta da un grito y un respingo, asustada. Después compone una nerviosa sonrisa.

Me extraña la entrada del Guardia Hakir.

- ¿Que quereis? - pregunto casi a la par que Mikail.

Hakir entró acompañado de otro guardia, el ceño fruncido y gesto cansado por toda la madrugada despierto. Se colocó junto a su compañero en la puerta, echó un analítico vistazo a toda la habitación antes de responder con tono asertivo.

El capitán Ferenk manda saber por cuales razones por las que os habéis cobijado aquí dentro, lacayos, y saber lo que andáis haciendo aquí dentro. explicó tanteando las caras de cada uno de ellos. A mi señor no le gusta ver pululando al servicio arriba y abajo cuando estamos bajo amenaza de asedio. Le agrada tenerlo todo controladito, ¿saben?

El guardia contuvo el timbre sin emular mucha amenaza, aunque que los dos entraran armados ya era suficientemente amedrentador para los sirvientes.

El rostro de Mikail cambió por completo. ¿Es que el Capitán no tenía otra cosa que hacer que desperdiciar dos de sus guardias con ellos? Por lo que había oído Mikail en el patio la ciudad era un coladero.

- ¿Cobijado? - Dijo incrédulo Mikail por lo que tenía que escuchar. - Puedes decirle al Capitán que estamos preparando las estancias del Primer Caballero, según nos dejó encomendado él mismo cuando partió. Puedes decirle también que  antes hemos estado adecentando los barracones para que sea viable llevar a los heridos allí. Si queréis podéis confirmarlo con la Dama Dubieta. Esa es la razón de nuestro... "pulular". - Los lacayos pululaban. Eso es lo que hacían siempre, mandados a hacer recados de un lado a otro por aquellos que estaban por encima de ellos en el escalafón social. Las palabras salían de la boca de Mikail con cierto desdén, tal era su indignación por el trato, tono y palabras recibidas por el guardia. - No puedo hacerlo yo solo todo, por lo que he ido a buscar a Enrietta y Vasilov. - A Mikail no le gustaba el trabajo duro, eso era por todos sabido, y sus dos compañeros se habían quedado en el salón, como si no hubiera cosas que hacer. - ¿Alguna cosa más? - Le dijo a los guardias señalando la puerta educadamente. - Si no hay nada más, alguna tarea que quiera el Capitán que hagamos o algo... Nos gustaría proseguir con nuestro trabajo. -

QUINTA CAMPANADA, MADRUGADA DEL CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

Hakir escuchó paciente el alegato indignado del lacayo, ni le impresionó ni le enojó. Mikail hacía su trabajo como él hacia el suyo, paseó la lengua entre los dientes antes de responder.

¿Entiendo que están aquí por orden de la Dama Dubieta? preguntó evaluando al hombre y a los otros dos sirvientes, movió los hombros para aligerar momentáneamente del peso de la cota de mallas.

Estaba cansado, eso se le notaba en el rostro, pero se mantenía en la brecha por el deber que se esperaba de él. Aunque traicioneros bostezos intentaban asomar en su cara en alguna ocasión.

Le exasperaba la lentitud de razonamiento del guardia.

- No.- Contestó cortante para dar las explicaciones. No quería que le cortaran la lengua por mentiroso.- Antes estuve ayudando en los barracones bajo las indicaciones de la Dama Dubieta. Ahora estamos aquí para cumplir los deseos que el Primer Caballero nos dio antes de partir. Esperamos con ansia su regreso. ¿Hay algún problema?- Notó el cansancio del guardia y el suyo propio le cayó como una losa.-Todos estamos cansados. ¿Nos dejan acabar nuestras tareas?- Cuanto antes se fueran antes dejarían todo listo.

El brillo de la mirada de Hakir se encendió como si hubiera escuchado lo que esperaba oír, con un tono que no admitía discusión respondió a Mikail.

Entonces, si son tan amables, nos deberán acompañar al Salón Principal por orden del capitán Ferenk. Mi señor ordena que les escoltemos, así que arreando y si tienen alguna queja lo hablan con él. Se impuso con autoridad, aunque procuró no mostrarse hostil por el momento.

El otro guardia que lo acompañaba permanecía firme a las indicaciones de Hakir, aunque parecían del mismo rango.

- Muy bien, pues vamos a hablar con el Capitán.- Dijo con resignación. Era increíble que les hicieran perder así el tiempo.- Vos primero.- No pensaba dejar que se quedara a fisgonear las estancias de su Señor.- Entonces, ¿ya no hay peligro de asedio?- Dijo con sorna, pues si lo único que tenía que hacer la guardia era vigilar a los lacayos de Durius es que no habría mucho peligro fuera de las murallas.- Es tranquilizador. Sólo espero que el Primer Caballero no se enoje al ver que sus estancias no están listas cuando llegue. Pero eso lo tendrá que hablar con el capitán, ¿verdad?- En el tono del lacayo se desprendía que si tenía que darle explicaciones a su señor no olvidaría que Hakir estuvo aquí.

Hakir hizo caso omiso a las provocaciones del lacayo, se guardaba su opinión sobre él y su actitud. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse que de la pataleta de un siervo. Los dos guardias se pusieron junto a la puerta, esperaron la salida de los sirvientes, aunque Hakir dejó disimuladamente el mango de la lanza en el umbral por si al lacayo se le ocurría hacer alguna estupidez.

Ante la enésima provocación del lacayo, el guardia suspiró hastiado.

Cumple con tu deber, lacayo, que yo cumpliré con el mío. respondió paciente. Ahórrate amenazas veladas conmigo. Si quieres decirle a tu señor que te he echado a empellones y amenazas de sus estancias, eres libre de hacerlo que seguro que te creerá. 

Hakir no estaba de humor para discutir con Mikail, llevaba una noche de tensión enorme encima y que luego el señor siervo se las diera de importante solo le dieron ganas de atizarle en la sesera con la lanza y lanzarlo al otro lado de la muralla. El capitán sabría porque había dado esa orden, él solo obedecía y lo haría sin titubear. ¿Que cabreaba a un caballero noble? Bueno, siendo honestos, por cualquier cosa podía cabrear un noble. Esa era una buena razón como cualquier otra.

- Los guardias Hakir y Radu salen acompañando a Mikail, Vasilov y Enrietta.

FALTA MEDIA HORA PARA EL CANTO DEL GALLO.

CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- El Chambelán Otto de Sajonia llega corriendo a la antesala de las estancias privadas del Primer Caballero, con sus ropajes echando humo y llamaradas. Chillando se revuelca por el suelo para apagar el fuego. Encuentra con temor que no hay nadie en el lugar para ayudarle.

- Como puede, logra sofocar las llamas y arrastrarse agotado hasta su propia habitación, donde le aguarda un ataúd con tierra de su tumba sobre la que podrá descansar para pasar el horror del día.