Partida Rol por web

Durante el trayecto, había habido poco tiempo para las conversaciones, quizás debido a la intensa lluvia, que arruina cualquier posibilidad de charla, unido a su vez a la necesidad de viajar en silencio.

Por lo que Tarbrand aprovechó el descanso que le proporcionaba la acampada para conocer un poco más a sus compañeros:

-Bueno, parece que nos hemos retrasado un poco, por lo que el capitán Melechtor y el resto de los hombres se retrasarán aún más. Veo bien descansar un poco, y esperar a que el tiempo mejore para realizar una última batida en caso de que se pueda, dado que ahora mismo no veríamos a un orco ni aunque lo tuviéramos delante.

Acto seguido se dirigió al caballero rubio y le dijo:

-Agnor, es notable que tenéis habilidad y admiración por los caballos, si bien hay algunos hombres en ésta región que son buenos jinetes no es lo normal, y vuestra apariencia no parece muy común en éstas tierras. Por lo que si no es indiscreción me gustaría preguntaros por vuestra procedencia, no respondáis si os place, tenéis todo el derecho a tener vuestros secretos.

Dijo en un intento de animar la conversación.

Agnor se acercó a ver como estaban los caballos. Les dio una golosina a cada uno, una simple manzana con la que alegrarles el paladar. Escuchó la pregunta de Tarbrand, la que tantas veces le habían hecho. No era un hombre al que le gustara hablar de sí mismo, así que fue escueto.

-Mi familia siempre se ha dedicado a los caballos. Atreo y el buen Eothos son los últimos que me quedan. Mi hogar está al oeste, en Feotar, no muy lejos realmente, pero ahora nadie vive en él. Yo también soy el último de mi casa.

No dijo más, y se acercó al fuego.

Tarbrand asintió con la cabeza ante la explicación de Agnor. No sabía bien si la breve explicación se debía a que al norteño no le gustaba explayarse o porque no le gustaba hablar de ello; sea como fuere, fue correcto en sus palabras y como bien sabía él, todo el mundo tiene derecho a ocultar detalles de su pasado.

-Vaya, dijo apesadumbrado, lo siento mucho, no debí haber preguntado. 

Esperó unos instantes en los que meditó si corresponder a la sinceridad de Agnor con la misma moneda y decidió que sí. Por lo que mirando al suelo le dijo con voz melancólica:

-Mi familia y yo vivíamos en el noroeste, cerca del lago Nenuial. Aquí hizo una pausa, y miró a los ojos al joven rubio diciéndole:

-Si os sirve de consuelo, yo también soy el último de mi familia.

Acto seguido se levantó y se puso a añadir algo de leña al fuego para acabar con el ambiente de tristeza que se había creado, acompañado por la lluvia.

-No obstante y aunque ahora mismo no lo parezca, añadió después, con el ambiente algo más distendido de nuevo. Recibí instrucción de caballero, y aunque hace mucho que dejé de considerarme uno, sé valorar lo mucho que haces por tus corceles y puedo decirte que ni el mismísimo jefe de las caballerizas de Echorion cuida tan bien de sus monturas. Dijo sonriendo a Agnor. Haces un gran honor al noble arte de tu familia.

-Mucho se ha perdido en estos tiempos, dijo de repente Aelloth mirando al fuego, echando leña con cuidado. La lluvia había cesado por fin. -Poco queda del reino que Cardolan una vez fue. No sé cómo estarán las cosas en Arthedain, dijo alzando la vista para mirar a Tarbrand. -Pero los que luchamos por Echorion creemos en un nuevo comienzo. Aún queda grandeza en Cardolan.

De repente, Aelloth recordó su larga estancia en Sil Auressë. Principalmente recordaba su calabozo, pero también la inauguración de la Academia... Una Academia para enseñar los saberes perdidos de la época gloriosa. Y a la Dama Aylarien, la fundadora de aquella extraña aldea. Su lugarteniente, y su Senescal. -Aún queda grandeza, ciertamente. Lo que vi de Sil Auressë me gustó, Agnor. Creo que allí se está construyendo también algo, además de un castillo. Un sueño. O una esperanza. Y es todo lo que necesita un guerrero para vivir o para morir.

De nuevo se quedó mirando el fuego. No sabía de dónde salían las palabras que acaba de pronunciar. Casi toda su vida había sido un mercenario, un hombre que vendía su espada al mejor postor. Pero algo había cambiado en él. -Podemos hacer turnos de dos guardias, y uno descansando. Yo me quedo de momento manteniendo el fuego, dijo moviendo la leña de nuevo. Avivar y controlar el fuego después de una lluvia sin que el humo moleste demasiado, y sobre todo sin que se vea a leguas de distancia en la oscuridad, requería cierta experiencia y habilidad.

Conmovido por las palabras de Aelloth, Tarbrand dijo:

-Si es cierto lo que decís, me hallo ansioso por llegar a nuestro destino. Me ofrezco para hacer la primera guardia junto a vos, mi señor.

Agnor no tenía nada que decir al respecto. Se cubrió con la capa y se dispuso a dormir.

Agnor se acomodó lo mejor posible en el suelo para descansar unas horas, mientras Tarbrand y Aelloth hicieron la primera guardia. Compartieron algunas raciones, volvieron a llenar las cantimploras y comprobaron el perímetro. Pasaron unas horas, y lo único que se escuchaba en la oscuridad que les rodeaba era el viento. Era una noche nublada, sin estrellas. Entonces se escuchó un ruido extraño...

Chas ¡Chas! ... ¡Chas!

Algo golpeando el agua, y se aproximaba desde el noroeste, de la dirección opuesta al camino que habían seguido.

-¿Has oído eso Aelloth? Venía del noroeste. Voy a despertar a Agnor, apaga lo que quede del fuego y preparémonos para lo peor.

Me acerco a donde descansa Agnor, y poniéndole la mano en la boca, lo despierto. Con mi otra mano hago el gesto de silencio sobre mis labios, y le digo en susurros:

-Hemos oído algo que se acerca desde el noroeste, hay que estar alerta.

Acto seguido me levanto voy junto a Aelloth, me equipo con mi arco y coloco una flecha en él.

Se movió rápido sin decir una palabra, alerta. Con las armas a mano y una flecha en el arco, se agazapó tras una roca mirando hacia el río. Asomó la cabeza olisqueando.

Al ver que Agnor se colocaba en la zona de las rocas, Tarbrand decidió cubrir la zona de los árboles, ocultándose allí.

Se trataba de un grupo de hombres que se acercaban por la orilla del río. Estaban charlando en voz baja pero bastante animados, y sus pasos eran pesados por el peso de las armaduras y armas. Aelloth indicó desde su escondite que eran ocho, y que estaban al otro lado del pequeño río. De repente, los pasos se detuvieron... Y se pudieron escuchar el sonido de las armas desenvainándose en la oscuridad.

En estos tiempos, por desgracia era la reacción más habitual ante lo desconocido y más de noche.

Tarbrand se acercaba a la zona de los árboles caminando de espaldas, para poder seguir observando a la zona de donde había oído el primer ruido. Pero tal fue su descuido que no vio el pequeño hoyo que había a su espalda y sufrió una caída bastante aparatosa, golpeándose la cabeza con el suelo. No tenía sangre, pero el golpe le había dejado un poco aturdido y no era capaz de hacer nada ahora mismo. Esperaba que nadie lo estuviera mirando a él, se sentía tan ridículo que se sonrojó tanto como un tomate.

Mientras se aclaraba las ideas, se repetía a sí mismo que si sus compañeros estuvieran en peligro por su culpa, jamás se lo perdonaría.

Descubiertos y en abrumadora desventaja numérica. Agnor cerró los ojos unos segundos y respiró profundamente. ¿Había llegado la hora? Los caminos de Cardolan están plagados de bandas de todo tipo. Bandidos, soldados, mercenarios, nómadas... No quedaba otra que tomar la iniciativa. Sin asomar la cabeza, gritó.

-¡Alto! ¿Quién va?
 

-No disparéis, dijo una voz desde el otro lado del río. Se dirigía tanto a los suyos como a los que tenía enfrente. -Somos un grupo en busca de un señor que contrate nuestras espadas, dijo el que parecía el líder a pesar de su juventud.

-Mi nombre es Maelor. Mael me llaman, añadió escudriñando la noche. Había visto la silueta de los cuatro caballos. Y el resplandor de la hoguera ya apagada. -Mis hombres y yo llevamos muchos días sin comer... ¿Compartís la hoguera con nosotros esta noche?

Maelor tenía los brazos extendidos, y su arco guardado. Pero muchos de sus compañeros las habían desenvainado.

Agnor salió de su escondite apuntando a Maelor. Miró de reojo a sus compañeros. No era una situación fácil, los caminos estaban llenos de embaucadores y ladrones. ...son demasiados...

-Mi nombre es Agnor. Guardad las armas, viajeros, y compartiremos fuego y refugio. Poco más podemos ofrecer.

Tarbrand escuchó la conversación del nuevo visitante oculto en el bosque como estaba. Realmente sus palabras parecían sinceras, pero cualquier precaución en éstos tiempos era poca; por lo que decidió permanecer oculto escuchando. Esperaba que sus compañeros no delataran su posición y de ésta forma poder ayudarlos si la cosa se complicaba. En cuanto a lo que respecta a los mercenarios ellos seguirían pensando que sólo hay dos viajeros en la hoguera, y así debía seguir siendo hasta conocer el verdadero propósito de sus intenciones.

-Hermanos, guardad las armas, dijo Maelor mirando a sus compañeros. -Gratitud, Agnor. Fuego y refugio ya es más de lo que hemos tenido de los lugareños en las últimas semanas.

El mercenario se dispuso a cruzar el pequeño río, y una vez al otro lado, ofreció su mano a Agnor. -¿Y tus compañeros?, preguntó mirando a su alrededor. Había visto la sombra de alguien cerca de los caballos.

-Saludos, dijo Aelloth dando un paso al frente desde la arboleda. -Mi nombre es Aelloth, y los dos luchamos por el señor Echorion, el Protector de estas tierras. Los caballos también le pertenecen.

Aelloth observó uno a uno al variopinto grupo de personas que terminaba de cruzar el río. Ocho hombres armados, hambrientos, sin hogar, sin señor, sin escrúpulos... -Somos la vanguardia de medio centenar de caballeros que no tardarán en llegar, pero podéis quedaros hasta entonces.

Por una vez, no era necesario contar ninguna mentira para equilibrar la balanza. -Y compartiremos también algunas raciones con vosotros cuando lleguen.