Partida Rol por web

-Tienes razón Eben, asintió Acero Rojo. Siete orcos eran demasiados como para derrotarlos, y en todo caso iban a perder demasiado tiempo. -Parece que se han parado un momento a discutir algo, pero casi seguro que se dirigen a la aldea. Podemos intentar rodear por el oeste, subiendo la colina. Una vez arriba, no nos verán.

Ferrim trataba de recuperar el aliento después de la carrera. Otra más. El cuerpo del enano no estaba hecho para correr por el llano durante tanto tiempo, pero el agotamiento no hacía más que reafirmar su determinación de llegar lo antes posible a ayudar a sus compatriotas y a los demás habitantes de Sil Auressë.

Gesticulaba con la mano para indicar que el rodeo le parecía la mejor idea. No tenía sentido cargar contra siete orcos por el camino.

Ferrim estaba de acuerdo. Ya se habían enfrentado a bastantes peligros y un grupo de orcos tan numeroso no merecía el intento. Debían esquivarlos.

Eso era lo que no le gustaba a Ferrim, el sentirse fuera de su sitio. Lo suyo era la ciudad y los caminos pavimentados de los reinos enanos, o el viaje en carromato, y aquello de andar a escondidas como un espía no era lo suyo. No solo se sentía torpe, sabía que era torpe. Pero nunca le faltaría la determinación de intentarlo.

Estaban de acuerdo en evitar el enfrentamiento, ahora el problema era pasar desapercibidos. Eben era consciente que su compañero no era... como decirlo... sutil en sus andares. Le sonrió, una de sus pocas sonrisas...

- Pégate a nosotros y camina por donde nosotros vayamos, buscaré los sitios más oscuros para poder pasar sin ser advertidos.

Con ojo experto examinó las diversas alternativas para atravesar el terreno.

Los tres avanzaron con sigilo, aprovechando los accidentes del terreno de las tierras altas. Además, las sombras se hacían más densas a su paso gracias al conjuro de Eben, y desde la distancia era muy complicado verles mientras cruzaban hasta la colina a su derecha.

Cuando pasaron más cerca del grupo de orcos, los vieron discutir junto a un par de flechas clavadas en el suelo. Había un papel enrollado en una de ellas, pero tras estudiarlo entre varios, uno de los trasgos lo rompió en pedazos. Acto seguido señalaba hacia la aldea. También iban con prisas al parecer.

Cuando llegaron hasta la elevación, Acero Rojo y Eben comenzaron a trepar confiados en su agilidad. No obstante, ambos se encontraron con dificultades a pesar de la relativa facilidad de la maniobra. Fue Ferrim, el último en llegar, quien halló una ruta más sencilla para lograr el ascenso. Acero Rojo fue la siguiente en terminar, y entre los dos le indicaron el camino a Eben.

Todo parecía indicar que los orcos no les habían avistado, así que continuaron hacia el noroeste. El plan era llegar hasta la ruta que transcurría entre el río y la colina para llegar hasta la aldea por ese lado.

De nuevo corrieron, preparados ahora para cualquier eventualidad. La distancia que les separaba era cada vez menos, y en cualquier momento podían encontrarse con enemigos, o con la batalla.

O aliados.

En la distancia, cuando ya se podían ver los batanes que habían construido los habitantes de Sil Auressë, vieron a un jinete. Un hombre encapuchado, de complexión delgada. Su caballo se movía nervioso mientras se protegía los ojos del sol para ver mejor al grupo de tres que corría hacia la aldea. Al parecer, no podía esperar más. Así que hizo señales con la mano y sacó una bandera azul y la mostró en el aire. Luego volvió a hacer gestos con la mano como para indicarles que se dieran prisa.

-No es Denelloth, dijo Acero Rojo y en su voz se podía escuchar una profunda decepción. Ella se sorprendió de su propia reacción. Al parecer, echaba en falta a aquel montaraz veterano y algo huraño, pero de buen corazón.

-¡Pero nos insta a correr! ¡Vamos, un últimos esfuerzo!, gritó y sacó una flecha de su carcaj. Ya casi podía oler el combate.

Después de lo que habían pasado, Eben no se fiaba de nadie que no pudiera reconocer, aguzó la vista para intentar reconocer al extraño que les hacía señales con la bandera.

- Podría ser una trampa, cuidado.

Los tres compañeros rodearon la posición de los orcos y siguieron avanzando hacia su objetivo. Cuando ya quedaba poco para llegar a la aldea, bajaron ligeramente el ritmo. No era una buena idea entrar a lo loco al campo de batalla. A medida que se acercaban vieron por fin la silueta del castillo en lo alto, y dos luces blancas en lo alto de la torre. Una señal como un faro.

Entonces Eben vio desde una posición algo elevada un mensaje escrito en el suelo con una flecha:

F O R J A  

Y la propia flecha indicaba en dirección al edificio de los enanos.

Habían llegado a Sil Auressë... y la batalla continuaba.