Partida Rol por web

El capitán Melechtor lideró al pequeño contingente de caballeros a través del bosque hacia el sur. Iban en columna de dos, y contaba con la ayuda de los esclavos liberados que conocían el terreno, así que pudo repasar mentalmente el plan de ataque.

No había contestado a Tarbrand en la reunión, y era consciente de que una gran parte de la ventaja de la que ahora disponían se debía precisamente al hecho de que Agnor y Tarbrand se habían arriesgado para liberar a los esclavos.

Dejó a su sargento en la cabeza de la columna, y se hizo a un lado para ponerse con su caballo junto a Tarbrand y Agnor que iban por el centro. –Iréis ambos en el bloque de la derecha. Vamos a darles esa oportunidad a los esclavos, si Aelloth logra abrir la cerradura de las cadenas. No necesitáis mi permiso para mantener con vida a los hombres en manos de viles orcos. Pero no podemos permitirnos que todo el bloque, un tercio de las fuerzas, se quede atrapado entre la colina y los orcos en caso de que la carga fracase. En batalla, las decisiones se han de tomar con rapidez, y podemos condenar a unos por querer salvar a otros. Confío en ambos, y me habéis demostrado vuestra valía. Tarbrand, irás con Aelloth y el resto de esa unidad. Yo lideraré la carga por el otro lado. Y Agnor, quiero que tú dirijas el ataque del flanco derecho. Tu lealtad está con Sil Auressë, y tu corazón con los esclavos.

Melechtor había meditado la decisión. Agnor había sido enviado por Sil Auressë para solicitar ayuda, así que confiaban en él. Había mostrado su habilidad y determinación, y además se había comprometido con la causa de Echorion.

Tarbrand escuchó atentamente la explicación de su capitán y le alegró saber que no abandonarían a aquellos hombres a su suerte. Entendió que tenía permiso de Melchtor para hacer cuanto pudiera por salvarlos pero no debía comprometer al resto de la comitiva; por lo que asintiendo a su superior dijo:

- Así será mi capitán, haré todo lo que pueda por salvarlos, y no quiero comprometer la acción del grupo, así que si la situación se tuerce, no duden en cumplir con el objetivo principal - dijo dando a entender que no debían auxiliarle si ello implicaba que el plan fracasara.

Así que tras desearle suerte a todos los presentes, subió con determinación a los lomos de Centella y sacando su arco encordó una flecha, y miró al frente dispuesto a ser el primero en atacar al enemigo.

Ninguno de los tres bloques de caballería iba a tener un trabajo sencillo. En cualquier de ellos podrían fracasar y morir, y con ello, lo peor, faltar a la palabra dada y condenar a Sil Auressë al desastre. El proyecto de Echorion quizá pudiera sobrevivir sin treinta jinetes. Quizá, pudiera sobrevivir perdiendo el apoyo estratégico de Sil Auressë. Pero la propia Sil Auressë estaba poco preparada para soportar el asedio de un enemigo oscuro y tenaz.

Las máquinas de guerra debían ser destruidas. El ejército enemigo debía sentir la presión en su retaguardia. No había más que decir.

Todo eso se lo esperaba. Lo que no se esperaba era que el capitán Melechtor le pusiera al frente de una de las cuñas. ¿No había otros veteranos más experimentados para ello?, se preguntó extrañado. Sin embargo, nada de eso comentó en voz alta ni dejó que un gesto le traicionara. Ni había tiempo para discusiones ni había lugar para desobedecer. Si el capitán le quería comandando una cuña, ahí estaría él.

-Partamos, pues. No hay un minuto que perder -dijo, sin más.

La columna llegó hasta el límite del bosque, al sur del campamento enemigo. Era un momento clave, ya que no querían perder el factor sorpresa. A pesar de que el tiempo apremiaba, Melechtor decidió enviar a dos hombres de avanzadilla para no descubrir la unidad al enemigo y para ver si había patrullas.

Esta vez, no le tocó ni a Agnor ni a Tarbrand. Su cometido iba a ser otra, aunque no menos peligrosa. Al rato, regresaron los exploradores. Los orcos habían preparado varias patrullas pequeñas, sobre todo hacia el este. Y junto a los esclavos encadenados. Se ve que estaban buscando a los que habían sido liberados. Eso debilitaba sus fuerzas, pero por otro lado estaban sobre aviso.

Y había una patrulla pequeña de tres orcos que impedían llegar a la posición que querían ocupar junto al camino para hacer la carga. Podrían dar la voz de alarma.

-Seis arqueros, susurró Melechtor pidiendo seis voluntarios. El plan era sencillo. Avanzar a pie, ponerse en posición, disparar dos flechas a cada orco y correr a acabar con ellos. Y luego unirse al resto para la carga. En el peor de los casos, precipitaría la carga hacia un enemigo ya preparado para el ataque. No había vuelta atrás, el alba se acercaba.

Agnor pensaba que su sitio era al frente del grupo de jinetes, así que dejó que otros hombres más experimentados que él en el tiro con arco hicieran ese trabajo. Palmeó el cuello de Atreo, tranquilizándolo. Un buen caballo, fiable, pero a veces demasiado enérgico. Iba a necesitar la potencia juvenil de Atreo, pero bien encauzada.

Tarbrand se ofreció para intentar acabar con los arqueros desde lejos, estaba deseando participar en la batalla y la adrenalina que empezaba a recorrerle su cuerpo le animó a intentar aquella acción. Siguió a los demás arqueros y se apostó cerca de ellos para sincronizar su tiro, eligieron los blancos y apuntó al suyo ...

Desafortunadamente el dúnedain estaba demasiado nervioso debido a la importancia de aquel momento y el enfrentamiento que se avecinaba y a consecuencia de ello le sudaban bastante las manos, por lo que antes de que pudiera apuntar y colocarse bien, la cuerda se le resbaló de los dedos y le golpeó duramente en su brazo, haciendo que soltara el arco sin querer, que la flecha acabara a unos pocos metros debido a la falta de tensado y que quedara como un completo incompetente ante los demás arqueros que lo miraban con desaprobación.

Los seis elegidos avanzaron a pie, acechando... Mientras tanto, Melechtor confirmó que esos seis formarían parte del flanco liderado por Agnor, quien ahora se encontraba con Aelloth y otros dos jinetes, y los seis caballos de los que habían partido.

Melechtor se dispuso a dirigir al resto para dar un pequeño rodeo y prepararse para la carga, confiando en que tendrían éxito. En cuanto comenzara la carga, Agnor tenía que pasar a por los arqueros para que se suban a sus caballos. Se quedarían un poco atrasados del grupo principal, pero formaba parte del plan para que el enemigo se centrara en protegerse de los veinte jinetes y Melechtor.

Los arqueros estaban listos, y escogieron dos objetivos cada uno. Tarbrand se resbaló en el momento más inoportuno, y su flecha salió muy desviada y a pocos metros, mientras el dúnadan terminó en el suelo. Pero no había tiempo para lamentarse. Los otros cinco dispararon... La primera flecha impactó en la espalda del orco que había sido objetivo de Tarbrand. El orco cayó de rodillas, y murió de un solo disparo. El arquero le animó a Tarbrand. -¡Ya está muerto, compañero!

El segundo orco recibió un flechazo tremendo y soltó las armas, también moribundo. El tercero fue acribillado por dos flechas, pero seguía en pie, tratando de entender qué estaba sucediendo. Rápidamente, cuatro arqueros volvieron a cargar y dispararon contra el último. Le impactaron tres flechas más y murió de pie. Algunos de los jinetes de Echorion eran arqueros muy capaces al parecer.

El arquero que había hecho pareja con Tarbrand le ayudó a levantarse del suelo, y le dio una palmada en el hombro, mientras los otros cuatro se acercaron a los cadáveres y se quedaron esperando la llegada de los demás con sus caballos.

El dúnedain se levantó un poco confuso y mareado tras su vergonzosa caída, miró rápidamente a donde antes estaban los orcos y comprobó con tranquilidad que todos estaban muertos pese a su desastrosa intervención; por fortuna el resto de la compañía eran arqueros muy capaces. Luego escuchó las palabras de ánimo y el cordial gesto que le dio su compañero situado a su lado, y aunque en el fondo sabía que solo lo decía para no desanimarlo aún más, agradeció profundamente sus ánimos, por lo que le dijo:

- Muchas gracias señor, pero el verdadero golpe me lo he llevado en mi orgullo - dijo con un tono algo bajo de moral - aunque mi cabeza vuelve a dolerme - dijo mientras se acordaba del sablazo del orco y no pudo evitar si tantos golpes en su sesera no acabarían pasándole factura - estoy algo mareado y temo retrasaros en la carga, cuando vengan los demás con las monturas avanzad vosotros, yo intentaré alcanzaros en cuanto pueda - dijo finalmente avergonzado de que por su lamentable error la maniobra se viera comprometida.

Agnor esperó pacientemente, mientras el grupo de arqueros hacía su trabajo y Melechtor se iba con el resto del destacamento. Su grupo quedó en silencio, atentos al trabajo de los arqueros, y cuando pareció que estaba resuelto, hizo un gesto con la mano.

-Ahora. Vamos -murmuró, y se dirigieron a recoger a los seis arqueros. Habían hecho un buen trabajo.

Había llegado la hora… El alba estaba próxima, y Melecthor ya había tomado posición en el flanco izquierdo. Agnor lideró a sus jinetes y los arqueros se unieron a ellos. Tarbrand se subió a su caballo, y cerró la columna con Aelloth, quien tenía la misión harto complicada de liberar a los esclavos de sus cadenas. Confiaba en que esta noche estarían en círculo, con un solo cerrojo.

A la izquierda, los jinetes abrieron la formación. Diez jinetes a lo ancho, dos filas… La carga por ese flanco podría ser demoledora. Todos iban armados con lanzas, ya que su objetivo era hacer de martillo y romper las filas enemigas, y ganar tiempo para los del flanco derecho.

Llegaron en silencio, y ante ellos se abría el terreno llano hasta el campamento que ya podían ver en la penumbra. Había varias hogueras que arrojaban suficiente luz para distinguir la situación. Todos eran conscientes que pronto reinaría el caos, y trataron de ver el máximo de los detalles que tal vez podrían marcar la diferencia entre la vida y la muerte en breves instantes.

Lo que vieron los hombres de Echorion en el campamento les levantó la moral. Al parecer, una parte importante de los orcos y los mercenarios estaban enzarzados en una discusión en el centro del campamento. No empuñaban armas, pero se veían gestos y movimientos bruscos, y algunos grupos a punto de llegar a resolver la disputa a puñetazos. Eso beneficiaría a los atacantes, sin duda.

Los deseos de Aelloth no se habían cumplido. La gran cadena de los esclavos estaba entre dos postes, y encima el trol estaba despierto y se hallaba enfrente de los esclavos, muy pendiente de ellos, y cerca de los murciélagos que tenían un cobertizo improvisado.

El montaraz se sumo lo más rápidamente posible al resto de su grupo, con su caballo bajo sus piernas se sintió un poco mejor, y sintiendo el paso del animal junto a la adrenalina fruto de la cercanía del futuro combate, el dúnedain estaba algo impaciente y deseoso de entrar en batalla.

Cuando tuvieron visión del claro, se dio cuenta que la aparente disputa interna les beneficiaba, pero la parte que les correspondía a ellos estaba severamente bien vigilada, a parte de que los esclavos serían difíciles de liberar había un troll custodiándolos.

Por ello Tarbrand no se lo pensó más, el objetivo más peligroso era la enorme criatura, debía ser la prioridad a abatir. Por ello encordó su flecha en su arco, tensó hasta sentir la pluma en su rostro, calculó bien la dirección del viento y la velocidad de su caballo y soltó el letal proyectil. Había sido un gran tiro, parecía imposible que alguien que hace relativamente poco fallara un tiro mucho más simple y ahora fuera capaz de realizar aquel disparo tan preciso, estuvo seguro de que acertó a su objetivo, pero aún no alcanzaba a ver la gravedad del daño realizado.

Por ello, con una sonrisa en el rostro y satisfecho de sí mismo, encaró el inevitable conflicto mucho más contento.

Se detuvieron en el flanco del camino, estudiando unos segundos la situación del campamento. Agnor observó la posible trifulca del enemigo, algo que les beneficiaría enormemente. No porque se pusieran a matarse entre ells, sino porque estarían todos atentos a sus problemas internos. La eterna indisciplina orca y, quizá, la soberbia del mercenario, se habían mezclado en el momento más oportuno.

Sin embargo eso no cambiaba el hecho de que el enemigo era superior en número, y que un trol era siempre un adversario formidable. Ese era sin duda el mayor reto del grupo de Agnor, abatir o entretener al trol para poder liberar a los esclavos y, por supuesto, destruir las máquinas de guerra. Sobre los murciélagos... eran preocupantes como mensajeros, pero no podía esperar encargarse de ellos también. Si era posible eliminarlos, perfecto. Pero eran un objetivo secundario.

-Dejaremos que Melechtor inaugure la carga para que todos los ojos se dirijan a ellos. Cargaremos hacia el trol y acabaremos con cualquier enemigo que haya entre él y nosotros. Aelloth deberá encargarse de los esclavos. Nosotros nos encargaremos de que lo consiga.

Salvar a esa pobre gente era importante. Pero había otra gente que necesitaba su ayuda. Sil Auressë. Era duro tener que decirlo, pero su papel ya no era el de un simple jinete. Tenía mando. Liberar a los esclavos era una prioridad humanitaria. Destruir las máquinas un objetivo bélico. Ambas cosas servían a los intereses del señor Echorion y al espíritu de Sil Auressë.

-El objetivo prioritario es destruir las máquinas de guerra -las señaló desde la distancia-. Allí y allí. Y allí también. Deben ser incendiadas en la medida de lo posible, o inmovilizadas. ¿Comprendido?

No esperó una respuesta de los hombres. Sabía que eran soldados expertos. Observó al otro destacamento de jinetes y esperó a ver movimiento entre los hombres de Melechtor.

No había tiempo para discursos. La fortuna les había brindado una oportunidad para sorprender al enemigo enzarzado en una discusión, y Melechtor no iba a desaprovechar semejante regalo. Confiaba en sus hombres, con los que había luchado, sangrado, reído y llorado. Sabían lo que tenían que hacer…

Marcando la pauta, comenzó con el paso de su caballo. Los cascos se apoyaban en el suelo lentamente, la formación estaba lista y en movimiento. Entonces aumentó de velocidad de forma progresiva. El trote de los caballos levantó una polvareda, y el ruido recordaba a una tormenta que se estaba formando.

En el campamento enemigo, se hizo de repente el silencio. Sus rostros se giraron al oír a los caballeros que ya se acercaban, ahora a galope. Un-dos-tres, bum-bum-bumm sonaba la carga. A toda prisa, los jefes orcos gritaban órdenes para prepararse a recibir la carga, y sobre todo para evitar que los orcos salieran huyendo.

Entonces, en el otro flanco, Agnor mandó a su unidad a unirse a la carga por su lado Ya no había vuelta atrás…

Los caballeros liderados por Melechtor iban a galope largo, con las lanzas preparadas. E impactaron con fuerza contra los orcos, rompiendo sus filas y dividiendo al enemigo en dos. Pero no se detuvieron. Melechtor los había adiestrado bien, y nada más romper la débil formación de los orcos y mercenarios, los caballeros se dividieron en dos bloque que se giraron para cargar nuevamente por la retaguardia a los enemigos que ahora huían.

En el otro lado, Agnor dirigía el ataque hacia el flanco de los mercenarios. Seis de los jinetes iban armados con arcos para intentar acabar con el troll desde la distancia. El disparo certero de Tarbrand desde los lomos de su caballo logró impactarle primero, en el tremendo brazo en el que sujetaba un garrote. Otro caballero le dio en la pierna, pero el monstruo seguía en pie, dispuesta a luchar contra un ejército si hiciera falta. Las flechas volaban a su alrededor, y el troll se dirigía hacia los caballeros que ahora luchaban contra los mercenarios. Detrás del troll, los esclavos observaban horrorizados la escena. Aelloth dirigió su caballo hacia ellos, tratando de evitar el combate a medida de lo posible.

Tarbrand vio como la flecha se clavaba en el brazo del troll y la expresión del mismo de dolor le satisfizo bastante. La carga del ejército había sido devastadora y la sucesión de acontecimientos favorables animaron visiblemente su espíritu. Guardó su arco y sacó su espada para estar listo para la lucha cuerpo a cuerpo.

Mientras su línea de combate cruzó causando estragos sobre los mercenarios, el dúnedain atisbó el movimiento de Aelloth y se dispuso a seguirle rápidamente, no podría liberar a los esclavos él sólo y tal como prometió, lo defendería mientras cumplía su noble misión. Esperaba que el resto del grupo siguiera con el plan original y pudieran sabotear las máquinas de asedio.

El primer embite había resultado bien. Pillar por sorpresa al enemigo había sido una baza importante y ahora orcos y mercenarios parecían cargar con esa losa. Los mercenarios, sin embargo, habían aguantado mejor la carga de Melechtor, pero el destamento de Agnor había actuado de refuerzo por el otro flanco. Yunque y martillo, los dos destacamentos de caballeros había hecho daño al enemigo.

El trol se dirigía hacia ellos, enojado y con mirada vengativa, y Agnor observó a Aelloth escabullirse para liberar a los atónitos esclavos. Tarbrand, en un acto de riesgo heroico, lo acompañó, y a Agnor eso le pareció un acto de nobleza. Quizá el montaraz estuviera buscando una manera de resarcirse, para sí mismo, los extraños designios de mala suerte que había tenido los últimos días. Liberar a los esclavos y destruir las máquinas quizá fuera una maniobra que esos dos hombres pudieran hacer solos... si conseguían evitar enfrentamientos.

Por eso Agnor tomó la decisión de alejar de ellos al enemigo. Aprovecharía el impacto de la carga para entretener a los mercenarios con los que ya estaban enzarzados, danto tiempo también a los hombres de Melechtor a maniobrar. Y así también, el trol los mantendría como objetivo, alejándose aún más de los esclavos. A Agnor y sus hombres les tocaba la dura prueba de convertirse en un muro.

Encabritó a su fiel Atreo, levantó su arma y llamó a los hombres:

-¡Echorion! ¡Echorion! ¡Por Echorion y Sil Auressë! -invocó.

La carga había salido bien, y Melechtor alentó a sus hombres a acabar con todos los orcos que tenían a su alcance. Vio que los mercenarios se habían mantenido firmes en el flanco derecho, pero entonces llegó Agnor y su carga les hizo estragos.

-¡Perseguidlos!, gritó con fuerza. No quería verse atrapado en el campamento orco, junto a la pared de roca. Necesitaba ver el terreno despejado lo antes posible. Entonces vio a un orco de mayor tamaño abalanzarse sobre uno de sus hombres, tirándolo del caballo. Antes de poder hacer nada, le había dado muerte con su cimitarra y ahora instaba a los suyos a seguir luchando. Melechtor cargó con fuerza contra el que parecía ser el líder, y su lanza le atravesó la pierna, dejándolo inconsciente pero aún respirando.

La lucha seguía, pero los orcos estaban desordenados y los jinetes de Melechtor los perseguían hacia el oeste. En el otro lado del campamento, Agnor dirigía a sus hombres hacia los mercenarios que quedaban. Habían perdido la fuerza de la carga inicial, pero también habían roto las filas del enemigo. Estaban dispersos, y los jinetes siguieron repartiendo muerte. Agnor golpeó con su espadón a un mercenario, recibió su ataque … Y entonces golpeó con fuerza, cortándole el brazo del escudo. El pobre hombre intentó agarrar su brazo desmembrado en medio del combate, rodeado de caballos y compañeros caídos… Hasta que perdió el conocimiento debido al shock, y expiró. Pero Agnor ya no estaba pendiente de él. Veía cómo siete orcos se habían quedado rezagados en el campamento, y se estaban agrupando. Tal vez huirían, o quizás decidieran ayudar a sus aliados humanos. La mitad de los mercenarios habían caído, y Agnor echó un vistazo rápido y vio a seis jinetes luchando a su lado. Había visto a Aelloth y a Tarbrand alejarse para salvar a los esclavos, así que contaba una baja en su unidad.

En medio de la refriega, Aelloth desmontó su caballo y avanzó a pie hacia los esclavos. Tarbrand iba con él, la espada lista para proteger a su compañero. Vieron al enorme trol comenzar a andar, y suspiraron aliviados cuando éste pasó de largo y se dirigía hacia el combate. Aelloth se puso manos a la obra con la primera cerradura. Tarbrand vio que el trol estaba furioso, resoplaba y emitía gruñidos mientras arrastraba el enorme garrote y las cadenas. Se abría camino entre la multitud, y un mercenario se llevó un brutal golpe mientras el monstruo buscaba nuevas víctimas.

El joven dúnedain desmontó junto a Aelloth, pero éste parecía tener la situación controlada y no estar en peligro. Por lo que decidió ayudar al resto del ejército, pues un hombre más, en el exiguo contingente de Agnor suponía una gran diferencia. Por ello se giró hacia su compañero y le dijo:

- Aelloth, parece que los enemigos no nos han visto, y no creo que se acerquen, por lo que mi labor aquí creo que no es necesaria, voy a ayudar a Agnor y sus hombres -dijo mientras se alejaba a paso raudo, para luego dirigirle una última mirada y tras despedirse con un saludo militar le dijo- suerte compañero, si la situación se complica aquí volveré.

Luego se alejó en sigilo hacia el campo de batalla. Tenía la vista fija en el troll, al cual antes había conseguido herir severamente y ahora que podía asaltarlo por detrás pensaba terminar su trabajo. Afortunadamente el enemigo estaba más entretenido en salvar su vida que en fijarse en aquel extraño que iba a pie y se acercaba peligrosamente a la espalda del troll con su espada bastarda en la mano. 

Una vez llegó, le asestó un brutal tajo con su espada mágica a la espalda de la bestia, y comprobó con orgullo como su movimiento había resultado realmente destructivo. Más le valía ahora quitarse de en medio, pues si no moría a causa de su herida, su ira iba a ser descomunal.