Partida Rol por web

El enano devoraba cada página del tomo, guiado ahora por el anamarta Norión. Ferrim asintió ante las indicaciones, y su mente perspicaz estructuró con agilidad los contenidos. Y el tema lo dominaba, sobre todo en lo referente a la piedra. Antaño, su pueblo en Azan había trabajado con las runas de los Enach, y aunque ese conocimiento se había perdido con el tiempo, los Enach y los enanos habían colabarado en otro tiempo. Y ahora, por la mano del destino y en las circunstancias más inverosímiles, de nuevo un dúnadan y un naugrim se encontraban juntos ante el desafío de vencer la oscuridad con las artes que bordeaban el mismo abismo, ese lugar de donde proviene el poder arcano.

Y así, la sabiduría de los Enach, su legado, les hablaba a Norión y a Ferrim. No obstante, Norión alcanzó tan solo la comprensión mecánica de la información, mientras Ferrim llegó a la misma esencia de la misma. A la verdad intrínseca de las runas escritas en acero, bronce, mithril … y en piedra. En la esencia de la roca viva, y cómo esas runas se conectaban con esa energía. En el pasado, una Casa de los dúnedain acudió a los enanos para alcanzar juntos las cotas más altas de sabiduría. Y ahora, esa alianza de alguna forma recobró vida en su travesía entre esa Oscuridad y el Abismo.  Terminó por encontrar a los naugrim, y juntos pusieron las bases de una alianza que les permitió crear grandes obras.

Girion observaba atento como Ferrim y Norion revisaban el libro en un intento de entender las runas y lo que tras ellas escondían. Suponía que no debía ser nada fácil, pues aunque el anamarta dominaba la escritura, no donimaba el arte que se emncionaba en ellas. Y por el contrario, Ferrim dominaba el rte, perono la escritura.

Así el galimatías se hacía evidente pues las hojas se pasaban lentas atendiendo a muchas explicaciones y revisiones. Pero trascurrido unos minutos, Ferrim comenzó a enterder lo que ponía y poco a poco fue devorando el libro o la parte quea él le correspondía. 

Se notaba en la cara del naugrim que entendía lo que ponía y que le encantaba leerlo, pues era su dedicación.

Girion sonrió.

Parece que tras la oscuridad que se cierne sobre Sil Auressë se abren claros por los que pasan los rayos del sol que iluminan nuestro camino...y esta es una de las ocasiones en las que el rayo ha iluminado a Ferrim.

El grupo abandonó la cabaña en silencio. Habían podido descansar algo después de haber viajado toda la noche. Tal vez el último respiro antes de la prueba definitiva. Les esperaba un tramo relativamente corto de unas tres millas hacia el oeste para llegar al bosquecillo. Aún así, tenían que llevar cuidado con posibles patrullas y exploradores de la hueste enemiga.

Eben y Otho marcaban el camino Según las indicaciones de Denelloth, caminaban a unos quinientos pasos por delante del resto. Por encima de sus cabezas, el búho surcaba el cielo protegiéndolos y controlando las bandadas de murciélagos que había convocado el enemigo.

El centro del grupo estaba formado por Norión encima del caballo Viento, Girion y Ferrim. Y a cada lado, protegiendo los flancos, estaban Russef y Denelloth. Ambos arrastraban algunas heridas, pero estaban listos para defender la misión hasta el final. No era un grupo hecho para el combate desde luego, pero en sus manos estaba cambiar el curso de los acontecimientos.

Había pequeños bosquecillos y algunos riscos y pendientes. A medida de lo posible, el grupo trataba de buscar una ruta que les mantenía ocultos.

El mediano caminaba mirando a su alrededor, sin preocuparse en exceso. Parecía flotar sobre el terreno rocoso. Como si estuviera de excursión. Solo le faltaba cantar.

Pero al poco rato, incluso el hobbit cambió su semblante. Extraños escalofríos recorrían su espalda, y un extraño presentimiento se apoderaba de él. No sabía explicarlo, pero le aterraba de sobremanera.

El camino les conducía hacia la Oscuridad. Norión más que ninguno de sus compañeros era consciente de ello. Pudo sentir cómo las fuerzas oscuras se movían hacia el foco. Hacia el monolito. Poco a poco, la presión aumentaba. Poco a poco, la Oscuridad se acercaba. Acechando, dominando… Se movía en busca de los corazones capaces de entenderla.

Caminaban en silencio, atentos a los alrededores. Todo parecía estar en calma, pero notaban una sensación de tensa calma y de peligro en ei aire.

En el momento que se dio la orden de marcha Eben salió disparado hacia su posición de vanguardia. Contrastaba su actitud con la del mediano ya que mientras éste parecía que iba de excursión Eben mantenía su semblante serio mientras caminaba en silencio observando cualquier cosa a su alrededor.

Eben mantenía el arco en su mano junto con una flecha atento a silenciar cualquier cosa que les descubriera. De vez en cuando miraba a lo alto para ver si el buho hacía algún comportamiento anormal.

El espacio que separaba a la compañía del bosquecillo era corto pero accidentado. Denelloth rogaba para no ser vistos por ningún enemigo, y confiaba en la vigilancia del ave que venía acompañándolos todo el camino, y en la capacidad de los dos clareadores que había enviado por delante. Aún así, procuraba no dejarse ver y vigilaba cada recodo y cada saliente, con la ballesta cargada y preparada en la mano en todo momento. Pero no podía evitar estirar el cuello y asomar de vez en cuando la cabeza para otear el horizonte.

Finalmente partimos hacia nuestro destino, y quizá el todo Sil Auresse. Caminabamos en silencio y en alerta al mismo tiempo observando lo que acontecía a nuestro paso .

El avance se convirtió en rutina pero no por ello perdimos la tensión. Por mi parte avanzaba arma en mano por cualquier atisbo de emboscada estar atento a la defensa.

Viento seguía llevándolo hacia su destino. El grupo avanzaba a paso seguro a través del verde del bosque, atentos a cualquier amenaza, pero Norión no veía lo mismo que ellos. La oscuridad los envolvía poco a poco a medida que se acercaban al claro, el corazón del anamarta palpitaba, podía sentir la voz en su interior, tentándolo, metiéndose en las profundidades de su ser. El sacerdote guardaba silencio, las plegarias a Namo lo ayudaban a no ceder, pero sabía que era humano y que en algún momento podía flaquear.

El mal que tenía enfrente también lo sabía.

El momento había llegado y el grupo salió de la cabaña en dirección al monolito. Girion se acercó a Viento y lo acarició. Confiaba en aquel caballo tanto como si de un familiar se tratara. Comprobó laselas que había puesto a sus cascos para que no hiciera ruido y vio que , aunque desgastadas, de momento habían resistido. El joven suspiró. Sabía de la importancia de la misión y todo era poco y mucho para que pudieran llevar a cabo su cometido.

Luego acercó a Viento hasta la entrada para que Norion se subiera a su grupa mucho más fácil. Una vez acomodado le tendió las riendas y durante unos momentos lo guió por el sendero para que tomara conciencia de que él estaba a su lado y que permitía que Norion estuviera montado. 

Una vez en el bosque, el joven dunadan sacó su arco y una flecha, perparándose para lo que pudiera acontecer. Andaban lo más silenciosos que podían pero sin perder tiempo, atentos a todo ruido y sambra que se cruzaba en su caminar.

Partieron, y Ferrim lo hizo con mejor disposición que como había llegado. Por fin entendía algunas cosas importantes sobre lo que estaba ocurriendo, pero sobre todo entendía algunas cosas sobre sí mismo y los suyos. Había tenido la oportunidad de aprender ciertos secretos y ver ante sus propios ojos cómo un discurso del pasado le hablaba directamente, o eso le parecía. Un libro que esperaba los ojos de un enano en el momento preciso. Las palabras del libro de los Enach casi parecían estar escritas para él, como un mensaje que había estado esperando más años que los que perdura una civilización. Largo tiempo incluso para los enanos.

Caminaba satisfecho, más despierto y consciente de todo. Tenía por delante una prueba difícil, pero le parecía que era su prueba, la que le estaba aguardando desde hacía mucho, a él y a nadie más, la que formaba el nudo que enlazaba a los Bálamar con el destino de aquella tierra. Con el martillo en la mano, armado, resuelto y feroz, no veía el momento de vérselas con ese destino, que era, a su vez, el de sí mismo.

El grupo avanzaba a buen ritmo por el terreno irregular. Aprovechaban los pequeños bosquecillos y las formaciones rocosas para ocultarse de miradas indiscretas. Las huellas del paso de la hueste enemiga eran evidentes. Habían arrasado con arbustos, levantado tierra e incluso arrancado árboles a su paso. Pero no habían dejado tropas de retaguardia, al menos en la franja que les separaba del bosquecillo. El búho se había alejado y apenas se dejaba ver en el horizonte. El día era nublado, y el sol rara vez se asomaba de entre las nubes.

La oscuridad se había adueñado del espíritu de Norión. Nunca antes lo había sentido con tanta claridad. Su vocación, su sagrada misión, estaba íntimimanente ligada al mundo de las sombras y de la muerte. Y en ese umbral entre esta vida y la otra habitaba su alma atormentada. Mas no estaba sola. El tejido que formaba la realidad del mundo físico se estaba rompiendo, el dique que contenía la marea se había resquebrejado. El foco se hallaba cerca, en el bosquecillo. Hacia allí convergían las corrientes de energía, y desde allí se movían nuevamente en un vaivén primigénito y ancestral, más antiguo que el tiempo. El Abismo más allá de la Oscuridad. Y entonces comprendió que en efecto no caminaban solos. La fuerza del Guardián aumentaría a medida que se acercaban al lugar del monolito, pero también la de otras criaturas del más allá. Espectros condenados a vagar sin forma corporéa, débiles reflejos de mundos distintos. Meras sombras de sombras, pero que ahora se veían reforzadas. El Abismo les llamaba, y se dejaban llevar. No pudo ver a ninguno, pero sintió su presencia como pocas veces lo había hecho, ni siquiera en las sagradas tumbas de Tyrn Hodhath.

Eben y Otho iban por delante del grupo abriendo camino. Habitualmente perdían de vista al resto mientras caminaban entre las quebradas y los riscos, buscando refugio entre los árboles y los arbustos. No vieron enemigos, pero sí vieron pasar bandadas de murciélagos hacia el este, hacia Sil Auressë. Pero no parecían prestarles mucha atención y los dos buscaron una ruta alternativa para alejarse de ellos.

Entonces vieron al resto del grupo un poco más hacia el norte, mirando algún punto en la distancia. Estaba a espaldas a ellos, a unos tres cientos pasos del grupo de avanzadilla.

Denelloth conocía el terreno, y aunque había perdido de vista la avanzadilla de Russef y Eben, sabía exactamente en qué dirección se hallaba su objetivo. Aprovecó una ligera elevación de terreno para asomarse, y lo vio fugazmente en la distancia. Pero fue el enano Ferrim el primero en ver algo más preocupante. Una doble hilera de palos clavados en el suelo partía del pequeño bosque en dirección al este, es decir, hacia la dirección aproximada de ellos. Parecían lanzas o largas antorchas, y había algo más gordo en la punta de cada una. Aún estaban demasiado lejos para verlo en detalle. También vieron pequeños grupos de enemigos. Dos patrullas, una de tres y otra de cuatro. Una se alejaba del camino marcado hacia el oeste, y la otra se adentraba en el bosque por el linde.

Estaban protegiendo el lugar...

Eben  sigue vigilante de los alrededores buscando cualquier ruta que sea lo más discreta posible hacia su objetivo cuando ve al resto del grupo. Intenta ver hacia donde ellos están observando.

La mano de Norión se tensó sobre las riendas de Viento. Las plegarias a Namo, a Manwë, a Varda y a cada uno de los Valar a los que había encomendado su vida no parecían bastar para detener la fuerza que lo rodeaba. Podía sentir el oscuro llamado, podía sentir la corriente de energía que brotaba de aquél sagrado lugar. Estaban avanzando hacia el corazón de ese poder, pero no lo hacían solos. Un leve escalofrío recorrió la espalda del anamarta No puede ser...

Ecos del pasado vinieron a su mente, ecos de un tiempo en el que su orden aún estaba sirviendo en las tumbas de Tyrn Hodhath. La muerte había acechado las tierras del Cardolán de la mano de la Gran Plaga, vana era la lucha de los sacerdotes por salvar los escombros de un pueblo que se extinguía. Aún así había en Arda cosas mucho peores, él había sentido esa presencia en aquel momento, y nada pudo hacer para evitar el desenlace. En días murieron cientos y Hir Pelentur abandonó las tierras junto a los pocos sobrevivientes, ni la espada ni el arco podían contra ese temible enemigo. Los espectros se adueñaron del túmulo, Norión lo había visto con sus propios ojos antes de partir, y al igual que en aquel entonces ahora volvía a sentir las misma presencias.

Miró al resto del grupo, todos caminaban con firmeza y compromiso, con un valor admirable. Pero daba igual cuan fuerte fuese su voluntad, lo que había alrededor era invencible. Es espectáculo delante de ellos era desolador, decenas de postes clavados al borde del camino con algo en las puntas que a Norión le parecieron cabezas, y mas adelante patrullas de orcos protegiendo el lugar. No hay posibilidad alguna de llegar, se dijo.

Continuaba rezando en lo bajo, pero solo con los labios, su corazón sabía lo que les esperaba y las sombras empezaban a penetrar su interior, desoladoras, seductoras, y victoriosas.

Sus ojos se cruzaron con los de Ferrim. Instintivamente, Denelloth agachó la cabeza, e hizo un gesto con la mano a sus compañeros, indicando que se ocultasen y esperaran. Volvió a echar un vistazo; parecía que ambas patrullas enemigas se alejaban, una bordeando el bosquecillo por la izquierda, hacia el oeste, la otra penetrando en el mismo. Parecía que no habian sido detectados; no era probable, pues estaban a una milla más o menos. Miró a Norión algo angustiado, preguntándose si sería muy visible sobre el voluminoso caballo.* Encogido, les susurró a todos:

-Aguardaremos escondidos sin movernos a que se alejen un poco. Cuando los perdamos de vista, continuaremos. Tranquilos. Seguiremos tras el grupo de cuatro que entra en el soto. Evitaremos pasar entre esas siniestras estacas.

Por las irregularidades del terreno, la avanzadilla había quedado algo detrás y a la izquierda de ellos, a unos cuatrocientos pasos. Deseó intensamente (y se notaba en sus ojos y sus gestos) que no se encontraran con los orcos. Comprobó la posición del búho que los acompañaba. Dudó si enviar a Russef o a Girion para advertir a Eben y a Otho, pero finalmente prefirió mantener a la partida unida. En su ligar, indicó a Girion por gestos que apaciguase a Viento; nada más inoportuno que un relincho del caballo en estos momentos.