Partida Rol por web

“Unos ojos verdes, intensos, miraban al Guardián a los ojos. Portaba una niña en sus brazos, asustada, iracunda y de mirada orgullosa. Una pura dúnadan. El alma del Guardián destilaba a su vez ira, sed de venganza, su mente rozaba la locura, solo podía ver sangre, hasta que unos ojos verdes lo miraron… Una enorme pena, y arrepentimiento barrieron todas las emociones del Guardián, y la mirada de una niña ató su mente y su destino a esta Tierra.

Miró a los ojos verdes con una triste mirada, pero a la vez con una inmensa ternura, y las palabras comenzaron a brotar de su boca. -¡¡Ay!! Dulce nieta de Terennil, tiempos aciagos nos ha tocado vivir y muchos de los que deberían vivir han muerto y muchos de los que debieran morir aún viven. Por eso estamos aquí hoy, porque los dos hemos perdido a alguien muy querido, pero pesa sobre mi alma el haber sido víctima de tan cruel engaño y que éste haya tenido por efecto la muerte de tu abuelo. Solo Yavanna sabe bien cuan quería yo a tu abuelo y que sería incapaz de hacerle daño, pero ambos fuimos víctimas de una traición, que le llevó a la muerte y a mí a la desesperación.

Con ello la lió en una manta de viaje para que no pasara frío, los ojos verdes miraron al Guardián, y una melodiosa voz sonó; -mi nombre es Enila…

y ambos se alejaron hacia su destino.”

La luz de la antorcha bailaba arrojando sombras extrañas en las paredes de roca. Se encontraban en el sótano del castillo de Sil Auressë. Originalmente había sido un poco más que una pequeña bodega para almacenar vino y alimentos, pero con la obra de reconstrucción emprendida por la Dama Aylarien, se había comenzado a ampliar la parte subterránea.

Con las primeras excavaciones habían encontrado galerías naturales y corrientes de agua. Todo un complejo de cuevas que no habían tenido tiempo de explorar más. No obstante, el arquitecto Carumirë conocía el secreto de estos subterráneos. Precisamente era el arquitecto quien sujetaba la antorcha y lideraba la comitiva formada por Anael y Tarosh que cargaban con la niña Sir, y por la Princesa Finduilas y Ragi.

-Un poco más, dijo el arquitecto y cortó con un cuchillo las cuerdas que sujetaban una tela. Detrás se abría otro pasadizo nuevo. –Pronto llegaremos a una cueva de gran tamaño, y de allí parte un túnel que conduce a otra. Allí… allí estará, dijo con convicción.

La Princesa de Dol Caladir caminaba en silencio, concentrada en los flujos de magia pero sin apartar la mirada de la pequeña niña a la que llamaban Sir, pero cuyo nombre auténtico era otro.

-Enila, susurró y esperó una respuesta que nunca llegó. La niña seguía dormida, o eso parecía. Finduilas supo que Enila poseía un don especial para desentrañar los misterios del Reino de Irmo, el vala de los Sueños y de las Esperanzas.

Su sangre dúnadan era pura. Poco más se conocía de su origen y del motivo por el que el enemigo la deseaba con tanta insistencia. Mucha gente se había esforzado hasta límites insospechados para protegerla. Thelran el montaraz, al que se le conocía como el Lobo Blanco. El Guardián elfo Benaldamat. Danroth de Tharbad. La propia Ayla, y más recientemente Norion, Denelloth, Girion, y el resto de los hombres de Sil Auressë.

Incluso ahora, Finduilas pudo sentir la protección que tenía ella desde el Reino de Irmo en forma de un lobo blanco cuya fuerza parecía envolverla.

¿Pero por qué?

Finduilas siguió caminando, pues sabía que no iba a hallar las respuestas que anhelaba. De momento.

Llegaron a la galería. Se trataba de una cueva natural de unos quince metros de ancho en el centro, y que se elevaba a casi veinte en ese punto. Aunque la altura descendía rápidamente a ambos lados. Las paredes tenían numerosas grietas de gran tamaño, como si un gigante hubiera partido la roca a hachazos.

Tras pensar unos instantes, fue a una de aquellas grietas donde Carumirë acercó la antorcha, y todos pudieron comprobar cómo la llama se movía ligeramente movida por una corriente invisible.

-Era aquí. Al otro lado hay una salida. Pero la grieta es estrecha aunque alta, dijo apuntando con el fuego en esa dirección. Luego sacó otra antorcha y se la ofreció a Ragi. –Echa un vistazo, para estar seguros, le pidió.

Ragi asintió a Carumirë y, quitándose la armadura para poder pasar con más soltura por la grieta, comenzó el duro camino para descubrir si este era el camino.

No dejaba, en todo el camino, de observar la pared en busca de algún peligro que no hubiera podido ver desde la entrada de la grieta, no quería quedarse atrapado con un gancho oxidado u algo peor.

Ragi avanzó en silenci opor el pasillo formado entre dos paredes lisas pero creadas aparentemente forma natural. Un pasillo, pero estrecho e inclinado en un ángulo que obligaba apoyar la espalda en la roca y anvanzar de lado.

El tacto de la pared comenzaba a ser más rugoso y húmedo, y por momentos Ragi creyó escuchar ruidos de animales. Recordó fugazmente los murciélagos gigantes a los que se había enfrentado en la torre, pero eran sólo imaginaciones. A unos cincuento pasos, la grieta se cruzó con otra que venía de atrás. Al doblar a la derecha perdió de vista del todo a los demás, y siguió ahora por un túnel más ancho e igual de alto. Luego una bifurcación, pero la antorcha le indicaba la ruta a seguir. Hacia la derecha. Además del movimiento de la llama, pudo escuchar un ruido constante de goteo de agua, y un notable eco. Y así llegó a la estancia que había descubierto hacía un tiempo Carumirë. Era grande, casi tanto como la galería donde se encontraban sus compañeros. Había dos niveles, y en el inferior un gran estanque al que cían gostas de forma más o menos constante desde las estalactitas de la bóveda. Y al final del estanque había una apertura hacia el exterior. Con el paso del tiempo, el agua había erosionado y ensanchado el agujero, pero aún así no sobresalía más de medio metro por encima de nivel del agua. Faltaba saber la profundidad, pues el estanque seguía al exterior.

No vio nada al otro lado del agujero, o casi nada. Todo estaba oscuro en el exterior. Pero era el exterior, de eso no había duda. Le daba la impresión de estar a bastante altura. El castillo estaba construido en lo alto de una colina, y en realidad no habían bajado tanto.

Anael y el resto observaron en silencio cómo Ragi se adentró antorcha en mano en las profundidades de la tierra. Al doblar la esquina del túnel o grieta natural, a unos treinta metros, le perdieron de vista. Y esperaron...

Annal con la niña Sir en sus brazos vio como su compañero se introducía en la grieta. Había dejado su armadura para moverse con más facilidad. Anael no era partidario de quitársela pues los acontecimientos que estaban viviendo hacía pensar que podrían encotrar problemas en cualquier recodo.

Aun así entendió a su compañero. Miró como este se perdía en la grita sin decir nada ni mover un solo músculo, al estilo Anael. 

Ragi observó el agua y pensó que se había equivocado de salida.

Desde luego podrían continuar por ahí, pero se encontraban con el pequeño inconveniente de que su protegida se hallaba inconsciente sobre una camilla.

Debía comprobar si podían pasarla de píe por el estanque o, por el contrarío si había demasiada profundidad. Además, no sabía como podrían llevarla hasta la propia gruta.

El joven decidió comprobar las posibilidades de salir de allí con la pequeña, dejo la antorcha sujeta a un par de rocas y comenzó a meterse en el agua para comprobar la profundidad.

La espera se hizo larga y tensa en la galería. Tarosh permanecía junto a Sir, mientras Finduilas parecía concentrarse en sentir las energías invisibles del mundo. El arquitecto Carumirë miraba de vez en cuando por la grieta esperando ver al joven Ragi regresar.

-Algo ha sucedido..., dijo de repente la hechicera. -Un poderoso enemigo, con forma de huargo pero viene del mismo Abismo. Es el responsable de haber convocado a los huargos espectrales que lideran las manadas. Ha luchado en el Monolito.

Finduilas miraba al infinito, sin importarle quién estaba escuchando.

-El Gran Huargo del Abismo. Ha caído.

El agua del estanque estaba fresca, pero no había excesiva profundidad. No más de un metro ni siquiera en el centro. Ragi llegó hasta la salida al exterior, y allí la profundidad del agua era de unos 60 cm, y la apertura era ancha. La camilla de Sir podría pasar por allí, pero no por la grieta anterior que conducía hasta esta galería. Al menos no en las partes más estrechas.
 

Después de comprobar la salida. El joven Ragi decidió volver al lado de sus compañeros. Tenía que informarles del hallazgo y, entre todos, encontrar una forma de que Sir pudiera llegar sin complicaciones hasta allí.

Echó un último vistazo a los exteriores para comprobar el posible (o no) descenso por la ladera y se dirigió de nuevo a la grieta, recogiendo la antorcha en el camino.

No quería dejar a su protegida demasiado tiempo sola. Deseaba estar en su presencia si volvía a abrir los ojos.

Cuando la dama Finduilas habló, Anael se tensó esperando que apareciera algún enemigo por cualquier sombre. Instintivamente cogió el pomo de su arma con la mano libre y comenzó a desenvainarla.

Pero al seguir escuchando, vio que no era en ese sitio si no del monolito lo que evocaba Finduilas. Entonces Anael recordó a Girion quien se encontraba en aquel lugar y sonrió. Por lo menos un enemigo poderoso había caído, tal vez el joven Girion siguiera con vida...tal vez.

A simple vista, el descenso por la ladera era posible. Aunque seguramente iban a necesitar cuerdas.

El regreso a la galería donde se encontraba el resto del grupo resultó más fácil. Ya conocía el camino, y confiaba en su destreza y agilidad.
 

Después de un tiempo de espera que parecía más largo de lo había sido en realidad, por fin vieron una luz moverse en la profundidad de la grieta. Era Ragi, y se acercaba con nuevas.

Lo primero que hizo nada más llegar fue comprobar el estado de la pequeña Sir. A simple vista, su rostro ya no estaba tan pálido. Tal vez estaba recuperando sus fuerzas, aunque ahora se hallaba dormida.

- El camino será difícil, si no imposible, con la camilla. Hay un camino estrecho y complicado hasta llegar a una cueva grande con un pequeño lago de baja profundidad.-dijo Ragi informando a sus compañeros de lo que había visto.
-Además,-continuó- tendremos que bajar una ladera con cuerdas. Es posible hacerlo pero tendremos que encontrar una forma de llevar a Sir con mucho cuidado.

El joven no estaba del todo convencido pero esperaba que alguien más experimentado les guiara en ese asunto.

Anael miró a Ragi y apretó los dientes.

- Tenemos que seguir, no nos queda otra- dijo sécamente-. Si vemos que la cosa se complica usaremos las cuerdas para bajar a ala niña con cuidado...y al resto- dijo fijándose en la dama Finduilas, aunque suponía que ésta tendría mucha experiencia como para salvar un paso complicado.