Partida Rol por web

Sin haber decidido la ruta a seguir, los cuatro continuaron el avance entre las formaciones rocosas del centro de Cardolan. Hasta tener delante terreno abierto no podían separarse, pero pronto iban a tener que tomar una decisión al respecto. Incluso en la muerte y en la derrota, el orco había plantado una semilla de duda y de desesperación en sus corazones. La lluvia comenzó de nuevo, y aunque no era intensa, sí dificultaba la visión.

En cualquier caso, pronto vieron el final las paredes de roca y los desfiladeros serpenteantes, y Acero Rojo también confirmó que tocaba decidir la ruta a seguir. Ella se había adelantado para asegurar el camino, y ahora se hallaba junto a una trampa de cazador que había capturado a un pequeño roedor. Ahora el animal tenía la cabeza arrancada de un mordisco, y más marcas de dientes o de colmillos en el resto del pequeño cuerpo. -Orcos, espetó ella al ver cómo la trampa había sido desactivada antes de devorar al animal. No quedaba claro si eran los mismos orcos que habían matado antes, o si se trataba de otro grupo de exploradores.

En cuanto a la ruta, les comentó de forma escueta que una vez en el llano, se iba a llegar a punto^A donde se podía seguir hacia el norte hasta el lugar de la batalla, o bien hacia el este hasta el camino. Pero esa ruta era bastante más larga, así que solamente a caballo tenía sentido seguir por allí. El caballo podía aprovechar el camino galopar hasta la aldea.

Llegados al punto de tener que tomar una decisión, Eben dudaba. Su corazón le pedía seguir a Sil Auressë y una vez allí tomar la siguiente decisión con conocimiento de causa.

- Me gustaría seguir a Sil Auressë y una vez allí, y con mayor conocimiento de causa, tomar la siguiente decisión. Pero no quiero que mi decisión divida al grupo, iré con lo que decida la mayoría.

Acero Rojo dio voz a una idea que se llevaba un tiempo formando en la cabeza de Arthondir, sabía que al galope tardaría poco más de una hora en llegar a Sil Auressë, sin embargo se suponía que la batalla se desarrollaba algo más al suroeste.

Las opciones eran pocas, sólo tres de hecho: continuar juntos hacia la supuesta zona de combate, variar su rumbo hacia Sil Auressë o hacer las dos cosas.

Propongo usar los caballos - dijo directamente. Si bien estaba versado en las artes de la cortesía y la diplomacia, no era momento de adornar las palabras ni embelesar a sus interlocutores, si las nuevas de aquel orco eran ciertas era un momento crítico para la ciudad emergente y por tanto para sus nuevos compañeros de viaje - No sabemos dónde se encuentra el enemigo, de éste modo dos de nosotros podríamos llegar a Sil Auressë en el menor tiempo posible, mientras el resto continúa aprovechándose del sigilo hasta el campo de batalla. Si el combate ha llegado hasta las murallas cualquier ayuda será buena, mejor presta que tardía, por el contrario, si la batalla continúa dónde se tenía previsto contaremos con la velocidad de los corceles para rectificar la marcha.

Arthondir no era un gran estratega como su hermano, pero si sabía de algo era de viajes y caminos, tras plantear su idea miró a los ojos al resto del grupo, esperando su decisión. Ya no quedaba mucho hasta el punto que había señalado Acero Rojo, así que deberían decidir en el momento.

Sacudió la cabeza mientras caminaban y hablaban. Tras un rato respiró hondo y asintió.

-Los caballos serían muy útiles para llegar a Sil Auressë, aunque no podamos ser de gran ayuda si, como bien dice Arthondir, el combate ha llegado a las murallas. Si no encontramos allí al enemigo, sera porque haya sido derrotado, o porque la batalla continue aquí, ante nosotros.

Señaló el norte con la mano. Parecía haber tomado una decisión.

-En todo caso, sólo hay dos caballos. A Arthondir le corresponde en justicia uno. Tal vez maese Ferrim, si lo considera aceptable, sería el más indicado para acompañarlo. Además, supongo que Acero Rojo prefiere quedarse. Quiero adivinar que el otro me está destinado, pero... Pero no podemos ir todos, y yo estaré entre los que buscaremos la batalla. -Señaló a Eben de forma casi refleja. -Si no la hallamos, serán tan solo un par de horas más hasta encontrarnos en Sil Auressë.

Había evitado mirar a los demás mientras hablaba, y siguió haciéndolo cuando continuó.

-Pero puede que la encontremos, o que haya graves dificultades en Sil Auressë. Que cada uno tome su decisión, pues no hay aquí órdenes que valgan.

Ahora sí se dirigió a Arthondir, por considerar cosa hecha que intentaría llegar a caballo a Sil Auressë lo antes posible. -Tengo algo que pedirte -dijo, como quien confiesa una culpa o pide una merced desmedida. -Hay en la fortaleza una niña, se llama Sir... Estaba herida cuando la dejamos. Es mi misión protegerla. Lo mismo le ha sido encomendado a Girion, un joven dúnadan con un precioso caballo. Búscalo en Sil Auressë. Si no ha conseguido entrar, tengo que pedirte que te encargues de poner a esa niña a salvo, de huir hacia el norte, hacia Arthedain. Y ocúltala, pues el enemigo la persigue.

No parecía tener más que añadir, y esperó, como si no existiera otra opción, algún gesto de confirmación de aquel hombre al que acababa de conocer, y al que estaba fiando aquello que tanto le importaba.

Arthondir sintió el alma de Denelloth en cada una de las palabras que le fueron dirigidas, estaba poniendo lo más importante de su vida en sus manos, las de un desconocido, y eso sólo tenía un nombre: desesperación.

El corazón de Arthondir dió un vuelco cuando escuchó tamaña petición, desde luego ignoraba las intrigas internas de Sil Auressë más allá de sus cabezas visibles pero esto... esto desde luego era importante, que el enemigo persiga a una niña en concreto, y esta se refugie en la aldea... Éste podía ser no un mero ataque de la sombra ante un atisbo de verdadera luz emergente, el objetivo puede que no fuera Sil Auressë después de todo, lo cual explicaría también que la aldea no se haya aprovechado las defensas de sus muros. Prefieren luchar a campo abierto a que los enemigos lleguen hasta ella.

Cabalga conmigo - dijo colocando su mano sobre el hombro del apesumbrado montaraz - Conozco bien Arthedain, somos compatriotas Denelloth, pero tengo amigos en lugares más seguros, más ocultos aún. La sombra no alcanzará a esa muchacha, pero necesito que vengas conmigo. Ella no me conoce y si la situación es tal como dices difícilmente se vendrá con un desconocido y mucho menos me la entregará quien esté a cargo de ella ahora mismo. Debemos ir ambos. - sentenció.

Ferrim no veía muy claro aquello de cabalgar, aun con el apoyo de un jinete experto. No temía a los caballos, pero no estaba habituado a manejarlos ni a mantener el equilibrio sobre ellos. Había montado en poni antes, por supuesto.

Lo haría si fuera necesario, aunque temía que su impericia sobre cualquier montura pudiera tener mal resultado. Con su torpeza podría ralentizar la marcha, y eso precisamente lo que se quería evitar cabalgando: llegar antes. Si iba a ser un fastidio para lo que quedaba de viaje, casi mejor que podría seguir a pie.

Lo que sí tenía más claro es que su lugar estaba en la aldea y el castillo. No era el mejor de los guerreros, aunque siendo un enano ya era un contrincante duro por sí mismo. El combate no le era extraño, pero su vida le había llevado por otros derroteros y, en ese momento, seguramente valdría más el pueblo que en el campo de batalla.

Una cosa tenía segura Ferrim y es que la batalla no era segura.

—Quizá el combate ya pasó, quizá no. Pero lo que seguro que no pasó es la existencia de Sil Auressë. Si voy al campo de batalla quizá no encuentre más que cuervos. Si voy a la aldea, allí estará la aldea. Si me permitís, allí iré. Seré más útil ayudando en la defensa que entre el ejército.

Y era cierto. Las manos de Ferrim y su profundo conocimiento como ingeniero eran más útiles allí donde había murallas. Un martillo y un cincel en manos de un enano valían más que en las manos de diez canteros humanos. Y cuando había que reforzar un muro, no se podía confiar más que en las instrucciones de un ingeniero del pueblo de los naugrim. Para Ferrim, sin duda sus compañeros enanos estarían apostados en el castillo. Tener a una docena de enanos expertos defendiendo un castillo era algo que pocas ciudades de Cardolan podían permitirse. Y, para Sil Auressë, podía significar la supervivencia.

—Caminando si es posible, o a caballo si no hay más remedio. Pero iré donde más se me necesita.

Acero Rojo escudriñaba el horizonte. Habían llegado al llano, y era el momento de tomar una decisión. Contaban con los dos caballos de Arthondir que podían permitir a algunos llegar antes a la aldea.

-Los fuegos..., comentó. -Desconozco el motivo, pero parecen querer despistar a los que se acercan a la zona de la batalla. Indican caminos que no llevan al lugar, según nos dijo Dos Colmillos.

La montaraz se mordía el labio inferior, pensativa. Luego miró a Denelloth y a los demás. El enano Ferrim decía de ir a la aldea aún andando. Arthondir le pedía a Denelloth que le acompañara para ir allí a rescatar a la niña. Eben se mostraba también deseoso de esa opción.

-¿Y si nos vamos todos a la aldea?, preguntó. En cualquier caso, la decisión debía ser inminente. No podían perder más tiempo. -La decisión te corresponde a ti, dijo y ahora sí, sus ojos se quedaron fijos en los de Denelloth.

Todos hablaron y hablaron bien. Denelloth sacudió la cabeza cuando Acero Rojo le pidió una decisión, como sacudiéndose esa carga. Miró a los demás, y pareció tenerlo claro.

-Arthondir, préstame un caballo; te prometo que no lo pondré en peligro deliberadamente. Galoparé hasta el lugar de la batalla, y volveré para contaros qué ha ocurrido. Vosotros seguid, en principio, camino de Sil Auressë. Espero encontraros antes, pero si no es así... Cuando dobléis hacia el este para encontrar el camino, a partir de aquellas lomas, id doblando alguna rama o sacando una piedra de su sitio cada centenar de pasos; así os seguiré fácilmente. Arthondir, -volvió a dirigirse a su compatriota, al que acababa de conocer y que con el que tanto parecía tener en común -te agradezco tu ofrecimiento, pero si la batalla sigue su curso y podemos frenar allí al enemigo, allí lo intentaré en primer término. Sigo pidiéndote que vayas a Sil Auressë lo antes posible, busques a Sir y la cuides. No te preocupes, creo que ella te reconocerá, de alguna manera. Maese Ferrim, concuerdo contigo -tuteó al enano por primera vez -en que tu sitio está en las defensas del castillo, donde temo que serás de gran necesidad. Eben, y Acero Rojo, haced como os plazca, elegid vuestro sitio libremente; pues creo que, vayáis donde vayáis, habrá que combatir. En todo caso, si hay batalla, habrá espacio para dos brazos más.

Entonces se dirigió a uno de los caballos, el que le pareció más desembarazado, le acarició un momento la quijada, montó y saludó con la mano a sus compañeros. Nos veremos enseguida, parecía decir el gesto. Se aseguró las armas, palpó su bolsillo y un colgante en su cuello y azuzó al caballo, rumbo al norte.

Una vez Denelloth hubo aceptado el caballo, y con las ideas claras, al menos para él mismo. Arthondir montó en su segundo corcel y partió en pos del montaraz, hasta que sus caminos se separasen, cosa que estaba próxima.

Que la luz os guíe, y os guarde - exclamó como despedida antes de salir al galope.

Aproximó su montura a la de Denelloth pues en su premura había obviado una cosa - ¡La niña! ¡¿Cómo es?! ¡¿Cómo sabré que es ella?! - exclamó para hacerse oir por encima de los cascos de sus caballos al galope.

Una vez recibida la respuesta y alcanzado el punto de dislocación, viraría hacia el Este buscando el camino que le condujera a Sil Auressë el cual esperaba que permaneciera intacto.

Denelloth se subió al caballo que le prestó Arthondir, pero nada más pasar la pierna y acomodarse en la silla se dio cuenta de que no iba a resultar fácil maniobrar por la meseta. Las numerosas piedras estaban mojadas por la lluvia, y además había riscos y otras formaciones con ángulos, y pendientes inesperados. Cuando aún no se había alejado fuera del alcance de la vista del resto, el montaraz se cayó del caballo y se quedó un rato en el suelo. Pero la tenacidad y la perseverancia de Denelloth le hizo volver a montar el animal con la confianza de poder cabalgar más veloz un poco más adelante, donde la meseta parecía ser más llana al menos desde la distancia.

Mientras tanto, Arthondir tomó rumbo este despidiéndose de momento de los compañeros. Hasta donde le pudieron ver, cabalgaba con más facilidad que Denelloth y pronto lo perdieron de vista.

Denelloth maldijo su mala suerte en la caída. Sintió el dolor en la pierna herida, pero se incorporó y no notó más herida que la de que había sufrido su orgullo. Volvió a montar el caballo,  estaba vez con más calma intentó acortar la distancia hasta la zona de la batalla. Todos sus sentidos estaban centrados en el suelo que pisaba el animal, y además había elevaciones de terreno que le impedían ver los alrededores. En otras circunstancias, podía intentar maniobrar con el caballo para subir a lo alto. Pero entre lo mojado del suelo y la desconfianza que sentía el caballo hacia él, era preferible simplemente cabalgar y recuperar tiempo perdido.

Arthondir cabalgaba veloz hacia el este, y pronto llegó a un descenso, donde la meseta se unía con una zona más baja por donde transcurría el camino que unía Metraith con el Paso de la Loma. El camino que pasaba por Sil Auressë.

Un trozo de una pequeña muralla marcaba algún linde entre feudos de tiempos que ya pocos recordaban. Pero era señal inequívoca de que estaba llegando hasta el camino. Conociendo el estado actual de las vías de Cardolan, tenía que estar atento para no pasar de largo. Con la exepción de los Caminos Reales, el resto estaban en un estado lamentable.

Eben, Ferrim y Acero Rojo llegaron al punto donde tenían que elegir el camino. O bien hacia el norte hacia la batalla siguiendo la estela de Denelloth, o bien hacia el este detrás de Arthondir. O esperar el regreso de Denelloth. Acero Rojo lo tenía claro: -Debemos de seguir hacia el este. Denelloth dijo que nos iba a alcanzar, aunque puede que tarde un poco.

No le había pasado desapercibo el percance que había tenido el montaraz nada más partir con el caballo.

Parecía que el terreno le estaba jugando una mala pasada a Denelloth, o que no era tan buen jinete como había presupuesto Arthondir. En todo caso, esperaba que pudiera cumplir su objetivo y volver a encontrar sano y salvo al grupo, ya fuera en Sil Auressë o, en caso de desgracia, en un lugar más seguro.

Pronto dejó atrás al pequeño grupo y sobrepasó a su compatriota, el camino que buscaba debía ser claramente visible, pero en aquellos tiempos y más en momentos de conflicto, nunca podía estar seguro del todo, de todos modos no podía andar lejos...

Los jinetes partieron y Ferrim pudo ver la catástrofe. Denelloth no había tenido tiempo de desaparecer de la vista cuando ya tuvo el primer percance. Antes de que Ferrim pudiera hacer nada, el humano se levantó y volvió a montar.

Pero eso solo confirmaba la vieja sabiduría de los naugrim: los pies, en la tierra. Nada como la firmeza de unas piernas enanas para devorar el camino. Confiar el viaje a un animal que parecía ir sobre zancos solo traía desgracias e inseguridades.

Por eso él iría caminando a Sil Auressë, consciente de que nadie mejor que él mismo podría recorrer el breve trecho que les quedaba. La aldea estaba cerca. No tardarían en ver los primeros indicios. Pero el camino no era seguro en la guerra y no sabían qué se encontrarían en él ni en su destino.

—No perdamos ni un instante—dijo, poníéndose a caminar—. Los nuestros nos necesitan.

Maldijo en voz baja, miró al caballo con severidad, como tentado de culparlo por lo que había sido causado por su propia torpeza. Avergonzado ante en animal, le acarició la crin y el cuello a modo de disculpa y volvió a montar trabajosamente, con un quejido. Esta vez todo iría mejor.

Arthondir recrdaba los detalles del mapa de la región, y aunque el camino era apenas perceptible, confió plenamente en que había encontrado la ruta correcta. Con el paso de los meses de abandono, los vientos desde el sur depositaban grandes cantidades de polvo y de arena en el suelo de esta zona cercana a la Loma, y al cabalgar la montura levantaba un gran nube que dficultaba la visión aunque las lluvias intermitentes habían ayudado en parte.

Arthondir se tapó la boca y siguió avanzando. De repente, se encontró casi de frente con un orco subido a una piedra de gran tamaño. La polvareda hizo que no lo viera antes. El orco iba armado con un arco cargado, aunque apuntaba en otra dirección y no hacia Arthondir. El dúnadan tiró instintivamente de las riendas, y perdió el control de la montura y acabó cayéndose al suelo. Sufrió un golpe que le dejó aturdido, pero pudo ver a otro hombre. Llevaba armadura y espada corta, y se encontraba justo debajo de la posición del orco, pegado a la misma piedra. Tenía una flecha clavada en el hombro pero no parecía afectarle, y estaba esperando el momento para llegar a rematar al trasgo que se hallaba unos metros por encima de él y fuera de su alcance. Ambos tenían aspecto de que la contienda ya duraba un tiempo considerable.

El primer tramo del viaje en solitario había sido tortuoso, pero después de la caída, la actitud del caballo cambió a mejor. Tal vez vio en Denelloth la desesperación por llegar pronto a su destino y la voluntad de hacer el bien. Y entre los dos surgió un vínculo inusual, y compartieron trayecto juntos como compañeros de viaje.

Cuentan las leyendas en el Norte que los antepasados de los dúnedain de Arnor podían desarrollar una capacidad para comunicarse con sus caballos sin palabras ni gestos, usando solamente la mente. Aquella habilidad se parecía a la Visión Verdadera de Oesternesse, y con el paso de las generaciones se había ido perdiendo como otras muchas cosas del gran legado de Númenor.

Sin llegar a tales extremos, Denelloth notó esa conexión con el animal que le había prestado Arthondir. Sin duda, era de noble estirpe. Fuerte y ágil, corría ligero recuperando el tiempo perdido. Fue entonces cuando Denelloth se atrevió a subir a lo alto de una de las colinas, y desde allí tuvo una mejor visión de los alrededores.

Vio los fuegos a menos distancia, repartidos en puntos diferentes formando casi un semicírculo. También vio un fuego de mayor tamaño, en lo que parecía una estructura como una torre. Y cerca de aquella estructura, en el horizonte, una masa de puntos negros. No lograba distinguir el detalle, pero era sin duda un ejército. Y más cerca, a unos tres cientos pasos, vio a dos jinetes persiguiendo a un orco con las armas desenvainadas. Uno llevaba una lanza, y el otro un martillo. El orco parecía un explorador como los que habían abatido antes, y trataba desesperadamente huir de los dos jinetes que le rodeaban uno a cada lado del risco. Su destino estaba sellado sin duda.

Sin duda no había elegido el mejor momento para caer de su montura, apenas acababa de toparse con un enemigo en el camino que creía despejado, cuando al detenerse la montura de golpe debido a la aparición repentina del orco y la poca visibilidad, y ya había besado el suelo.

Por suerte o por desgracia, el orco parecía más ocupado en otro hombre, ya herido, que le acechaba con intenciones homicidas.

Tal había sido el golpe que poco podía hacer más que lamentarse en el suelo, pero con la poca consciencia que le quedaba intentó hacerse con el arco entre las manos, aún ni se había levantado, pero quizá pudiera llamar la atención de aquel ser lo suficiente como para darle tiempo al otro humano de actuar.